Lejos. Por la Aurelia, antes de Fregene, en Castel di Guido. Un viejo castillo abandonado ha sido reformado. Cincuenta grafiteros han pasado cinco días llenándolo de grafitti. Cinco proyectores con focos de toda clase para poder, en un instante, iluminarlo como si fuera de día. Dentro, tres consolas con doscientos altavoces de 100 kw repartidos a lo largo de los salones abandonados, arriba, en la rocas, en las habitaciones con los frescos antiguos ahora descoloridos por el tiempo, e incluso en los sótanos. Cinco mil velas distribuidas al azar entre el jardín y los interiores. Y por si eso no bastara, dos camiones con más de doscientos colchones aún envueltos en celofán. Sí, porque nunca se sabe… Y ese nunca se sabe, Alehandro Barberini no lo va a dejar escapar. Ésta es su noche. Por su veinte aniversario, su padre le ha regalado una tarjeta negra de Diners. ¿Y qué mejor ocasión para inaugurarla sino ésa? Doscientos mil euros, un suspiro, et voilà, ya está. Y Gianni Mengoni no ha dejado escapar la ocasión de un acontecimiento como ése. Es él quien ha tomado las riendas de la situación. Ha encargado más de mil botellas de bebidas alcohólicas y trescientas de champán, cuarenta y cinco barreños hinchables llenos de hielo y veinte camareros… ¿Por qué escatimar? Él, sólo por la organización, se ha hecho soltar una paga y señal de treinta mil euros. Ya cobrados: «¿Sabes?, con estos nobles un poco decadentes, ¡nunca se sabe!», le dijo al pobre Ernesto, que ha tenido que ocuparse en serio de toda la organización. Para Ernesto, en cambio, mil ochocientos euros y un palizón que dura desde hace más de un mes. Claro que, para él, esos mil ochocientos son un maná del cielo. Quiere llegar al corazón de la bella Madda. Hace un mes que tontean pero aún no se le ha entregado. Esta noche cree que lo conseguirá. Le ha comprado el chaquetón que tanto le gustaba, mil euros a tocateja por una prenda de piel rosa, anticuada y arañada. Pero si ella está contenta…, él también. El paquete lo ha escondido en el coche y cuando vuelvan al final de la velada, al alba, o cuando, cuando… Ya le parece ver su sonrisa, esa sonrisa que le impresionó tanto, que lo convenció para contratarla como ayudante también para esa noche. Y por sólo quinientos euros. En definitiva, si todo va bien, al final de la noche Ernesto se embolsará trescientos euros pero tendrá a cambio algo que no tiene precio. Ciertas alegrías no entienden de ceros.
—Dani, pero ¿dónde te has metido? Llevo una hora esperándote fuera.
—Ya lo sé, pero hemos tenido que dejar el coche al fondo. Siempre tiene miedo de que se lo rayen.
—¿Por qué?, ¿con quién has venido?
—¿Cómo que con quién? ¡Ya te lo dije, con Chicco Brandelli!
—¡No me lo puedo creer!
—Pues cuando yo digo algo es verdad.
—Pero aún dura… ¡Pero si ése se ha fijado en ti sólo para vengarse de tu hermana!
—Mira que eres ácida. Pues, conmigo es encantador. Además, ¿a ti qué te importa? Giovanni Franceschini, el que siempre tiraba los tejos a esa de tercero A, ¿cómo se llama?
—Cristina Gianetti.
—Eso. ¿No salió después con la hermana pequeña cuando la conoció?
—¡Sí, porque la primera es una monja redomada y la otra dicen que hace unos numeritos que, comparada con ella, la estrella del porno Eva Henger es aburrida!
—Bueno, pues a mí Brandelli me gusta un montón y, además, ya te lo he dicho, dentro de cuatro días es mi cumpleaños y ya está decidido.
—¿Todavía con esa historia? ¡Pero si a los dieciocho años no se caduca! Estás obsesionada. ¿Qué te importa si tu primera vez es dentro de dos años?
—¿Dos años? Pero ¿estás loca? ¿Y cuándo recupero el tiempo perdido? ¿Cómo puede ser que ahora que me he armado de valor me desanimes así? Además, perdona, ¿tú cuándo lo hiciste?
—A los dieciséis.
—¿Ves?, y encima hablas por hablar.
—¿Y qué tiene que ver?, si yo salía con Luigi desde hacía dos años. Mira, no me agobies.
—Chicco Brandelli me gusta un montón y esta noche he decidido hacerlo con él. ¡Haz de amiga por una vez!
—Pues precisamente por eso te lo digo, porque soy tu amiga.
Dani se vuelve y lo ve de lejos.
—Venga, basta. Ya llega. Vamos, entremos y no hablemos más de esto.
—Hola, Giuli.
Chicco Brandelli la saluda con un beso en la mejilla.
—Qué bien te veo, hace mucho que no coincidíamos. Estás muy guapa… Así, ¿ha sido buena idea encontrar entradas para esta noche? ¿Estáis contentas, muñecas? Venga, entremos.
Chicco Brandelli coge de la mano a Daniela y va hacia la entrada. A sus espaldas, Giuli cruza la mirada con Daniela y se burla de Brandelli, imitándolo: «Muñecas…». Después hace una mueca de asco como diciendo: «Dios mío, es terrible». Daniela desde detrás, sin que se note, intenta darle una patada. Giuli se aparta riendo. Chicco atrae de nuevo a Dani hacia sí.
—¿Qué hacéis? Vamos, sed buenas, siempre estáis jugando. Entremos.
Se acerca a los cuatro porteros, unos tipos enormes, de color, con el pelo rapado y rigurosamente vestidos de negro. Uno de ellos comprueba las entradas. Después asiente al ver que todo está en orden. Aparta un cordón dorado para dejarlos pasar. La pequeña comitiva entra, seguida de otros chicos que acaban de llegar.