Treinta y ocho

—¡Ahí llega! ¡Gin!

Los saludo desde lejos. Qué extraño grupo todos juntos, qué alturas más descompensadas, qué ropas más distintas. Mi hermano, vaqueros y camiseta Nike; mi madre, un vestido oscuro de flores con un echarpe azul encima; mi padre, impecable con traje y corbata, y mi tío Ardisio, con una chaqueta naranja y una corbata negra con topos blancos. Es increíble dónde consigue encontrar cierta ropa. Los encargados de vestuario de televisión, Fellini incluido, enloquecerían al verlo. Con ese pelo, blanco y caprichoso, que enmarca esa cara divertida subrayada por unas gafitas redondas. Como el signo de exclamación después de la frase: ¡Qué tipo, mi tío!

—Hola.

Nos besamos con afecto, con amor, con ternura, y mamá, como de costumbre, me besa poniéndome la mano en la mejilla como para transmitir aún más amor a ese simple beso suyo, como si quisiera detenerlo por un instante más respecto al resto. Mi tío, en cambio, como de costumbre, exagera y mientras me besa me tira de la barbilla uniendo pulgar e índice, obligándome a sacudir la cabeza a derecha e izquierda.

—Aquí está mi princesita.

Después me suelta dejándome algo dolorida. Por fuerza tengo que pasarme la mano bajo la barbilla para calmarlo y el tío me pilla una mirada de ligero odio. Pero es un instante. Después le devuelvo la sonrisa. Mi tío es así.

—¿Y bien? —Nuestros encuentros siempre empiezan así—. ¿Quién ha elegido este sitio?

Levanto la mano tímidamente.

—Yo, tío…

Y quedo a la espera. Él me mira con una ceja levemente levantada, una expresión algo dubitativa y el labio tembloroso. Pasa algún instante de más y empiezo a preocuparme.

—Muy bien, es bonito, muy bien, hija mía. En serio. Tiempo atrás se comía en medio del arte…

Suspiro, uf… Ha salido bien, y aunque no soy «hija suya», quiero a mi tío. Esperaba que le gustara comer con nosotros en el Caffe dell’ Arte que hay cerca de viale Bruno Buozzi.

El tío Ardisio empieza uno de sus relatos.

—Recuerdo cuando volaba sobre el campamento donde estaban mis soldados… —Su voz se vuelve más ronca, casi modulada por la presión de los recuerdos, rota a ratos por la fuerza de la nostalgia—. Y yo les gritaba una y otra vez: «Estudiad, leed». Pero ellos estaban demasiado preocupados por la muerte. Después daba una vuelta con mi avión bimotor y volvía atrás para dar noticias y aterrizaba allí al lado, sobre la hierba. Pum, pum, llegaba traqueteando con ese avión que era un milagro de la avación

Luke, que naturalmente se hace el puntilloso en los pocos momentos en que no debe serlo, dice:

—Aviación, tío, aviación con «i».

—¿Y yo qué he dicho? Avación, ¿no?

Luke sacude la cabeza y sonríe. Menos mal que esta vez renuncia.

A la mesa llega un camarero joven y arreglado con el pelo corto aunque no demasiado, con una mirada ingenua pero inteligente. Osaría decir que casi perfecto, si no fuera porque empuja un carrito con unas copas brillantes, como nuevas, y una botella ya metida en una cubitera llena de hielo. Es un Möet, excelente champán, y claro que lo es, faltaría más, vamos a pagarlo nosotros.

—Disculpe. Pero me temo que no es para nosotros. Nadie ha pedido…

Veo a mamá mirándome preocupada. El joven camarero interviene sonriendo.

—No, señora, esta botella la ofr…

—Gracias por lo de señora, pero no insista.

—Si es tan amable de dejarme acabar, la ofrece ese señor de allí.

El camarero, ahora más serio, señala unas mesas más alejadas, casi al fondo del restaurante. Enmarcado por los árboles que hay tras el ventanal a sus espaldas está él, Step. Se levanta de la mesa y, sonriendo, mueve la cabeza esbozando una inclinación. No me lo puedo creer, me ha seguido hasta aquí. Pues claro, quería ver adónde iba, ha querido descubrir si estaba realmente con mi familia. Éste es el pensamiento de Gin la vengativa, de Gin-Salvaje. ¡Gin no es así! Una parte de mí se rebela. Quizá sólo quería disculparse por lo del aperitivo, aunque en el fondo tú también has quedado fatal. Éste es el pensamiento de Gin la’ Y algo, no sé muy bien por qué, hace que me caiga mejor Gin-Serena.

—Esta nota es para usted, señora.

El camarero me tiende una nota y eso me hace pensar aún más que mi elección es justa. La abro algo azorada, con los ojos de todos encima, papá, mamá, Luke y tío Ardisio. Antes de leer, me sonrojo. Qué palo. ¿Por qué ahora? Leo: «Es maravilloso mirarte desde lejos, pero desde cerca es mejor… ¿Quedamos esta noche? P. D.: No te preocupes, he encontrado un cajero automático y ya le he pagado al camarero nuestro aperitivo».

Cierro la nota y sonrío, y casi me olvido de que tengo todos los ojos encima. Tío Ardisio, papá, mamá, Luke. Todos quieren saber qué hay escrito, a qué se ha debido esa botella y, naturalmente, el más inquieto, el que resiste menos que ninguno, es el propio tío Ardisio.

—¿Y bien, princesa?… ¿A qué debemos esta botella?

—Bueno. A ese chico lo he ayudado…, no era capaz, no sabía…, en resumen, se está preparando para un examen.

—Ardisio, ¿y a ti qué te importa? —Mamá me salva por los pelos—. ¡Tenemos un buen champán, bebamos y en paz! ¿No?

—Pues eso…

Miro a Step y le sonrío, él me ve de lejos; ha vuelto a sentarse. Pero ahora ¿qué hace? ¿Por qué no se marcha? Ha sido bonito, pero ya basta. Vete, Step. ¿a qué esperas?

—Disculpe.

El camarero me mira sonriendo; aún no ha abierto la botella.

—¿Sí?

—Me ha dicho el señor que debería responderme.

—¿Qué?

—No lo sé, creo que a la nota.

Todos me miran otra vez, aún más atentos que antes.

—Dígale que sí. —Después los miro a todos.

—Quería saber si lo he inscrito para el examen.

Todos dan un suspiro de alivio. Naturalmente, excepto mamá, que me mira, pero evito su mirada. Acabo mirando al camarero otra vez, que saca otra nota.

—Entonces tengo que darle esto.

—¿Otra?

Todos se remueven en su silla.

—¿Esta vez nos dirás qué hay escrito?

—Pero ¿qué es esto?, ¿una caza del tesoro?

Naturalmente, me sonrojo de nuevo y la abro: «Entonces, a las ocho en tu casa. Te espero, no llegues tarde, no armes líos… P. D.: Trae dinero, nunca se sabe».

Sonrío para mis adentros.

El camarero finalmente ha descorchado la botella y acaba de prisa de servir el champán en las copas para marcharse.

—Oiga, perdone…

—¿Sí?

Da una pequeña vuelta sobre sí mismo y me mira.

—Si le contestaba que no, ¿tenía otra nota?

El camarero sonríe y sacude la cabeza.

—No, en ese caso me ha dicho que debía llevarme la botella.