Dos

La puesta de sol tiñe de naranja algunas nubes esparcidas aquí y allá. Una luna ya pálida en el cielo se esconde entre las últimas ramas de un árbol frondoso. Ruidos extrañamente lejanos de un tráfico algo nervioso. De una ventana llegan algunas notas de una música lenta y agradable, el sonido de un piano que mejora con el tiempo. Ese mismo chico, más mayor, prepara los próximos exámenes para la especialización. Un poco más abajo, las líneas blancas del campo de tenis resplandecen bajo la palidez lunar y el fondo de la piscina vacía espera triste como todos los años el próximo verano. También esta vez ha sido vaciada demasiado temprano por un portero demasiado estricto. En el primer piso del bloque de apartamentos, entre plantas cuidadas y lindes señaladas por una valla de madera, una chica se ríe.

—Daniela, ¿has acabado ya con el teléfono? ¡Tenéis un móvil, vuestro padre os lo recarga prácticamente a diario! ¿Por qué usáis siempre el fijo?

—Mamá, ¿acaso no sabes que aquí no hay cobertura? ¡Sólo en el salón, y allí estáis vosotros escuchando!

—Es que resulta que nosotros también vivimos en esta casa.

—Vale, mamá. Estoy hablando con Giuli. Acabo de contarle una cosa y cuelgo.

—Pero si la has visto esta mañana en el colegio. ¿Qué puede haber pasado desde entonces, eh? ¿Qué tienes que contarle?

Daniela tapa el auricular con la mano.

—Aunque fuera lo más estúpido del mundo, me gustaría ser yo quien decidiera si quiero contárselo a todo el mundo o no, ¿de acuerdo?

Daniela se vuelve y le da la espalda a Raffaella pensando que así tiene de alguna manera la razón. La madre se encoge de hombros y se aleja. Daniela comprueba por el rabillo del ojo que se ha quedado sola.

—Giuli, ¿has oído? Tengo que colgar.

—Entonces, ¿cómo quedamos?

—Nos vemos allí.

—¡No… no hablaba de eso!

—Oye, está decidido. —Daniela mira preocupada a su alrededor—. Éste no es un buen momento para hablar, con todos dando vueltas por la casa.

—¡Pero, Dani, es una cosa demasiado importante! ¡No puedes decidirlo así…, en frío!

—Escucha, ¿no podemos hablar directamente en la fiesta?

—Bien, como quieras. Entonces nos vemos allí dentro de tres cuartos de hora. ¿Te parece?

—¡No, al menos necesito una hora y cuarto!

—Vale, adiós.

Dani cuelga el teléfono. A veces, Giuli es imposible. ¿Es que no entiende que a veces una necesita esa media hora de más? Tengo que estar perfecta, guapísima. En la vida sucede pocas veces que una tenga que prepararse para una noche como ésta. Es más —se ríe para sus adentros—, no sucede nunca. Por lo general, «eso» ocurre precisamente cuando menos te lo esperas. Después se va a su habitación, indecisa por primera vez sobre qué ropa interior ponerse. Se siente distinta, extrañamente insegura. Después se tranquiliza. Es normal sentirse así, una no puede estar segura de cómo saldrá la primera vez que se hace el amor. Respira hondo. Es cierto. Lo único de lo que estoy segura es de que lo haré esta noche y con él. Raffaella se cruza con ella por el pasillo precisamente en ese momento.

—Daniela, ¿se puede saber en qué estás pensando?

—En nada, mamá… tonterías.

—Pues entonces, si son tonterías, ¡piensa en algo más importante!

Por un instante Daniela querría decirle de todo. Su decisión es importante y sobre todo irrevocable. Luego lo piensa mejor y entiende que acabarían mal.

—Cierto, mamá, tienes razón.

Al fin y al cabo, no vale la pena discutir con ella. Se sonríen. Después Raffaella mira el reloj de péndulo que hay en el salón.

—Oh, no tiene remedio. Le había pedido a tu padre que volviera antes: tenemos que ir a casa de los Pentesi, que viven en Olgiata. Pero no hay ni una sola vez que me dé una satisfacción…