Cuarenta y siete

Raffaella detiene el coche en el patio del edificio. Su garaje está abierto. Claudio aún no ha vuelto. Mira el reloj: es medianoche. Eso significa que la partida de billar ha sido larga… Bueno, si eso trae trabajo, será para bien. Cierra el coche y mira hacia arriba. La luz de la habitación de Babi está aún encendida. Raffaella se dirige hacia el portal. No sabe por qué, pero últimamente no consigue estar nunca del todo serena. Quizá piensa demasiado. Alfredo está aún escondido en el jardín, detrás de una planta. Al verla, da un paso atrás y se oculta en la vegetación, en la oscuridad del jardín. Raffaella oye el crac de una ramita. Se vuelve de golpe.

—¿Hay alguien?

Alfredo casi deja de respirar. Está como inmóvil, paralizado. Raffaella busca frenética las llaves en el bolso, las encuentra, abre el portal y lo cierra de prisa tras ella. Alfredo se relaja.

Suspira aliviado y empieza a respirar de nuevo. No, así no puede seguir. Pero si la noticia es cierta, nada puede seguir.

—¿Babi, estás ahí? —Raffaella ve la puerta entornada y un haz de luz que sale de la habitación—. ¿Puedo?

Babi está en la cama, hojeando unas revistas.

—Hola, mamá. Perdona, no te he oído llegar. Mira, he escogido éstos, ¿te gustan?

Le enseña algunas fotos.

—Mucho… Acabo de llevarme un susto de muerte. He oído un ruido entre la maleza, junto al portal…

—Ah, no te preocupes, es Alfredo.

—¡¿Alfredo?!

—Sí, hace dos días que se esconde por la noche ahí detrás.

—Pero no puede hacer eso, asusta a la gente. Además, la próxima semana doy una cena aquí, en casa. Muchos de los invitados lo conocen, ¿qué pensarán si lo ven ahí?

—Qué más da. —Pero al ver que Raffaella sigue en sus trece, Babi continúa—: Vale, si la semana que viene sigue igual, hablaré con él, ¿de acuerdo, mamá? —Le pone delante otra revista—. Mira, Smeralda me ha ayudado a elegirlos. Cogeremos éstos: espigas y semillas, que traen buena suerte, ¿de acuerdo?

—Sí, pero…

—No, mamá. Has salido y te has ido a jugar, lo sé. Basta, ya hemos decidido, ¿no? Si no, no avanzamos nunca. Te lo pido, estoy preocupada, creo que aún está todo en el aire, por favor…

Raffaella la mira y sonríe.

—De acuerdo, Babi, me parecen perfectos.

La ve relajarse, quedarse más tranquila.

—¿En serio?

—Sí, en serio.

—¿Seguro que no me lo estás diciendo sólo para que esté contenta?

—No, de verdad que son los más bonitos.

Babi está radiante. Raffaella decide hacerse un regalo ella también.

—Oye, Babi, quería preguntarte algo.

—Sí, dime.

—¿Te acuerdas de aquella vez que papá tenía que quedar con Step, que tenía que decirle que dejara de verte?

—Mamá, ¿aún estás pensando en esa historia? Han pasado más de dos años, estamos decidiendo algo muy importante y tú aún piensas en eso…

—Lo sé, lo sé, pero no es que piense, es sólo una curiosidad. ¿No recuerdas si esa noche, por casualidad, jugaron al billar?

—¡Sí, claro que me acuerdo, y ganaron! Me parece que doscientos euros.

—¿Y con quién estaban?

—¿Cómo que con quién estaban?

Babi mira de hito en hito a su madre. La ve extraña, absorta. Sonríe sacudiendo la cabeza.

—Mamá, ¿tú crees que a tu edad tienes que estar celosa?… ¡Vamos, mamá!

—Perdona, tienes razón. Es que compró un taco de billar hace algún tiempo, pero parece ser que fue para regalárselo a alguien.

—En ese caso, ¿qué hay de malo? ¡Además, creo que ese local ya lo cerraron!

Ante la noticia, Raffaella se tranquiliza del todo.

