Setenta y cuatro

Algunos días después. La casa de los Gervasi está a oscuras. Un silencio y una tranquilidad que desde hace tiempo no se veía. Suave perfume de flores. Babi mira en la cocina y se da cuenta de que hay distintos ramos de novia para la prueba.

—¡Vete, Lillo, no tienes que ver nada! Lo estropearás todo, venga. Será más bonito si es una sorpresa.

—Esperaba que pudiéramos estar un rato juntos, con todos estos preparativos, estamos dejando de lado otro tipo de entrenamiento…

—Quizá más tarde, creo que hay alguien en casa. Venga, vete, quizá luego te llame. Si se marchan, vienes tú, y si no, voy yo a tu casa, ¿de acuerdo?

—Está bien, como quieras.

Babi le da un beso fugaz a su futuro esposo. Lillo, ligeramente enojado, sonríe, después baja velozmente la escalera y desaparece en el rellano del piso de abajo. Babi cierra la puerta.

—Mamá…, ¿estás en casa?

—Estoy aquí, en el salón.

Raffaella está sentada en un sofá, con las piernas estiradas, bebiendo un té verde que, naturalmente, hoy en día está muy de moda. Babi se reúne con ella. Las persianas están cerradas. Un amable reloj de péndulo marca el tiempo que pasa. Se oye alguno que otro ruido de la calle como un eco lejano y nada más. Babi se sienta en el sofá delante de ella:

—¿Sabes, mamá?, he pensado que… Nosotros no sabemos realmente qué ocurre en las demás familias, lo distintas que son de nosotros, qué historias tienen…

—Pues no sé, pero está claro que lo tienen difícil para superarnos.

Se miran y repentinamente se echan a reír.

—No, estoy segura de que no. Tengo que decirte algo. Anoche vi a Step.

Raffaella se pone seria.

—¿Por qué me lo cuentas?

—Porque decidimos que nos contaríamos todo.

La madre se queda pensativa.

—Sí, precisamente el otro día ordenaba tu habitación y encontré el póster que te trajo, aquel que tuviste tanto tiempo colgado del armario. Donde hacíais el «caballito», como lo llamáis vosotros.

—Sí, me acuerdo. ¿Lo tiraste?

—No, cuando sea el momento lo tirarás tú.

Un extraño silencio entre ellas, roto repentinamente por Babi:

—Ayer hice el amor con Step.

—¿Lo dices a propósito? ¿Pretendes fastidiarme?

Raffaella se levanta y después pierde por un instante la calma.

—¡Dime la verdad! ¿Qué quieres de mí, eh? Dime qué quieres…

Parece querer abofetearla, sacudirla con violencia. Está cerca, demasiado cerca. Babi levanta la mirada y le sonríe tranquila, serena.

—¿Qué quiero de ti? Si ni siquiera sé qué quiero de mí, imagínate si puedo saber qué quiero de ti. Además, lo que tú podías darme ya me lo has dado.

Raffaella vuelve a sentarse. Respira hondo. Vuelve la calma. Permanecen un momento en silencio sentadas en los sofás. Figuras femeninas de distinta edad pero muy parecidas en tantas cosas, en demasiadas cosas. Después, Raffaella sonríe.

—Te sienta bien ese nuevo corte de pelo.

—Gracias, mamá. ¿Cómo va con papá?

—Bueno. Ya te puedes imaginar… volverá. Ha querido demostrarse algo a sí mismo, pero volverá. No es capaz de estar lejos. Él no es un problema. Pero ¿qué has decidido tú?

—¿Yo? ¿Sobre qué?

—¿Cómo que sobre qué? Dime qué tengo que hacer. Esta noche voy a la fiesta de los Marini. Quizá alguna amiga me pregunte algo, querrán saber… Acabas de decirme que viste a Step anoche… ¿Y bien? ¿Qué has decidido? ¿Te casarás igualmente?

—Claro. ¿Por qué no iba a hacerlo?

Raffaella suspira; ahora está más tranquila. Todo volverá a su sitio. Es sólo cuestión de tiempo y todo volverá a ser perfecto como antes, es más, mejor que antes.

Un nieto de quién sabe quién, una boda como Dios manda y un marido castigado temporalmente. Sí, todo volverá a su sitio. Raffaella se levanta del sofá.

—Bueno, entonces puedo marcharme. Esta noche tenemos partida de burraco. ¿Sabes jugar?

—No. Una vez vi que jugaban en casa de Ortensi, pero no me senté.

—Tienes que probarlo, es mucho mejor que el gin. Es más divertido. Un día que tenga un poco de tiempo te lo enseñaré, ya verás cómo te gusta.

—De acuerdo.

Raffaella la besa y está a punto de salir.

—Mamá…

—Sí, dime.

—Hay otro problema…

Raffaella vuelve a entrar en el salón.

—A ver…

—Lo he pensado mucho y no quiero que te enfades, pero no quiero llamar las mesas de los invitados con nombres de flores. Es demasiado banal. Stefanelli también lo hizo en su boda.

—Tienes razón.

—Qué sé yo, podríamos usar, por ejemplo, nombres de piedras preciosas. ¿No es más elegante?

Raffaella sonríe.

—Mucho más. Tienes razón, es una excelente idea. Haremos que cambien el cartel y las tarjetas de mesa. Si todos los problemas fueran como esos…

La besa otra vez y sale feliz. Tengo una hija espabilada. Es un poco como yo, resuelve siempre cualquier problema encontrando la mejor solución. Raffaella va a su habitación a arreglarse. Al cabo de poco sale corriendo, elegante e impecable como siempre. Quiere llegar puntual a casa de los Marini. Y sobre todo, tiene una última y gran preocupación. Esta noche tiene que ganar como sea al burraco.