* * *

Dos días después del entierro del querido Tom, la quietud en la casa era tan densa que a veces no se podía respirar a pesar de una corriente cálida que pululaba en su interior llamada Lexie. En esos días Victoria y Bárbara fueron el motor de la casa, olvidándose de condes y contratos. Preocupándose solo porque todos se recuperaran y volvieran a sus vidas lo antes posible, algo difícil, pero que tenían que intentar.

Rous volvió a ser la misma chica esquiva y huraña del principio. Ona apenas hablaba, sólo trabajaba sin sentido de sol a sol, preocupándose por Geraldina, la vaca, e intentando no pensar en lo que había perdido. Pero ¿cómo no pensar en Tom? Aquella granja era todo él. Su casa, sus tierras e incluso su vaca.

Robert, hundido por la pérdida de su abuelo y por el frío distanciamiento de Bárbara, se trajo a Lexie a una de las casitas que había junto a la granja, su casa. Necesitaba tenerla cerca y saber que estaba bien en todo momento. Niall, más callado de lo normal, se estaba volviendo loco mientras ubicaba en su cabeza las prioridades a seguir, e intentaba pensar cómo hubiera solucionado su abuelo lo que se le avecinaba con Victoria.

Aquella tarde Victoria vio merodear a Set por la granja. La actitud del muchacho le indicaba que buscaba a Rous pero ella entristecida, no se dejaba ver.

—¿Tú también crees que Set ha venido a por Rous? —preguntó Victoria sentada junto a Bárbara en los escalones de entrada mientras fumaba un cigarrillo.

—Por su manera de mirar a todos lados yo diría que sí —pero decidió cambiar de tema—. ¿Cuándo te quitarás los puntos de la frente?

—En un par de días.

Ya no llevaba el gran apósito que Greg le puso al principio. Sólo uno pequeño que le cubría la zona y nada más.

—¿Tú cuándo me vas a contar lo que ha pasado con Robert?

—De ese tema prefiero no hablar —respondió Bárbara.

No muy lejos de ellas, Ona junto a Robert y Niall, mantenían una conversación.

—Es por su hija, ¿verdad? —dijo Victoria mirando a la niña correr junto a Stoirm.

—En parte sí.

—Lo más curioso es lo bien que han guardado todos el secreto. ¿No crees?

«Si tú supieras» pensó Bárbara, resignada a que pronto aquello se aclararía.

—Sí, Vicky —respondió—. Aquí saben guardar muy bien los secretos.

—Bárbara, no soy quién para decirte esto, pero intuyo que Robert es un tipo excelente —al decir aquello, su hermana la miró con la frente fruncida—. Ya sé… Ya sé que nunca te he hablado bien de él, pero el tiempo que llevamos aquí ha hecho que me dé cuenta de cosas, y creo que estaba equivocada con él.

—Tú tienes fiebre —se mofó Bárbara al escucharla.

—No, tonta. En serio —sonrió Victoria—. Para mí, el haber conocido a estas personas me ha dado que pensar. Creo que he estado equivocada muchos más años de los que yo creía.

—No lo dudo —suspiró Bárbara consciente de la ceguera de su hermana.

—Pero ¿sabes?, creo que este lugar, y en especial sus gentes, son lo más verdadero que conoceremos nunca.

—¡Oh, Dios! —suspiró Bárbara a punto de estallar—. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo contigo. Creo que este lugar es más falso que un bolso de Prada comprado en el mercadillo de Majadahonda.

—¿Por qué dices eso? —preguntó extrañada mientras apagaba el cigarrillo.

—Vamos a ver, Vicky —dijo mordiéndose la lengua—. ¿Realmente conocemos a estas personas? ¿Acaso te has parado a pensar qué sé yo de Robert o tú de Niall?

—Vale, te capto. Entiendo que Robert ha sido un gran mentiroso por ocultarte cosas tan importantes como su viudedad y la existencia de Lexie. Pero también creo que tienes que mirar el fondo de la persona, y el fondo de Robert, aunque me ha costado encontrarlo, es excelente.

—Es un angelito recién caído del cielo —se mofó con amargura Bárbara.

—No entiendo qué ha pasado entre vosotros, pero sea lo que sea seguro que se puede solucionar. No puede ser tan horripilante —sonrió y vio a su hermana con los ojos vidriosos—. A ver tontuela. ¿Por qué lloras?

—Porque me da rabia que todas las cosas malas te pasen a ti.

—Quizás mi suerte comience a cambiar.

—Lo dudo —señaló Bárbara, al ver cómo Ona se llevaba las manos a la cabeza.

—¿De qué hablarán aquéllos? —señaló Victoria—. Ona parece enfadada.

—Uff… Vicky —susurró Bárbara que sí estaba segura de qué trataba su conversación—. No lo sé, pero creo que no tardaremos en saberlo.

Lexie, cansada de correr con Stoirm, se acercó hasta ellas, y sin dudarlo, se echó a los brazos de Bárbara que la acogió con una sonrisa.

—Bárbara —preguntó la niña— ¿vendrás está noche a cenar a la cabañita?

—No, cariño —respondió con tristeza—. No puedo.

—Estás enfadada con papi ¿verdad?

—Un poquito —sonrió Bárbara incómoda, al sentir cómo Victoria las observaba.

—Papi me contó que habíais discutido y que él ya te había perdonado. ¿Por qué no le perdonas tú?

—Esto es el colmo —Bárbara se levantó de un salto—. Tú padre es… es… —y mirando a la niña dijo en tono de orden—. Lexie, quédate aquí sentada, voy a hablar con el idiota de tu padre.

Bárbara, saliéndole humo por las orejas, llegó hasta donde estaba Robert, y sin importarle la presencia de los otros dos comenzó a discutir. Ona y Niall al ver la situación se alejaron, aunque antes él se volvió hacia Victoria y tras dedicarle una sonrisa se marchó con Ona.

Victoria observaba incrédula a su hermana. ¿Qué le pasaba? Y sobre todo ¿por qué discutía con Robert?

Desde hacía días intuía que algo había ocurrido, pero no llegaba a entender todavía el qué. La situación era incómoda, y más cuando vio como a Lexie, las lágrimas le corrían por la cara como ríos.

Victoria no supo qué hacer, ¿debía abrazarla o quizá hablar con ella? Pero por más que pensaba, no sabía qué. Estaba acostumbrada a dirigirse a cientos de personas influyentes en reuniones de trabajo, pero llegado el momento, no sabía qué decirle a una niña de cinco años.

—Me encanta tu camiseta rosa —dijo por fin, viendo que llevaba impresa en la delantera la gatita Kitty.

«Perfecto» pensó Victoria. Si de algo sabía era de esa dichosa gata.

Cinco años atrás fue la encargada de crear una de las mayores campañas publicitarias de la gata, y para ello tuvo que conocer a Kitty como si fuera su hermana.

Pero la niña no contestó, y ni siquiera la miró.

—¿Sabes? —insistió mientras Stoirm se sentaba junto a Lexie—. Por mi trabajo conozco muchas cosas de Kitty ¿Sabías que su diseñadora fue una japonesa llamada Ikuko Shimizu? La creo para la firma Sanrió —la cría seguía sin prestarle atención, pero ella continuó—. Pero la que la lanzó al estrellato internacional fue Yuko Yamaguchi, una mujer muy lista que decidió que Kitty no debía ser ni sensual, ni violenta. Pues bien, Kitty se convirtió en un símbolo de la cultura Kawwaii en Japón y en el resto de Asia y en el año 1983 los Estados Unidos la nombraron embajadora de UNICEF. En 2004 la delegación de la Unión Europea en Japón la eligió como protagonista para promocionar el euro. Por cierto, su licencia está evaluada en un billón de dólares. ¡Qué barbaridad, por Dios! —exclamó Victoria mirando a la niña, que ahora sí había dejado de llorar, pero la miraba sin entender nada—. ¿Sabes? Kitty tiene una hermanita gemela que se llama Mimmy.

—Mimmy es muy guapa —dijo la pequeña extrañada.

«Por fin» pensó Victoria respirando.

—¿Sabes quién es Typpy? —preguntó Lexie.

—Claro que sí. Typpy es un osito cariñoso y con un corazón grande que está enamorado de Kitty y está como loco por ser su novio.

—También me gusta mucho Tiny Chum —indicó Lexie señalándose su camiseta.

—Oh, sí, ahí está —asintió Victoria—. Ese osito pequeño es un buen amigo de Kitty y Mimmy. ¿Verdad?

—Sí —sonrió la niña— y le gusta que le traten como si fuera su hermano pequeño.

—Y Tracy. ¿Conoces a Tracy? —preguntó Victoria, al ver que la llevaba en los coleteros.

—Sí —volvió a asentir tocándose las coletas—. Tracy es la mejor amiga de todos. Le encanta bromear y hacer que sus amigos se rían.

—Vaya… Lexie —sonrió Victoria—. Eres una gran entendida en el mundo de Kitty.

—Papi y el tío Niall me compran los cuentos —respondió la niña desplazando su trasero para acercarse a ella—. Y luego por las noches antes de dormir, papi me los lee.

—Eso es magnifico —suspiró al ver que la cría se levantaba y amenazaba con sentarse encima de ella mientras Stoirm las miraba atento.

—Tengo frío ¿Puedo sentarme encima de ti? —preguntó sin dejar de observarla con sus enormes ojos azules.

«NO», pensó Victoria.

—Bueno —murmuró contrariada—. Si no hay más remedio, siéntate.

Lexie, sin detectar la incomodidad que aquello representaba, se sentó en sus piernas, y dejando caer su cuerpo contra el de ella se recostó en su cuello. Aquella sensación era algo nuevo para Victoria. Desde hacía más de 20 años no había vuelto a tocar a un niño menor de dieciocho años, y a pesar de su inicial desagrado, la ternura que el cuerpecito de Lexie le estaba proporcionando le comenzó a gustar, por lo que abriéndose el enorme abrigo heredado de Tom la tapó. Stoirm, con cautela, se acercó a Victoria y al ver que ella no le decía nada, se enroscó a sus pies haciéndola sonreír.

«Increíble pero cierto» pensó Victoria, quien continuó hablando con Lexie.

Un buen rato después, cuando regresaron Robert y Bárbara, la comunicación entre Lexie y Victoria era alegre y fluida. Incrédula según se acercaba, Bárbara observó que la niña estaba acurrucada encima de su hermana, algo que en la vida hubiera imaginado.

—Si me pinchas no sangro —susurró Bárbara al ver la estampa.

—¿Por qué? —preguntó Robert algo más tranquilo al aclarar las cosas con ella.

Había costado hacerla callar, pero lo había conseguido, por lo que Robert, feliz, caminaba de la mano de Bárbara dispuesto a no soltarla jamás.

—Mi hermana, los niños y los perros eran algo incompatible.

—Has utilizado la palabra justa. ¡Eran! —sonrió Robert besándola en la frente.

—Hola papi —saludó la niña sacando la manita a través del abrigo—. ¿Sabes? Vicky conoce a todos los amigos de Kitty.

—¿En serio? —sonrió Robert—. ¿Estás segura de ello?

—Sí, papi —asintió la niña dejando los brazos de Victoria para ir a los brazos de su padre—. ¿Y a que no sabes lo más alucinante?

—Dime —señaló Robert divertido.

—Que Kitty está haciendo ganar una millonada de dinero a su creadora. ¿No es fantástico?

—¿En serio? —exclamó sorprendido Robert.

—Ah… si lo dice Vicky —afirmó Bárbara que guiñó el ojo a su hermana—, no lo dudes ni un segundo.

* * *

Al día siguiente a la hora de la comida, mientras sentadas en la cocina Lexie y Victoria hablaban con Ona y Rous sobre lo entendidas que eran las dos en cuanto al personaje de Kitty, la puerta se abrió y aparecieron Set y Doug.

—Buenos tardes, muchachos —saludó Ona.

—Buenos tardes Ona —respondieron los dos jóvenes al unísono.

—Hola, Rous —Set se dirigió hacia la muchacha, que bajó la mirada al suelo, y salió a toda prisa de la cocina.

—Ona —indicó Doug a la anciana—. Acabo de visitar a Geraldina, y he visto que tiene el abdomen en forma de pera. Para mi juicio está en fase prodrómica.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Victoria con curiosidad.

—Qué nuestra Geraldina va a tener su ternero en horas —respondió Ona al ver con tristeza cómo se marchaba Rous.

Victoria no quería ver más dolor en los ojos de la anciana, así que se levantó y alcanzó a la muchacha a mitad de las escaleras.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te vas?

Como la chica no la miraba, Victoria le levantó la barbilla.

—Quiero que me contestes. ¿Qué te pasa?

—Me siento mal —murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No quiero que…

—Si es por la perdida de Tom —interrumpió Victoria—. Todos nos sentimos mal.

—Ya lo sé —asintió limpiándose las lágrimas.

—Rous, tú mejor que nadie deberías saber lo que Tom pensaría si viera lo que estás haciendo. Estoy segura que diría «Rous, la vida se vive sólo una vez, agárrate a ella».

—Victoria, no quiero que Ona se quede sola —dijo rompiendo a llorar—. He estado siempre con Tom y con ella. Me han tratado como a una hija y creo que sería horrible que en estos momentos en los que me necesita yo comenzara a salir con Set. ¿No lo entiendes?

—Claro que lo entiendo —asintió Victoria—. Y estoy segura de que si Ona te escuchara, se enfadaría muchísimo. Rous, ¡por Dios! Ona nunca estará sola, porque siempre tendrá tu amor y el amor de todos los que la queremos.

—Sí, pero…

—No hay peros que valgan —dijo Victoria—. Ella te quiere ver feliz y amada, no llorosa y amargada. Rous, las personas que amamos, y eso lo sabes tú mejor que nadie, por desgracia mueren, y aunque en un principio creas que todo se paraliza, lo único que se paraliza es tu vida. El mundo continúa. Por lo tanto —señaló con una sonrisa—, haznos el favor a todos, incluidos Ona y Tom, de subir a tu habitación, ponerte guapa y bajar a la cocina antes de que Set se marche.

—¿Por qué? —susurró la muchacha aún llorosa.

—Primero porque te lo ordeno yo —indicó con seriedad—. Segundo, porque Ona está esperando que le des nietecitos a los que malcriar. Y tercero, porque Set está como loco porque lo mires y le des una mínima esperanza.

—¿Crees que Ona no se sentirá mal?

—Por supuesto que lo creo —asintió Victoria—. Es más, te lo aseguro.

—Vale —asintió Rous que corrió escaleras arriba—. No tardaré.

—Oye, ponte mi chaqueta azul de Versace, ésa que tanto te gusta —animó Victoria—. Y tranquila, no permitiré que Set se vaya antes de que vuelvas.

Tras un suspiro Victoria se volvió para bajar las escaleras, y de las sombras apareció Ona con una radiante sonrisa.

—Gracias Victoria —agradeció acogiéndola en sus brazos—. Gracias cariño mío, por ser como eres y por querernos como nos quieres.

Permanecieron abrazadas unos segundos en silencio, momento en el que oyeron el sonido del motor de un coche.

—Victoria —dijo Ona—. Me haría muy feliz malcriar a más nietecillos aparte de los de Rous.

Al escuchar aquello ella sonrió, y al ver a Robert y Bárbara besarse a través de la puerta dijo haciendo reír a la anciana.

—¿Sabes, Ona? Si Bárbara y Robert no se matan, creo que te llenaran esto de nietecillos.

En ese momento Niall entró en la cocina tan guapo como siempre, y caminando hacia ellas, dio un beso a Ona en la mejilla.

Después tomó la mano de Victoria y la miró de aquella forma que la hacía levitar.

—Coge algo de abrigo y ven conmigo.

—¿Adónde? —preguntó poniéndose el abrigo de Tom.

—Ya lo verás.

—Niall, tesoro —señaló Ona con una sonrisa—. Doug me acaba de decir que Geraldina ha comenzado la primera fase del parto.

—No te preocupes Ona —indicó con una sonrisa—. Llevo el walkie y en cuanto me llaméis estaré aquí.

Sin decir nada más salieron al exterior donde Stoirm corrió a su alrededor.

—¿De quién es este coche? —preguntó Victoria al ver un todoterreno negro.

—Sube y espera —respondió Niall—. Prometo responder a todas tus preguntas.

Con una sonrisa en la boca, Victoria se montó, y observó cómo Niall hablaba con Robert y Bárbara. Les estaría dando indicaciones sobre Geraldina. Una vez que Niall subió al coche y arrancó el motor, Victoria saludó a su hermana con la mano, quien le guiñó un ojo y sonrió.

Tras salir a la carretera en pocos minutos apareció ante ellos el castillo de Eilean Donan, iluminado con las suaves luces del atardecer.

Niall detuvo el vehículo en el arcén. El paisaje merecía unos segundos de disfrute.

—Es increíble —susurró Victoria—. No me extraña que mi cliente quiera que su anuncio se grabe aquí.

—¿Por qué piensas ahora en el trabajo? —preguntó Niall ceñudo.

—No lo sé —respondió—. Quizás porque este castillo y en especial su maldito conde son los responsables de que yo esté aquí.

—Te llevo justamente allí —señaló Niall—. Vamos a ver de cerca eso que tu cliente necesita.

—Uau… ¡Qué bien! —gritó haciendo reír a Niall.

Pocos minutos después, Niall, tras saludar a un chico de la entrada, dejó el todoterreno en el aparcamiento.

—Madre mía —sonrió Victoria mientras cruzaban andando el puente de piedra—. La cantidad de veces que he visto este puente y este castillo en las películas. Nunca pensé que algún día yo estaría aquí.

—El primer asentamiento que hubo aquí fue en el siglo VI —indicó Niall con orgullo—. Se cree que su nombre proviene de un obispo irlandés llamado Donan que llegó a Escocia alrededor del año 580 de nuestra era.

—¡Qué fuerte! —susurró Victoria mirando la espectacular mole de piedra y años.

—En 1220, por orden de Alejandro II de Escocia, se construyó un castillo sobre las ruinas del antiguo fuerte de los Pictos. Con el paso de los tiempos ese castillo fue adoptando diferentes formas hasta llegar a ser lo que es hoy.

Victoria, obnubilada, escuchaba todo aquello que Niall le indicaba, hasta que llegaron junto al castillo.

—Es majestuoso —susurró tocando su oscura y fría piedra.

—Espera un segundo aquí —indicó Niall.

Eran las 17:05, y los trabajadores del castillo se marchaban a casa. Niall volvió tras hablar con ellos y estos sonrieron.

—¿Qué ocurre? —preguntó al ver cómo la miraban.

Parecía que la estudiaban. Se sintió observada por aquellos dos muchachos desde el primer momento que la vieron llegar.