—De acuerdo, tienes razón. Bien, enséñame las demás cosas bonitas que has elegido.

Abre la revista y Babi le señala sus preferidas.

—Mira, éstas me gustan muchísimo, pero me parece que son caras.

Precisamente en ese momento, Daniela aparece en la puerta.

—Mamá, tengo que hablar contigo.

—Dios mío, no te había oído, me has asustado. Esta noche la habéis tomado todas conmigo. De todos modos, ahora no puede ser, Daniela: estamos decidiendo cosas importantes.

—Creo que la mía es mucho más importante. ¡Estoy embarazada!

—¿Qué? —Raffaella se levanta de la cama, seguida de Babi—. ¡¿Es una broma?!

—No, es verdad.

Raffaella se lleva las manos a la cabeza y pasea arriba y abajo por la habitación. Babi se deja caer en la cama.

—Precisamente ahora…

Daniela la mira.

—Precisamente ahora, precisamente ahora…, ¿quieres parar? ¡Perdóname si he elegido un mal momento!

Raffaella se le acerca y la zarandea.

—Pero ¿cómo es posible? ¡Ni siquiera sabía que salías con un chico! —Después entiende que la está tratando con demasiada dureza. Entonces deja caer los brazos y le hace una caricia—. Me has cogido desprevenida. Pero ¿quién es él?

Daniela mira a su madre y después a Babi. Las dos esperan su respuesta. Ellas también tienen la boca abierta en aquella espera espasmódica, exactamente como Giuli. Pero ellas se lo tomarán mejor, estoy segura. Al menos mi madre. Giuli se sorprenderá de su reacción, lo sé.

—Pues, mamá, verás… hay un pequeño problema…, es decir, para mí no es ningún problema, y espero que no lo sea tampoco para vosotras.

Precisamente en ese momento, Claudio acaba de entrar en el piso. Ha visto el coche de Raffaella y el de Babi aparcados, e incluso la Vespa. Están todas en casa. Ya deberían estar durmiendo. Su velada ha sido perfecta…, más aún, muy distinta de El buscavidas o del dudoso Nuti. Ha sido la partida de billar más bonita de su vida. Pero no le da tiempo a acabar de pensarlo cuando un grito rompe su velada. Un grito en la noche, una sirena, una alarma. Peor: el chillido de Raffaella. Claudio pasa revista a todas las posibilidades: han llamado del hotel porque hemos hecho demasiado ruido; nos ha visto una amiga suya que la odia y se lo ha contado todo; nos ha puesto un detective de pacotilla que acaba de darle las fotos… Pero no se le ocurre nada más que huir. Demasiado tarde. Raffaella lo ve.

—¡Claudio, ven en seguida, ven aquí! —Raffaella sigue gritando como una posesa—. ¡Ven a oír lo que ha pasado!

Claudio no sabe qué hacer. Obedece, totalmente dominado por ese grito que desmigaja toda posible reacción suya, toda certeza o todo intento de defensa.

—¿Quieres saber qué ha pasado? ¡Daniela está embarazada!

Claudio suspira aliviado. La mira. Daniela está callada. Tiene la mirada baja. Pero Raffaella no se detiene ahí.

—¡Y espera, espera! ¡La cosa no se acaba aquí! ¿Quieres oírlo todo? ¡Está embarazada y no sabe de quién!

Entonces Daniela levanta los ojos y mira a su padre, implorando cualquier clase de perdón, un poco de amor, solidaridad de cualquier tipo. Después está Babi, que mira desdeñosa a su hermana, pensando que ha decidido deliberadamente arruinar su momento. Y al otro lado de la habitación está Raffaella. También ella espera algo de Claudio. Un bofetón, un grito, una reacción cualquiera. Pero Claudio está completamente vacío. No sabe qué decir, qué pensar. En parte se siente aliviado. Por un instante ha temido ser descubierto. Entonces decide salir del paso, aunque está seguro de que lo pagará durante muchos años:

—Yo me voy a dormir. Perdonad, pero también he perdido al billar.