No me da tiempo a bajar. La noticia ha llegado antes que yo. Una extraña agitación ha vuelto febril el teatro. Parece que estemos en un improvisado directo. Todos corren de un lado para otro. Curiosos, enloquecidos, gritando, ansiosos por saber, ya dueños de una historia. La colorean como mejor les parece, añadiendo datos, exagerándolos, cambiando el principio, el final. «¿Te has enterado?». «Pero ¿qué ha pasado?». «Una pelea, un marroquí…, un polaco…, los albaneses de siempre…, un guardia ha disparado… ¿Hay heridos? ¡Todos!». Pregunto por Gin. Una chica me dice que se ha marchado a casa. Mejor. Voy hacia la salida. Tony viene a mi encuentro. También él parece nervioso. Debe de estarlo de verdad, ya que no lleva el cigarrillo en la boca.
—Vete, vete, Step. Está llegando la policía. —Parece el único que ha entendido algo—. Sea como sea, has hecho bien. Esos tres siempre me han caído como el culo.
Y se ríe divertido de su sinceridad. Él, simple portero en la entrada del embudo, se lo puede permitir. Voy hacia la moto. Oigo que me llaman.
—¡Step, Step! —Es Marcantonio, que corre hacia mí—. ¿Todo bien?
Me miro por un instante las manos ensangrentadas y, sin quererlo, me las froto. Qué extraño. No me duelen. Marcantonio se da cuenta. Lo tranquilizo.
—Sí, todo bien.
—De acuerdo, mejor. Entonces vete a casa. Yo me quedo aquí. Te llamo más tarde y te lo cuento todo, ¿Gin está bien?
—Sí, se ha ido a casa.
—Perfecto. —Después intenta desdramatizar—: ¿No será que no les ha gustado el trabajo que he hecho y te han arrojado los folios a la cara también a ti? ¿Sabes?, me sentiría culpable si todo esto hubiera pasado por mi culpa…
Nos reímos.
—No, les ha gustado mucho. Sólo tenían un pequeño cambio que hacer. Quizá hasta consigan decírtelo.
—Sí, quizá…
Vuelve a su actitud casi profesional.
—Bueno, este último programa puede incluso salir en antena sin cambios, ¿no?
—Sí, creo que sí. Sólo tienes que volver a imprimir esas hojas, las que les he subido se han estropeado un poco.
—Ah, ¿las hojas? Por lo que he oído, son ellos los que están estropeados, y no sólo físicamente. Es una fea historia. Ya verás como sales bien parado.
Arranco la moto.
—Gracias, Marcantonio. Nos llamamos.
Meto primera y me alejo. ¿Bien parado? Pero ¿de qué? Sinceramente, me da igual. Gin está bien, eso es lo que me importa.
Algo más tarde. Estoy en casa y la llamo. Hablamos por teléfono. Aún está nerviosa. Ha hablado con sus padres. Se lo ha contado todo. Habla despacio. No ha recuperado toda la fuerza. Oigo sus palabras algún tono más bajo que de costumbre. Pero es normal.
—Por suerte ha llegado un chico que me ha salvado, eso les he dicho a mis padres.
Se ríe un poco. Y eso me alegra. Me da por pensar: «No has dicho ha llegado mi chico…». Me parece demasiado. Aún es pronto para bromear sobre ello… Sigo escuchándola tranquilo.
—Me han dicho que los denuncie. Tú harías de testigo, ¿verdad?
—Sí, claro.
Me divierte haber cambiado de papel. Me había hartado de la película de costumbre donde siempre interpretaba el mismo personaje. Bueno, de imputado a testigo. Y además, de parte de la justicia. ¡Contra el sistema! No está mal. Aunque tendría que empezar a cambiar de género, porque mis películas siempre tratan de juicios…
La escucho aún un rato. Después le aconsejo que se tome una tila y que intente descansar. No me da tiempo a colgar cuando el teléfono empieza a sonar. No me apetece contestar y además está Paolo, o sea, que quizá es para él.