—El horario de visitas ha terminado —indicó cogiéndole la mano, y guiñándole el ojo sonrió—. Pero para algo soy la mano derecha del conde. ¿No crees?

—No te meterás en líos ¿verdad?

—Tranquila —sonrió besándola—. El conde y yo aquí somos la misma persona.

Tras pasar por su puerta ojival donde un escudo encastrado en la piedra presidía la entrada, Victoria preguntó.

—¿Qué horario tenéis de visitas?

—Por norma de 10:00 a 17:00 excepto en julio y agosto de 9.00 a 18.00. Pero en este instante, princesa —y haciendo una reverencia indicó— todo el castillo es para ti.

—¡Genial! —sonrió Victoria—. Ahora sólo falta que aparezca el conde.

—Tranquila, aparecerá —respondió con una sonrisa.

Una vez llegaron a la primera sala, Victoria miró con curiosidad una exposición sobre la historia del castillo para pasar después a otra estancia de decoración recargada donde sus ventanas góticas y sus mesas y sillas de roble la hicieron silbar.

Durante un buen rato estuvieron recorriendo el castillo, mientras Victoria con curiosidad observaba y escuchaba todas las explicaciones que Niall le daba encantado, y ella cogía de cada sala distintos papeles informativos del lugar.

Incrédula observó cómo Niall le enseñaba un mechón de cabello del príncipe Bonnie Charles, para muchos considerado un objeto de culto, mientras la mezcla de piezas antiguas creaba un ambiente acogedor y mágico que la transportaba siglos atrás.

Maravillada, observó las enormes librerías, las increíbles chimeneas e incluso rió cuando Niall, acercándose a alguno de los cuadros bromeó e indicó que aquél era antepasado suyo.

—¿Por qué crees que este buen hombre no puede ser mi antepasado? —le preguntó él.

—Vamos a ver, Niall —se mofó—. Es como si yo te dijera que mi tatarabuela fue Minnie Mouse. ¿Me creerías?

—Hombre, ahora que lo dices, por supuesto que sí —contestó divertido—. Conoces a la perfección el mundo Disney, ambas sois morenas, con ojos grandes, mandonas y presumidas. ¿Por qué no?

—¡Anda, calla pedazo de tonto! —rió dándole un puñetazo.

Al llegar a la cocina Victoria se partió de risa al conectar Niall unos ruidos que simulaban el sonido de unos ratones, que dio realidad a una cocina de los años 30. De allí pasaron a un salón enorme donde coloridos tapices con los colores del clan McKenna colgaban de su pared.

—Qué sitio más precioso. Todo él desprende historia y sobre todo romanticismo —Victoria se sentó en una de las sillas—. No me extraña que tu jefe se piense a quién alquilar el castillo. Sería terrible que poco a poco todo esto se fuera destruyendo. Los humanos somos bastante incívicos y la verdad, esto tiene tanta magia, que es una pena que se pierda. Si fuera mío no permitiría la entrada a nadie.

—Me alegra escuchar eso —asintió complacido. Aquellas palabras le habían dicho mucho más de lo que ella creía—. ¿Sabías que los lectores de la revista Escocia en el año 2007 votaron a este castillo como uno de los iconos de Escocia?

—¿En serio? No. No lo sabía, aunque en mis notas estará —asintió interesada—. Pero oye. Lo que me ha llamado la atención son los terminales informáticos que he visto por ahí.

—Son para las personas que sufren de movilidad reducida —indicó Niall apoyado en el quicio de la puerta—. Debido a los tramos de escaleras algunas zonas del castillo son de difícil acceso para ellas, Por eso pusimos los terminales informáticos. No queremos que nadie se quede sin ver o conocer la historia de nuestro castillo.

—Una de las noches que hablé con Tom, me dijo que en el año 1719 un destacamento español de cuarenta y seis soldados que apoyaban la causa jacobita, tomó el castillo y construyeron un polvorín mientras esperaban armamento y un cañón español.

—Sí —asintió Niall—. Pero aquella noticia llegó a oídos de los ingleses, y éstos enviaron tres fragatas que durante tres días bombardearon el castillo sin éxito, gracias al grosor de cuatro metros y medio de sus muros. Al final, el capitán de una de las naves envió a tierra a varios de sus hombres que consiguieron derrotar a tus compatriotas.

En ese momento entró un chico pelirrojo y desde la puerta ojival indicó que se marchaba.

—Hasta mañana, Glen —se despidió Niall.

—¿Se van todos?

—Sí —asintió Niall agachándose para quedar a su altura—. A excepción de un par de guardas. No tienes nada que temer.

—¿Sabes? —Victoria estaba nerviosa—. Se me hace curioso pensar que entre estos muros sangre española como la mía, luchó con sangre escocesa como la tuya.

—Entonces algo nos une ¿no crees? —Niall la besó un instante—. Quién sabe si alguno de aquellos españoles no era un antepasado tuyo que no ha descansado en su tumba hasta traer de nuevo aquí más sangre española.

—Oh, Dios —sonrió Victoria al escucharlo—. ¿Crees en esos cuentos para niños?

—Escocia está plagada de cuentos, y leyendas fantásticas —susurró—. Aquí tenemos mucho respetó a las leyendas. Ven, sígueme.

Sin preguntar, Victoria se dejó guiar a través de las estrechas escaleras hasta que llegaron a una puerta de madera oscura. Niall sacó de su bolsillo una llave, abrió la puerta y al pellizcar al interruptor de la luz, la estancia se iluminó.

Ante ella apareció una maravillosa habitación, tan lujosa o más que la de un carísimo hotel. Las paredes y el suelo eran de piedra y madera como en el resto del castillo. A la derecha, un sofá en color beige con cojines marrones descansaba ante la enorme chimenea que calentaba la estancia. Al otro lado de la habitación había una preciosa y enorme cama en hierro forjado que hizo que el pulso se le acelerase.

—¿Qué te parece? —preguntó Niall divertido.

—¿De quién es esto?

—Es uno de los aposentos privados del castillo —respondió Niall ayudándola a entrar para cerrar la puerta tras ellos—. Aquí los turistas no pueden acceder.

—Creo que no deberíamos estar aquí —murmuró Victoria apoyándose en la puerta. Su cabeza no dejaba de discurrir, ¿qué ropa interior se habría puesto aquella mañana?—. Si tu jefe se entera de esto podría despedirte. ¡Vámonos!

Con una seductora sonrisa, Niall plantó las manos en la puerta a ambos lados de la cabeza de Victoria, y dejándose caer sobre ella, la besó con dulzura.

—Tranquila, cariño —susurró haciendo que el vello se le erizara— el conde y yo nos llevamos muy bien. Estoy seguro que no le importará que utilice esta habitación.

Victoria trató de impedirle que continuara con aquella locura, pero tenerlo tan cerca resultaba demasiado tentador. Su tono de voz, su mirada, su cuerpo y su olor podían con ella. Era imposible resistirse a aquel hombre cargado de testosterona que la miraba con ardor.

—¿Estás asustada? —dijo rozando sus labios contra su sien—. Lo veo en tus ojos cada vez que te miro. ¿A qué temes tanto?

—A ti. Te temo a ti porque estás consiguiendo lo que nunca nadie ha conseguido de mí.

—Mmmmm… me gusta escuchar eso, pero —dijo separándose de ella—, te he traído aquí para hablar contigo y para cumplir alguno de tus deseos.

Atontada y sin escucharlo miró cómo los músculos de sus brazos con los reflejos de la luz de la chimenea parecían tener vida propia.

«¡Ay Dios! Deseo desnudarte y que me desnudes, y que me hagas el amor de una santa vez» pensó mirándolo con deseo.

Pero volviendo en sí, se obligó a no pensar en cómo se comportaría Niall desnudo encima de ella, en aquella cama enorme.

—Cumplir mis deseos… —se obligó a decir—. ¿Qué deseos?

—Proporcionarte un baño caliente me es imposible en este lugar, pero sí puedo ofrecerte —dijo cogiendo tres DVD—, ver cualquiera de estas tres películas de estreno, sentada en este confortable sofá sin que nadie te moleste.

—¡Una película de estreno! —gritó emocionada, haciéndolo sonreír.

—Todo eso acompañado con… —tomó algo de una disimulada nevera—. Coca Cola Zero.

Al ver la Coca Cola Victoria se tiró de cabeza a por ella.

—¡Ay, Dios mío! —gritó al tenerla en sus manos—. Cuánto te he echado de menos.

—También puedo ofrecerte palomitas, sandwiches de jamón y queso y…

—¿Y? —gritó emocionada como una cría.

—Una maravillosa y calentita taza de té Earl Grey, recién traído desde el Starbucks más cercano.

—¡Dios mío! —gritó incrédula—. ¿De verdad que has traído un Earl Grey?

Niall, muerto de risa por aquella nimiedad, sacó un par de termos, y un par de vasos típicos de las cafeterías Starbucks. Emocionada por aquella atención se sentó, y suspiró al oler el té que le estaba sirviendo Niall.

—Te cambio un riquísimo té negro con toques de esencia de bergamota de la región de Sri Lanka, por uno de tus besos españoles —susurró Niall sentándose junto a ella.

Victoria, entrelazando los dedos en el pelo de él, le inclinó la cabeza y le besó profundamente, haciendo que Niall se excitara en segundos al demostrarle aquel beso tan salvaje y temerario.

—Si me vas a besar así siempre —dijo Niall sonriendo—, te prometo que pongo una franquicia de Starbucks donde tú quieras.

Al escucharle Victoria sonrió, soltó la taza y lo cogió de los hombros para atraerlo de nuevo hacia ella. Aquel hombre era demasiado atractivo y también le gustaba demasiado como para no perder la cordura. Ya no le importaba si llevaba puestas sus mejores bragas de La perla o las de cuello vuelto de algodón de Ona. Ya no podía más. Lo deseaba, y lo deseaba ya.

—Ehhh, princesita —susurró Niall separándose de ella para su decepción—. Estamos aquí para cumplir tus deseos, no para cumplir los míos.

—En estos momentos, cromañón —sonrió rozándole los labios—, tú eres mi mayor deseo.

—Ufff… —suspiró Niall intentando contener sus salvajes apetencias—. Te aseguro que estoy echando mano a todo mi autocontrol para no lanzarme sobre ti, arrancarte la ropa y hacerte las cosas que llevo semanas deseando hacer.

—No te contengas —contestó Victoria al sentir la dura erección— porque yo no voy a contener las locas apetencias que tengo de ti. Ahora ya no.

—Espera un momento —sonrió Niall al verla tan excitada—. Creo que antes deberíamos de hablar. Tengo cosas que contarte que…

—¡Por todos los santos, Niall! —gruñó Victoria al sentir cómo la sangre se le convertía en fuego y el corazón le latía a mil revoluciones por minuto—. ¿Quieres hacer el favor de callar y hacerme el amor? Te deseo, maldita sea, y no quiero esperar más.

Al escuchar aquello, Niall sintió que el pantalón le iba a explotar.

—A sus órdenes, Lady Dóberman —dijo tomándola de la mano para que se levantara, momento en que Victoria se lanzó.

A trompicones Niall llegó hasta la cama con Victoria colgada a su cuello.

—Siéntate —le ordenó ella, mirándolo a los ojos.

Niall, obediente como un cordero se sentó al borde de la cama y ella quedó sentada encima. Durante unos segundos notó cómo Victoria apretaba sus muslos contra los suyos, consiguiendo que su erección se endureciera de tal manera que le comenzara a doler el simple hecho de respirar. Cada vez que ella tomaba las riendas en los momentos íntimos Niall se quedaba paralizado, pero la boca caliente de Victoria rozándole el cuello le hizo reaccionar, por lo que sujetándole las manos se levantó aún con ella en brazos y tras un rápido movimiento que hizo que Victoria diera con su espalda en el colchón, fue Niall el que habló.

—No, princesita, no —susurró devorándola con la mirada—. He deseado este momento seguramente antes que tú, por lo que, por favor, cierra los ojos, relájate y déjame disfrutar lo que tantas veces he soñado.

«Ay, Dios, creo que voy a gritar» pensó Victoria dejándose llevar.

Con una sensual sonrisa Victoria se arqueó, momento en que Niall le quitó el jersey de Moschino que dejó caer a un lado, soltando un silbido al encontrarse con un sujetador negro de copa baja de lo más sensual.

«Gracias a dios que llevo el conjuntito negro de La perla» pensó Victoria al ver cómo aquél la miraba.

Con la respiración entrecortada, Niall bajó su boca y mordiendo el enganche delantero del sujetador, lo soltó. Los pechos quedaron liberados ante él, secándole la boca.

—¡Qué maestría para quitar un sujetador! —señaló Victoria al ver la facilidad con que con la boca había deshecho el broche.

—En esta vida he aprendido de todo, pequeña —se mofó deseando chupar aquellos duros y oscuros pezones.

«Serás fanfarrón» pensó, y en un arranque de rabia, se movió con rapidez, poniéndose de nuevo encima de Niall.

—Qué maestría para tenerme a tu merced —indicó con una sonrisa que al escucharla se esfumó.

—En esta vida he aprendido de todo, pequeño —contestó dándole donde quería.

Las chispas saltaban entre los dos. Eran amantes al tiempo que rivales. Por lo que Niall, con su hombría herida, se levantó de la cama con ella en brazos y apoyándola en el respaldo del sillón, quedó sentada con las piernas alrededor de él.

—Ahora eres mía. Mía y de nadie más.

Al escuchar aquello y sentir su fuerza y posesión, Victoria comenzó a jadear. Sentir su sensual mirada, la dura erección contra ella, y la posesión con que le tocaba los pezones era lo más morboso y excitante que le había pasado nunca. Por lo que con una sonrisa buscó su boca y le dio un beso salvaje y ávido, mientras le subía lentamente la camiseta por las costillas hasta sacársela por la cabeza.

Los dos estaban desnudos de cintura para arriba. Mientras Niall bajaba su cabeza y jugueteaba con sus pezones, haciéndola estremecer, Victoria fue consciente por primera vez del brazalete tatuado en negro que éste llevaba alrededor del brazo derecho.

«¡Qué sexy, qué sexy, por Dios!» pensó al rozarlo.

Aquello la excitó aún más, por lo que bajando sus manos desabrocho el botón de los Levi’s de Niall, momento en el que él, sujetándole las manos, subió su boca para besarla mientras presionaba su erección contra ella, haciéndola gemir.

Victoria deseaba ser penetrada, y estuvo a punto de gritar al sentir cómo Niall metía su mano por la delantera del pantalón. Sus dedos llegaron hasta la humedad que éste le había provocado y que ella deseaba con urgencia llenar. Con un rápido movimiento Niall le quitó los pantalones junto con las bragas, y quedó totalmente desnuda ante él.

—Eres más preciosa de lo que pensaba —susurró con voz ronca por la lujuria.

—¡Suéltame las manos y bájame al suelo si no quieres que comience a gritar! —se quejó ella.

—Mientras que sea de placer —sonrió haciéndole caso—. Grita cuanto quieras cariño.

—¿Tú vas a gritar? —preguntó juguetona.

—Ummm, no lo sé, dime tú.

—Vas a gritar —sentenció metiendo la mano en el calzoncillo para agarrar aquel pene duro y grueso, notando cómo él se tensaba mientras, lentamente, con la otra mano y la ayuda de los dientes bajaba el pantalón y el calzoncillo Calvin Klein.

Una vez estuvieron en el suelo, con su húmeda y caliente lengua, según se levantaba, chupaba el interior del muslo de Niall, y al llegar al pene, grande y terso, con una malévola sonrisa jugueteó durante unos segundos con él.

—Me estás matando —murmuró Niall y no tuvo más remedio que asirla entre sus brazos—. ¡Ven aquí fierecilla!

En dos zancadas la llevó hasta la preciosa cama con dosel, y tras posar con delicadeza la espalda de Victoria se tumbó sobre ella, haciéndola vibrar al sentir cómo aquella dureza pugnaba por entrar en ella, mientras le daba en los muslos, reclamando su función.

Estirando la mano Niall sacó de su cartera un preservativo. Lo abrió con los dientes y se lo puso con rapidez.

—Creo que estoy tan caliente que siento decirte que no va a durar mucho, cariño.

—¡Disculpas… disculpas! —suspiró ella haciéndolo reír.

—Pero puedo prometer y prometo que las próximas cien veces serán infinitamente mejor —murmuró empujando de una riñonada que le hizo vibrar.

—¿Sólo cien? —jadeó Victoria al sentir cómo su calor la inundaba.

Al escucharla Niall también sonrió, y comenzó a profundizar una y otra vez en su interior, asiéndola del trasero. Victoria, muy excitada y jadeante, recibía aquellas deliciosas embestidas mientras se abría para él.

—Mi amor —murmuró al escucharla gemir.

Enloquecido, siguió embistiendo con dulzura y pasión una y otra vez, hasta que la oyó gritar y sintió cómo sus músculos se tensaban al llegar al clímax. Al notar que ella se dejaba llevar por el cenit de la pasión, entró en ella un par de veces más a fondo, hasta que notó que ya no podía más y hundiendo su cabeza en el cuello de Victoria fue él quién gritó.

Aquella noche fue larga y placentera para los dos y culminada aquella primera vez, llegaron otras cinco más hasta que, agotados por el deseo, cayeron en brazos de Morfeo abrazados y felices.

* * *

A la mañana siguiente, un ruido mecánico y continuo les despertó. Aún continuaban abrazados cuando Niall alargó el brazo para coger el walkie.

«¡Oh, Dios mío!, me encanta estar entre tus brazos», pensó Victoria somnolienta.

Cuando dormía con Charly, desde la primera vez que lo hicieron juntos, cada uno despertaba en su lado de la cama, ambos necesitaban su espacio, pero con Niall era diferente, le gustaba sentir su cuerpo, su calor y su cercanía y eso le hizo sonreír.

—Cariño —dijo de pronto Niall que saltó de la cama—. Te prometo que esto se repetirá tantas veces como quieras. Volveré a traer té del Starbucks, piratearé estrenos y compraré palomitas, pero levántate —susurró mientras cogía sus pantalones—. Robert ha llamado. Geraldina está de parto.

Mencionar el nombre de aquella vaca la activó. Era la vaca de Tom, y todos ansiaban que esta vez el ternero consiguiera sobrevivir.

Sin apenas hablar por las prisas, en menos de quince minutos estaban en el todoterreno camino de la granja. Al llegar allí se encontraron con Bárbara, quién buscó en la mirada de Niall respuestas pero intuyó que no le había contado la verdad.

—¡Maldita sea! —susurró al verlo pasar por su lado.

Niall se paró al escucharla, y se volvió hacia ella.

—Tranquila, cuñada —señaló dándole un beso en la mejilla—. Intente decírselo pero vuestra pasión española no me lo permitió —aquello la hizo sonreír—. No te preocupes que en cuanto resuelva el parto de Geraldina, te prometo que me la vuelvo a llevar y se lo diré. De hoy no pasa.

