* * *
El dos de noviembre Victoria y Bárbara celebraron en Escocia el día de todos los muertos. Una tradición que se celebraba igual en Escocia que en España.
Después de comer Victoria miraba con tristeza por la ventana y recordó a su padre. Qué diferente hubiera sido todo si él no hubiera enfermado y muerto. Pero tras secarse las lágrimas, decidió dejar de pensar en el pasado y volver a la realidad.
Y en ese momento la realidad de su vida era que se encontraba en Escocia, en medio del campo, rodeada de bichos, viviendo como una humilde granjera, esperando a que llegara un conde, y sintiendo algo que no debía por un hombre que podía haber protagonizado el anuncio de la Coca-Cola Light.
Tras el encontronazo que Victoria y Niall tuvieron la noche de Brujas, no habían vuelto a acercarse el uno al otro. Pero por extraño que pareciera, siempre coincidían con sus miradas. Ona, sin decir nada, era testigo de todo, algo que la alegraba. Ella pensaba que su nieto había encontrado su media naranja. Estaba segura.
El día cuatro de noviembre, cuando regresaban en la furgoneta azul para comer, mientras Niall conducía, Robert, Doug y Set no paraban de hablar.
—¿Vendréis hoy a Inverate a ver el partido? —preguntó Doug.
—Yo paso —a Robert no le gustaba el fútbol.
—¿A qué hora empieza el partido? —dijo Set.
—A las ocho menos cuarto —indicó Doug mirando a las mujeres—. Hoy juega un equipo español en Andfield.
—¡Ostras! —exclamó Bárbara llevándose las manos a la cabeza—. Pues claro, hoy juega de nuevo el Atlético de Madrid.
—Sí —Victoria no quería mostrar sus emociones delante de Niall—. El partido de vuelta.
—Nosotros iremos a verlo con unos amigos a un pub de Inverate.
—¿Podemos acompañaros? —preguntó Bárbara.
—Eh… ¿dónde vas tú sin mi? —dijo Robert al escucharla.
—Vamos a ver —Bárbara no iba a dejar pasar un comentario machista—. El que yo vaya a ver un partido con mi hermana y unos amigos no tiene que…
—Os llevaremos nosotros —finalizó la conversación Niall.
A las siete y cuarto de la tarde entraban en «Chester», un pub de la localidad.
Allí Doug y Set, se encargaron de presentarlas al numeroso grupo de amigos. Todos hombres, mientras Niall y Robert pedían las bebidas en la barra y observaban a las muchachas relacionarse con los otros.
—Niall, ¿qué hacemos tú y yo aquí si no nos gusta el fútbol? —sonrió Robert.
—Contéstamelo tú. Porque aún yo me lo estoy preguntando —respondió con una sonrisa mientras miraba a Victoria.
Cuando comenzó el partido el pub estaba a reventar. El 80% deseaba que ganara el Atlético de Madrid y el 20% el Liverpool. Al poner la pelota en juego el Atlético de Madrid los aplausos retumbaron en el pub.
En los diez primeros minutos el Liverpool monopolizó casi por completo el balón.
—¡Corner! —gritó Bárbara al ver la jugada, mientras Victoria bebía de su cerveza, y comenzaba a gritar como todo el pub y la aflicción rojiblanca del televisor ¡Kun, Kun, Kun!
—¡Ay Dios, que no lo quiero ver! —gritó Victoria al ver correr al jugador del Liverpool Robbie Keane.
—¡Fuera! —abucheó Set al ver cómo tras meter Leo Franco la mano la despejaba de la banda.
—¿Pero el arbitro está ciego? —viéndola así nadie pensaría que era una alta ejecutiva de una empresa de publicidad.
—¡Joder! ¡Joder! —Bárbara estaba nerviosa—. Qué peligro tiene el Liverpool.
Pero tras un par de minutos, el pub gritó.
—¡GOLLLLLLLLLLLLL!
Y la marea humana vivida días antes en el pub de Edimburgo volvió allí, aunque esta vez Victoria se lo tomó de otra manera, sonriendo de tal manera que Niall, desde la barra, tuvo que sonreír.
—¡Gol! El Atlético de Madrid ha metido un ¡GOL! —gritó Bárbara mientras Robert le hacía la señal de Victoria desde la barra.
—A tu zanahorio no le va mucho esto del fútbol, ¿verdad? —señaló Victoria al ver cómo aquellos dos hablaban de sus cosas sin mirar el televisor.
—A tu highlander tampoco.
Y tapándose la boca ambas sonrieron y comenzaron a brindar con sus cervezas junto al resto de los forofos.
—No lo puedo entender. —Robert y Niall las miraban con una mezcla se asombro y diversión. Nunca había conocido a dos mujeres que se lo pasaran tan bien viendo a su equipo jugar.
—Son españolas, primo —rió Niall—. ¿Qué esperabas?
Tras acabar el primer tiempo, Victoria y Bárbara se acercaron hasta ellos dando saltos como dos crías.
—Oe, oe, oe, oe —cantaban al unísono.
—¿Has visto, Robert? —señaló Bárbara, abrazándolo—. ¿Has visto qué equipo más bueno tengo?
—Anda, ven aquí —Robert la tomó por la cintura— y bésame.
—¿No te gusta el fútbol, Niall? —le preguntó Victoria.
—Prefiero otras cosas —sonrió sin dejar de mirarla.
—¿Como qué?
—Como acabar con la tensión.
Al escuchar aquello Victoria no supo si debía reír o no. Aún recordaba la ordinariez que le había dicho del mus, la noche de Brujas. Iba a contestarle pero Bárbara, cogiéndola de la mano, se la llevó. Comenzaba el segundo tiempo del partido.
—¡Madre mía! ¡Madre mía! —gritó Bárbara—. Esos ingleses atacan como cosacos.
Victoria apenas se enteró de la segunda parte del partido. Las palabras de Niall le rondaban por la cabeza y su mirada al otro lado del pub le estaba alterando el cuerpo a un ritmo muy, muy acelerado.
Incapaz de continuar mirando el partido Victoria se acerco hasta Niall, y para su sorpresa lo agarró de la mano, lo alejó un poco de Robert, y sin decirle nada, se tiró encima de él comenzando a devorarle la boca con auténtica pasión.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Niall separándola un poco.
—Lo que me apetece —susurró Victoria.
—¿Por qué?
—Porque me fío de ti.
—Pero yo de ti no, princesita —murmuró Niall, que ardía de deseos por sentirla entre sus piernas.
—Bien. Bien —ronroneó, pasándole la lengua por la comisura de los labios—. Así me gusta. Que no te fíes de mí.
Sin entender nada, Niall, tras sonreír, le preguntó.
—¿Cuánto tiempo llevas sin disfrutar del sexo?
—Demasiado —suspiró mordiéndole en labio inferior.
—Entonces habrá que buscar un remedio ¿no crees?
—Sí. Lo creo.
Besando con pasión aquellos labios tentadores, Niall se dejó llevar por la pasión del momento. Semiocultos por la poca luz del pub, Victoria se atrevió a bajar la mano hasta tocar la entrepierna de Niall, que al sentir su tacto se endureció aún más.