—Ya voy.
Parece contento de contestar.
—Claro.
Pasa por delante de mí. Asiento y decido darme una ducha. Mientras me desnudo, entiendo que no era para él. Lo oigo hablar en el salón.
—¿Cómo? ¡En serio! ¿Y cómo están? Ah, nada grave… ¿Cómo que gravísimo? Ah, bastante grave. Me estaba preocupando… Pero ¿cómo ha pasado? Ah… ¿Cómo? ¿Qué quieren invitarlo al programa de Mentana? Ah, ¿y también a «Costanzo Show»? ¿Y al de Vespa? Pero habrá tenido una razón para hacer lo que ha hecho… —Por el tono entiendo que intenta salvarme—. Bueno, él es así… Ah…, ¿dice que ha hecho bien? ¿Cómo? ¿Qué quieren presentarlo como un héroe? Ah, una especie de héroe, un paladín, el justiciero en el trabajo… Bueno, no sé si aceptará… No, yo no soy su agente…, sólo soy su hermano.
Me dan ganas de reírme y me meto en la ducha. Qué idiota, Paolo; podría haber dicho que era mi agente. Hoy en día todos los hermanos hacen de agentes de los divos. Sólo hay un problema. Abro más el grifo del agua caliente. Yo no soy un divo y no tengo intención de serlo. Pero sobre esta última decisión mía nadie parece estar de acuerdo conmigo.
Al día siguiente, a las siete de la mañana, el teléfono empieza a sonar. Llegan las preguntas más absurdas. Una tras otra. Se presentan todas las radios, las más diversas televisiones, invitaciones para toda clase de programas, de cualquier formato, de cualquier género, a cualquier hora, sobre cualquier tema. Y después más periodistas, críticos, comentaristas, simples curiosos… Y Paolo les contesta a todos. Después de la ducha de anoche, mi hermano quiso saber la historia con pelos y señales… Me tuvo más de una hora en un pseudointerrogatorio, aunque ofreciéndome, en lugar de la lámpara de costumbre en la cara, un plato de espaguetis. No estuvo mal. Cocina bien, mi hermanito. Hablé y comí con gusto. También tomé una buena cerveza helada. La necesitaba. Desayuno mientras lo miro. Está al teléfono. Lo anota todo y contesta; apunta los números de teléfono, las citas, los horarios para participar en eventuales programas.
—Ah, enviarán al chófer. Sí, sí… ¿Y cómo retribución? Mil quinientos euros… Sí… No… No… De acuerdo… Aunque en «Fatti e fattacci» nos han ofrecido dos mil quinientos…
Me mira sonriendo y me guiña el ojo. Sacudo la cabeza y muerdo el croissant. He oído decir que, por lo general, son los abogados cansados del derecho los que se convierten en representantes. Pero un asesor financiero que se hace representante… Eso no lo he oído nunca, aunque podría ser una buena idea.
El abogado que se hace representante en el fondo parte de un concepto del derecho y de la justicia para después perderlo de vista. En cambio, el asesor financiero no. El asesor financiero parte del concepto de fisco, fraude y ahorro, y haciéndose representante no hace más que perfeccionarlo. Mi hermano. Seguro que sería un excelente agente, pero yo sería un pésimo divo.
—Adiós, Pa, yo salgo.
Paolo se queda así, con el teléfono suspendido en el aire y la boca entreabierta.
—No te preocupes, voy a ver a Gin.
Y parece entenderlo.
—Sí, sí, claro.
Lo veo precipitarse en seguida sobre la hoja. Hace una suma rápida de las que podrían ser sus hipotéticas ganancias. Después me mira y en un instante ve cómo se esfuman. Cierro la puerta. Estoy seguro de que está pensando en el día de fiesta que ha cogido en la oficina. Mi hermano. Mi hermano, el asesor financiero que se convierte en mi representante. Qué absurda es la vida.