—Te tomo la palabra —asintió Bárbara al verlo correr hacia el establo.

—¿De qué le tomas la palabra? —preguntó Victoria al acercarse a ella.

—Ehhhh…, vaya Vicky —se mofó su hermana al verla—. Te noto hoy con la tez más tersa y radiante. ¿Tienes algo que contarme?

—Nada especial —sonrió y corrió tras Niall—, sólo que soy feliz.

—Hola, tía Vicky —saludó de pronto Lexie acercándose a ella.

«¿Tía Vicky?» pensó Victoria, pero como quería ver el parto de Geraldina, sólo la saludó con una sonrisa y siguió a Niall.

Nunca había visto algo así en directo. Al llegar al establo se encontró con Ona, Set, Robert y Niall, que se miraban con cara de preocupación.

—¿Qué ocurre? —preguntó al entrar.

—Han llamado al veterinario —señaló Niall arremangándose— pero viene desde Aberdeen y eso está demasiado lejos.

—¿Y vosotros no sabéis qué hay que hacer? —preguntó incrédula Victoria—. Se supone que estáis acostumbrados a estas cosas.

—Sí, tesoro —asintió Ona con gesto de preocupación—. Lo que pasa es que nos acabamos de dar cuenta de que el ternero viene de costado.

—Ona, vamos —indicó Robert asiéndola por el brazo—. Ahora que Niall y Victoria están aquí vamos a desayunar nosotros. No hemos tomado nada desde hace horas y creo que todos lo necesitamos.

La anciana se movió de mala gana, pero tras convencerse de que no se podía hacer nada hasta que el veterinario llegara, se marchó con Robert y Set.

Durante más de una hora Niall y Victoria estuvieron junto a Geraldina, no podían hacer nada pero tampoco podían marcharse y dejarla sola.

—Cliver ya está aquí —anunció Doug que entró junto a un joven veterinario.

—Hola, Cliver —saludó Niall tendiéndole la mano—, creo que el ternero viene con problemas.

—No te preocupes —el chico empezó a sacar de su maleta el instrumental—. Esta vez Tom nos ayudará, y todo saldrá bien.

Fue una ardua tarea, donde en muchos momentos pensaron que Geraldina no lo superaría, sin embargo la pequeña cabeza peluda apareció detrás de las pezuñas, y el parto terminó con éxito.

Niall, con la felicidad dibujada en el rostro, abrazó a Victoria, que aún estaba conmocionada con lo que había visto. No podía apartar la vista del ternero que acababa de nacer.

—Aún estoy temblado —señaló al recibir un dulce beso de Niall.

—Yo también, pero de emoción. La pequeña España vivirá —dijo con los ojos vidriosos—. Seguro que el abuelo tiene que estar aplaudiendo de felicidad.

—¿De verdad que le vais a llamar España?

—Por supuesto —asintió Niall—. El abuelo me dijo que el ternero se debía llamar o España o Victoria.

Incrédula al oír su nombre, escuchó reír a Niall a carcajadas.

—Ni se te ocurra llamarla Victoria —protestó cariñosamente—. Sólo me faltaba ahora tener nombre de vaca.

—No, cariño —corrigió aún riendo—. En todo caso la vaca tendría tu nombre.

—Anda… anda, ve —dijo al ver cómo Ona no dejaba de mirarlos—. Ve y dile a Ona que todo ha salido bien.

Tras darle un rápido beso, corrió hacia su abuela como un niño, que al escucharlo se llevó las manos a la boca y lo abrazó. A la alegría colectiva se unieron Robert y Set, mientras Lexie y Bárbara se acercaban a ellos acompañados de Stoirm.

«Tom, lo has conseguido, tu pequeña España, ya esta aquí» pensó Victoria emocionada mientras miraba al ternero.

—Señorita —dijo el veterinario con varias cosas en las manos—. Sería tan amable de coger este papel.

—Sí… sí, por supuesto —sonrió acercándose.

—Tome —dijo entregándole varios documentos—. La copia rosa es para ustedes. La amarilla necesitaría que la firme el conde McKenna y me la devuelvan.

—No se preocupe —sonrió Victoria—. En cuanto el conde regrese de viaje se la entregaremos para que la firme y se la haremos llegar.

Al escucharla el veterinario, extrañado la miró.

—¿Para qué me la van a mandar por correo, si el conde esta ahí? —indicó el veterinario con la cabeza.

—No le entiendo —Victoria aún sonreía.

—Disculpe —insistió él—. Quizás no la he entendido yo. Creí que había dicho que el conde estaba de viaje.

—Y así es —asintió Victoria.

Ahora sí que el veterinario estaba hecho un lío.

—Pero si el conde está ahí —indicó señalando hacia el grupo que reía—. Colum Niall McKenna.

Victoria sintió que la sangre se le congelaba al escuchar aquello pero mantuvo la compostura delante del veterinario.

—No se preocupe —murmuró comenzando a andar hacia el grupo que se felicitaba en el porche de la casa grande—. Ahora mismo el conde se la firmará.

Mientras caminaba hacia ellos, Victoria sentía cómo el corazón le latía con fuerza y solemnidad. La habían vuelto a engañar como a una imbécil, y ella de nuevo había caído en la trampa.

«Te odio, Niall McKenna, por segunda vez en mi vida me han utilizado y eso no te lo voy a perdonar», intentó contener las lágrimas.

Bárbara, tras soltarse del abrazo de Robert, volvió la vista hacia su hermana, y la sonrisa se le congeló al ver cómo ésta se dirigía hacia ellos. Su mirada fría como el hielo le indicó que Victoria lo había descubierto todo.

—¡Conde Colum Niall McKenna! —gritó parándose a escasos metros de todos ellos.

Niall cerró los ojos al escuchar su voz y tomó aire antes de volverse hacia ella.

La calidez de su mirada de minutos antes había desaparecido, y sólo veía ahora en aquellos ojazos negros, rabia y desilusión.

—Escúchame Victoria, déjame que…

—¡No! —gritó tirándole el papel amarillo—. No quiero escucharte. Firma este maldito documento para que el veterinario culmine su trabajo, y a partir de este instante olvídate de mí, maldito hijo de puta.

—Ven, Vicky —susurró Bárbara tomándola del brazo, pero también la rehuyó.

—Lo habéis pasado bien ¿verdad? —gritó mirándolos—. Os habéis reído todos a mi costa durante estas últimas semanas. Maldita pandilla de mentirosos. Por un momento creí que os importaba y que vosotros erais lo más verdadero que había conocido en mi vida.

Ona, con gesto serio, no apartaba su vista de ella. No podía decir nada, sabía que la muchacha se sentía decepcionada por todos y ella era una más en aquel entramado.

—Necesito un coche para volver a Edimburgo ¡ya! —gritó andando hacia la casa. Al pasar junto a Niall él se interpuso en su camino—. Quítate de en medio, conde.

—Por favor cariño. Necesito que me escuches —intentó explicarse desesperado por cómo se había desencadenado todo—. Anoche intenté en varias ocasiones decirte la verdad pero…

—Anoche me utilizaste.

—Eso no es así y tú lo sabes.

Victoria lo fulminó con la mirada, y sin responderle lo rodeó para entrar en la casa, pero antes de cerrar la puerta gritó sin volverse.

—Quiero un coche para regresar a Edimburgo en diez minutos Niall, no voy a volver a repetirlo.

Cuando la puerta de la entrada se cerró, todos se miraron confundidos. A su modo, cada uno de ellos se sentían partícipes de aquella trama, cargando su parte de culpabilidad por no haberlo aclarado y haber dejado que la mentira continuara un día tras otro.

Bárbara, con el corazón en un puño, sintió que le había fallado a su hermana. Pero ya nada se podía hacer, Victoria se había enterado por un extraño, y eso sabía que le había llegado al corazón.

—Niall —llamó Bárbara atrayendo su atención.

—¿Qué?

—Te lo dije —susurró entrando en la casa.

Cuando Bárbara entró en la habitación, se encontró a Victoria metiendo en su trolley Versace sus escasas pertenencias.

—Vicky yo…

—¡Cállate! No quiero escucharte. Eres tan embustera como todos ellos —gritó—. ¡Eres la peor! Se supone que eres mi hermana y que al menos tú deberías de haber sido sincera conmigo.

—Tienes razón —susurró sentándose en la cama—. Y te juro que lo intenté. Lo intente cientos de veces pero…

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Me enteré la tarde que estabas en la clínica —respondió y comenzó a llorar—. Me enfadé muchísimo cuando me enteré, y te lo pensaba decir, pero ocurrió lo de Tom y me dejé llevar por mis sentimientos, y Niall me hizo prometer que le dejaría a él decírtelo.

—Oh, sí, claro. Vas tú y le concedes a ese idiota más tiempo para que se siga riendo de mí ¿verdad? —gritó tirando los carísimos zapatos rojos manolos contra el trolley—. Gracias, hermanita. Gracias por nada.

—Vicky, por favor. Entiendo que estés enfadada, pero… tú misma me dijiste que aquí tu vida estaba cambiando, incluso me animaste a seguir mi relación con Robert porque su fondo te parecía excepcional.

Al escuchar aquello se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos. Aquello que su hermana le decía era cierto. Su corazón le había gritado que aquella gente, cuando le sonreía, lo hacía de verdad, pero se negaba a pensar aquello, así que continuó con su equipaje.

—Creo que ya es hora de volver a la realidad —asintió sentándose junto a Bárbara, quien cogió el pijama de tomatitos cherry y lo metió a escondidas en el trolley—. Quédate si es lo que deseas y…

En ese momento se abrió la puerta y entraron Ona y Rous.

—¿Podemos pasar? —preguntó la anciana.

—Por supuesto —Victoria endureció la voz—. Estás en tu casa.

Con el portátil de Tom en las manos, Ona se acercó hasta Victoria. En su cara se veía la pena y la tristeza por lo ocurrido, pero la rabia de Victoria le impidió reaccionar.

—Llévate esto —dijo Ona tendiéndole el portátil—. Aquí nadie lo va a usar y es una pena que algo tan valioso se eche a perder.

—De acuerdo. —Victoria lo arrojó de malos modos en el trolley.

—Te traigo la chaqueta que me dejaste —susurró Rous— y quería decirte que te voy a echar mucho de menos.

—Vale… vale —asintió fríamente Victoria al escuchar a la muchacha.

Tras un silencio sepulcral, Ona y Rous decidieron marcharse aunque la anciana aún tenía algo que decirle.

—Victoria, te entiendo —susurró con una extraña voz—. Entiendo que pienses que todos te hemos engañado y seguido un absurdo juego que al final se ha vuelto en contra nuestra. No me gustó en un principio y mucho menos al final. Pero Niall…

—No quiero oír hablar de Niall —respondió Victoria.

—De acuerdo —asintió la anciana—. Sólo permíteme decirte una cosa más. Nunca dudes de los sentimientos verdaderos y sinceros que Tom tenía hacia ti.

Escuchar aquello fue demasiado.

—Ona —susurró Victoria con un hilo de voz, y caminó hacia ella—. Gracias por los bonitos momentos —y tomándoles a Rous y a la anciana de las manos añadió—. Nunca os olvidaré.

Una vez dicho aquello Victoria se volvió y cuando Rous y Ona desaparecieron, Bárbara la acogió en sus brazos donde, durante unos largos minutos, lloró.

* * *

El viaje de vuelta a Edimburgo en el todoterreno conducido por Niall fue terrible. Victoria volvió a buscar en su interior su yo malicioso, y consiguió recuperar su gesto de superioridad y su mirada de advertencia, que no pasó desapercibido para ninguno. Robert y Niall no hablaron, simplemente se dedicaron a llevar a las chicas a Edimburgo. Cada uno iba pensando en sus propios problemas y a pesar de las veces que Victoria, tras sus gafas Prada, veía a Niall mirar por el espejo retrovisor en busca de su mirada, en ninguna de ellas le hizo ver que se daba cuenta.

Al llegar al hotel, sin esperar a que le abrieran la puerta, bajó del coche, y quitándole de las manos a Niall el trolley intentó andar, aunque él la detuvo.

—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte y dejar que me explique?

—No vuelvas a poner tus asquerosas manos en mí ¿has entendido?

—Victoria, por favor —se desesperó Niall—. Dame la oportunidad de poder explicar por qué lo hice.

—No me interesa.

—¡Por todos los santos! —bramó agarrándola del codo—. Te quiero. ¿No te has dado cuenta todavía?

Escuchar aquello no fue fácil. Durante una fracción de segundo el corazón comenzó a latirle con fuerza y deseó besar aquellos labios que tanto le gustaban, pero negándose a pensar, Victoria logró olvidarse de aquellas maravillosas palabras y soltarse de un tirón.

—Yo a ti no te quiero. No siento nada por ti.

—Y una mierda —gritó él—. Mientes. Sé que mientes.

En ese momento Victoria deseó tener la rapidez de pensamiento de Bárbara, para poder soltar una palabra hiriente que lo dejara destrozado. Pero de pronto alguien la llamó y sus ojos no dieron crédito al comprobar que se trataba de Charly.

—¡Victoria! —volvió a llamar Charly, acercándose a ella.

—¿Y este gilipollas de dónde sale ahora? —exclamó Bárbara.

Robert y Niall se miraron. Aquella mirada no pasó desapercibida a una boquiabierta Bárbara que sin aún entender qué hacía el ex de su hermana allí, comentó.

—A vosotros dos os ponen un polígrafo y lo reventáis.

—¿Charly? —Victoria parecía que estaba viendo a un fantasma—. ¿Qué haces aquí?

Como un pincel, Charly se plantó ante ellos vestido con un carísimo traje color gris marengo de Elio Berhanyer, unos relucientes zapatos italianos y una camisa de Ralph Laurent. Al llegar junto a Victoria la abrazó, dejándola sin palabras por aquella muestra de afectividad en público, mientras Niall hacía grandes esfuerzos por no liarse a tortas.

—Por Dios, peluche —exclamó Charly—. Qué pintas tienes.

—¿No se te ocurre algo mejor que decir? —bufó Victoria.

—Llevo buscándote cerca de una semana por toda Escocia, peluche. ¿Estás bien? —sonrió al verla, sin percatarse de que aquéllos que vestían vaqueros gastados, jerséis de lana y botas de montaña sucias, eran los mismos hombres que días antes lo habían enviado de vuelta a Edimburgo.

Al escuchar aquello deseó gritar que No. Que estaba mal, destrozada y humillada. Pero en vez de eso, utilizó sus armas de mujer, le miró a los ojos y le dijo para desagrado de Niall:

—Ahora que tú estás aquí, me encuentro mejor —y volviéndose hacia Bárbara que les miraba con la boca abierta, añadió—. Decide lo que vas a hacer esta noche. Mañana a las nueve de la mañana te espero aquí. Si quieres algo, estaré en la suite de Charly.

Sin decir nada más, sin dedicarle una mirada a Niall, ni una palabra, se encaminó hacia los ascensores donde con gesto alegre, desapareció.

—¡Qué coño haces ahí parado! —siseó Robert—. Haz algo antes de que se vaya.

—No —respondió ceñudo—. Por mi parte ya he dicho todo lo que pensaba. Hoy ya es tarde pero mañana me vuelvo para la granja. Ona me necesita.

Se sentía furioso y desesperado, y así se encaminó hacia el fondo del hotel, donde saludó a un par de empleados, abrió una puerta y desapareció.

—¡Oye, tú!, revientapolígrafos —señaló Bárbara a Robert—. Quiero que me cuentes ahora mismo de qué conocéis Niall y tú a ese gilipollas engominado.

—Sólo si me prometes que mañana no te marcharas —respondió cogiéndola por la cintura.

—Tú cuéntamelo —sonrió Bárbara—. Y dependiendo de lo que digas, así tomaré una decisión.

Victoria, al quedar a solas con Charly en el ascensor, dándole un empujón se lo quitó de encima. Éste la miró como si estuviera loca.

—¿Qué coño haces aquí? —gruño ella.

—¿Desde cuándo utilizas ese vocabulario tan soez, peluchito?

—Desde que no tengo nada que ver contigo —respondió pensando dónde pasar la noche.

—En tu oficina me dijeron cómo llegar hasta ti —comentó el engominado acercándose a ella—. He intentado localizarte, pero ha sido materialmente imposible. Hace más de una semana que llegué a Escocia. Alquilé un coche y con la ayuda del GPS fui hasta un pueblucho llamado Dornie, lleno de gente vulgar, donde me…

—Dornie no es un pueblucho —interrumpió molesta, y volvió a empujarlo— y sus gentes son encantadoras, amables y muy cariñosas.

A partir de ese momento Charly le relató su viaje, y sorprendió a Victoria al relatarle que estuvo en la granja de Tom y que allí un tal Tom Bucker, y no Buttler, le indicó que la persona que buscaba se había marchado con ellas a Durham. Conteniendo la risa Victoria escuchó las penurias que tuvo que pasar cuando pinchó una rueda y tuvo que esperar la grúa, y que a pesar de todo su viaje no encontró al tal Tom Buttler.

Una vez llegaron a la suite de Charly, Victoria le indicó que necesitaba ducharse y una vez entró en la ducha cerró la puerta con pestillo para que éste no pudiera pasar. Desde allí llamó a recepción y tras reservar otra suite a nombre de Carlos Montefinos de Jerez se duchó. Pero antes de salir llamó al aeropuerto donde se enteró de los horarios de los vuelos a España. Una vez hecho aquello, salió del baño vestida.

—Creo que tenemos que hablar —dijo él que intentó asirla por la cintura.

—O me quitas tus manos de encima o te juro que te pateo el culo —bufó ella haciendo que Charly se apartara.

—¡Es increíble! —suspiró él—. Llevas un mes con tu hermana y ya hablas como ella. ¿Qué te ha pasado?

—Vamos a ver, Charly —se plantó ante él dejándolo de nuevo sorprendido—. Creo que las cosas entre tú y yo están muy claras. No va a haber reconciliación. No quiero tener nada que ver contigo. Sólo podemos ser amigos. ¿Te ha quedado claro?

Incrédulo por la forma en que se comportaba, Charly se sentó en la cama. Victoria, sedienta, abrió el minibar y al ver una cerveza la cogió con una sonrisa. Colocó la boca de la botella junto al minibar y con un certero golpe con la mano, la abrió.

—Pero… pero peluche ¿Dónde has aprendido esos modales de camionero?

Victoria dio un trago, y se apoyó contra la pared para mirarlo. ¿Cómo podía haber estado enamorada de aquel tipo tan ridículo? Compararlo con Niall era imposible. Era como comparar al bombón sexy del anuncio de Coca-Cola con el payaso tonto del anuncio de Micolor.