—No me hagas esto —sonrió apretándola contra él—. Si no quieres pagar aquí y ahora el calentón que llevo desde hace días.
De pronto se oyó ¡GOLLLLLLLLLLLLLLLLL! Y dos segundos después Bárbara llegó hasta ella muy enfadada.
—¡Mierda, Vicky! El partido ha acabado y esos ingleses han empatado. ¡Qué vergüenza de partido, por Dios!
Al ver con qué cara la miraban los dos, Bárbara se dio cuenta de su indiscreción y con una tonta sonrisa dijo antes de marcharse.
—Bueno, yo como siempre interrumpiendo en el mejor momento. Adiós.
—Niall —gritó Doug—. ¡Niall!
—¡Joder! Podrán olvidarse de nosotros un rato —susurró Victoria, harta de tanta interrupción.
Eso le hizo sonreír.
Tener a Victoria a su merced de pronto, sin esperárselo, había sido la mejor de las sorpresas, por lo que sin hacer caso a Doug, continuó besándola. La noche pintaba muy, muy bien.
—¡Niall, tío! —dijo Doug acercándose hasta ellos—. Ha llegado Claire.
—¿Claire? —preguntó, apartándose un segundo de Victoria—. ¿Quién es Claire?
—¡Niall! —gritó Set mientras llegaba hasta él—. Acaba de llegar la stripper de la despedida de soltero de William. Ha preguntado por ti. ¡Dios, qué buena está!
—¡Vaya, qué emoción! —murmuró Victoria molesta, intentando separarse de él, algo que no le permitió.
—Eh… Eso ocurrió antes de conocerte —dijo muy serio, mirándola a los ojos.
—¡Niall! Joder… joder… —se carcajeó Robert acercándose a él—. Cuando te diga quién ha llegado…
—Bueno. ¡Basta ya! —gritó Victoria.
—¿Por qué te enfadas? —preguntó Niall mirándola, mientras sus tres amigos se alejaban.
—¡Joder! —gritó apartándose—. No estoy dispuesta a que media Escocia se entere de que tú y yo… bueno, intimamos. Ahora entiendes por qué me enfado.
—¿Pero qué dices? —le contestó, incrédulo.
—Mira, lo mejor que podemos hacer es olvidar lo que aquí ha estado a punto de ocurrir y punto —lo empujó para liberarse de su abrazo—. Quédate aquí con esa tal Claire que ya me ocuparé yo de que alguien me lleve hasta la granja.
Niall echaba chispas por los ojos.
—Señorita española —bufó—. Eres mi problema. Yo te traje aquí y yo te llevaré de vuelta a casa.
—Cómo quieras, pero no deseo ser el motivo de que pierdas una estupenda noche con Claire, la stripper —asintió muy digna, alejándose de él.
Con la mirada fija en ella, Niall vio cómo tras despedirse de los amigos que le habían presentado aquella noche salía del pub sin mirar atrás. Caliente como un horno, Niall la siguió, consciente de la mala noche que iba a pasar.
* * *
Una semana después, Victoria fantaseaba con regresar a Madrid para poder dormir un mes entero sin que nadie la molestara Le dolía todo, hasta las raíces del pelo. Sus manos estaban destrozadas, a veces incluso le dolían tanto que no podía teclear en el ordenador cuando llegaba.
Pero lo que realmente la mataba era el dolor de espalda, tan agudo que le impedía dormir. Algo que no confesó a nadie y que sufrió en silencio, como las hemorroides. Aquel trabajo para conseguir el dichoso contrato la estaba matando, pero no pensaba darse por vencida, y menos ante el machoman de Niall, que desde la noche del partido se había vuelto más mandón y huraño con ella.
Muchas de aquellas madrugadas, cuando Victoria, dolorida, bajaba a la cocina para tomarse un comprimido de ibuprofeno, se encontraba con Tom quien apenas dormía. Durante aquellas largas horas de charla entre ellos se creó una especial amistad.
Tom le contó lo aburrido que estaba desde que le dio un infarto y le diagnosticaron una insuficiencia cardiaca. Su corazón no bombeaba bien y aquello le provocaba cansancio y falta de aire. Por lo que tuvo que cambiar su ritmo de vida en todos los sentidos. Ona y sus nietos no le dejaban trabajar en la granja, por lo que había pasado de ser una persona activa, a un viejo inútil.
Victoria, en un arranque de sinceridad, le contó lo estresante que era su trabajo y lo ocurrido con Charly, algo que dejó sin palabras a Tom. Le habló de su trabajo como publicista, de cómo se preparaban las campañas, cómo se elegían los eslóganes y por qué necesitaba conseguir el contrato de Eilean Donan. Pero omitió hablar de su familia. Todavía le dolía pensar cómo los había rechazado y tratado durante años. Aquello era algo con lo que tendría que cargar toda su vida y aún no estaba preparada para contarlo.
En ese tiempo, Tom se interesó por el portátil de Victoria que, encantada, le enseñó a manejarlo. En poco tiempo aprendió a guardar documentos de Word y también a jugar. Aquello era algo que Tom podía hacer sin cansarse y aunque en la granja no había ADSL ni ningún tipo de conexión a Internet, Tom disfrutaba jugando con el buscaminas y el solitario.
Victoria tenía que morderse la lengua todos los días para no discutir con el quisquilloso de Niall. Cualquier cosa que ella hiciera lo repasaba con ojo concienzudo, en busca de fallos. Día a día escuchaba sus desagradables comentarios respecto a su trabajo. Por mucho que se esforzara en hacerlo bien, llegaba él y con su aplomo de Superman la criticaba.
Aunque lo peor era que siempre aparecía en el momento más inoportuno y bochornoso para ella. El día que cayó rodando como una albóndiga por una pequeña ladera por huir de una vaca, lo que realmente la sacó de sus casillas fue ver a Niall destrozado de risa.
Otro desventurado día para Victoria fue cuando Stoirm, en un ataque de cariño, le saltó encima asustándola, con tan mala suerte que perdió el equilibrio y al caer clavó su trasero en una enorme mierda de vaca. Casi llorando por aquello, tuvo que ser ayudada por Rous y Bárbara para levantarse, mientras Niall la miraba y se reía junto a sus secuaces.
Todos los días ocurría algo absurdo e inesperado y por azar del destino, siempre, le ocurría a ella.
Una madrugada, el dolor de riñones la despertó. Miró su reloj. Las 3:40 de la mañana. A punto de gritar lo volvió a mirar. ¡Dios, necesitaba dormir! A ese paso regresaría a España con más arrugas que un Sharp-pei. Dándose la vuelta intentó dormir pero en ese momento la puerta del cuarto se abrió muy despacio. Entró Rous.
Haciéndose la dormida, Victoria vio cómo Rous, tras comprobar que dormían, se dirigió hacia el pequeño armario. Sin hacer ruido tocó con cuidado los jerséis y pantalones que allí colgaban, luego se agachó para coger los zapatos rojos de Victoria, y finalmente, sentándose en una vieja butaca, se los probó.
