Treinta y nueve

Raffaella se ha reunido con Babi en el salón.

—Hola, Babi, ¿qué ocurre?

—Nada, sólo quería enseñarte esto. Pero mamá, ¿qué tienes? Pareces acalorada… —Babi la mira preocupada—. ¿Os habéis peleado?

—No, todo lo contrario…

Raffaella la mira sonriendo. Pero Babi no se da por satisfecha y le enseña un periódico.

—Bueno, lo que te decía, ¿te gusta esto para la mesa? ¿No te parecen bonitos? ¿O prefieres estos otros que son más naturales? Espiga y grano, ¿bonito, no? Mejor éste, ¿verdad?

—¿Me dejas que lo piense esta noche?

—Vas a salir, ¿no?

—Sí, voy a casa de los Flavi.

—¡Mamá, tenemos que decidirnos, te lo estás tomando demasiado a la ligera!

—Mañana lo decidimos todo, Babi, ahora llego tarde.

Raffaella va al baño y empieza a maquillarse con rapidez. Precisamente en ese momento llega también Daniela.

—Mamá, tengo que hablar contigo.

—Llego tarde…

—¡Pero es importante!

—¡Mañana! ¡No hay nada que no pueda arreglarse mañana!

En ese instante pasa Claudio. Él también tiene prisa. Daniela intenta detenerlo de alguna manera.

—Hola, papá, ¿tienes un segundo? ¡Tengo que contarte una cosa, es muy importante!

—Tengo una cena con Farini. Ya se lo he dicho a tu madre. Perdona, pero es un asunto de negocios importantísimo y después tengo también una partida…

Claudio besa apresuradamente a Daniela. Raffaella lo alcanza en la puerta.

—Claudio, espérame, bajamos juntos.

Daniela se queda así, en medio del pasillo, viendo cómo sus padres se marchan. Después se acerca a la habitación de Babi, pero la puerta está cerrada. Daniela llama.

—Adelante, ¿quién es?

—Hola…, perdona, pero tengo que contarte una cosa. ¿Podemos hablar?

—Mira, voy a salir. Mamá se ha marchado y teníamos que decidir un montón de cosas importantes. Perdóname, pero no es el momento. Voy a casa de Smeralda, al menos ella me dirá algo. Si me necesitas, me encuentras en el móvil.

Y sale así también ella de escena. Daniela, que se ha quedado sola, se acerca al teléfono fijo y marca un número.

—Hola, Giuli…, ¿qué tal?… ¿Qué estás haciendo? Ah, bien…, oye, perdóname, pero ¿puedo pasar por tu casa? Tengo que contarte algo, sí, una cosa importante. Te lo prometo, sólo te robaré dos minutos. Sí, perdona, pero es que no sé qué hacer. Te lo juro, sí, hablamos durante los intermedios. De acuerdo, gracias.

Daniela cuelga, cierra de prisa la puerta de su casa y baja la escalera como una exhalación. Abre el portón y sale.

Precisamente en ese momento, desde detrás de un matorral:

—¡Dani! —Es Alfredo.

—Dios mío, qué susto me has dado… Madre mía, tengo el corazón a dos mil. Pero ¿qué pasa?, ¿por qué te escondes ahí?

—Perdóname, he visto salir a Babi hace un momento.

Daniela se da cuenta de que está pálido, delgado y nervioso.

—Pues… quería hablar un poco contigo, que eres su hermana.

Daniela lo mira. Dios mío, éste me soltará un rollo sobre Babi, seguro.

—No, Alfredo, perdóname, pero yo no sé nada… Tienes que hablar con ella.

—De acuerdo, perdona, tienes razón. ¿Y tú cómo estás?

—Bien, gracias…

Daniela lo mira mejor. Alfredo podría ser la persona adecuada con la que hablar. Es médico, es maduro, y quizá me diera un buen consejo.

—Oye, perdona si te he asustado.

—Oh, no te preocupes, ya pasó.

—En cambio, a mí no se me pasa. Sigo pensando en tu hermana y estoy fatal. Incluso tomo ansiolíticos.

—Lo siento.

Se quedan un momento en silencio. Después Daniela decide acabar con esa conversación imposible.

—Bueno, ahora perdóname, pero tengo que marcharme, me está esperando una amiga…

—De acuerdo, perdóname tú a mí.

Daniela se va corriendo a coger la Vespa del garaje. Espera llegar a casa de Giuli antes de que empiece la película. Después piensa en Alfredo. Pobrecillo, mira cómo está. Está claro que la pasión de Babi lo destruye todo. En este momento es un hombre acabado, inestable, paranoico. Y sobre su decisión, Daniela no tiene dudas: Alfredo es la última persona a la que podría haberle contado que está embarazada.