Sin poder remediarlo se rió, aquella comparación era odiosa, y se avergonzó por haberla hecho.

—Coge un vaso por lo menos —insistió Charly mirándola mientras ella se sentaba—. ¿Cómo se te ocurre beber de la botella?

—Porque me gusta —contestó dándose cuenta de que en realidad le gustaba.

—¡Eso es ridículo! —exclamó Charly.

—Ahora me toca preguntar a mí, ¿vale Charly?

—Dime.

—¿Cómo se te ocurrió a ti hacer un trío el día antes de nuestra boda a menos de diez metros de mí?

Aquella pregunta le bloqueó.

En todos los años que habían ejercido como pareja, Charly llevó las riendas de su relación. Al principio porque Victoria estaba impresionada con él, y al final porque se había acostumbrado a complacerlo. Nunca hubo discusiones entre ellos. Nunca hubo pasión. Sólo conformidad, conformidad y más conformidad.

—No sabes qué decir ¿verdad Charly? —dijo levantándose, para dejar la cerveza encima de la mesa, coger su trolley para dirigirse hacia la puerta.

—¿Dónde vas Victoria?

—Me voy a dormir, mañana vuelvo a España. Esta conversación se acabó hace mucho tiempo Charly, y por tu bien —indicó mirándole la entrepierna—, espero que nunca más la vuelvas a retomar.

Al salir por la puerta sintió una seguridad en ella misma que no había tenido nunca. Bajó a recepción y tras recoger la llave de su nueva habitación subió de nuevo, entró y se sentó frente al televisor. No podía dormir. Sólo esperar que las horas pasaran para marcharse de allí.

A las nueve menos cinco de la mañana, Victoria esperaba en el hall del hotel. Charly se las había ingeniado para estar también a esa hora. Regresaban juntos a España. Cuando apareció Bárbara junto a Robert cogidos de la mano, solo con mirarla supo que se quedaba por lo que Victoria pidió a Charly que llevara su trolley al taxi mientras se despedía de su hermana.

Con gesto serio Bárbara observó cómo su hermana, escondida tras sus enormes gafas, se acercaba a ella.

Robert intuyó que necesitaban estar a solas, por lo que tras dar un beso a Bárbara, y sin despedirse de Victoria, se alejó de allí.

—Vicky —susurró Bárbara tomándole de las manos— yo…

—No tienes que decir nada, pedazo de tonta —sonrió e intentó parecer feliz—. Si yo hubiera conocido a un highlander como el tuyo, quizá fuera yo la que me quedaba.

—Eso no es cierto. Niall es un tipo maravilloso aunque…

—No quiero hablar de Niall, por favor —pidió al sentir un pellizco en el corazón.

—Pero…

—No, Bárbara.

—Vale —sonrió dejándolo por imposible—. Dile a mami que en unas semanas volveré a casa, aunque será sólo para recoger mis cosas.

—Creo que es una idea excelente —asintió Victoria.

—¿De verdad lo crees?

—Por supuesto que sí. Escocia es un lugar mágico y estoy segura de que aquí acabarás ese libro para el que viniste a tomar notas ¿no crees?

—¡Dios, no he tomado ni una sola nota! —suspiró con una triste sonrisa.

—A partir de ahora tendrás todo el tiempo del mundo.

Bárbara no pudo responder, simplemente la abrazó. El dolor que sentía al ver a su hermana tan hundida le estaba matando por dentro. ¿No estaría siendo egoísta?

—Vicky —dijo separándose de ella—. Si me esperas quince minutos, me voy contigo a España.

—¿Tú estás loca? —susurró Victoria cogiéndole la cara—. Mira, petardilla, aunque yo me vaya, no creas que te vas a librar tan fácilmente de mí. Por lo tanto, ya puedes ir diciéndole a Chewaka que contrate una línea ADSL para que podamos escribirnos correos electrónicos, chatear o utilizar el Skype. ¿Entendido?

—Vale —asintió Bárbara.

—Por mamá no te preocupes. En cuanto le diga que eres la novia de un tipo ricachón y que, además de guapo está loco por ti, será feliz. Eso sí ¡chata! —sonrieron las dos— prepárate porque cuando venga a visitarte mamá será de las que prepare una enorme paella para todos estos escoceses.

—Te voy a echar de menos, pija de mierda —sonrió Bárbara con cariño.

—Yo a ti también, Barbiloca —respondió abrazándola— especialmente cuando esté en algún Spa, haciéndome un tratamiento de chocolaterapia para bajar todos los kilos de más que llevo de equipaje extra.

Tras decir aquello, Victoria le dio un último beso a Bárbara y se alejó. No podía seguir allí ni un minuto más. Por lo que tras montarse en el taxi con Charly, movió la mano a modo de despedida y cuando éste arrancó, también arrancó ella a llorar.

Charly, que por primera vez no soltó un comentario desagradable consciente de la angustia de Victoria, le pasó el brazo por los hombros ofreciéndole el suyo para llorar.

—Te voy a manchar el abrigo con el rimmel —susurró Victoria.

—No importa —respondió él—. Me compraré otro.

Bárbara, hipando por la triste despedida, regresó al hotel, y no se sorprendió cuando al entrar vio a Niall junto a Robert mirando a través de la cristalera.

—Necesito un teléfono —gimió—. Tengo que llamar a mi madre.

—Ven conmigo cariño —indicó Robert, dejando solo a Niall todavía con el corazón en un puño al ver cómo se marchaba Victoria recostada en el hombro de aquel idiota.

* * *

El sonido del teléfono la estaba volviendo loca. Hacía sólo dos días que había llegado a Madrid, pero el dichoso ruido no había parado ni un segundo. Se tapó la cabeza con la almohada e intentó olvidarse de aquel tormentoso pitido. Lo único que quería era pensar en Niall, en sus ojos, en su boca, y en su sensual sonrisa. Apenas hacía cuarenta y ocho horas que no lo veía y aún no lograba entender cómo iba a continuar viviendo sin él.

No podía soportar más aquel impertinente sonido.

Se levantó, llegó al salón y de un tirón logró arrancar el cable de la pared. Se sintió mucho mejor cuando el silencio lo inundó todo. Quería dormir, necesitaba dormir. Volvió a su elegante habitación, y nada más poner la mejilla en su almohada Tempur, aquel ruido volvió de nuevo.

—¡Maldita sea! ¿De dónde…? —gritó levantándose de la cama.

El ruido provenía de la puerta de entrada, así que sin importarle la pinta que llevaba la abrió. Ante ella, aparecieron su madre con Víctor y el portero.

—Por la Virgen del Tuperware —exclamó su amigo al verla—. ¿Qué llevas puesto?

—Un pijama de tomates Cherry —casi gritó Victoria momento en que el portero se marchó—. ¿Y a vosotros qué os pasa? ¿Sois incapaces de respetar el sueño de los demás o qué?

—Son las seis y media de la tarde —contestó Víctor sin ganas—. Nos tenías preocupados y viendo que no coges el teléfono no nos ha quedado más remedio que presentarnos aquí.

—Mamá —Victoria se dirigió a Margarita—. Hablé contigo cuando llegué y te dije que estaba bien. Creo que me merezco un poco de paz.

—Tesoro —murmuró su madre al ver el aspecto de su hija—. Estábamos preocupados por ti. Entiéndelo.

—Pues haced el favor de no preocuparos tanto por mí e intentad respetar mi intimidad —gritó aún en la puerta.

—Porque te queremos mucho —Víctor ahora parecía enfadado—. Porque, hija, es para mandarte a la mierda sin billete de vuelta. ¿Nos vas a invitar a pasar o piensas seguir ladrando mientras nos tienes en la puerta?

—Quiero dormir —bufó incrédula—. ¿Seríais tan amables de marcharos?

Margarita no podía decir nada. Sólo observaba las grandes manchas oscuras que Victoria tenía bajo los ojos y la hinchazón de su cara. Aquello, unido a los pelos de loca que llevaba y al enorme pijama de tomates, supuestamente Cherry, le indicó que su hija no estaba bien.

—Tesoro —insistió Margarita—. Bárbara nos llamó. Está preocupada por ti y sólo queríamos…

—¡Mamá! Estoy bien, ¿no lo ves?

—Sí, estás maravillosa —indicó Víctor—. Vámonos Marga —dijo agarrando a la mujer que en un principio se resistió—. Dejemos a la diva de los tomates Cherry.

—¡Adiós! —gritó Victoria cerrando de golpe su puerta.

Pero cuando dio dos pasos hacia el dormitorio sintió una presión en el corazón, que le hizo volver, abrir la puerta y lanzarse llorosa a los brazos de aquéllos a los que minutos antes había rechazado.

Un par de horas más tarde Víctor había bajado al Vip’s en busca de comida y se había sorprendido al recibir una llamada de Victoria pidiéndole que subiera cervezas. Marga afanosa en la inmensa cocina de su hija, preparaba algo de comer.

—Yo te veo muy guapa —señaló Víctor ya sentado junto a su amiga—. Creo que el aire de la montaña te ha sentado muy bien. Es más, incluso te veo más delgada.

—¡Imposible! —señaló Victoria—. Allí he comido como una vaca.

Al decir aquella palabra, vaca, comenzó de nuevo a llorar.

Todo le recordaba a lo que tanto echaba de menos, así que Víctor tuvo que sacar un nuevo Kleenex de la caja azul.

—Por Dios, Vicky, te vas a deshidratar. Venga, intenta continuar hablando sin llorar ¿vale?

—Allí nada era light ni bajo en calorías —suspiró, mientras contenía las lágrimas—. Estoy segura de que reventaré la báscula.

Mientras hablaba de Escocia no podía evitar alternar los lloros con las miradas iluminadas. Esto no pasó desapercibido ni a Víctor ni a Margarita.

—Mira, Vicky —prosiguió su amigo—. Siempre apoyaré lo que tú decidas, pero creo que quizás deberías pensar un poco mejor lo que has dejado allí y lo que tienes aquí.

—Aquí lo tengo todo, Víctor. Mi trabajo, mi familia, mis amigos. Allí de momento, aparte de una hermana enamorada, tengo poco más.

—¿Tan enamorada está nuestra Barbiloca? —rió Víctor al escucharla.

—Como diría ella, hasta las trancas —sonrió al recordarla—. En ningún momento ha vuelto a mencionar a Joao, es más, creo que su zanahorio ha borrado cualquier sentimiento que pudiera tener por él.

—Ufff… Joao, menudo sinvergüenza —se quejó Marga entrando con un caldito—. Se presentó en casa para que yo le informara de dónde estaba Bárbara.

—Te lo perdiste —se carcajeó Víctor—. Yo estaba allí y te puedo decir que ese machito se fue con el rabo, y nunca mejor dicho, entre las piernas.

—Ésa fue la mía —sonrió Margarita—. Me despaché a gusto con él. Le dije todo lo que pensaba, y no ha vuelto a aparecer.

—Me hubiera gustado estar presente —sonrió Victoria—. Yo también le habría dicho un par de cositas.

Margarita, mirando su hija, deseó acurrucarla entre sus brazos, pero todavía existía una pequeña puerta que era incapaz de traspasar. La frialdad que a veces Victoria le mostraba la hacía frenarse en muchas cosas por temor a enfadarla o a sentir su rechazo.

—Tesoro —indicó Margarita cogiéndole la mano—, sabes que estoy aquí para cualquier cosa que necesites ¿verdad?

—Sí, mamá. Lo sé —asintió Victoria.

—Si necesitas hablar de Niall ya sabes que…

—No, mamá —retiró la mano de su madre—. Ni quiero, ni necesito hablar de esa persona. Quiero olvidarme de él y punto.

—Vicky —señaló Víctor dándole un empujón—. A veces eres más áspera que una piedra pómez.

«Es cierto», pensó Victoria.

Ellos estaban intentándolo todo para ayudarla y sin embargo ella seguía como siempre, en su línea de mala víbora.

—Mamá. Gracias por tu ofrecimiento, pero sobre lo mío prefiero no hablar —e intentó sonreír—. En cuanto a Bárbara te diré que está feliz, y que dentro de unos días regresará, pero con la intención de volver a Escocia —al ver cómo a su madre le empezaba a temblar la barbilla añadió—. Pero no debes llorar, mamá, porque cuando conozcas a Robert y a la pequeña Lexie, vas a ser la mujer más feliz del mundo.

—Querida —saltó Víctor—. Con el dinero que tienen… ¿Cómo no nos van a gustar?

—En la vida no todo es dinero y lujo, tontuso —sonrió Margarita.

—Eso es cierto mamá —asintió Victoria con tristeza—. Eso es muy cierto.

Sobre las diez de la noche, a pesar del ofrecimiento de aquéllos por dormir con ella, Victoria lo rechazó, quería estar sola, por lo que Víctor y Margarita, tras prometer regresar al día siguiente se marcharon.

Una vez cerró la puerta, lo primero que hizo fue preparar el baño. Se iba a dar al fin un maravilloso y anhelado baño relajante con aceites esenciales. Cogió una cerveza fresquita de su moderno frigorífico. Después se quitó la ropa y se miró en el espejo.

—Bien —susurró mientras sacaba la báscula del rincón—. Ha llegado el terrible momento.

Se subió a ella tras lanzar un suspiro. Victoria miró al frente esperando la odiosa voz que por norma le indicaba que había engordado. «Ha perdido dos kilos ochocientos treinta gramos».

—No me lo puedo creer —susurró bajándose para volver a subir—. Seguro que no me he pesado bien.

«Ha perdido dos kilos ochocientos treinta gramos» volvió a repetir la voz de la báscula, momento en el que Victoria sorprendida cogió la cerveza, dio un trago y sonrió.

Tras el subidón de la báscula, se metió en su moderna y maravillosa bañera, donde durante una media hora disfrutó de un increíble baño, pero pasado ese tiempo comenzó a sentirse rara. Algo le faltaba y con lágrimas en los ojos rápidamente supo el qué.

Le faltaba el bullicio de aquella casa. La poca intimidad. Los comentarios nada femeninos de Rous, los ladridos de Stoirm, las dulces palabras de Ona, y especialmente le faltaba Niall. Cerró los ojos e intentó retener las lágrimas. No quería llorar más, pero fue imposible.

Los momentos vividos hacía unas noches en el castillo con Niall no podía sacárselos de la cabeza.

Su mente continuamente volaba al momento en que le enseñó las películas pirateadas, los termos con té del Starbucks y sus besos. Esos besos calientes y con sabor a vida que tanto le habían gustado y que echaba de menos.

Levantándose de la bañera se dio una ducha rápida, y tras ponerse el albornoz, fue descalza hasta el salón. Se sentó en su cómodo sofá y puso la televisión con la intención de ver alguna película que la distrajera de tan dolorosos recuerdos. Pero incluso la televisión le recordaba a Niall. En un canal estaban emitiendo la película Braveheart.

«Oh, Dios… un highlander» pensó.

Como una tonta se puso a llorar al ver los campos de Escocia, por lo que cambió de canal. En éste ponían un documental sobre naturaleza, en el que aparecían ciervos que le volvieron a hacer llorar. Cogió el mando y saltó hasta otro canal, donde se quedó durante unos segundos viendo a una señora hacer una tarta de manzana, que le recordó a Ona. Cambió de nuevo e incrédula tuvo que desistir cuando vio al tío de Bricomanía arreglar el cercado de una finca.

«Esto es un complot», pensó.

Pero cuando volvió a cambiar y vio al actor escocés Gerald Butler hablar sobre la película Posdata: Te quiero, se derrumbó y, tirando el mando contra la pared, volvió a llorar como una idiota.

* * *

Sobre la una de la madrugada, harta de dar vueltas y que todo le recordara a Niall, se vistió y bajó al garaje. Cogió su coche, y condujo hasta la casa de su madre. A las dos y diez de la madrugada llamó al portero automático.

—Mamá, abre. Soy yo.

Margarita, asustada, bajó en camisón en busca de su hija. La encontró en la escalera hecha un mar de lágrimas, por lo que abrazándola subieron hasta el piso donde Óscar las recibió con cariño.

Una vez pasados los primeros momentos de caos, donde a Margarita le temblaban hasta las pestañas, intentó tranquilizarse. Por lo que tras preparar café, regresó junto a su hija al comedor, encontrándola sentada en el suelo junto a Óscar.

—Tesoro ¿por qué no te sientas en el sillón? Cogerás frío.

Óscar es un encanto de perro ¿verdad? —susurró Victoria tocándole la cabeza.

—Es un amor —sonrió Margarita.

—Mamá, te quiero mucho —dijo apenas con un hilo de voz—, y quiero decirte que siento mucho todo lo que pasó y que… y que estoy enamorada de Niall y no sé qué voy a hacer para poder continuar mi vida sin él.

Al escuchar aquello Margarita se quedó sin palabras. Su hija Victoria había acudido a ella en busca de apoyo, cariño y ayuda. Por lo que Margarita, agachándose junto a su hija, la abrazó y dio gracias a Dios porque Victoria, su Vicky, había vuelto.

Sobre las cinco de la mañana y tras mucho hablar entre ellas como años atrás, el corazón de Victoria parecía más tranquilo. Hablar con su madre le había llenado de aquella paz que en su momento Tom le señaló. Cuando su madre la acompañó hasta la habitación de su niñez y con ternura recibió el beso que le dio en la frente al apagar la luz, se sintió arropada y protegida como cuando era pequeña. Esa sensación y el cansancio acumulado le hicieron dormir plácidamente.

Margarita salió de la habitación con gesto de preocupación y entró en la suya, donde el hombre que la había cuidado el último mes la había esperado despierto, consciente de no hacer el menor ruido. Aquella inesperada visita de Victoria a su madre, con su posterior charla, era más importante que cualquier otra cosa.

—¿Está mejor?

—Tiene el corazón roto —susurró Margarita— y eso sólo lo cura el tiempo.

—¿Quieres que me vaya?

—Me sabe mal —se incomodó mirándolo—. Pero creo que sería lo mejor.

—No te preocupes, cariño. Lo entiendo.

Con cuidado ambos cruzaron el pasillo sin hacer ruido, hasta la puerta de la calle.

—Ahora que Victoria ha vuelto —dijo Margarita—, tengo que hablar con ella. Lo último que quisiera en este mundo es que piense que yo también la engaño.

—Tranquila, cariño. Todo se solucionará.

Se despidió de él y Margarita cerró la puerta. Sus ojos chocaron con los de Óscar.

—No me mires así, bribón —señaló mientras caminaba hacia la cama—. Ya sé que tengo que hablar con ella.

A la mañana siguiente, cuando Victoria abrió los ojos, lo primero que vio fue su muñeca Nancy azafata en la repisa que había frente a su cama. Con una sonrisa recordó lo ocurrido la noche anterior. Por fin había saltado la barrera para llegar hasta su madre, y eso le gustó. Tapada hasta las orejas recorrió con la mirada aquella habitación que durante años fue su auténtico refugio. Ahora se veía anticuada, con aquellos edredones floreados a juego con las cortinas.