Rous, ajena a los ojos que la miraban, se levantó haciendo equilibrios. Quería saber cómo era andar con unos zapatos como aquéllos. Pero su inexperiencia hizo que el tobillo se le torciera y sin poder evitarlo cayó al suelo haciendo un ruido atroz.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Victoria con cara de enfado, saltando de la cama.
—Oh… Yo… lo siento… pero… —tartamudeo la muchacha con gesto de dolor.
—¿Qué pasa? —preguntó Bárbara restregándose los ojos.
—Que nos lo explique ella —protestó Victoria—. Se ha metido aquí como una ladrona. ¿Qué querías, robar?
—No… no de verdad, yo… —intentó balbucear Rous, quién de la vergüenza no podía hilar más de dos palabras seguidas.
—¡Mira, niñata! —señaló Victoria al verla aún en el suelo—. Esos zapatos que llevas son de Manolo Blahnik, y valen más dinero que el que seguramente tú podrás ganar en toda tu vida. Como les haya pasado algo, te juro que yo…
—Vicky —interrumpió Bárbara, al ver el susto en los ojos de Rous—. No te pases. Pobrecilla.
—¿Pobrecilla? —repitió incrédula Victoria—. Pobrecillos mis manolos.
Con manos temblorosas Rous se quitó los zapatos. Lo último que quería hacer era romperlos. Victoria, arrancándoselos de las manos, los miró detenidamente para comprobar que no les había pasado nada.
—¿Estás bien? —susurró Bárbara y Rous asintió.
—Te prohíbo que vuelvas a tocar mis cosas —los zapatos estaban intactos, aún así debía asegurarse—. ¿Me has comprendido? No quiero que vuelvas a poner tus sucias manos en mi ropa.
—Sí… Sí…-murmuró levantándose, con los ojos encharcados en lágrimas, y calzándose las botas del hule, a pesar del dolor de tobillo, salió lo más rápido que pudo.
—Vicky. ¿Por qué te pones así?, ¿no te da pena?
—Esa idiota casi se carga mis manolos —respondió devolviendo los zapatos al armario—. Cómo me va a dar pena ¡por Dios!
Sin decir nada más Bárbara se vistió. Su hermana a veces era peor que Cruella de Vil. En ningún momento había reparado en el miedo de Rous, sólo en sus malditos manolos.
Media hora después, sobre las cuatro y media, Victoria también se vistió y bajó a la cocina. Allí estaba Ona, junto a Rous.
—Hola muchachas —saludó Ona—. Debéis tener un hambre atroz.
—Has acertado —asintió Victoria, cruzando una mirada con Rous, quien al verla agachó los ojos.
—¿Qué tal noche pasó Tom? —preguntó Bárbara.
—Muy buena —le respondió Ona—. Hoy está durmiendo del tirón.
—Eso es magnifico. —Victoria sabía de sus dificultades con el sueño.
—Venga, venga —animó la anciana—. Sentaos y comer. Tenéis que rellenar esos cuerpos tan huesudos.
—¿Huesudos? —exclamó Victoria mirando a Rous que las observaba—. Creo que mi cuerpo puede ser cualquier cosa, menos huesudo.
Siempre había pensado que estaba gorda. Siempre. Cuando era una niña, gracias a su cara redonda y sus mofletes, en el colegio la llamaban «rolliza», algo que odiaba recordar.
—Sólo con oler esto —aspiró Victoria el olor del pan recién hecho—. Seguro que subo una talla.
—¡Qué exagerada eres! —contestó Bárbara y mirando a Rous preguntó—. ¿Estás bien?
—Se ha torcido un tobillo al bajar un escalón —respondió Ona por ella—. Tiene el pie muy inflamado. Le estoy diciendo que hoy no vaya a trabajar, pero ella se empeña en ir. ¡Es muy cabezona!
—¿En qué escalón te lo has hecho? —preguntó con maldad Victoria.
—Qué más dará eso —señaló Bárbara.
—Venga… venga, desayunad.
Rous, incomoda, no sabía a donde mirar. Desde el primer día que las vio, envidió sus maneras de vestir. Verlas era como ver a las modelos de las revistas. Sus ropas eran bonitas, y tan diferentes de las que ella llevaba, que sólo con mirarlas le alegraban el día.
—Cuándo regrese a España, tendré que hacer una dieta estricta para bajar todas las calorías que estoy comiendo aquí —murmuró Victoria cogiendo un trozo de pan.
—Vamos a ver, muchachas —sonrió Ona, señalando las botas de Victoria y las zapatillas de deporte de Bárbara—. Os van a salir unos sabañones terribles en los pies, si vais con eso. Rous, ¿podrías subir a la buhardilla con ellas? Quizás en las cajas que se guardan allí encuentren ropa decente.
Al escuchar aquello Victoria dejó de masticar. ¿Qué era para Ona ropa decente? ¿Los andrajos que llevaba Rous? ¿O las horteradas que le había dejado como el pijama de tomates?
—Te lo agradezco Ona —rechazó intentado no parecer horrorizada—. Pero con la ropa que tengo creo que me puedo apañar.
—¡Claro que no! —insistió la anciana—. Subid antes de que lleguen los hombres. Seguro que por lo menos unas botas de hule podréis encontrar. Dentro de un par de días tenemos que ir a Dornie, allí podréis comprar algo.
Sin poder negarse, Rous se levantó e intentando no cojear subió a la buhardilla seguida por las muchachas. Una vez allí, Bárbara miró maravillada la cantidad de trastos viejos amontonados. Todo estaba sucio, lleno de polvo.
Aquel lugar trajo recuerdos para las hermanas. De pequeñas y hasta que su padre murió, los fines de semana viajaban a Tomelloso, el pueblo de su madre. Allí su abuela Lucia poseía un enorme caserón, donde la buhardilla, al igual que aquella llena de polvo, era su sitio predilecto para jugar.
—¿De quién es esta ropa? —preguntó Bárbara revolviendo en una caja.
—De la difunta —señaló Rous, haciendo que Victoria la soltara horrorizada.
—¿Quién es la difunta? —susurró Bárbara.
—La mujer de Robert.
Al escuchar aquello Victoria y Bárbara se miraron. ¿Robert había estado casado?
—¿De qué murió? —masculló Victoria al ver la cara de confusión de su hermana.
—No me gusta hablar de los difuntos —señaló Rous con voz ronca—. Coged lo que necesitéis. No creo que a la difunta le vaya a molestar.
—Oye, Rous —preguntó Bárbara, consciente de la falta de ropa de la muchacha—. ¿Por qué no utilizas todos estos trajes?
—No quiero nada de la difunta —respondió con seriedad—. Aquí están las botas de hule.
—De acuerdo, tomaremos prestadas las botas hasta que vayamos a Dornie —indicó Victoria arrugando la nariz. ¡Qué horror! A saber cómo sería la difunta.
De vuelta de la buhardilla volvieron a la cocina donde, tras ponerse unos calcetines gordos que Ona les proporcionó, se calzaron las botas. Por fin sus pies entraron en calor.
—¡Qué horror de botas! —protestó Victoria justo en el momento en que se abría la puerta y entraban Niall, Robert, Set y Doug.
