Seis

Desde el fondo del pasillo se oye el ruido de las llaves que giran en la cerradura de la puerta. Raffaella se vuelve.

—Oh…, ¡aquí está Claudio!

La puerta del fondo del pasillo se abre lentamente. Pero, en cambio, en todo su nuevo esplendor entra Babi.

Raffaella sale a su encuentro.

—¡Pero ¿qué has hecho?!

—¿Cómo que qué he hecho?

—¡Sí, llegas tarde y encima te has cortado el pelo!

—¡Dios mío, mamá, me has dado un susto de muerte! ¡No sabía de qué hablabas! Sí, me lo he cortado esta mañana. ¿Me sienta bien? Ha dicho Arturo, que es quien me lo ha cortado, que así me favorece más.

—Sí… ¡pero es que lo habíamos planeado todo para tu pelo largo!

—Mamá, pero si sólo me lo ha escalado. —Babi le sonríe—. Sabía que dirías eso. Mira… —Abre una pequeña bolsa de Furia y saca tres Polaroids—. Mira, he hecho adrede las pruebas. ¿No me sienta mejor así?

Raffaella la mira. Después sonríe contenta y satisfecha de su hija y de su nuevo corte de pelo junto a todo lo demás que hay en esas fotos. Pero no quiere darse por vencida. No, no quiere ser excluida de ninguna decisión, sobre todo para una cosa tan importante.

—Sí, te sienta bien, pero la elección que habíamos hecho me parecía más adecuada…, la del pelo largo.

—¡Vamos, no te hagas la dura, mamá! Ya verás como para entonces ya me habrá crecido. He vuelto antes porque esta noche tenemos la cena en Mangili, ¿no?

—No, la he aplazado hasta la semana próxima.

—¡Pero, mamá, podrías haberme avisado! ¡He vuelto pronto adrede porque teníamos que ir allí! Llámame por teléfono, ¿no? ¡Siempre llevo el móvil encima! ¡Me llamas para las cosas más estúpidas y, en cambio, no me avisas de esto!

—No te llamo nunca para cosas estúpidas.

—Sí, lo sé, pero tenía mucho interés en resolver este problema.

Babi resopla y se lleva las manos a la cintura. Cuando pierde la calma es como una niña. Sólo le falta ponerse a patalear.

—Babi, no seas así; iremos a Mangili la semana que viene…

—¡Sí, pero pronto! Quiero estar segura de ese Mangili… No lo hemos probado nunca, y no lo conoce nadie.

—Pero si hasta organiza cenas para el Vaticano.

—¡Sí, lo sé, pero ésos no salen nunca, no están acostumbrados a comer! ¿Qué sabrán si es bueno o no lo que les dan en el convento?

—Babi, tranquilízate. Ya verás como todo saldrá bien.

Raffaella intenta calmarla.

—Es sólo una cena…

—¡Sí, pero es mi cena, y para mí es importante! ¡Uno espera que no sea la última cena, pero sí que sea al menos la única cena!

Y diciendo esto, Babi se marcha y se encierra en su habitación con un portazo. Raffaella se encoge de hombros. Es normal que esté nerviosa en esa situación. Precisamente en ese momento se abre la puerta de casa y entra Claudio.

—¡Amor, ya he llegado!

—Menos mal. Pero ¿qué has hecho hasta ahora?

Claudio la besa apresuradamente en los labios.

—Perdona, he tenido que revisar unos expedientes en la oficina.

No puede decirle que ha revisado cada accesorio, los consumos y las fantásticas prestaciones del Z4. Y no sólo eso. También ha pedido una valoración prácticamente irrisoria de su Mercedes.

—Cámbiate la camisa y ponte también otra corbata. Rápido. Lo tienes todo preparado sobre la cama.

—Pero ¿no teníamos que ir a probar el catering de mi amigo Mangili? ¿Para qué tengo que cambiarme?

—Claudio, pero ¿dónde tienes la cabeza? Te he llamado a propósito esta mañana a la oficina. Me había olvidado por completo de que esta noche teníamos que ir a casa de los Pentesti. ¡Lo de Mangili lo he pasado a la semana próxima! Venga, arréglate, que ya llegamos tarde.

—Ah, sí, es verdad.

Claudio va a la habitación e intenta recuperar el tiempo perdido. Se quita la chaqueta y se desnuda con rapidez. Precisamente en ese momento, el móvil suena con insistencia. Claudio lo coge del bolsillo de la chaqueta. He ahí la respuesta a su mensaje. Lo lee, sonríe y apenas le da tiempo a borrarlo antes de que entre Raffaella.

—Date prisa y no pierdas tiempo con el móvil. ¿Quién era?

—Sí, perdona, era Filippo Accado, que me ha mandado un mensaje.

—¿Filippo? ¿Y desde cuándo os escribís mensajes?

—Oh, así se pierde menos tiempo.

Claudio se quita la camisa y se pone la limpia, desabrochándose sólo el cuello para ir más de prisa, pero también para esconder la cara.

—Nada, me decía que el lunes no se juega al bridge, que no sé qué ha pasado.

—Mejor. Entonces organizaremos para el lunes la prueba del catering en Mangili. Venga, date prisa, te espero en el salón.

Claudio acaba de ponerse la camisa y se derrumba en la cama. Nunca las había pasado tan canutas. Muy bien, ha caído también el bridge. Bueno, ha sido lo primero que se me ha ocurrido, a algo hay que renunciar. Se pone la corbata, se levanta el cuello de la camisa y prepara el nudo. ¿Y si en casa de los Pentesti estuvieran también los Accado? Ostras, no había pensado en eso. ¿Y si Filippo, que es un zopenco, no lo entendiera a la primera? Ya le parece estar oyéndolo: «Pero, Claudio, ¿qué dices? Yo no te he mandado ningún mensaje». Y en ese momento querría no ir a la fiesta. Se ata alrededor del cuello la elegante corbata azul elegida por Raffaella. Después se mira al espejo, y por un momento esa corbata le parece una terrible soga de ahorcado.