Durante un buen rato y mientras escuchaba a su madre canturrear coplilla española por la casa, Victoria observó uno a uno todos los recuerdos de su niñez, hasta que llegó a una foto de comunión en la que estaban Bárbara y ella vestidas de monjas.

«Por favor, por favor parecemos las novias de Chucky» pensó mientras con la sábana se tapaba la cara divertida.

En ese momento, sus ojos detectaron algo y sentándose en la cama leyó incrédula el bordado de la sabana A. C. Santo Mauro.

«No puede ser» pensó.

Era imposible que su madre el día que estuvo en el hotel se llevara también un juego de sábanas. Levantándose quitó el edredón de la cama de Bárbara y casi soltó un chillido al comprobar que había colocado otro juego igual.

—¡Mamá! —gritó sin entender aquello, mientras se sentaba en su cama.

Abriéndose la puerta, apareció Margarita con un delantal blanco y con un plumero en la mano, seguida por Óscar, quien al verla despierta la saludó acercando su hocico.

—Buenos días, cariño —le dijo besándola—. No me digas que he cantado demasiado alto y por eso te has despertado.

—No, mamá.

—Hija, ya sabes que me encanta Radio Olé, y cada vez que ponen a la Piquer es que se me abren las carnes.

—Mamá —señaló el bordado de la sábana—. ¿Por qué tienes sábanas del Hotel Santo Mauro?

Al escuchar aquello a Margarita se le cayó el plumero al suelo.

—¡Por Dios, mamá! —se levantó Victoria—. No te habrá dado por robar, ¿verdad?

—Oh, no hija, no es eso —dijo recogiendo el plumero—. Es sólo que…

—Pero mamá —casi gritó Victoria al fijarse en ella—. Si hasta en el delantal pone Hotel Santo Mauro.

—Y en el plumero también —añadió Margarita con gesto tonto.

—¡Mamá! —volvió a gritar—. ¿Qué ocurre aquí?

Margarita se sentó en la cama porque las piernas le fallaban, palmoteó a su lado para que su hija hiciera lo mismo.

—Tengo que hablar contigo —comenzó a decir la mujer—. Y aunque yo quería esperar un poco a que te encontraras mejor, creo que va a ser imposible. Por lo tanto, ahí va —la miró un instante antes de continuar—. He conocido a alguien, y ésa es la persona que me proporciona todo este material del Hotel Santo Mauro.

—¡Ay, Dios mío! —susurró Victoria asustada—. Mamá, por Dios, no me irás a decir que te has enamorado de alguien de los países del este que está en España ilegalmente y que se dedica a robar en los hoteles ¿verdad?

Margarita, al escucharla, pestañeó, y sin poder remediarlo comenzó a reír.

—Habráse visto la imaginación que tiene mi Vicky.

—¿Imaginación? —repitió incrédula Victoria—. Mamá, estas sábanas son del hotel de la familia de Charly, mi ex para más señas, y ¿sabes por qué lo sé?, porque yo misma busqué la fabrica que las confecciona, y también porque he dormido allí muchas veces. Pero lo que no sé —gritó haciendo que Margarita dejara de reír—, es cómo han llegado hasta aquí estos juegos de sábanas, las toallas que seguramente tienes en el baño, y podría apostar a que hay un montón de cosas más.

—De acuerdo, hija, pero relájate, porque la venita del cuello te va a explotar.

—¡A la mierda la venita, mamá! —bufó al escucharla—. ¿Cómo han llegado estas cosas hasta aquí? No lo entiendo.

—Te lo estaba contando cuando has comenzado a alucinar con bandas rumanas, robos y yo qué sé más —señaló la mujer con intensidad.

—Mamá, por favor.

—Vicky, quien me regala estas maravillosas sábanas y todo lo demás, no es ningún delincuente, porque yo nunca estaría con una mala persona y…

—Mamá, desembucha —chilló Victoria.

—Es Juan. ¡Ea! Ya está dicho —suspiró Margarita.

—Juan… ¿qué Juan? —preguntó su hija sin entender.

—Juan Montefinos de Jerez Almendros Martínez.

El primer impulso de Victoria al escuchar aquel nombre fue chillar. ¿Qué hacía su madre con su ex suegro? Pero al ver la guapa cara con que su madre la miraba, lo único que pudo hacer fue reír.

Comenzó a reír como una loca, que provocó en Margarita un desconcierto total. Esperaba gritos e incluso enfado por parte de su hija, todo menos lo que estaba ocurriendo.

—¡Ay, mamá! —suspiró Victoria serenándose—. Entonces ese acompañante misterioso que Víctor no quería revelarme… es Juan.

—Sí hija, es Juan —asintió con rotundidad—. Un hombre que me quiere por quién soy y por cómo soy. No se avergüenza de mi pasado, ni de mí y tiene plena confianza en que aquello que ocurrió una vez no volverá a suceder.

Si la cortaran con un cuchillo, Victoria no sangraría. En la vida se le habría ocurrido pensar en su ex suegro como futura pareja de su madre. Pero la vida era así de caprichosa y si la vida le daba a su madre una segunda oportunidad. ¿Quién era ella para criticarla?

—Mamá, y lo vuestro desde cuándo…

—Creo que el flechazo lo sentimos el día que nos presentaste en el salón del Hotel Santo Mauro —murmuró Margarita—. A los dos días me llamó a casa. Quería quedar conmigo para comer con el pretexto de hablar sobre ti, pero yo le dije que no. No quería tener nada que ver con hombres casados.

—Mamá, pero si Juan está divorciado de la madre de Charly.

—Pero eso, hija, yo lo desconocía. Es más, creía que era el padre de ese cenutrio.

—¿Entonces qué pasó para que al final estéis juntos?

—Oh, hija —sonrió Margarita al recordarlo—. Uno de los días que salía de Mercadona cargada como una burra romera, un coche paró a mi lado. Como imaginarás era él. Me trajo hasta casa y en el camino me contó que estaba divorciado desde hacía más de diez años de la insoportable cuchicuchi de tu ex suegra. Y ahí fue cuando me enteré de que el cenutrio de tu ex no era su hijo.

—Qué raro que Charly no me dijera nada en el viaje —señaló Victoria.

—Es que no saben nada ni él ni la finolis de su madre. Juan y yo queríamos contároslo primero a vosotras y luego al resto del mundo. Aunque Víctor, el muy tunante, se enteró y aún no sé cómo.

Victoria se lo imaginó. Con seguridad fue el amigo y vecino de su hermana quien se lo contó.

—Juan te quiere mucho, Vicky —comentó Margarita tomándole las manos—. Nunca entendió qué viste en el relamido del hijo de su mujer para que quisieras casarte con él.

—Ahora que lo pienso, mamá. Yo tampoco lo sé.

—Tesoro. Te voy a decir una cosa y espero que no te moleste.

—Dime, mamá.

—Creo que el viaje que has hecho a Escocia te ha cambiado más de lo que tú crees. Lo veo en tus ojos y me lo grita tu corazón. Si amas a Niall y crees que es un buen hombre, debes perdonarle, porque si no te pasarás el resto de tu vida preguntándote qué hubiera pasado si hubieras elegido ese camino.

—Uf…, mamá —suspiró Victoria con tristeza—. No es fácil.

—Tesoro, no creas que te lo digo porque ese muchacho sea conde, ni nada por el estilo. Sabes que a mi eso me importa un pimiento. Yo sólo quiero que seas feliz, y me destroza verte con el corazón roto.

—Mamá —sonrió Victoria con tristeza—. En este momento de mi vida estoy segura de tres cosas. La primera es que soy feliz por verte a ti feliz. La segunda es que mi hermana ha encontrado un buen hombre y la tercera es que yo no sabía lo que era el amor hasta que no me han roto el corazón.

Con un candoroso abrazo Margarita acogió a su niña, mientras con el pensamiento le pedía a su Virgen, la Virgen de las Viñas, que intercediera por el corazón de su hija.

* * *

Un par de días de reflexión llevaron a Victoria a la conclusión de que el contrato de Eilean Donan estaba totalmente perdido. En su cabeza no entraba la posibilidad de llamar a Niall para negociar. Sabía que los asociados de R. C. H. Publicidad, tras romper su compromiso con Charly y terminar mal con Beth, no la miraban con los mismos buenos ojos.

En un principio eso le molestó, aunque ahora, en ese momento, le daba igual. Había decidido dejar la empresa y en su cabeza comenzaba a fraguarse la idea de montar la suya propia.

Sentada en el sillón de su amplio salón, con música de fondo de Michael Burlé, y ante el portátil, intentaba redactar su carta de dimisión. No iba a permitir que la echaran, y eso es lo que harían los asociados en el momento que les informara de que no traía consigo el contrato del castillo.

De pronto se fijó que en el escritorio del portátil había dos carpetas que no conocía. En una ponía Fotos Bárbara y en otra Carpeta de Tom.

Al leer aquello se le paralizó el corazón.

Abrió el archivo de Tom con lágrimas en los ojos, y vio que aparte de varias pruebas que debió hacer en su momento, había una carta para ella. Aquello la desconcertó. Se levantó para encender un cigarrillo, quizá también para intentar calmarse. Pero se llenó de valor y abrió el archivo.

Hola Victoria.

Gracias a que me has enseñado a manejar este chisme, me he animado a escribir esta carta, que aunque no lo creas es la primera carta que escribo en mi vida.

Espero que cuando descubras el engaño de mi nieto sepas perdonarnos y comprender que Niall lo hizo para darte una lección de humildad. Lo que no sabía mi muchacho era que la vida es muy caprichosa y que se había enamorado de ti, y por eso te trajo a nuestra casa. Tu casa.

Tú y tu hermana habéis sido esa corriente de aire fresco que tanto yo como mi amada Ona, mi querida hija Rous y mis queridos nietos Robert y Niall, necesitábamos. En mi corazón han quedado momentos divertidos, como cuando te tomaste tres vasos de whisky en mi cumpleaños, o cuando corrías y Stoirm te perseguía, o cómo cada mañana salías con ropa extraña para trabajar en el campo. ¡Ah… muchacha qué graciosa eres!

Recuerda que debes saldar las cuentas con tu familia. La familia lo es todo en la vida, muchacha, nunca lo olvides. Y deseo de corazón que si alguna vez Niall y tú os dais la oportunidad de ser felices, lo seáis como lo hemos sido Ona y yo.

Te quiere

Tom

Pdta.: Ojalá algún día tengáis una Isolda en vuestras vidas y yo lo vea.

Tras leer la carta lloró.

Aquella carta era la cosa más emotiva y bonita que le habían escrito en su vida, y abriendo el fichero que ponía fotos, rió y se comió los mocos al ver las fotos que había guardado su hermana allí. Fotos que comenzaban en la tediosa tarde que el coche las dejó tiradas, divertidas fotos de la fiesta de cumpleaños de Tom, en las que aparecía Ona feliz en su cocina rodeada por sus amigas. Pero cuando apareció una foto de Niall en su moto, se llevó las manos a la boca y de nuevo se derrumbó.

Una hora después, mientras suspiraba por los sentimientos contradictorios que sentía se encendió otro cigarrillo, y tras cerrar aquellos archivos y el portátil, intentó olvidar, y se centró en mirar el correo acumulado durante el tiempo que estuvo fuera. Además de cartas del banco tenía doce invitaciones a cenas e inauguraciones. Muchas de ellas habían pasado, pero había tres que todavía no se habían celebrado.

«Necesito salir, despejarme y divertirme. Llamaré a Víctor, seguro que estará encantado de asistir a esta fiesta» pensó con una triste sonrisa en la boca al ver la invitación de la discoteca Pachá.

Lo llamó al instante y éste quedó en pasar a buscarla sobre las nueve para cenar juntos antes de ir a la fiesta.

Una vez colgó, y decidida a cambiar su vida, no lo pensó y llamó a la oficina. Al otro lado sonó la voz de Susana, su secretaria.

—Hola, Susana.

—Buenos días, señorita Villacieros —saludó la muchacha que al reconocerla se atragantó; su peor pesadilla había vuelto—. ¿Cómo va su viaje?

Victoria omitió responder la pregunta, y comenzó a sentirse fatal al notar la frialdad con que le hablaba.

—Necesito que convoques una reunión urgente con los asociados mañana a las 9’30 de la mañana.

—Ahora mismo me pongo con ello —asintió la muchacha—. ¿Alguna cosa más?

—¿Qué tal todo por la oficina? —preguntó sorprendiéndola.

—Bien, señorita. Ningún cambio. ¿Usted está bien?

«No, estoy hecha papilla» pensó Victoria.

—Llegué hace unos de días de Escocia. Pero no digas nada. ¿De acuerdo?

—No se preocupe, señorita Villacieros.

—Bien, pues gracias Susana —respondió Victoria con una sonrisa.

—Señorita Villacieros… ¿Está usted bien? —preguntó la chica consciente de que era la primera vez que oía a su jefa hablarle con normalidad, y sobre todo dar las gracias.

—¿Por qué preguntas eso?

—Oh… por nada —mintió, y supo que tenía que haberse callado.

—Vale… vale —sonrió al sentir cómo aquélla casi se quedaba sin respiración—. No te preocupes, pero me gustaría hablar contigo mañana a primera hora ¿de acuerdo?

—De acuerdo, señorita Villacieros —susurró consciente de lo que le iba a decir. Todavía recordaba la conversación que mantuvieron la última vez que hablaron—. Hasta mañana.

Tras decir aquello la muchacha colgó, dejando a Victoria con el teléfono en la oreja. La sensación que le quedó al notar el miedo con que la muchacha le hablaba no le gustó nada, y contrariada cerró su móvil.

Aquella noche, cuando un guapísimo Víctor acudió a buscarla, ella le esperaba vestida con un traje de Roberto Cavalli. Una vez cogieron el coche de Victoria ésta lo llevó a cenar a Sparring. Un restaurante de alta cocina innovadora donde había oído que servían un exquisito salmón.

Sentados en su preciosa mesa color pistacho y con música chill out de fondo, Víctor miraba a su alrededor como un niño con zapatos nuevos.

—Mamá me contó lo de Juan.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró y bebió de su Martini—. Espero que supieras comportarte, contener tu lengua de víbora y no ser demasiado borde con ella.

—¿Por qué dices eso? —se molestó Victoria.

—Venga, Vicky. No creo que haga falta repetir lo que creo que ha salido por tu preciosa boquita de diseño. Lo extraño es que Marga no me haya llamado para contarme las perlas que le habrás lanzado.

—Oye, idiota —dijo mirándolo—. Que sepas que si mamá no te ha llamado es porque no le habrá hecho falta. Además, ella es mayorcita para decidir y saber con quién quiere estar y con quién no.

—Vicky… ¿Eres tú?

—Pues claro que soy yo, pero ¿por qué clase de persona me has tomado?

—¿Quieres sinceridad?

—Por supuesto.

—Ni lo sueñes —señaló Víctor—. Que luego no quiero que me montes un pollo. Nos conocemos, y sé cómo las gastas.

—Víctor, por Dios —susurró acercándose a él—. Quiero que seas sincero conmigo. No sólo quiero que me digas las cosas bonitas. Necesito que me digas también las que hago mal y no te gustan.

—¡Ay, Virgencita del Rocío! ¿Qué te han echado en la bebida?

Al escucharlo, se tuvo que reír.

—Vamos a ver, pedazo de petardo. Si he dicho que no me voy a enfadar, es que no me voy a enfadar.

—Vale. Tú lo has querido —sentenció Víctor y tomándose el Martini de un golpe dijo—. Creo que eres la persona más exigente, con menos sentido del humor y más gruñona que he conocido en mi vida, aunque no sé por qué extraña situación yo te quiero a rabiar. Pero aunque me odies tengo que decirte una cosa, Marga merece ser feliz, y si su príncipe azul es tu ex suegro, que está forrado de millones para que los disfrute, mejor que mejor. Y ahora sonríe y dime que me quieres a rabiar como yo a ti.

—Te quiero a rabiar.

Él se quedó con la boca abierta.

—¡Ay, Dios mío! —gritó y sacó el móvil—. Puedes repetir eso para que lo pueda grabar. Llevaba tantos años sin oírlo que estoy emocionado.

—Eres un payaso ¿lo sabías? —respondió muerta de risa.

Verla sonreír de aquella manera hinchó el corazón de Víctor. Llevaba tanto tiempo viéndola seria y con aquel terrible gesto de superioridad, que casi se cae de la silla al verla así.

—¿Qué miras?

—Por Dios, Vicky. Pero si hasta tienes muelas. Las he visto cuando te has reído.

—Pero bueno, Víctor ¿qué te pasa?

—¡Ya lo tengo! Tú no eres Vicky, eres mi barbiloca ¿verdad? —al ver que ella volvía a reír añadió—. Ese lenguaje de camionero no es propio de una chica ¡cool! como tú.

—Creo que me gusto más siendo así que como era hace un mes.

—No me extraña. Antes eras un auténtico muermo, con tanta clase y tanto glamour.

—En serio. ¿Era tan muermo?

—¡Buff! Sólo te diré que cuando te movías chirriabas. Al final va a tener razón Marga con eso de que Escocia te ha cambiado.

—¿Pero no decías que mamá no te había llamado? —preguntó divertida.

—Es mentira —sonrió sacándole la lengua—. Pero quería decirte todo lo que te he dicho y que no te enfadaras conmigo. Y oye, ¡he bajado hasta de peso!

—Odio pensar en la persona que me convertí.

—¿Pero a ti qué te han hecho en Escocia para que hayas vuelto así?

—Un lifting de sentimientos —asintió mirándolo.

—¡Uau!, qué profundo.

—Sí. Allí me he encontrado con personas tan diferentes de las que estaba acostumbrada a tratar, que me he dado cuenta de lo estúpida que he sido, y de lo que es realmente importante en la vida. Por cierto, voy a dejar R. C. H. y estoy pensando montar mi propia empresa de publicidad.

—¡Eso es magnifico, Vicky! Tú vales mucho y estoy seguro de que triunfarás.

—Me he cansado de trabajar para los demás y he decidido trabajar para mí —y mirándole preguntó—. ¿Puedo contar contigo como peluquero y maquillador para posibles trabajos?

Al escuchar aquello Víctor se atragantó del susto.

—¿Acabas de proponerme que trabajemos juntos?

—Sí. Quiero que seas mi socio. ¿Qué te parece?

—Pero, si yo sólo soy un simple peluquero de barrio.

—Eres un estilista excepcional. Más quisieran muchos de los creídos conocidos tener la clase que tú tienes.

—¡Ay, Dios! Me va a dar un tabardillo.