Al verlas allí sentadas se sorprendieron. Pero sin decir nada, saludaron a Ona y comenzaron a desayunar. Media hora después, sin mediar palabra, las llevaron hasta un enorme granero. Victoria, al ver las vacas campar a sus anchas, estuvo a punto de gritar. Pero tras ver cómo Niall la observaba en espera de algún comentario, calló. No estaba dispuesta a cruzar ninguna palabra con él. No tenía fuerzas. Sólo frío.
Bárbara, por su parte, aún no había reaccionado ante la noticia de que Robert había estado casado. Se acercó a él cuando bajó del coche.
—Hoy no me has dirigido la palabra.
—Quizás no tengo nada que decir —respondió ceñudo.
Aquellos cambios de humor y la prisa que la mayoría de las tardes tenía Robert por marcharse de la granja era algo que la desconcertaba. Bárbara, en un par de ocasiones, intentó hablar con él pero fue inútil. Ahora se daba cuenta de que Robert no le había contado nada acerca de su vida.
—Me gustaría hablar contigo —dijo Bárbara, necesitaba saber quién era la difunta.
—Si tengo tiempo te lo haré saber —puntualizó él.
Al escuchar su cortante voz, Bárbara lo miró, y dos segundos después reaccionó.
—Déjalo, guapo. Creo que ya no me apetece.
—Bárbara —espetó colocándose una gorra verde—. Limítate a ayudar a tu hermana. Tengo demasiados problemas como para que tú me crees más.
Bárbara estaba sorprendida, no sabía a qué venía aquello. Apenas habían cruzado tres palabras con él en las últimas 48 horas.
—¿Sabes, simpático? —dijo con una sonrisa que le descuadró mientras se alejaba—. A partir de este momento tú para mi no existes.
Set y Doug, que esperaban junto con Robert en la furgoneta, se comenzaron a desternillar de risa, pero Robert con un gesto los calló. En ese momento Niall subió al coche, cruzó una mirada con Victoria y sin decir nada arrancó.
Cuando la furgoneta se alejó, ellas volvieron al trabajo.
—No le hagas caso, Bárbara —señaló Rous entre susurros—. Se muere por tus huesos. Pero es tan cabezón que es incapaz de reconocerlo.
—Eres un cielo, Rous —Bárbara cogió un enorme cepillo—. Pero hombres como ese idiota me han dado muchos problemas. Toca cambio de «chip» y no volver a pensar en él.
—Harás bien —Victoria no paraba de tiritar—. Bastante complicada es nuestra vida como para que nos marchemos dentro de unas semanas con más complicaciones.
Al escuchar aquello, Rous, sin poder evitarlo, comenzó a sollozar. Se sentía culpable por lo ocurrido aquella mañana, y quería disculparse. Nunca quiso robar.
—¡Venga, por Dios! —protestó Victoria—. Encima de que estamos aquí, en este horrible y apestoso lugar. Sólo nos falta oírte a ti berrear.
—Vicky ¡cierra el pico! —regañó Bárbara enfadada.
—Siento lo de esta mañana —se desahogó mirando al suelo—. De verdad, yo nunca querría robar, sólo es que…
—Mejor cállate, no vayas a estropearlo —puntualizó Victoria.
Tras un incomodo silencio, fue la muchacha quién habló.
—No me vais a creer —confesó con la cara llena de lágrimas—. Pero es que nunca he tenido amigas.
—No me extraña —suspiró Victoria sin piedad—. Con esas pintas es comprensible.
—¡Vicky! —gritó Bárbara para hacerla callar—. ¡Basta ya!
—¿Por qué? —respondió con maldad—. ¿Acaso es mentira lo que digo? ¡Mírala! Si es un híbrido entre la bruja Lola y Mogly.
—No hagas caso de lo que dice esta idiota —Bárbara le pasó la mano por la cabeza—. Rous cariño, eso no es posible. Eres una chica encantadora. No puedo creer lo que dices.
—Ella tiene razón. Vosotras no conocéis mi vida —gimoteó Rous abriendo la boca como un San Bernardo.
—Ni la sé, ni me interesa —interrumpió Victoria ganándose una nueva mirada de su hermana.
Rous, sorprendiéndolas, igual que había comenzado a llorar, paró. Se secó las lágrimas y, separándose de Bárbara, cogió una enorme pala, entró en el granero y comenzó a trabajar.
—Vicky —dijo Bárbara—. Me dejas sin palabras. ¿Cómo puedes ver llorar a alguien con esa pena, y no sentirlo?
—Tengo mis propios problemas y yo no voy llorándole a nadie.
—Pobrecilla —respondió sin escucharla—. ¿Has oído lo que ha dicho?
—Mira, Bárbara —contestó Victoria viendo un grupo de vacas alejarse—. Tengo tantos problemas y en este momento tanto frío, que no puedo pensar en otra cosa que no sea yo… yo… yo… y yo.
—Eres una egocéntrica que se cree el ombligo del mundo —regañó Bárbara—. Si yo fuera como tú estarías aquí sólita quitando la mierda de las vacas.
—Ahhh… que viene —gritó Victoria corriendo hacia un árbol—. ¡Una vaca! ¡Una vaca!
Con una increíble destreza Victoria se subió al enorme árbol.
—Yo diría que son dos —murmuro Bárbara mientras acariciaba a las tranquilas vacas que pasaban por su lado.
Con paciencia, Bárbara esperó hasta que Rous echara a todas las vacas del cobertizo. Se la veía triste y quería hablar con ella. Pero dejar allí fuera, sola, a su histérica hermana, no era lo más acertado, aunque a veces, como en aquel momento, se lo mereciera.
—Vicky —gritó Bárbara a una Victoria más pálida que la cera—. Las vacas asesinas están todas pastando en el exterior. Voy a entrar al granero.
—¡Espérame! —Victoria dio un salto para bajar del árbol.
—Bufff —arrugó la nariz Bárbara al entrar en el cobertizo—. Qué peste.
—Oh Dios… —suspiró Victoria echándose hacia atrás—. Yo… yo no puedo entrar dentro. ¡Me muero de asco!
—A ver si te crees que a mí me encanta ¡no te jode! —regañó Bárbara y entregándole una de las palas dijo—. Lo siento, princesita. Pero si yo quito mierda, tú lo harás también.
—No puedo —gritó a punto de gimotear—. No puedo. Yo no puedo.
—Oh sí… sí que puedes —empujó Bárbara sin darse por vencida—. ¡¡Arrea!! Que tenemos mucho que hacer.
Nada más entrar se escuchó un ¡¡Chofff!!
—Dime que no he sido yo —gimoteó Victoria, que sí, había sido ella quien había pisado una enorme caca de vaca, quedando media bota sumergida.
—Ainsss. ¡Que me da! —se destrozó de risa Bárbara—. Piensa en positivo. Ese pie lo tendrás más calentito.
—¡Vete a la porra! —protestó, pero al mirar su pie y verlo rodeado por aquella pasta marrón…—. Esto no me puede estar ocurriendo a mí. ¡Me quiero despertar! ¡Me quiero despertar!
El olor a animal, pis y caca, era tremebundo, algo que Rous no notaba. Estaba acostumbrada a esos olores fuertes.
