—¿Entonces?
Ele viene hacia mí y casi me salta encima. Parece enloquecida.
—Cuéntamelo todo, venga… ¿Qué hiciste?
Después me rodea con los brazos, casi torturándome.
—Estoy segura de que…
—¿Y tú cómo sabes qué he hecho?
—Lo noto… Lo noto… Sabes que yo soy sensible.
Se sienta circunspecta a mi lado.
—Sí, ya, sensible… Bueno, te lo cuento, pero no se lo digas a nadie, ¿eh?
Ele asiente, sonriendo, y abre de par en par los ojos; no cabe en sí de alegría.
—Hicimos el amor.
—¿Qué?
—Ya lo has oído.
—No te creo.
—Pues créetelo.
—Sí, claro, menuda bola acabas de soltarme.
—Bueno, de acuerdo, pues no hicimos nada.
—¡Sí, nada! No te creo.
—¿Ves? No me crees te diga lo que te diga.
—Vale, pero también hay un punto medio, ¿no?
—Sí, pero y si no fue así, ¿qué quieres?
—Quiero la verdad.
—La verdad ya te la he dicho.
—¿Cuál es?
—¡La primera!
—¿O sea, que follasteis?
—¿Por qué tienes que hablar siempre así?
—Porque es lo que hicisteis, ¿no?
Me mira ofendida, sin creerme aún.
—Entonces me has mentido.
—Está bien, pues follamos, hicimos el amor, hicimos sexo…, llámalo como quieras. Pero lo hicimos.
—O sea, que así, de repente, lo has hecho con él…
—¡Siií, ¿y con quién si no?!
—Bueno, como habías esperado tanto…
—¡Precisamente! Mira que eres boba. Cuántas veces me habrás dicho: «Hazlo, vete con ése (y me ponías delante a uno cualquiera), vete con aquél, pero ¿qué te importa?, si no te gusta no vuelves a verlo y ya está»; y ahora te quejas porque me he liado con Step. Eres rara de cojones.
—Es que me parece extraño… ¿Y cómo fue?
—¿Que cómo fue? Qué sé yo, no tengo con qué comparar.
—Bueno, quiero decir si te encontraste cómoda, si te hizo daño, si sentiste placer, de cuántas maneras lo hicisteis… ¿Dónde estuvisteis?
—Dios mío, no me lo puedo creer, pareces un río desbordado con todas esas preguntas.
—¡Lo soy!
—¿El qué?
—Un río desbordado.
—Está bien, estuvimos en el Capitolio. Allí empezamos…, y después nos trasladamos al Foro romano…
—¿Y allí te la metió?
—¡¡¡Ele!!! ¿Por qué siempre tienes que estropearlo todo? Fue precioso. Si sigues así, no te cuento nada más.
—Eh, si sigues así, seré yo quien te pediré los derechos.
No me lo puedo creer. Es su voz. Ele y yo nos volvemos de golpe. Están precisamente allí, sentados dos filas más atrás Step y Marcantonio. Lo han oído todo. Pero ¿desde cuándo están ahí? ¿Qué he dicho? ¿De qué he hablado? En una décima de segundo recorro rápidamente toda la última media hora…, mi vida, mis palabras. ¡Dios mío! ¿Qué le habré contado? Algo sí que he dicho. Pero ¿desde cuándo están ahí? Estoy perdida, acabada, me gustaría desaparecer debajo de la silla. Por otro lado, esto es el TdV, el Teatro delle Vittorie, el templo de la farándula. ¿Quién era ese muñeco? Provolino. ¿Cómo era su frase? «Bocaza mía, estate callada». Y si fuera la Carrà, querría hacer como el personaje de esa canción suya, Maga Maghella, y desaparecer. En cambio, cruzo mi mirada con Step, que levanta la ceja:
—Bueno, lo pasamos bien, ¿eh, Gin?
Sonríe divertido. No sé qué decir… No debe de haber oído tanto. Al menos, eso espero.
Marcantonio rompe ese dramático silencio.
—Bueno, ¿qué hacemos esta noche? Después de todos esos bonitos relatos podríamos ir a un privé. —Marcantonio me mira. Tiene una mirada muy intensa. Bromea. Al menos, eso espero…—. ¿Qué tal un intercambio de parejas?
Ele estalla en una carcajada, mirándome.
—Pues no estaría mal. ¡Contigo, Gin, una locura!
Marcantonio se acerca y me acaricia el pelo. Step permanece sentado en la silla y juega con el asiento haciéndolo balancearse hacia adelante y hacia atrás. Yo no sé qué hacer. Es como si me faltara la respiración. Me sonrojo, o al menos eso creo. Bajo los ojos, resoplo. Los pelos se me ponen de punta. Después ocurre el milagro.
—¿Entonces, todos listos? ¡Empezamos los ensayos!
Desbandada general ante las palabras del ayudante de estudio. O quizá del supervisor, no lo sé. Sea quien sea, me ha salvado. Salgo disparada pero un instante después vuelvo atrás. Lo veo desprevenido ante mi gesto, mejor así. Me acerco y lo llamo.
—¿Step?
Se vuelve. Le doy un beso suave en los labios. Ya está. Step me mira y esboza una sonrisa como sólo él sabe.
—¿Sólo eso?
No quiero darle la razón.
—Sí, sólo eso. Por ahora.
Y sin decir nada más, me alejo tranquila. El supervisor del estudio se acerca a Step.
—Qué carácter tiene esa chica, ¿eh?
—Sí, qué carácter.
—¿Cómo se llama?
—Ginevra, Gin para los amigos.
—Es tremenda.
El supervisor del estudio se aleja. Y yo, por si las moscas, lo vuelvo a llamar.
—Eh…
—¿Sí?
—Es verdad, es tremenda. Y es mía.