Setenta y uno

—Sí, ¿diga?

—Oye, ¿dónde te metiste anoche? Te llamé un montón de veces pero primero no había cobertura y después lo tenías apagado.

Gin. Me siento fatal. ¿Por qué he contestado al móvil?

—Pues sí… Fui con Guido a cenar a un sitio, pero no me di cuenta de que no había cobertura. Era un sótano.

No sé qué decir. Tengo ganas de vomitar. Y ella, cosa absurda, me salva.

—Un sótano, ya… Intenté localizarte varias veces pero luego me dormí. Hoy no podemos vernos. ¡Qué palo! Tengo que acompañar a mi madre a visitar a una tía que vive fuera de Roma. ¿Hablamos luego? Yo no lo apagaré… ¡Es broma! ¡Un beso bonito y después, cuando estés despierto, uno aún más bonito!

Y cuelga. Gin. Gin. Gin. Con su alegría, Gin con sus ganas de vivir. Gin con su belleza. Gin con su pureza. Me siento como una mierda. Estoy lleno de mierda. Me cago en el ron, me cago en todo lo demás. Madre mía, cuánto bebí. ¿Cuánto había bebido puede servir como justificación? No es suficiente. Era capaz de razonar y de saber lo que quería. De decir que no desde el principio, de no irme con ella, de no aceptar la bufanda, de no besarla. ¡Culpable! Sin ninguna sombra de duda. Aunque una sombra sí que tengo… ¿Y si lo hubiera soñado? Me levanto de la cama. Esa ropa que descansa sobre la silla aún mojada de lluvia, esos zapatos aún sucios de barro no dejan lugar a dudas. No fue un sueño. Es una pesadilla. Culpable. Culpable más allá de toda duda razonable. Busco en la cabeza una frase, palabras a las que agarrarme. ¿Por qué no encuentro nada a mi alrededor? Recuerdo algo que me dijo una vez el profesor de Filosofía: «El débil duda antes de tomar una decisión; el fuerte después». Me parece que era de Kraus. O sea que, según él, yo sería fuerte. Y sin embargo, me siento tan estúpido y débil. Y así, estúpido artífice de esta condena mía, me arrastro hasta la cocina. Un poco de café me ayudará. Pasará un día y después otro y después otro más. Y luego todo esto estará lejos, pertenecerá al pasado. Me sirvo el café ya hecho. Aún está caliente. Debe de haberlo dejado Paolo antes de salir. Me siento a la mesa. Bebo un poco, como una galleta. Después veo la nota. Reconozco la letra. Es de Paolo. Perfecta y ordenada como siempre. Pero esta vez me parece un poco tambaleante. Quizá estaba cansado y la ha escrito corriendo. La leo. «He ido con papá al hospital Umberto I. Han ingresado a mamá allí. Ven pronto, por favor». Ahora entiendo la escritura incierta. Se trata de mamá. Dejo el café y voy a darme una ducha rápida. Sí, ahora me acuerdo. Paolo me había dicho algo, pero no me parecía especialmente preocupado. Me seco, me visto y algunos minutos después ya estoy en la moto. Un poco de viento en la cara hace que me tranquilice en seguida. Todo va bien. Step, todo va bien. Es ese «ven pronto, por favor» lo que me preocupa.