—Tenemos que airear el granero, cambiar el lecho sucio y húmedo por aquél de allí y… —señaló Rous.
—¡Qué más da! —gritó Victoria tapándose la boca con la mano. El olor era horroroso—. ¡Son vacas! A ellas les dará igual que se lo cambiemos o no.
—Lo siento pero no —Rous abrió la enorme portezuela del fondo—. Si no cambiamos el lecho todos los días las vacas pueden sufrir putrefacción en las pezuñas, y coger cientos de enfermedades.
—Pobrecillas —susurró Bárbara.
—¡Creo que voy a vomitar! —dijo Victoria sintiendo arcadas.
—Ni se te ocurra —ordenó Bárbara—. Bastante tengo con quitar la mierda de las vacas, como para quitar tus vómitos también.
—¡Eres inhumana! —gritó Victoria.
—Y tu una pija insensible. —Bárbara no podía dejar de reír ante el horror de su hermana.
Media hora más tarde Victoria, con más asco que arte, metía kilos de lecho húmedo en enormes bolsas de basura grises. De nada había servido intentar escaquearse. Bárbara no se lo había permitido. A media mañana, tras dar un manguerazo al suelo, llegó Set con el almuerzo. Rous, al verlo cambió su gesto, algo que no pasó desapercibido a Bárbara y a Victoria, pero no por Set, quien apenas la había mirado. Pocos minutos después, sin mediar palabra, el muchacho se marchó. Volvía con los hombres.
En un mutismo total Rous abrió la bolsa que Set había dejado para ellas. Cogió un pedazo de pan con un poco de queso, y comenzó a comer.
—Necesito lavarme las manos —dijo Victoria, mirando a Rous que comía tranquilamente, sentada encima de una caja—. ¿Dónde te las has lavado?
—¡Pero si eso es la manguera de las vacas! —chillo histérica—. No pienso lavarme las manos con la misma manguera con la que has limpiado el granero. ¡Qué asco!
—No hay otra manguera —indicó la muchacha—. El agua que sale de ella es limpia.
—Vicky —suspiró Bárbara cogiéndola del brazo y acercándola a la manguera—. Yo la cogeré mientras te lavas las manos.
—Pero… ¡Está congelada! —protestó retirando las manos al sentir el frío.
—Me estás tocando los ovarios hoy de una manera que no te imaginas —siseó Bárbara con rabia—. Lávate las jodidas manos de una vez para que yo también pueda hacerlo.
Victoria, cansada y dolorida, se lavó las manos y antes de decir nada, Rous le tendió una servilleta de papel para que se las secara.
El almuerzo fue tenso. No hablaron. Sólo comieron pensando en sus propios problemas.
—¡Maldita sea! —protestó Victoria rompiendo el silencio—. He olvidado el tabaco.
—Mala suerte —murmuró Bárbara sin mirarla.
—Pero yo quiero un cigarro —se quejó Victoria—. Necesito un cigarro.
—¡Vicky! —chillo Bárbara asustando a Rous. No podía más—. ¡No hay tabaco! Da igual que te quejes media hora, una hora o siete horas. Rous y yo no tenemos tabaco. Y las vacas dudo que fumen. Por tanto. O te callas o coges hierba del suelo, te la lías en una servilleta y te la fumas.
Tras aquel arranque de furia, Bárbara se levantó malhumorada y se marchó. Necesitaba dar una vuelta y despejarse. Las frías palabras de Robert la estaban martirizando y las continuas quejas de su hermana la estaban matando.
—Set tiene tabaco —susurró Rous al quedar solas—. Si quieres puedo ir hasta donde están ellos y pedirle alguno.
—¿Están cerca de aquí? —preguntó Victoria con curiosidad.
—Más o menos —señaló la muchacha—. A unos tres kilómetros.
Al escuchar aquello Victoria se quedó perpleja.
—Rous. ¿Me estás diciendo que andarías tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta, con el tobillo dolorido, sólo por traerme un cigarrillo a mí?
—Sí —asintió limpiándose la boca con la manga tras beber de la botella—. Si para ti es importante, lo haría. ¿Quieres que vaya?
Al escuchar aquello a Victoria le entraron ganas de llorar. Aquella muchacha, a la que había tratado mal, estaba dispuesta a hacer aquello por ella.
—No, Rous —negó con una sonrisa—. No hace falta.
—Siento que Bárbara y tú estéis enfadadas.
—Ah… no te preocupes —contestó mirando cómo su hermana comenzaba a echar lecho seco en el granero—. Nuestros enfados son continuos. No pasa nada.
—Es bonito tener hermanos —sonrió Rous, haciendo que Victoria sonriera.
—Oye, Rous —dijo Victoria sentándose junto a ella—. ¿Qué haces tú en la granja viviendo con Ona y Tom?
—Vivir en paz.
Victoria estaba preparada para escuchar cualquier cosa, pero no aquello.
—No quiero aburrirte con mi vida —indicó la muchacha sin mirarla.
Aquellas simples palabras, junto al detalle anterior, llegaron sin saber por qué hasta el duro corazón de Victoria. Se sintió mala, y desagradable. No se estaba portando bien con aquella muchacha, y tenía que reconocerlo.
—Rous —dijo poniendo su mano en el hombro—. Quiero disculparme por mi manera de comportarme contigo. Sé que a veces soy una auténtica bruja.
—Yo no te veo así —murmuró la muchacha.
—Me parece que eres demasiado inocente y también demasiado frágil, Rous.
—No creas todo lo que ves —señaló la joven.
—¿Me perdonas entonces?
—Por supuesto que sí.
—Oye, Rous. Me encantaría saber de tu vida.
—¿En serio? —dijo mirándola.
—Por supuesto que sí —respondió Victoria haciéndola sonreír.
—Bu… bueno… —tartamudeó—. Vivía en Glaswood hasta que mi madre murió. En aquel entonces yo tenía diez años y mi hermano Johny ocho. Recuerdo cómo mamá nos llevaba al cuarto y nos impedía salir de allí cuando mi padre regresaba. Ahora soy consciente de que nos encerraba para que no nos pegara. Pero cuando ella murió todo cambió. Tuve que crecer de pronto. Abandonar el colegio y con diez años hacerme cargo de la casa, de mi hermano y de mi padre. Una noche mi padre llegó borracho. Johny y él se pelearon y papá, furioso, lo tiró contra la pared. Ese golpe lo mató.
Victoria sintió cómo una parte de su corazón se partía ante las palabras simples y terribles de la muchacha.
—Rous, lo siento —susurró conmovida—. Debió ser horrible.