—Escucha. Mi cartera de clientes es envidiable y sé que por lo menos quince de las mejores marcas europeas estarán encantadas de trabajar conmigo, aunque sea fuera de R. C. H. Al fin y al cabo lo que contratan son mis ideas y mi ingenio, no la marca.

—¡Un whisky doble! —pidió Víctor al camarero con la boca seca.

—He pensado montar una empresa pequeña. Donde seamos capaces de dar al cliente el mejor trato al mejor precio. ¿Qué te parece?

—¡Por Dios, Vicky! Pero si no puedo hablar de la cagalera que me está entrando.

Emocionados, continuaron hablando de la futura empresa, hasta que Víctor preguntó:

—Y de tu Highlander, ¿qué me dices? ¿No le vas a dar ninguna oportunidad?

—Oh, Niall, Niall —susurró al pensar en él—. Estoy tan colgada por él que sería capaz de cruzarme el Canal de la Mancha a nado, aunque a veces sienta que su vida y la mía nunca encajarían. Pero creo que lo mejor es que cada uno continúe por su camino y nada más.

—Mira, socia —susurró Víctor acercándose a ella—. Te voy a dar un consejo de amigo. Si yo hubiera encontrado al machote de la Coca Cola Light, atractivo a rabiar, con sentido del humor, buen cuerpo, amigo de sus amigos, que está loco por ti, y que por tu sonrisa de vicio presupongo que es un excelente amante, y encima forrado de dinero, ¡no me lo pensaba ni medio minuto! Ahora deberías decir ¿por qué, Víctor?

—¿Por qué, Víctor? —repitió ella.

—Porque como dicen las Azúcar Moreno, sólo se vive una vez, y porque el corazón tiene razones que la razón no entiende.

Acabada la cena, tomaron un taxi hasta la discoteca Pacha donde el ambiente a las doce de la noche era chispeante y divertido. Cuando dejaron sus abrigos en el ropero, fueron hasta la barra, y pidieron algo de beber.

—Dos Cosmopolitan, por favor, —pidió Víctor y al admirar a su amiga dijo—. Ese vestido que llevas va a causar estragos esta noche. Cómo te mira el guaperas de allí.

Victoria lanzó una mirada hacia donde le indicó Víctor, y sonrió al ver al hombre que la observaba. Era un auténtico pijo, en su más extensa palabra.

—¡Qué horror de tío, por Dios!

—Pero si es tu tipo —sonrió Víctor.

—Ya no —negó—. Ahora me gustan los hombres, hombres.

—¡Victoria! —dijo una voz tras ella.

Al volverse se encontró con la sofisticada Beth, acompañada de los dos muchachos que ella solía llamar «los comodines».

—Qué horror —susurró Víctor—. ¡La garrapata recauchutada!

—Hola, Beth —saludó Victoria.

—¿Cuándo has vuelto?

—¿No te lo ha contado Charly? —preguntó extrañada.

—No. ¿Qué me tiene que contar?

—Fue a buscarme a Edimburgo y vinimos juntos en el avión.

—No sabía nada —contestó molesta, y omitió que Charly y muchos de los hasta entonces súper amigos, a raíz de ser descubierta en el hotel en situación nada decorosa, la habían excluido de sus fiestas y sus glamurosas agendas.

—¿Cómo es que has venido con «tus comodines», Beth? ¿No tienes a nadie más?

Rabiosa por escuchar aquello Beth atacó.

—Y tú. ¿Cómo es que vienes con ese peluquero marica?

—Woooo… ¡Habló la recauchutada! —sonrió Víctor al escuchar a Beth—. Ten cuidado, vieja chocha, que el que juega con fuego se quema.

—Víctor es un buen amigo —advirtió Victoria— al que no califico por sus apetencias sexuales. Porque si así fuera, a ti te tendría que calificar cómo la asaltacunas, comepollas y lamecoños de las agencias de publicidad. ¿Te parece buena calificación?

—¡Vicky! —regañó Víctor al escucharla—. Ese lenguaje, corazón mío.

—¡Eres vulgar! —gritó Beth—. Tan vulgar como tu madre y tu hermana. Qué pena, todos los años que dediqué a crearte un estilo no han servido para nada. Tu cuna chabacana de barrio ha podido más que la elegancia y el saber estar.

—¡La madre que la parió!, apártate Vicky que a esta vieja le salto los implantes de la boca uno a uno —dijo Víctor remangándose la camisa.

—¡Oh, no Víctor!, no te preocupes. —Susurró Victoria sujetándolo.

—¡Cómo que no me preocupe! —gritó al ver que Beth sonreía.

—Porque los implantes se los voy a saltar yo.

Tras decir esto, Victoria soltó un derechazo en la mejilla de Beth que hizo que cayera encima de sus asustados «comodines» que se apartaron dejando a Beth caer de culo al suelo.

—Te la debía —señaló Victoria.

—¡Virgen del Perpetuo Socorro! —gritó Víctor—. Pero Vicky ¿Dónde te han enseñado a hacer eso?

—¡Ostras!, que leche le he dado —susurró Victoria incrédula mientras estiraba su dolorida mano.

—¡Te voy a denunciar! —gritó Beth al ver que todos miraban—. ¡Te voy a arruinar la vida! ¡Te lo juro!

—Mira, vieja loca —susurró Victoria acercándose a ella—. A partir de este instante no quiero que te vuelvas a acercar a mí en lo que te queda de vida. No quiero que el nombre de mi madre o mi hermana ocupe ni un sólo centímetro de tu asquerosa boca nunca más y si tienes huevos, denúnciame. Mi madre estará encantada de sacarse unos eurillos extras con las fotos que tenemos enmarcadas.

Y dándose la vuelta con una sonrisa en la boca, Victoria tomó a su amigo del brazo.

—¿Nos vamos, socio?

—Por supuesto, Tyson. —Víctor, al pasar al lado de Beth no pudo evitar hablarle—. Te lo dije, recauchutada. El que juega con fuego, tarde o temprano se quema.

* * *

Vestida con un oscuro traje de Armani, Victoria aparcó el coche en su plaza reservada. Con el maletín en una mano y el móvil en la otra, se encaminó hacia la oficina, donde al entrar el vigilante de la puerta se cuadró.

—Buenos días, señorita Villacieros.

—Buenos días —respondió con una sonrisa al entrar en el ascensor.

La glamorosa oficina de R. C. H. Publicidad, que tanto le había gustado, de pronto se convirtió en un lugar cerrado, sin aire y sin sol.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron de nuevo, ante ella apareció el pequeño pasillo recorrido durante años. Lo miró notándolo extraño. ¿Habían cambiado la moqueta?

Según se acercaba a su despacho, se cruzó con un par de trabajadores, quienes al verla torcieron la cabeza e hicieron como si no la vieran. ¿Siempre hacían aquello?

Al llegar ante su despacho, Susana, a quien ya se le notaba bastante el embarazo, se levantó y corrió ante ella para abrirle la puerta. ¿Siempre se la abría?

—Buenos días, Susana.

—Buenos días, señorita Villacieros —saludó la muchacha que sacó un pequeño cuaderno y comenzó a cantar como los niños de San Ildefonso—. La reunión convocada para las 9:30 ha sido retrasada a las 9:45; el motivo es porque el señor Martínez llegará un poco más tarde. A las 12:00 vendrá a visitarla la Sra. Clark, responsable de la revista Elle en España.

—No hay problema, Susana —indicó sentándose en la silla.

Como una autómata su secretaria salió del despacho y en menos de dos segundos volvió a entrar dejándole varios documentos sobe la mesa. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba tan acelerada? Victoria, siguiéndola con la mirada, vio que salía otra vez, y a los pocos minutos llegaba con una taza de café.

—Aquí tiene, señorita Villacieros. Solo, doble y sin azúcar.

—Susana, me gustaría hablar contigo. ¿Podrías sentarte?

La muchacha, al escuchar aquello, cambió de color, y tras sentarse, metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón premamá y dejó encima de la mesa un papel.

—¿Qué es eso? —preguntó Victoria.

—Mi carta de despido.

—¿Carta de despido? ¿Por qué?

—Me dijo usted que podría trabajar aquí sólo hasta que regresara de Escocia. ¿No lo recuerda?

Victoria se levantó, y tras cerrar la puerta del despacho volvió a sentarse, pero en la silla que estaba junto a su secretaria.

—Vamos a ver, Susana. Me acuerdo perfectamente de lo que te dije, por eso lo primero que voy a hacer es romper esta absurda carta —dijo Victoria sorprendiéndola—. No voy a despedirte y menos porque estés embarazada.

—Gracias —suspiró la muchacha que cerró los ojos—. Gracias de todo corazón. No sabe usted el favor que me hace.

—Lo segundo que quiero hacer —prosiguió Victoria— es pedirte que me llames por mi nombre. Se acabó eso de Señorita Villacieros. A partir de ahora soy Victoria, sólo Victoria. ¿Entendido?

—Sí, señorita Villacieros.

—¿Cómo? —preguntó con una sonrisa.

—Ups… perdón Victoria.

—Y lo tercero —dijo tomándole las manos—. Pedirte disculpas por lo mal que te lo he hecho pasar con mis malos modos y mi mala actitud.

Susana sorprendida por aquello, no acertaba a hablar.

—Oh… no, no se preocupe señorita… Victoria.

—Lamentablemente sí que me tengo que preocupar —dijo al ver por primera vez la cara de muñeca que tenía Susana—. He sido una pésima jefa, y antes de dejar de serlo quiero escuchar que me perdonas. Por favor.

—Por supuesto que la… que te perdono —sonrió.

—Susana, sólo espero que cuando deje la empresa…

—¿Dejar la empresa? —interrumpió la muchacha—. ¿Por qué? Eres una publicista excepcional. No creo que a la empresa le interese que…

—De eso quería hablarte —intervino Victoria—. Voy a montar mi propia empresa de publicidad y me gustaría saber si tú querrías trabajar conmigo.

Susana, no lo dudó un segundo.

—¡Oh, Dios! Por supuesto que sí.

—De momento, sólo puedo prometerte el mismo sueldo que tienes aquí, pero si la empresa marcha bien, prometo ofrecerte más. Eso sí. Una cosa. De momento te pido discreción.

—Soy una tumba, jefa —sonrió e hizo que Victoria también lo hiciera; ambas notaban que aquello iba a funcionar.

Aquella jovencita de apenas veinticinco años le acababa de dar una lección. Lo importante era el futuro, no lo debía olvidar.

Diez minutos después, Victoria llamó a Chema y a Luis, también les debía una disculpa.

Chema, al entrar en el despacho, se puso a sudar, nervioso por lo que iba a escuchar, mientras Luis, con una sonrisa altiva parecida a la de Victoria meses atrás, la retó con la mirada. Pero lo divertido fue ver sus caras cuando ésta levantándose de su silla, les pidió perdón por su comportamiento e hizo la misma propuesta laboral que a Susana. Los dos aceptaron con los ojos cerrados. Victoria era una jefa dura, pero intuían que su relación ya no volvería a ser lo que fue. La jefa había cambiado.

Cuando salieron de su despacho, por una mirada que Luis lanzó a Susana, percibió que el guaperas de la oficina estaba interesado en su joven secretaria. Algo que le agradó y le gustó.

A las 9:40 Victoria, con paso firme, y segura de su decisión, entró en la sala de reuniones. Ya estaban todos esperándola. Pocos minutos después las voces desde la sala de juntas se escucharon en toda la planta. Los asociados montaron en cólera cuando Victoria les informó que había vuelto de Escocia sin el contrato.

Sentada con tranquilidad en una de las sillas de cuero negro de la sala de juntas Victoria escuchaba cómo los asociados se despachaban en cuanto a quejas y reproches, cuando entró Susana.

—Esto acaba de llegar, viene a tu atención —susurró la muchacha entregándole un sobre marrón.

—Gracias —sonrió Victoria.

Mientras los asociados continuaban discutiendo sobre qué hacer con el cliente, Victoria abrió el sobre, y llevándose las manos a la boca contuvo un gritó cuando vio que en sus manos tenía el contrato de Eilean Donan. Niall lo había firmado.

Con el corazón a mil revoluciones se levantó en medio de la reunión. Ya no quería oír más voces.

—¿Podrían escucharme un momento? —dijo haciéndoles callar.

—¿Qué narices quieres tú ahora? —gritó uno de los asociados. Aquello hizo que Victoria le clavase su mirada más asesina.

—Entregarles mi carta de dimisión —dijo tirándola de malos modos—. Adiós señores, espero que les vaya bien.

Haciendo caso omiso a las voces volvió a su despacho. Nerviosa sacó los papeles en busca de alguna nota de Niall, pero no encontró nada. Sólo el contrato firmado sin más.

Cogió el teléfono y marcó el número de móvil de su hermana Bárbara, con suerte estaría en Keppoch y tras un par de timbrazos la voz de una niña sonó.

—Lexie, ¿eres tú?

—Sí, soy yo.

—Hola cariño, soy la tía Vicky —sonrió al escuchar la voz de la pequeña.

—Hola tía Vicky. ¿Cuándo vas a venir?

—No lo sé, cariño ¿Está Bárb…?

—Vicky ¡Oh Dios mío! —gritó su hermana quitándole el móvil a la cría—. Vicky, de verdad eres tú.

—Sí, pedorra soy yo. ¿Cómo estás?

—¿Por qué no me has llamado antes?

—Estaba solucionando varios asuntos pendientes —tomando aire preguntó—. Bárbara, ¿cómo está mi highlander?

—Si te dijera que feo y gordo mentiría —respondió con alegría—, pero si te dijera que alegre y amable también. ¡Joder Vicky! ¿Cómo coño quieres que esté?

—Lo quiero y no quiero vivir sin él.

—Pues ya estás moviendo el culo, cogiendo un avión y viniéndote para acá. ¡Ay Dios… qué alegría más grande!

—Pero escucha. No digas nada a Niall, ni a tu zanahorio, quisiera darle un poquito de su misma medicina a mi highlander antes de decirle lo mucho que lo quiero. Pero necesito tu ayuda, la de Ona y la de Rous.

—Mira que eres puñetera, Vicky —respondió con una sonrisa—. ¿Aún quieres liar más las cosas?

—No te preocupes —respondió muy segura—. Las voy a liar para siempre.

* * *

Quedaban tres días para finalizar el año cuando Victoria llegó a Edimburgo. El subidón de adrenalina que sintió estuvo a punto de hacerla gritar. Bárbara, Ona y Rous sabían que Victoria volvía, pero nadie más. Victoria quería que Niall sintiera en sus propias carnes lo que era ser engañado, y tirando de su artillería pesada volvió con energías renovadas.

—¡Oh, Dios! —gritó Víctor—. Pero qué frío hace aquí.

—No me seas nenaza —sonrió Victoria—. Si esto te parece frío, ¿qué va a ser de ti cuando vayamos a las Highlands?

—¡Dios mío! —susurró Víctor—. Lo que tiene que hacer uno para encontrar novio.

—Vicky —llamó Margarita—. Estoy preocupada por Óscar.

—Cariño, tranquila —sonrió Juan—. Estoy seguro de que no tardarán en traerlo.

—Con lo bien que se porta —se quejó Margarita—. No entiendo por qué no ha podido viajar con nosotros en el avión. Pobrecico mío. ¿Cómo estará?

—Mamá, no te preocupes, verás como enseguida lo sacan.

—¡Ay, Dios mío!, como nos hayan perdido a Óscar tu hermana nos mata —murmuró preocupada Marga— y te juro que yo los asesino.

Victoria y Juan cruzaron una mirada cómplice. Estaban encantados el uno con el otro, y cuando Victoria les pidió que la acompañaran a Edimburgo, éste no se lo pensó.

—Ahí lo traen —sonrió Víctor al ver a Óscar junto a una de las azafatas—. Míralo qué mono, pero si hasta se le ve guapo.

—¡Cosita preciosa! —gritó Marga que corrió hacia el animal, que al verla comenzó a saltar de alegría mientras los demás le hacían carantoñas.

—Victoria —llamó Juan— muchas gracias por hacerme sentir uno más de la familia invitándome a acompañaros en este viaje.

—Para mí siempre has sido de mi familia, y quiero que sepas que si vosotros sois felices, yo estoy ¡superfeliz! Además, quiero que Niall se dé cuenta de que yo también tengo una familia que me respalda y que es capaz de mentir tan maravillosamente bien como la suya.

—¡Mirad quién está aquí! —dijo Marga acercándose con el perro.

—Hola mastodonte —sonrió Juan que tocó al animal.

Óscar, encantado los lamió a todos. Él también se alegraba de verlos.

—Hola guapetón —saludó Victoria con cariño.

—Bueno, pues ya estamos todos ¿no? —gritó Marga feliz.

—¡Casi todos! —indicó Victoria agarrándola del brazo—. Venga mamá, vámonos al hotel.

Cuando llegaron al Hotel Glashouse, la señorita de recepción miró a Victoria. ¿De que la conocía?, pero cuando vio a Bárbara aparecer, la identificó rápidamente. ¡La Española!

—¡Óscar! —gritó Bárbara que corría hacia ellos.

—Qué mona —señaló Víctor—. A los demás que nos den morcillas.

—No seas pelusón —regañó Victoria.

Con la felicidad dibujada en la cara, Victoria observó cómo su hermana abrazaba a su madre, a Juan y a Víctor, mientras Óscar saltaba y la chupaba donde podía. Recibir a Juan en la familia, a Bárbara le supuso una gran tranquilidad. Ahora que ella no estaba tan cerca de su madre, saber que ésta tenía a Juan, le gustó más de lo que nadie pudiera imaginar.

Finalizados los abrazos y besos, la señorita de recepción les entregó las llaves de las habitaciones. Tras dejar a Juan y a Marga a solas en la suya, Bárbara acompañó a Víctor y a Victoria a la que compartirían.

—¡Virgen del tuperware! Qué habitación más alucinante.

—Bárbara —susurró Victoria—. ¿Estás bien?

—Oh, sí. Ahora que estáis aquí, sí —asintió sin mirarla mientras jugaba con su perro.

Pero cuando Victoria observó que la mochila de su hermana estaba junto a su equipaje, supo que mentía. Había ocurrido algo y no lo quería contar.

—Vamos a ver —agarró a Óscar por el collar—. ¡Tiempo muerto! —y volviéndose hacia su hermana preguntó—. Me vas a contar lo que pasa o voy a tener que usar la fuerza bruta para sacártelo.

—¡Cuidado con Tyson! —bromeó Víctor.

—¡Joder, Vicky! —protestó al escucharla—. Robert y yo hemos discutido.

—Por mi culpa ¿verdad?

—Oh, Dios… —suspiró Víctor— se masca la tragedia.

—Vicky —dijo Bárbara—. Cuando Ona comentó en la cocina que hoy llegabas de España y que te casabas con Charly, el muy gilipollas me dio a elegir entre tú o él.

