Cuarenta y tres

Giuli mira a Daniela con la boca abierta.

—¡Cierra la boca, que me haces sentir aún más culpable!

Giuli la cierra. Después traga saliva e intenta recuperarse.

—Sí, entiendo… Pero ¿cómo es posible?

—¿Cómo es posible? Pues tendrías que saberlo, porque tú también lo has hecho, y antes que yo. ¿Quieres que te lo explique?

—No, tonta, eso lo sé; en todo caso eres tú la que no lo sabe. Decía que cómo es posible que te quedaras embarazada.

—Oye, Giuli, te ruego que no digas eso, estoy fatal. Por favor… Y piensa que te lo estoy diciendo a ti…, ¡imagina cuando se lo cuente a mis padres!

—¿Por qué? ¿Se lo vas a decir?

—Pues claro que se lo diré, ¿qué quieres que haga?

—Pero si no es nada. Basta sólo un día en el hospital y el problema, plof, desaparece. ¿Entiendes?

—Pero ¿qué dices, estás loca? Yo quiero tener el bebé.

—¿Quieres tenerlo? ¡Entonces estás completamente loca!

—Giuli, no me esperaba esto de ti. Me obligas a ir todos los domingos a misa contigo y luego… ¡tienes el valor de decir una cosa como ésa!

—¡Oh, perfecto, ahora me sueltas el sermón a mí! Quisiste hacerlo como fuera antes de los dieciocho porque te sentías como una desgraciada y has sido castigada, ¿lo ves? ¿El tuyo te parece un discurso religioso? ¡Pero, por favor! De todos modos, haz lo que te parezca, es tu vida.

—Te equivocas. Es también su vida. ¿Ves?, es en eso en lo que no piensas. Ahora hay otra persona además de mí.

—Y en todo lo demás tú sí piensas, ¿verdad? Por ejemplo, ¿se lo has dicho a él?

—¿A quién?

—¿Cómo que a quién? ¡Al padre!

—No.

—¡Perfecto! ¿Y no has pensado en cómo se lo tomará Chicco Brandelli cuando reciba la noticia, eh? No, no lo has pensado…

—No, no lo he pensado.

—¡Pues claro, a ti no te importa nada! Estoy convencida de que al pobre le dará por suicidarse.

—No creo que él sea el padre.

—¿Qué? ¿Y de quién es? Entiendo… Te lo ruego, dime que no es Andrea Palombi. Pero si se ha convertido en un monstruo, es terrible, un desgraciado; piensa en cómo será ese pobre niño.

—Mi bebé será precioso, se parecerá en todo a mí…

—Eso no lo sabes, no puedes saberlo. Quizá, en cambio, salga idéntico a Palombi. Madre mía, si es así, yo no hago de madrina, ¡te lo digo ahora, yo no voy a ser la madrina!

—Oh, no te preocupes, no saldrá igual que él.

—¿Y por qué?

—Porque él no es el padre.

—¿Él tampoco es el padre? ¿Entonces quién es? Ostras, en un momento dado desapareciste de la fiesta, pero pensaba que te habías marchado con Chicco.

—No, sólo recuerdo que tomé un éxtasis blanco de la camella donde me mandaste tú, y luego…

—¿Un éxtasis blanco? ¡Tú te tomaste un scoop!

—¿Un scoop? ¿Y eso qué es?

—Pues claro que no recuerdas nada. Menos mal que no acabaste debajo del agua. ¡Eso te disloca, te quita los frenos inhibidores, haces de todo, te conviertes en la guarra más guarra del mundo y después, puf, no te acuerdas ni de cómo te llamas!

—Pues sí, creo que fue precisamente así… Creo…

—No me lo puedo creer, tomaste un scoop.

—Fue cosa de Madda, que quiso castigar de alguna manera a mi hermana.

—¡Sí, dejándote disfrutar a ti!

—Pero ella no podía saber que después estaría tan bien.

—Joder, siempre consigues asombrarme.

—Soy la monda, ¿eh?

—Pues la verdad… Pero ¿cómo puede ser que no te acuerdes de nada, ni una pista?

—Nada, te lo juro, oscuridad total. ¡Fue bonito, sí, de eso me acuerdo!

Giuli se queda por un momento en silencio en el sofá. Después bebe un sorbo de agua, mira a Daniela y encuentra las fuerzas para hablar.

—Bueno, hay algo que sí puedo imaginarme…

—¿Qué?

—La cara de tus padres.

—Pues yo no.

—Creo que te dejarán la cara tan hinchada que ni siquiera te parecerás a ellos.

—No, yo creo que se lo tomarán bien. Es en este tipo de situaciones cuando se ve el verdadero amor de una familia, ¿no? Si siempre va todo estupendamente, ¿qué mérito tiene? En ese caso sería incluso demasiado fácil, ¿no?

—Sí, sí, claro. ¡A mí me has convencido, a ver si consigues convencerlos a ellos!

—Bueno… —Daniela se levanta del sofá—. Me marcho. Quiero decírselo esta misma noche; no soporto guardar el secreto por más tiempo. Será una liberación. Adiós, Giuli…

Se dan un beso en la mejilla. Después, Giuli la saluda, y mientras sale, le dice:

—¡Ya me contarás, eh! Y llámame si me necesitas.

—De acuerdo, gracias.

Giuli oye cómo se cierra la puerta de su casa. Sube el volumen de la televisión y se dispone a mirar la película. Al poco, la apaga. Decide irse a la cama. Una cosa es segura: después de la historia de Daniela, cualquier otra película es aburrida.