—Mucho —continuó con un hilo de voz—. Yo cogí la escopeta de caza de mi padre y lo mate. Se lo merecía. Te juro Victoria que se lo merecía —sollozó tapándose los ojos—. A partir de ese momento todo el mundo se alejó de mí. Me llevaron a una casa de acogida y estuve allí dos años. Nadie se quería hacer cargo de mí. Pero un día, en una excursión que hicimos al castillo de Eilean Donan, Tom y Ona me vieron y se interesaron por mí. Con la ayuda de Niall me adoptaron. Y yo comencé a ser feliz. Pero los rumores de lo que había hecho en mi casa llegaron hasta aquí y a partir de ese momento ninguna de las chicas de los alrededores quiso ser mi amiga. Sus madres decían que estaba loca, y a pesar de lo mucho que Ona ha luchado por mí, nunca la creyeron —dijo secándose la nariz con la manga—. Mis únicos amigos siempre han sido Robert y Niall. Ellos me han demostrado su cariño de muchas maneras. Todos los años se acuerdan de mi cumpleaños y en Navidad, junto al de Ona y Tom, están sus regalos.
Escuchar aquello dejó a Victoria sin habla. Qué terrible experiencia tuvo que vivir Rous con solo diez años.
—Te prometo, Victoria, que yo nunca te robaría —dijo mirándola a los ojos—. Si esta mañana estaba en vuestra habitación era por…
—No hace falta que sigas —sonrió Victoria tapándole la boca—. Y antes de que digas nada, déjame volver a pedirte disculpas por las cosas que te he dicho está mañana, y ayer y todos los días que llevo aquí. Para mí no está siendo fácil todo esto —respondió, sincerándose—. Soy una mujer de ciudad, acostumbrada a otro tipo de vida y de personas. Por favor. Perdóname.
Con los ojos llenos de lágrimas Rous asintió y esbozando una sonrisa murmuró.
—¿Sabes? Yo también me peleaba con Johny. Era muy guapo —recordó Rous con una sonrisa—. Se parecía mucho a mamá. Tenía unos ojos azules grandes y llenos de vida y una sonrisa divertida.
—Tú también eres guapa —dijo Victoria pasándole la mano por aquel tosco pelo.
—Eso es mentira —sonrió entre lágrimas—. Soy fea. Lo sé. Aunque Tom dice todo lo contrario porque me quiere, no hace falta que tú mientas para alegrarme. Sólo con mirarme en el espejo cada mañana me doy cuenta de cómo soy.
—Vamos a ver, Rous —Victoria la agarró por la barbilla—. No creo que seas fea. Lo que pasa es que no sabes sacarle partido a tu belleza. Tienes unos ojos azules maravillosos que pocas veces enseñas.
—Mis ojos son como los de mamá y Johny —asintió sonriendo.
—¡Eso es perfecto! —sonrió Victoria al sentir la calidez de Rous—. ¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco, tres meses y dos días.
—Una edad ideal —continuó escrutando su cara—. Tu pelo necesita un buen saneado. ¿Desde cuándo no te lo cortas?
—Me lo corto yo.
—¿Sabes lo que es la mascarilla? ¿Un exfoliante de cuerpo? ¿Crema depilatoria?
—Algo leo en las revistas. Pero en mí no merece la pena gastar dinero. ¿Para qué? Nadie va a fijarse en mí.
—Te gusta Set, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañada. Nunca se lo había contado a nadie.
—El amor es como el dinero Rous. ¡Se nota! —exclamó Victoria—. No hace falta contarlo para percibirlo.
—Me gusta —asintió ruborizándose—. Aunque él ni siquiera sabe que existo.
Escuchar aquello le hizo sonreír, y tomó una decisión.
—Rous. Rous. Rous. Si me dejas ayudarte y te fías de un par de consejitos que te voy a dar, te prometo que Set no volverá a dormir.
—¿Por eso no duerme Niall? —preguntó Rous, demostrándole a Victoria la preciosa sonrisa que escondía.
—No sé de qué hablas —exclamó aturdida—. Pero déjame decirte que si Niall no duerme será porque no quiere o porque va de cama en cama como un buen picaflor.
Al decir aquello Victoria se dio cuenta de su tono de voz. ¿Por qué había entonado la frase así? Maldiciendo por lo bajo tuvo que reconocerse que aquel bruto le importaba, aunque fuera sólo un poquito.
—Creo que te gusta Niall, tanto como tú le gustas a él —asintió la muchacha, sorprendiéndola.
—Entonces te aseguro que no hay nada que hacer.
—¿Seguro?
—Segurísimo —asintió Victoria—. Me gustan los hombres con clase y Niall está carente de ella.
Al escuchar aquello Rous sonrió, mientras pensaba en lo que momentos antes Victoria le había dicho referente al amor y al dinero.
Con cautela, Bárbara se acercó y su enfado se disipó cuando vio a Rous y Victoria hablando, incluso bromeando.
—¿Me he perdido algo? —preguntó Bárbara.
—No, hermanita —señaló Victoria, con una sonrisa que la desarmó—. Necesitamos que nos ayudes. Set y el resto del mundo tienen que ver lo preciosa que es Rous.
* * *
Aquella noche, tras cenar todos juntos, Robert desapareció como muchas otras noches. El día no había sido fácil y había dormido fatal. Eso había provocado que le hablara mal a Bárbara, que para su desesperación no le había mirado ni dirigido la palabra una sola vez.
El cansancio de un duro día de trabajo hizo que todos se retiraran pronto a dormir, momento que aprovechó Victoria para salir al porche y fumar el último cigarrillo del día.
Tras encenderlo se sentó en los escalones de la puerta de entrada. Miró a su alrededor, aún no entendía realmente cómo demonios había acabado allí. Todo aquello era un desastre. Nada tenía que ver con su glamoroso piso de Madrid.
Dando una calada a su cigarrillo, recostó la cabeza en la barandilla de madera y miró la luna. Aquella noche era llena e iluminaba con claridad. Comenzó a tener frío, pero estaba tan cansada que cerró los ojos, y antes de darse cuenta su respiración se volvió regular.
Oculto entre las sombras, Niall la observaba. Se la veía tan tranquila mirando las estrellas, que prefirió disfrutar de la visión a comenzar a discutir con ella. Sabía que en el momento que cruzaran dos palabras, como siempre sucedía, acabarían tirándose los trastos a la cabeza.
Con una sonrisa vio cómo Stoirm se acercaba a olisquear entre sus piernas sin ella ser consciente. El animal al ver que no se movía, subió dos escalones y enroscándose al lado de los riñones se dispuso a dormir.
Divertido por la estampa que le ofrecían Victoria y Stoirm, comenzó a caminar hacia ellos. La noche era demasiado fría, y si Victoria permanecía mucho tiempo allí dormida podía coger frío. Debía despertarla.
Cuando llegó a su altura, con cuidado, le quitó el cigarrillo y lo apagó.
Verdaderamente se había quedado dormida. Niall se puso en cuclillas delante de ella y Stoirm lo saludó. Él le devolvió el saludo tocándole con cariño el lomo y la cabeza. Sin apartar sus ojos de Victoria, miró embelesado esa boca que deseaba besar. Tenerla cerca le producía una desazón que le devoraba las entrañas.
Aquella mujer no era para él, pero en su fuero interno la deseaba como a ninguna otra. Nunca le habían gustado las mujeres sumisas, pero tampoco se había encontrado con una gruñona como aquélla.