—¡Qué osado el zanahorio! —gritó Víctor.

—Y por supuesto —gimoteó Bárbara—, te elegí a ti. Esta mañana me ha despertado. Tenía preparada mi mochila, sin despedirme de Lexie me ha hecho montar en su coche y sin decirme nada me trajo hasta aquí y se marchó. ¡Me ha echado de su casa el muy animal! —gritó Bárbara—. Eso no se lo voy a perdonar jamás.

—Así me gusta —señaló Víctor—, ¡dignidad ante todo!

Victoria no quiso sonreír, pero aquello ya lo había vivido con su hermana.

—Pero vamos a ver —susurró Victoria acercándose a ella—. ¿Por qué no le dijiste la verdad? No quiero que vosotros tengáis problemas por mi culpa.

—¿Sabes? —susurró Bárbara limpiándose las lágrimas—. Robert no tiene derecho a darme a elegir entre mi familia y él. Yo nunca le he dado a elegir entre Niall y yo, porque entiendo que Niall es su familia y a mi me encontró en la calle.

—Y nunca mejor dicho —asintió Víctor.

—¡Por qué no cierras el pico! —gritó Bárbara.

—Imposible. Ante semejantes comentarios no puedo —respondió él.

—Chicos, paz —pidió Victoria.

—Anda, Barbiloca —señaló Víctor—, dame un abrazo que yo te quiero mucho.

—Y yo a ti también, tontuso —dijo abrazándole—. Por cierto Vicky, Ona y Rous te mandan millones de besos.

—Estoy deseando verlas —asintió Victoria—. Y Niall… ¿Cómo está él?

—¡Madre mía, Vicky! —suspiró y soltó a Víctor—. Cuando Niall escuchó a Ona decir que regresabas hoy a Escocia porque al final utilizarías las instalaciones del castillo para casarte ¡Dios! Tenías que haber visto su cara. Era el demonio en persona, y tras dar un puñetazo a la mesa se marchó, pero no sé adonde. Luego fue cuando el estúpido de Robert discutió conmigo. ¡Es un cabezón! —gritó Bárbara.

—Le dijo la sartén al mango —susurró Víctor haciéndolas sonreír.

—No te preocupes, conocemos a Robert —señaló Victoria— seguro que antes de un par de horas ya está buscándote o llamándote por teléfono.

En ese momento sonó la puerta. Al abrir entraron Marga y Juan.

—Chicos ¿qué os parece si nos vamos a cenar? —dijo Marga.

—Excelente idea —asintió Víctor—. Este estrés me produce un hambre atroz.

Diez minutos después, tras dejar a Óscar tranquilo en la habitación, los cinco salieron del hotel sin ser conscientes de que un ceñudo Niall los observaba a través de los cristales oscuros de su despacho. Volver a ver a Victoria hizo que su corazón comenzara a latir con fuerza y tuvo que usar todo su aplomo para no salir y correr tras ella.

Llevaba sin verla varias semanas, convirtiéndose aquel tiempo en una eternidad. En más de una ocasión había estado tentado en ir a buscarla a España, pero no quería presionarla, quería que ella lo perdonara. Ése fue el motivo por el cual se encargó de hacerle llegar el contrato firmado de Eilean Donan. Si algo le importaba a Niall en aquellos momentos era ella, única y exclusivamente ella.

Pero el mazazo que sufrió al enterarse de que volvía a Escocia para casarse, y encima con la sangre fría de hacerlo en el castillo, le dejó tocado el corazón. ¿Cómo podía casarse con otro cuando sus ojos le habían gritado que lo amaba a él?

No había visto con claridad la cara de Charly, pero a Victoria sí. El aura de felicidad que vio en ella cuando sonrió le impactó. Sólo la había visto tan radiante y expresiva una vez. La noche del castillo. Verla agarrada a aquel tipo, y tan feliz, le hizo replantearse su situación. Quizás Victoria sería más feliz con el estirado de Charly. Reconocer aquello le dolió, pero amaba a Victoria y por encima de todo quería que fuera feliz, y si en esa felicidad él no entraba, sólo podía retirarse y dejar libre el camino a quien verdaderamente se la pudiera dar.

Aquella noche, consumido por los recuerdos, Niall escuchaba las noticias sentado en el sillón de su despacho, cuando se abrió la puerta y sé cerró de golpe.

—¡Maldita sea, Niall! —gritó Robert sentándose frente a él—. Maldigo el día en que esa cabezona española se cruzó en mi vida. Ojalá pudiera manejar el tiempo para poder retroceder al justo momento que la miré.

—Si pudieras hacerlo, ¿qué harías? —preguntó Niall que apagó el televisor.

—Lo tengo muy claro. La volvería a mirar —suspiró desesperado.

—Entonces ¿cuál es el problema?

—Creo que esta vez la he fastidiado, y la he fastidiado a fondo.

—¿Qué ha pasado?

—Ayer, cuando te marchaste malhumorado al conocer la noticia del regreso de Victoria —susurró al ver cómo se le oscurecía la mirada—, Bárbara dijo que ella quería venir a Edimburgo para ver a su familia. Cuando regresamos a casa tuvimos una tremenda discusión y en un momento de rabia, le di a elegir entre su familia o yo.

—¿Cómo?

—Sí, tío soy un imbécil —asintió dándose un cabezazo contra la mesa—. Anoche no podía conciliar el sueño, furioso porque ella había dicho que su familia estaba ante todo, me levante, metí sus cosas en su mochila, la desperté, y sin dejar que se despidiera de Lexie, la traje a Edimburgo, y me fui, dejándola sola.

—¡Maldita sea, Robert! —exclamó incrédulo Niall—. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así?

—No lo sé, tío, me sentí tan mal cuando vi que tú…

—Eres un completo idiota —regañó Niall levantándose—. Bárbara, a pesar de lo que ocurrió en su momento, te perdonó y nunca te dio a elegir entre ella y yo.

—Lo sé… lo sé… —susurró y apoyó la cabeza entre sus manos.

Niall abrió un minibar para sacar dos cervezas, y tras dos golpes certeros le pasó una a Robert.

—¿Qué puedo hacer? Necesito hacer algo para recuperarla.

—Lo tienes fácil, habla con ella.

—Su mirada cuando la dejé daba miedo.

—¿Qué esperabas? ¿Que aplaudiera? Maldita sea, Robert, que la has echado de tu casa. ¿La has llamado al móvil?

—Lo tiene apagado.

Tras un incómodo silenció Niall habló.

—Esta noche vi a Bárbara y a su familia cuando salían a cenar.

—¿Les has visto a todos? ¿Todos… todos?

—Sí, a todos —asintió mirándolo a los ojos— mi princesa estaba preciosa.

—¿Y?

—Acabo de hablar con Steven. Mañana me marcho para México, a las cuatro de la tarde desde Aberdeen, no quiero estar aquí cuando ella se case con otro. No lo puedo soportar.

—Niall, tú nunca te rindes. ¿Por qué lo haces?

Al escuchar aquella pregunta Niall dio un trago de su cerveza, y tras mirarlo con una triste sonrisa respondió.

—Porque al menos uno de los dos merece ser feliz.

* * *

Mirando por la ventana del hotel mientras se fumaba un cigarrillo, Victoria observó el amanecer. Siempre le había gustado comprar postales de amaneceres, pero ante ella, y gratis, tenía uno de los más bonitos que había visto en su vida.

Desde que había llegado a Edimburgo estaba nerviosa. Necesitaba ver a Niall y leer en sus ojos que la había echado tanto de menos como ella a él. Con una sonrisa en la boca observó a Óscar, dormía plácidamente a los pies de Bárbara que abrazada a Víctor dormía como un tronco. La noche anterior se habían acostado tardísimo y habían bebido demasiado.

De pronto unos toques en la puerta llamaron su atención, por lo que cruzándose el albornoz se dirigió hacía ella, y cuando la abrió se quedó sin habla. Ante ella tenía a Robert con una pinta desastrosa.

—Hola Victoria.

—Vaya… ¿mira quién está aquí?

—Vaya… vaya —contestó con despecho él—. Si es la novia del año.

—¿Algo que objetar a mi boda, Robert?

—Por mí como si te casas con un salmonete.

Al escuchar aquello Victoria sonrió.

—¿Cómo está tu primo el conde?

—Fantástico gracias a ti. ¿Y tu futuro marido?

—Estupendo y feliz.

Tras un silencio incomodo entre los dos fue Victoria la que habló.

—¿Qué quieres?

—Ya lo sabes —respondió e intentó entrar, pero Victoria le cerró el paso.

—¿Dónde crees que vas?

—Tengo que hablar con tu hermana.

—Quizás ella no quiera hablar contigo.

—¿Sabes, Victoria? —bramó echándosela al hombro—. Me importa una mierda si ella quiere o no.

—¡Suéltame idiota! —casi rió Victoria—. Suéltame ya.

Dentro de la habitación, Robert se quedó sin habla al ver a Bárbara dormida entre los brazos de aquel tipo, por lo que tensándose gritó.

—¡Maldita sea, Bárbara! ¿Quién es ese tío y por qué estás en la cama con él?

Tanto Bárbara como Víctor, al escuchar aquel rugido, abrieron los ojos asustados, pero mientras Víctor se quedaba paralizado al ver cómo aquel gigante de pelo rojo y ojos de loco, se tiraba encima de él y lo asía por el cuello, Bárbara, muy digna, se levantó y se encerró en el baño con Óscar.

—Robert, por Dios —gritó Victoria tirándose encima de él—. ¡Suéltalo!

—¡Socorro! —se revolvió Víctor—. ¡Que me mata! ¡Que me mata!

El derechazo que Robert le propinó en la mejilla, hizo que viera las estrellas.

—Bárbara ¡sal inmediatamente! —gritó Robert peleando con Víctor.

—¡Maldita sea, Robert, suéltalo! ¿Pero, te has vuelto loco? —gritó Victoria dándole puñetazos que Robert parecía no sentir—. ¡Suéltalo! ¿Pero quién crees que es?

—Me da igual —bramó Robert—. Estaba abrazando a mi mujer.

—Soy gay ¡muy gay! —gritó Víctor cogiendo aire—. Juro que soy el rey de los gays.

Victoria incrédula, miró a su alrededor y tras coger una lámpara gritó.

—O le sueltas o te la estampo en la cabeza.

—¡Bárbara! —gritó Robert sin escucharla—. ¡Quiero hablar contigo!

—Ahhhhh, me ahogo —aulló Víctor cada vez más rojo.

—¡Maldita sea, Robert! —gritó Victoria—. ¡Suelta a Víctor que lo vas a matar!

—¿Víctor? —susurró Robert y tras aflojar la presión preguntó—: ¿Tú eres Víctor?

—Sí —boqueó a punto del infarto.

—Pues claro que es Víctor, y casi lo matas, energúmeno —confirmó Victoria ayudándolo a incorporarse.

Robert horrorizado por lo que acababa de hacer suspiró.

—Lo siento. Discúlpame. ¡Joder lo siento!, por un momento creí que te habías acostado con mi mujer.

—Acepto tus disculpas —susurró Víctor en inglés.

—No lo olvidaré, amigo —asintió Robert avergonzado.

—Anda Chewaka, ve a hablar con tu mujercita —animó Victoria.

Robert, tras darle a Víctor un par de manotazos en la espalda, entró en el baño, pero la puerta del aseo estaba cerrada con pestillo.

—Bárbara mi amor, abre la puerta. Necesito hablar contigo.

—¡Ja! Lo llevas claro —se mofó ella—. Yo contigo no.

—Cariñito, por favor. Perdóname —insistió Robert resoplando.

—¡Ni lo pienses! Para mí no existes.

—Bárbara ¡abre la puerta de una vez! —bufó éste perdiendo la paciencia.

—Robert ¡pírate de aquí de una vez! —gritó al escucharlo.

—Vaya… veo que seguís en vuestra línea —sonrió Victoria al entrar en el baño con Víctor—. Bárbara ¡Por Dios! Sal de una vez.

—He dicho que no.

—¡Maldita sea, Bárbara! Si no sales tendré que tirar la puerta.

—Oh, Dios —señaló Víctor—. ¡No serás capaz!

—Por esa española —susurró Robert haciéndoles reír— soy capaz de cualquier cosa.

—Pues siento decirte que la española —gritó Bárbara—, está harta de ti, que no piensa volver contigo y que cuando se marche mi familia para España me voy con ellos.

Al escuchar aquello Robert sintió que se le partía el corazón y apoyando su frente contra la puerta dijo sin importarle quién estuviera.

—Cariño, perdóname, pero necesito que entiendas que Niall es como un hermano para mí, y ver cómo sufre día a día me está matando. Sé que eso no justifica mi manera de hacer las cosas. Pero aunque suene tonto y romanticón lo que voy a decir —dijo mirando a Victoria— cuando escuché que su princesa volvía aquí para casarse con otro en su castillo, te juro que sentí en mi corazón su dolor. Y no pude soportar tu alegría por aquella noticia.

—¡Qué momentazo, por Dios! —murmuró Víctor agarrado a las manos de una emocionada Victoria.

—Escucha, cariño —continuó Robert recostándose contra la puerta—. Nunca debí darte a elegir entre tu familia y yo. He sido un egoísta. No he pensado que Victoria es tu hermana, y que sientes por ella el mismo amor que yo siento por Niall. Tras comportarme como un idiota me he dado cuenta de que si ella es feliz con su futura boda, es normal que tú lo seas también y que yo, como persona que te ama, esté feliz también por ella.

Como Bárbara no abría la puerta, Robert volviéndose hacia ellos, dijo.

—Os pido disculpas por mi rudo comportamiento. No sé qué me ha pasado pero…

—Tranquilo, amigo —contestó Víctor que chocó la mano con él—. Ahora sé quién le ha enseñado a Vicky a dar esos derechazos.

—Robert, siempre has estado disculpado —sollozó Victoria y secándose las lágrimas gritó—. Bárbara deja de hacer la idiota y sal de una vez.

—No me da la gana —respondió con la voz entrecortada.

—¡Qué cabezona es, por Dios! —susurró Victoria.

—Mira, Barbiloca —gritó Víctor—. Si no sales en menos de cinco minutos, te juro que este zanahorio me lo quedó enterito para mí.

Al escuchar aquello Robert sonrió y volviéndose de nuevo hacia la puerta llamó.

—Bárbara, por favor.

—Dejémoslos solos —susurró Victoria que tomó la mano de Víctor.

Una vez cerraron la puerta del baño, Víctor, que portaba un rollo de papel del WC, cortó un trozo y se lo tendió a Victoria que se había tirado en la cama a llorar. Pasados los primeros momentos y cuando ella paró de hipar, Víctor la miró.

—Por dios, Vicky. Lloras igual que el payaso de Micolor.

—Eres un idiota. ¿Lo sabías?

—Sí. Pero me quieres.

—Nunca lo dudes —asintió abrazándolo.

—Oye, Vicky. ¿Qué tenéis vosotras que no tenga yo para encontrar un maromo así?

Aquello les hizo reír y estaban limpiándose las lágrimas cuando se escuchó un estruendo procedente del baño y la puerta se abrió.

—¡Por todos los santos, Victoria! ¿Qué es eso de que no te casas? —gritó Robert.

—¡Por favor! ¡Por favor! —susurró Víctor—. ¡Qué pivón!

—Vicky, le he contado la verdad —señaló Bárbara con una sonrisa enamorada.

Ella ya lo había imaginado.

—Robert: ¿Cómo me voy a casar con otro si yo sólo quiero a Niall?

Robert la miró confundido.

—Pero ¿por qué sois tan complicadas? —vociferó.

—Eso mismo llevo preguntándome toda la vida —asintió Víctor.

—Sólo quiero hacerle ver lo que duele ser engañado y…

—¿Qué hora es? —gritó Robert llevándose las manos a la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Victoria.

—Las diez y veinte —apuntó Víctor.

Robert, sacó de su vaquero un móvil, marco el teléfono de Niall, pero le dio desconectado o fuera de cobertura.

—¡Maldita sea! —gritó mirando a Victoria—. Niall se marcha de Escocia.

—¡¿Cómo?! —gritó Victoria.

—¡¿Cuándo?! —susurró Bárbara.

—Niall no quería estar aquí cuando te casaras —dijo Robert—. Anoche llamó a Steven, su piloto, quiere partir hacia México a las cuatro de la tarde.

—¡Oh, Dios mío! —susurró Victoria pálida como la cera.

—Por favor, por favor —gritó Víctor—. ¡Qué romántico! Ni en Pretty woman.

—Tenemos que localizarlo como sea —señaló Bárbara mirando a Robert.

—Llamaré a Steven, le diré que se invente un fallo en el avión.

—Hola chicos, buenos días —saludó Marga que entró en la habitación.

—Marga —gritó Víctor en español—. ¡Por Dios lo que te has perdido!

—¿Qué pasa? —preguntó la mujer que miró a Victoria—. Tesoro ¿qué te ocurre?

—Mamá, no hay tiempo de muchas explicaciones —señaló Bárbara—. Niall cree que Victoria se va a casar con Charly y se marcha del país.

—Bendito sea Dios —gritó la mujer—. Pero eso no lo podemos consentir.

—Por supuestísimo que no —indicó Víctor, que cortó más papel del WC.

—Pero… ¿Pero a ti que te ha pasado en la cara? —gritó Marga al verle la mejilla hinchada y enrojecida.

—Dejémoslo —rió Víctor mirando a Robert— es que me he dado un golpe contra un armario empotrado.

—¡Maldita sea! —gritó Victoria que salió de su mutismo—. Tengo que encontrar a Niall antes de que se vaya del país. ¡Por Dios! ¿Pero cómo va a marcharse y permitir que me case con Charly?

Al decir aquello todos la miraron.

—Te recuerdo que este lío lo has montado tú sólita, bonita —señaló Víctor.

—¡Vete a la mierda! —gritó Victoria.

—Contigo delante para que no me pierda —respondió su amigo.

—Oye —gritó Bárbara—. No empecemos ¿vale?

—Tranquilízate, chatunga —apaciguó Margarita dándole un cariñoso beso—. En cuanto venga Juan veras cómo solucionamos todo esto.

Robert desconcertado sin enterarse de nada los miraba a todos.

—Bárbara —llamó Víctor y señalando a Robert dijo—. Creo que tu zanahorio, aparte de estar flipando con este momentazo, no está entendiendo nada de lo que hablamos. Mira con qué cara de leñador nos mira. ¡Madre del amor hermoso!

Efectivamente, Robert, que no entendía español, observaba sin decir nada.

—Mamá —dijo Bárbara en español—. Este grandullón sin afeitar y con cara de pocos amigos es Robert.

—¡Por Dios, qué tío más grande! —susurró Marga fijándose en él.

