Catorce

Babi, ¿dónde te has metido? Una bonita canción decía que es fácil encontrarse incluso en una gran ciudad. Hace días que doy vueltas. Sin querer, la busco. Esa canción se ha burlado de mí. No hay ni rastro de ella. Sin darme cuenta, me encuentro debajo de su casa. Fiore, el portero, no está. La barrera está bajada. Hay una nueva tienda de ropa allí cerca, donde antes había un garaje. Incluso Lazzareschi ya no está. Hay un nuevo restaurante, Jacini. Elegante, completamente blanco. Es como si alguien quisiera obligarnos a mejorar. Pero yo me quedo así, tal como soy, con mi cazadora Levi’s algo rota y la moto con los tubos de escape flojos.

—Oye, pero ¿tú no eres Step?

Me vuelvo y no puedo creerlo. ¿Ésta quién es? Estoy sentado en la moto delante del quiosco cuando se me acerca una cría con el pelo castaño claro, aire divertido, de impunidad, y los brazos en jarras, como si no la hubiera entendido.

—¿Entonces, eres o no eres?

—¿Y quién eres tú?

—Me llamo Martina. Vivo aquí, en los Stellari. ¿Y bien?

—¿Por qué me lo preguntas?

—¿Qué pasa, tienes miedo de contestar?

Casi me hace reír, es valiente. Tendrá unos once años.

—Sí, soy Step.

—¿De verdad eres Step? No me lo creo, no me lo creo. No me lo puedo creer… No me lo creo…

La miro divertido. Soy yo quien no puede creerlo.

—¿Entonces?

—Tú quizá no te acuerdes de mí… Debió de ser hace dos años, yo estaba en la escalera del bloque con dos amigas mías y estaba comiendo pizza con tomate y tú subías corriendo y dijiste «Hum, esa pizza tiene buena pinta», y yo no te contesté pero pensé un montón de cosas, ¡y te hubiera dado un poco!

—A lo mejor tenía hambre…

—No, pero eso no tiene nada que ver.

—No estoy entendiendo nada…

—Quería decirte que para mí, mejor dicho, para nosotras, hiciste algo genial. Mis amigas y yo, te lo juro, siempre hablamos de esa inscripción en el puente de corso Francia… «Tú y yo… A tres metros sobre el cielo». Madre mía, siempre lo decimos… ¿Cómo se te ocurrió? Quiero decir, ¿de verdad la hiciste tú?

No sé qué contestar, pero no importa, porque no me da tiempo.

—Quiero decir que, para mí, es la frase más bonita del mundo. Cuando mamá me acompañaba al colegio la miraba. ¿Pero sabes que luego alguien hizo esa misma inscripción en otro lado? ¡O sea, que te han copiado! La frase está también en otros sitios de Roma. Te lo juro, es una pasada, ¡está en un montón de sitios! ¡Y una amiga mía, este verano en la playa, me dijo que la había visto también en su ciudad!

—La verdad es que no pretendía empezar una moda.

Imagino por un instante que si ahora pasaran mis amigos, los de antaño, y me vieran aquí entretenido con esta cría… Pero, sin embargo, me gusta.

—Bueno, de todos modos es una pasada. Todas soñamos con un chico que escriba una frase así para nosotras. ¡Pero no es fácil encontrar a un tipo así!

Me mira y sonríe. En su opinión, me ha hecho un cumplido.

—¿Ves a ese de allí…?

Me señala, disimulando, a un chico cerca de la salida del bloque. Está sentado en la cadena que va de un pilar al otro. Se balancea empujándose con sus gruesas zapatillas de deporte. Lleva el pelo largo, recogido en una especie de cola con una goma de color en la punta, y es un poco gordito.

—Se llama Thomas, me gusta un montón y él lo sabe.

El tipo la ve y sonríe de lejos. Levanta la barbilla como para saludarla. Parece intrigado porque Martina esté hablando con un chico mayor.

—Sí, yo creo que lo sabe. Hace a propósito el imbécil con mis amigas, ¡y me da una rabia! Si pillo a quien se lo dijo… Pero como no estoy segura… ¿Cuándo se le ocurrirá una inscripción tan bonita como la tuya a ese de ahí, eh?

Miro a Martina y pienso en todo lo que le queda por vivir. En lo bonito que será su primer amor, en lo que será, en lo que no esperas nunca que pueda acabar siendo.

—Como mucho hace grafitti estúpidos para el equipo de fútbol… ¿Sabes una cosa? Esto te lo tengo que contar. Una vez, mi padre y mi madre, que hace un montón de tiempo que están juntos, al menos, desde poco antes de que naciera yo, bueno, pues un día estaban peleándose como locos en casa. Yo estaba en mi habitación y los oía, y en un determinado momento, mi madre le dijo a mi padre: «Lo tuyo no es amor. Sopesaste un par de cosas y viste que yo era una buena chica y que podía servirte… Pero el amor no es eso, ¿entiendes? El amor no es como hacer las cuentas en el colmado. El amor es cuando haces una locura, como esa inscripción del puente. “Tú y yo… A tres metros sobre el cielo”. Eso, eso es amor». Le dijo eso, ¿lo entiendes? Bonito, ¿no? ¿Eh? ¿Qué piensas, Step? Tiene razón mi madre, ¿verdad?

—Esa inscripción era para una chica.

—Claro, ya lo sé, ¿cómo no?, era para Babi. Vive aquí, en los Stellari, en la puerta D, la conozco y la veo de vez en cuando. Ya sé que era para ella, ¿qué te crees?, lo sé todo.

Empieza a incordiarme. ¿Qué puede saber? ¿Qué sabe? No quiero saberlo.

—Bueno, gracias, Martina, ahora tengo que marcharme.

—Mis amigas y yo decíamos siempre que era muy afortunada. Además, una inscripción así… Yo a un chico que me dedica una frase como ésa no lo dejaría nunca. ¿Te puedo hacer una pregunta?

No me da tiempo a contestar.

—¿Por qué lo dejasteis?

Me quedo un momento en silencio. Después arranco la moto. Es lo único que puedo hacer.

—No lo sé. Si tuviera la respuesta, te juro que te la daría.

Parece desilusionada de verdad. Después, es presa en seguida de su alegría.

—Bueno, de todos modos, si pasas otra vez por aquí quizá podamos comer juntos un trozo de pizza con tomate, ¿eh?

La miro y le sonrío. Yo y Martina, once años, comiendo pizza. Mis amigos se volverían locos. Pero no se lo digo. Al menos ella, a su edad, que se mantenga aferrada a sus sueños.

—Claro, Martina, si paso por aquí…