Viéndola allí, tan guapa, tan etérea, deseó tocarla. Se moría por pasar sus dedos por aquella piel sedosa y enredar sus manos en aquel salvaje y oscuro pelo negro. De pronto Victoria se movió, soltando un pequeño ronquido que le hizo sonreír. Al ladear la cabeza, Niall observó divertido cómo por la comisura de sus labios una pequeña gota brillante comenzaba a resbalar hacia la barbilla.
—Princesa —susurró atontado por el momento—. Si te digo que babeas estoy seguro de que me matas.
Al escuchar aquella ronca voz Victoria abrió los ojos de golpe. A pocos centímetros de su cara, Niall la observaba con una de sus tontas sonrisas.
—¿Qué pasa? —preguntó Victoria tiritando—. ¿Por qué me miras así?
—Estaba observando algo curioso.
—¿El qué?
—Miraba cómo lentamente la baba te caía por aquí —dijo limpiando con su mano la comisura ahora seca de su boca.
Al notar el calor de aquellos dedos sobre su piel, Victoria no pudo ni protestar. Se limitó a mirarlo extasiada por aquella caricia que ahora le perfilaba los labios, con una delicadeza tan exquisita que la hizo temblar.
—Tienes frío ¿verdad? —preguntó Niall y ella asintió.
Antes de poder hacer o decir nada más Niall se quitó la cazadora de piel vuelta y sin pensar en el frío que hacía se la echó a ella por encima.
—No debes hacer eso —susurró al verlo agacharse de nuevo—. Hace demasiado frío para este tipo de galanterías. No seas tonto y póntela de nuevo.
—Tranquila —sonrió al escuchar aquel tono de voz—. Yo estoy acostumbrado a estas temperaturas, tú no.
Sin poder dejar de mirarse, pero sin decir una sola palabra, ambos sabían lo que allí pasaba. La atracción que sentían el uno por el otro cada vez era más patente. De pronto Victoria notó que algo se movía junto a sus riñones y al mirar y ver que era Stoirm, de un salto quiso levantarse pero, tropezándose, cayó hacia delante, con la buena suerte para Niall de que cayó encima de él.
—Vaya, princesita —sonrió al tenerla entre sus brazos—. Sabía que me deseabas, pero no que estabas deseosa de tirarte sobre mí.
—¡Tú eres tonto o qué! —señaló intentando levantarse, pero Niall no se lo permitió—. Suéltame ahora mismo, si no quieres que chille.
—¿Estás segura de que chillarías?
—Por supuesto —asintió más tiesa que una vara al sentir aquel cuerpo duro y fuerte bajo ella.
—Me encantaría hacerte chillar —susurro Niall mirándola a los ojos—. Pero de placer. Desearía tenerte en mi cama desnuda sólo para mí. Besaría todas las partes de tu cuerpo y te haría el amor de tal manera que me volvería loco al oírte suplicar más.
Victoria no esperaba aquellas ardientes palabras. Abrió la boca para protestar, pero la tuvo que cerrar. No sabía qué decir. Y menos, cuando su imaginación y su cuerpo la comenzaron a traicionar.
Le gustaba la sensación de estar entre los brazos de Niall. Aquella sensación tan placentera la había sentido pocas veces con Charly. La mirada de Niall y aquellos carnosos labios era lo más tentador que había visto en su vida, por no hablar de lo que le acababa de decir. Ni en sus mejores momentos Charly fue tan sensual hablando, mirando o besando.
Sintiéndose atraída como un imán, Victoria bajó su boca hasta la de Niall, y sacando la punta de la lengua, se la pasó lentamente por los labios. Ahora era Niall el sorprendido. Pero tras un segundo de sorpresa, soltó un gruñido de satisfacción y enredó sus manos en aquel pelo, y la besó con todo el deseo acumulado.
El frío dejó de existir.
El mundo se paralizó. El deseo que sentían era capaz de deshelar el Polo Norte. Victoria, dejándose llevar por la pasión, se incorporó para respirar, momento en que Niall la agarró por las caderas y la hizo sentir el centro de su deseo. Aquella dureza que Victoria notó la excitó. Llevaba meses sin sexo y aquel hombre le gustaba.
—Me encantaría seguir con esto, pero creo que no es el lugar idóneo para ello —murmuró Niall, consciente de cómo Victoria tiritaba.
—Tienes razón —contestó nerviosa—. Si me sueltas, me levanto.
—No me lo puedo creer —exclamó Niall—. ¿Acabas de decir tienes razón?
—Sí —asintió sonriendo—. Pero también he dicho que si me sueltas me levanto.
—Regálame otro beso y te soltaré —murmuró Niall con voz ronca.
Consciente de lo atraída que se sentía por él, no lo pensó, y bajando sus labios le regaló un beso dulce, suave y ligero.
Niall, con su entrepierna a punto de explotar, cumplió su palabra. Tras disfrutar los últimos segundos de aquel maravilloso contacto, quitó las manos de las caderas de Victoria, que al sentirse liberada se levantó ofreciendo su mano a Niall para que él lo hiciese a su vez. Ese gesto le gustó.
—Toma —dijo Victoria entregándole la cazadora—. Hazme caso, póntela. Hace frío.
—De acuerdo —sonrió—. Pero sólo si a cambio me dejas que yo te dé calor.
—Niall —suspiró mirándolo a los ojos—. Creo que no es buena idea que continuemos con este juego.
—Vayamos dentro. Nos vendrá bien un café.
Tomó la mano de Victoria y entraron en la cocina seguidos por Stoirm. Una vez dentro, mientras Victoria se sentaba a la mesa y lo observaba, Niall cogió una antigua cafetera de Ona y comenzó a echarle café, momento que Stoirm aprovechó para enroscarse cómodamente bajo la mesa junto a los pies de Victoria.
Niall sonrió al verlo y puso el café al fuego. Después abrió un mueble y sacó una caja de galletas. Sólo entonces se sentó junto a Victoria.
Durante unos segundos ambos estuvieron callados. Lo ocurrido momentos antes los tenía desconcertados. Finalmente fue Niall quien habló.
—Creo que somos adultos para saber qué debemos hacer con nuestras vidas —y mirándola añadió—. A no ser que existan terceras personas a las que podamos dañar.
—En ese tema estoy tranquila. No daño a nadie —respondió rechazando una galleta—. Pero el motivo principal de mi viaje es otro.
—¿Crees que merece la pena el esfuerzo que estás haciendo por conseguir un contrato para tu empresa? —preguntó de pronto Niall:
—Si soy sincera contigo, creo que no —respondió, apoyando la cabeza encima de sus manos para mirarle—. Pero necesito conseguir ese contrato. Tengo que solucionar los problemas que me han ocasionado dos inútiles.
—¿Inútiles? ¿Por qué? —preguntó con curiosidad.
—Hace unos meses, por motivos personales —suspiró pensando en Charly— tuve que enviar a dos de mis publicistas a conseguir el contrato. Yo había firmado con el presidente de Tagg Veluer un precontrato en el que mi empresa se comprometía a alquilar el castillo de Eilean Donan para la grabación de su anuncio publicitario. Pero regresaron a Madrid sin él. Por lo visto no consiguieron contactar con tu jefe, el conde.
—Vaya. ¡Qué fatalidad! —señaló Niall mientras se zampaba las galletas—. Lo siento.