—Con razón no quiere volver Bárbara a Madrid —asintió Víctor y mirando con picardía a Bárbara preguntó—: Oye ¿todo lo tiene igual de grande?

—¡Víctor! —gritaron madre e hijas a la vez, haciéndole reír.

—Por favor ¡cuánta decencia reunida! —se carcajeó Víctor al escucharlas.

Marga, levantándose, se acercó hasta Robert, que intentaba entender sobre qué hablaban. Sabía que era sobre él por las miradas, y eso le inquietó.

—Hola, Robert —saludó Marga y comenzó a hablar como un indio— en-can-ta-da de co-no-cer-te.

—¡Mamá! —preguntó Victoria—. ¿Por qué le hablas así?

—Para que me entienda —respondió Marga.

Con una sonrisa Bárbara tomó a Robert de la mano y le dijo en inglés.

—Cariño, ella es mi madre.

—Lo había imaginado —respondió él—. Os parecéis muchísimo.

—¿Qué dice? —preguntó Marga.

—Dice que está encantado de conocerte, y que nos parecemos mucho.

—Oh, qué adulador —sonrió—. Anda, guapetón, agáchate para que te dé dos besazos.

—¿Qué dice? —preguntó Robert.

—Qué te agaches para que te bese.

Con una enorme sonrisa, Robert se agachó y abrazó a Margarita, quién al sentir el calor de aquel enorme muchacho, entendió a la perfección lo que su hija había encontrado.

En ese momento entró Juan y levantó una ceja al ver a Victoria, aunque fue Bárbara la que habló.

—Juan. ¿Tú hablas inglés verdad?

—Sí.

—Pues te presento a Robert, mi novio —después se volvió hacia Robert—. Cariño, él es Juan, el novio de mi madre.

—Encantado de conocerlo —asintió Robert.

—Lo mismo digo, muchacho —sonrió Juan saludándole.

—Bueno… bueno —gritó Víctor—. Todo esto es precioso y entrañable pero si no movemos el culo el novio de esta muchacha se nos va a escapar —y mirando a su amiga dijo—: Comienza el plan «B».

* * *

En la granja, Ona y Rous preparaban un pastel de carne, mientras observaban intranquilas cómo Niall regresaba de dar un paseo. Había llegado de Edimburgo aquella misma mañana, con el mismo humor con el que se fue. Ona y Rous, felices por el plan de Victoria, intentaban disimular la sonrisa, aunque a Ona se le estaba consumiendo el corazón al ver cómo su nieto sufría.

Silencioso y poco comunicativo, Niall entró en la casa y tras pasar por su habitación, volvió a la cocina.

—Qué guapo te has puesto hoy, cielo —señaló su abuela.

—¿Para qué bajas esa maleta? —preguntó Rous.

—Ona —murmuró Niall— me voy a marchar de viaje a México.

—¿Cuándo, hijo?

—En diez minutos salgo para Aberdeen.

Al escuchar aquello las dos se miraron sorprendidas. ¡No podía marcharse! Victoria había organizado un plan para reunirse con él en un par de días. ¿Qué podían hacer? Deberían avisar a Victoria, pero no había manera. No tenían teléfono.

—¿Por qué te vas? —preguntó Rous.

—¿Cómo que te vas de viaje? —señaló Ona—. ¿Cuándo lo has decidido?

—Anoche —asintió y tomó un trozo de pan—. Tengo un par de amigos que visitar y creo que éste es un buen momento para hacerlo.

—No —respondió la muchacha—. No lo es.

—Estoy de acuerdo con Rous.

Niall, extrañado de que Rous interviniera en una conversación, la miró.

—¿Por qué dices eso?

—Bueno… es que… —tartamudeó la muchacha.

—En dos días es fin de año —intervino la anciana dejando el pastel— y no quiero privarme de tu compañía.

En ese momento se escuchó el ruido de un motor, y con alivió Rous y Ona vieron que se trataba del coche de Robert.

—¿Sabe Robert que te vas?

—Sí.

Al mirar por la ventana Niall sonrió al ver regresar juntos a aquellos dos. «Por lo menos algo salió bien de todo este lío» pensó con tristeza.

—Buenos días a todos —saludó Bárbara con una radiante sonrisa.

—Buenos días, amores —sonrió Ona, y cogiendo a Bárbara por el brazo dijo—: Ven. Tengo que enseñarte lo que compré el otro día en Dornie.

—Ona —rió Robert—. Te estás volviendo una compradora compulsiva.

—Oh, ¡cállate! —regañó la anciana.

—Voy con vosotras —se levantó Rous.

Tras besar a Robert y coger un pedazo de pan recién hecho, Bárbara con disimulo salió de la habitación, y al quedar solas las tres, Ona y Rous comenzaron a hablar a la vez.

—¡Oh Dios mío, Bárbara! —susurró Rous a punto de llorar.

—Tenemos un problema —señaló Ona—. El cabezón de mi nieto me acaba de decir que se marcha en un par de horas para México. ¿Qué vamos a hacer? Tenemos que avisar a Victoria, ella es la única persona que lo puede frenar.

—Tranquilas, chicas —sonrió mirándolas—. No os preocupéis por nada. Gracias a Dios Robert nos lo dijo está mañana en el hotel y como nos ha fallado el plan «A», pues hemos pasado al plan «B».

—¿Entonces Victoria está al tanto de todo? —preguntó Rous.

—Sí. No os preocupéis.

—Oh… gracias a Dios —suspiró la anciana.

—Por cierto, habrá que preparar bastante comida. Este fin de año vamos a hacer una gran fiesta aquí —sonrió Bárbara pensando en sus familiares.

—¡Magnifico! —gritaron Rous y Ona emocionadas.

—Pssssss —indicó Bárbara—. Volvamos antes de que Niall nos descubra, y no os preocupéis por nada de lo que pase a partir de ahora ¿vale?

Tras asentir regresaron a la cocina donde Robert y Niall hablaban sobre su marcha. Bárbara cogió un trozo de pan y se sentó junto a Robert.

—Entonces, ¿cuándo volverás?

—No lo sé.

—¿Te vas? —preguntó Bárbara.

—Se marcha a México. ¿Te lo puedes creer? —dijo Ona.

—¿Te vas a perder la boda de mi hermana?

Al escuchar aquello Niall la miró a los ojos sin entender la diversión que veía en ellos.

—Creo que no hace falta que yo esté para que se case ¿no crees?

—Tú sabrás —respondió Bárbara que tomó más pan—. A ella le hubiera gustado poder presentarte a Charly. Además, ayer se probó el vestido de novia y parece totalmente una princesa.

Al escuchar aquello Niall se tensó, y Robert con picardía dio una patada por debajo de la mesa a su novia, que al sentirla lo miró.

—¿Por qué me das una patada, pedazo de bruto?

—Ese comentario sobraba, cariño —susurró Robert.

—¿Cuál? ¿El de Princesa? —y miró a Niall que estaba a punto de saltar sobre ella—. Fíjate qué curioso Niall, el futuro marido de mi hermana también la llama princesa.

—¡Basta ya! —gritó Niall furioso—. ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

En ese momento la puerta de la cocina se abrió y entró Set con cara de apuro.

—Tenemos un problema.

—¿Qué pasa? —preguntó Niall levantándose.

—Hemos encontrado el cercado de las vacas forzado —y tras mirar a Robert prosiguió—. Alguien cortó el alambre para llevarse las vacas. Creo que nos han robado unas cincuenta cabezas.

—¿Cincuenta? —gritó Bárbara poniéndose en pie.

—¡Maldita sea! —Robert parecía furioso—. Cuando pille a esos ladrones se las van a ver conmigo.

—¡Oh, por Dios, qué disgusto! —susurró Ona.

Niall miró su reloj comprobó que era la una y media.

—No te preocupes Niall —dijo Robert—. Vete para Aberdeen, nosotros nos ocuparemos de esto.

—¿Estás seguro? —preguntó incómodo.

—Por supuesto que sí —asintió levantándose—. Pero a cambio, me tienes que prometer que pronto regresaras ¿vale?

—Por supuesto —asintió con una sonrisa, abrazándolo.

Tras despedirse de Ona, Set y Rous, se volvió hacia Bárbara, que parecía divertida por su marcha. Niall se lo leía en los ojos y eso le molestó.

—Bárbara, felicita a tu hermana, y dile que le deseo la mayor felicidad del mundo.

—Se lo diré —asintió dándole un beso—. Estoy segura que ella te desea lo mismo.

La puerta de la cocina se volvió a abrir precipitadamente. Era Doug.

—Acabo de avisar a la policía, he visto movimientos extraños cercanos al lago Lochy. Creo que allí tienen nuestras vacas.

—¿Cómo? —gritó Niall colérico.

—¿Ya viene la policía? —preguntó Bárbara que intentó no reír.

—Sí. Ya están en camino, y me han pedido que no nos acerquemos al lago Lochy hasta que ellos lo indiquen —indicó Doug.

—¡Maldita sea! —bufó Niall—. Creo que no debo de marcharme ahora.

—¡Oh, sí! Debes marcharte —animó la anciana— aquí no puedes hacer nada salvo esperar. Además, el cielo me indica que puede llover, así que márchate cuanto antes.

—¡Abuela, por Dios! —bramó Niall—. No puedo permitir que nos roben nuestras vacas.

—Por supuesto que no —asintió Doug—, por eso he llamado a la policía.

—Ellos son unos profesionales y los detendrán —asintió Rous.

—No te preocupes, Niall, la policía ya está en camino —dijo Robert y cogió la maleta de su primo—, venga, te acompaño hasta el coche.

—Niall, cariño, por Dios no te acerques al lago —repitió Ona con picardía.

Con un extraño malestar en el cuerpo, Niall siguió a Robert, que tras dejar su maleta en la parte trasera del todoterreno, se acercó hasta él.

—Oye —susurró Robert— respecto a Victoria…

—Mejor no digas nada —siseó Niall y tras darse un abrazo, se montó en su coche malhumorado y se marchó.

Robert, cuando vio que el coche desaparecía de su vista, con una enorme sonrisa en la boca se volvió, para encontrarse con todos los demás.

—Sí… Sí… Sí ¡Ha picado! —gritó Robert contento.

—¡Te lo dije! —aplaudió Bárbara haciendo que todos prorrumpieran en un estallido de júbilo.

Si algo todos ellos tenían claro era que Niall nunca se marcharía sabiendo que algo ocurría en sus tierras.

* * *

Victoria, hecha un manojo de nervios, esperaba congelada junto al nevado lago Lochy.

Con la ayuda de Robert, a través de hotel, alquilaron un descapotable muy parecido al que ya lo hicieran la primera vez su hermana y ella. Cuando llegó al lago, y con la ayuda de Doug, Víctor, su madre y Juan, habían incrustado el coche en la nieve y el fango, y sin importarle las consecuencias, Victoria sacó de su neceser unas tijeras con la que rasgó la capota.

«Ya lo pagará el seguro», pensó.

Los cuatro se marcharon y deseándole buena suerte la dejaron sola; El plan «B» era cabrear a Niall, y prohibirle ir al lago; aquello aseguraba que iría inmediatamente allí, a buscar a sus vacas.

Sentada en el capó del descapotable, Victoria miró su alrededor. Aquel lugar era uno de los más bonitos que había visto nunca. ¿Cómo no pudo verlo la primera vez que llegó?

A su memoria volvieron las palabras de su vecina Antonia, la pitonisa: «Un viaje al pasado te cambiará la vida. Déjate querer y no temas al futuro, porque te traerá más cosas buenas de las que crees».

Sonriendo por los recuerdos que aquel día le traían, miró el barro, y hundió en él su precioso botín de Gucci, hasta que notó cómo el frío la hacía estremecer. Nunca hubiera imaginado que su vida tras la anulación de la boda con Charly, cambiaría radicalmente en menos de seis meses, y menos aún en un lugar como aquél.

En España, Susana, Chema y Luis, disfrutaban de unas felices vacaciones de Navidad, tras dejar sus trabajos en R. C. H. Publicidad. Esperaban con tranquilidad a que el papeleo que Victoria había iniciado para su nueva empresa se formalizara y pudieran empezar a trabajar. Luis sería su mano derecha en España mientras ella, si todo salía bien, la dirigiría desde Escocia.

Había pasado de ser una ejecutiva agresiva de ciudad, mujer de un metrosexual con más cara que dinero, a una simple mujer enamorada de un cabezón escocés, con más dinero que cara y que por sorpresa era conde.

Pequeñas gotas comenzaron a caer, y mirando al cielo suspiró. Bueno, iba a llover, pero para algo estaba en Escocia. «Adiós peinado» pensó con una sonrisa conformista. Diez minutos después estaba empapada y congelada, mientras una lluvia torrencial la calaba.

Pero los verdaderos temblores comenzaron cuando Victoria escuchó el ruido de un motor. «Niall» pensó, y una vez comprobó que llevaba en sus vaqueros lo que necesitaba se sentó como si nada encima del capó.

Niall, por supuesto, había desoído las indicaciones que todos le habían dado sobre no acercarse al lago Lochy. Lo había intentado, había intentado ir directo al aeropuerto, pero cuando llegó a las inmediaciones del mismo, se desvió para buscar a sus vacas. La lluvia no le permitía ver con facilidad, por lo que al vislumbrar un bulto cercano a la orilla del lago, sin pensárselo, de un acelerón llegó hasta él y frenó en seco.

—¡Joder… Joder! —susurró Victoria al sentir cómo la nieve y el pringoso barro del lago le salpicaba encima tras aquel enorme frenazo.

Durante unos segundos, sin apenas respirar, pudo ver la cara de incredulidad de Niall, y cuando escuchó cómo el motor se detenía, Victoria en cierto modo se relajó. El parabrisas del vehículo seguía funcionado mientras él, desde el interior del todoterreno, la observaba atontado.

Verla allí, sentada encima del capó de un coche sin capota, empapada y con fango hasta las orejas, lo hizo maldecir. Pero abrió la puerta del vehículo, y salió.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Niall notando cómo le faltaba aire.

De un salto Victoria bajó del capó, y a pesar de que se le clavaron los tacones en el barro, no se cayó. Retirándose el pelo mojado que le caía sobre la cara cogió un sobre marrón de donde sacó el contrato de alquiler del castillo.

O ahora o nunca.

—Estoy aquí para decirte que te quiero —dijo con ojos brillantes—. He sido una idiota durante mucho tiempo, pero gracias a ti, a esta tierra y a tu gente, me he dado cuenta de lo que realmente importa en la vida.

«Ay Dios. No dice nada, mala señal… mala señal» pensó horrorizada al ver que sólo la miraba.

—Niall, de nada sirve tener una cuenta bancaria abultada, ni los mejores vestidos, si no tienes al lado a alguien que te quiera de corazón. —Y rompiendo el contrato empapado añadió lentamente—. Me he enamorado de ti, no del conde Colum Niall Mckenna, y te juro por Versace —dijo sin conseguir que sonriera—, que si fueras un simple mecánico, o un granjero, o tuviera que vivir contigo bajo un puente, lo haría. Porque te quiero, cariño, y no puedo seguir viviendo sin ti.

Sin poder responder Niall la miraba extasiado, aquello hizo que Victoria comenzara a ponerse nerviosa. Verlo delante de ella, sentir su masculinidad y que no la hubiera besado todavía, no era buena señal, por lo que quemando su último cartucho, como pudo dio un paso adelante y sacó del bolsillo trasero de su vaquero una caja empapada.

—Toma, ábrela por favor, —dijo estirando la mano.

Llovía a cántaros, pero ninguno de los dos parecía percatarse de aquello.

Clavado como una estatua Niall la escuchaba, mientras su corazón latía a ritmo acelerado. Sin decir ni una palabra, tras mirarla intensamente durante unos segundos, estiró la mano y tomó la caja. Siguiendo sus instrucciones, la abrió y cuando vio lo que había en su interior, sonrió.

«Ha sonreído, sí… sí… buena señal» pensó Victoria.

En el interior de la cajita encontró dos argollas de las latas de Coca-Cola, iguales a las que en la fiesta de O’Brien, tras el baile celta, ambos habían intercambiado. Aquello era un sueño hecho realidad. Ella había vuelto a él para entregarle su corazón. Sin poder aguantar un segundo más la atrajo hasta sí y la besó como sólo él sabía besarla, mientras la abrazaba.

«Por fin… gracias a Dios» pensó aliviada Victoria.

—Te he echado de menos, cariño —susurró Niall con voz ronca por la emoción—. Me estaba volviendo loco pensando que te casabas con otro.

—¿Y por qué te marchabas?

—Porque te quiero tanto —dijo retirándole el pelo mojado de las mejillas—, que lo único que deseo y he deseado siempre es que fueras feliz.

—¿En serio crees que soy tan víbora como para casarme con otro hombre en tu castillo?

—Mira, princesita —sonrió sintiéndose el hombre más feliz del mundo—, de ti no me extrañaría nada. Porque eres la mujer más desconcertante que he conocido y conoceré en mi vida.

—¿Sabes, cromañón? Me gusta que me llames así —susurró rozándole los labios.

—¿Cómo? —rió hambriento de ella—. ¿Lady Dóberman? ¿Bicho? ¿Señorita? ¿Princesita?

—Cómo quieras, bufón —sonrió al escucharlo y ver cómo le buscaba de nuevo los labios.

Tras varios besos y palabras cariñosas por parte de Niall que le subieron la temperatura, Victoria habló.

—Al verte tan callado pensé que te ibas a dar la vuelta y me ibas a dejar aquí tirada.

—Nunca habría hecho eso —susurró buscando de nuevo su boca—. He creído volverme loco sin ti y ahora que te tengo aquí… ¡Dios, mujer! Te voy a llevar a mi castillo, a mi habitación, a mi cama y voy a disfrutar de ti lo que no está escrito.

Cogiéndola en brazos, abrió la puerta del todoterreno y la sentó en el asiento del copiloto, haciéndola reír.

—Woooooo. ¡Esto se pone interesante! —aplaudió feliz Victoria.

Cuando iba a cerrar la puerta, Niall, acordándose de algo, se paró y tomándole la mano dijo mientras le daba una argolla de la lata de Coca-Cola.

—Cariño. ¿Quieres casarte conmigo?

Al escuchar aquello, y ver la argolla en su mano, Victoria contestó emocionada.

—Sí. Sí quiero, y prometo amarte y discutir contigo todos los días, hasta el fin de nuestros días.

Victoria, con los ojos chispeantes, cogió la otra argolla.

—Y tú, Niall. ¿Quieres casarte conmigo? —dijo dándole la otra.

Con una sonrisa que lo decía todo la miró, y tras besarla con dulzura dijo.

—Sí. Sí quiero, y prometo amarte y retarte todos los días, hasta el fin de nuestros días.