—Más lo siento yo —dijo quitándole una galleta—. Mi nombre como publicista está en juego y el dueño de Tagg Veluer amenaza con llevarse la cuenta.
—¿Qué motivos personales te impidieron venir a Escocia?
—Ufff… —suspiró dejando la galleta mordisqueada en la mesa—. Son complicados y aburridos.
—Tú nunca me aburrirías —él le metió un nuevo un trozo de galleta en la boca. Eso les hizo sonreír—. Creo que más bien, me sorprenderías.
—Anulé mi boda a falta de veinticuatro horas para el enlace.
Al escuchar aquello, Niall dejó de masticar. Lo había sorprendido.
Como un autómata se levantó, cogió la cafetera y dos tazas, y volvió junto a ella.
—¿Quieres leche? —preguntó Niall.
—No. Me gusta solo.
En silencio Niall llenó las dos tazas. Ofreciéndole una a Victoria, ésta sin echarle azúcar, dio un pequeño sorbo que le arrugó la cara.
—¡Por Dios, qué cosa más mala! —se quejó—. ¿Por qué hacéis el café tan claro? Parece americano. Es agua pura.
—Será la costumbre —sonrió al ver aquel gesto aniñado, y dando un sorbo dijo—. A mi me gusta así.
—Entonces déjame decirte —dijo señalándole con el dedo—, que no te gustaría cómo lo hago yo.
—¿Cómo lo haces?
—Muy cargado.
—Ahora entiendo por qué estás todo el día como una moto —rió ganándose un puñetazo de Victoria, quién sonrió por aquello.
Parecía mentira que pudieran estar en aquel momento tan cómodos el uno con el otro y en otros sólo les faltara la pistola para matarse.
—¿Te apetece contarme qué pasó para que anularas tu boda? —preguntó Niall clavando sus ojos verdes como los prados de Escocia en ella.
—¡Oh Dios! —se quejó llevándose las manos a la cabeza—. No quiero hablar de ello. No me apetece. No me preguntes.
—Vale… vale —murmuró sorprendido y deseoso de saber más—. Le gustas a Stoirm. ¿Lo sabías? —dijo señalando al perro que plácidamente dormía a sus pies.
—Él a mí no —respondió tras mirarlo y encoger los pies.
—Stoirm es muy cabezón —sonrió Niall llenando de nuevo su taza.
—Yo también.
—De eso doy fe.
—¡Mira quién va a hablar!
—¿Cómo era el nombre? Ese con el que me llamas cuando te dan esos ataques de locura. ¿Cropinom?
—Cromañón —respondió hechizada por su sonrisa—. Lo sé. Es horrible. Pero princesita también tiene tela.
—El cromañón y la princesita —se mofó—. Buen título para una novela.
—Se lo diré a Bárbara —sonrió regalándole otra sonrisa—. Ella es la escritora.
—Te voy a volver a besar —susurró de pronto Niall.
Aquello la hizo estremecerse. El tono ronco de su voz y cómo la miraba le hacían sentir cientos de emociones al mismo tiempo. Pero convenciéndose a sí misma, se negó a desearlo.
—No. No quiero que lo hagas.
—¿Por qué? —preguntó acercándose—. Tus ojos me dicen lo contrario.
Sentirlo tan cerca le aceleraba el corazón. Aquel hombre, con aquella virilidad y con aquella mirada, la estaba descuadrando. Cerró los ojos, y después de pensar en lo que realmente le convenía los abrió.
—Mira Niall, voy a ser sincera contigo —dijo, deseosa por besar aquellos labios carnosos y sensuales—. Mi principal prioridad es que tu jefe me firme el contrato para volver a mi casa y a mi vida.
—¿Tu vida de lujo? —dijo despectivamente.
—Exacto —sentía una punzada en el corazón, algo ocurría allí—. Quiero volver a la vida que me gusta. Cada uno en este mundo tiene su lugar, y mi lugar no es éste.
—¿Tanto valoras el lujo y el dinero?
—Valoro vivir bien —señaló con fuerza—. He trabajado mucho para conseguir lo que tengo y no quiero perder nada de lo conseguido.
—Me estás diciendo —espetó enfadado por lo que oía— que nunca abandonarías tu maravillosa vida de ejecutiva, y lujos caros, por…
—No, Niall. Nunca la abandonaría —lo interrumpió. No quería escucharle.
El silencio tras aquella contestación se tornó incomodo. No eran amantes. Ni siquiera eran amigos. Pero había algo entre ellos, y eso desconcertaba a Niall, que no llegaba a entender por qué se dormía pensando en ella y se levantaba con ella en la mente otra vez. ¡Aquello era ridículo!
—Tienes razón —Niall se metió una nueva galleta en la boca—. Cada uno tiene que estar en su lugar. Ya que has sido sincera conmigo. Creo que yo también tengo que serlo contigo.
Levantándose, abrió de nuevo el mueble y guardó las galletas. Necesitaba recuperar su autocontrol. Escucharla le había dañado y eso le molestaba. Aquélla sólo era una mujer más. Nunca se había dejado dañar por una, y aquella española no iba a ser la primera.
—¿A qué te refieres? —preguntó Victoria.
—Verás —dijo desde el otro lado de la cocina—. Tengo que reconocer que como mujer no estás mal, pero siendo sinceros, lo que realmente busco en ti es tenerte debajo en la cama —al decir aquello vio la sorpresa en ella—. No busco relaciones estables. No creo en el amor. Pero sí creo en el morbo y en el sexo. Y tú, querida princesita, eres la clase de mujer que cualquier hombre busca para eso. Diversión y sexo.
Al escuchar aquello Victoria se quedó sin palabras. ¿Qué le estaba llamando aquel cromañón?, o ¿qué estaba queriendo decir?
—No eres una belleza de mujer —prosiguió Niall sentándose junto a ella—. Pero tienes un cuerpo aceptable. Y yo, como hombre, entenderás que no desaproveche ninguna oportunidad.
Tras decir aquello la besó. Aquel beso fue salvaje, tórrido. Nada parecido a los dulces besos compartidos minutos antes. Victoria, incrédula por lo que había oído, lo empujó, deshaciéndose de su abrazo.
—¡Pero tú que te has creído, cromañón! —gritó levantándose. Eso hizo que Stoirm se despertara—. ¿Qué es eso de cuerpo aceptable? Por no decir otras cosas. ¿Pero tú quién te crees? ¿Mister Mundo?
—No —respondió aguantando la risa—. Por qué te pones así. Las mujeres como tú, que lo tienen todo, suelen aprovechar estas oportunidades para pasarlo bien.
—¡No vuelvas a poner tus asquerosas manos en mí! —dijo cogiendo un cuchillo—. O te juro que te las corto.
—Mmm —suspiró Niall llenándola de rabia—. Esta faceta tuya, es la que yo quiero poseer en mi cama. Tienes que ser una gata salvaje.
—No vuelvas a acercarte a mí, gilipollas, o te juro que te vas a enterar —bufó caminando hacia la puerta, pero antes de salir se volvió—. Ah… una cosa más. ¡A mí no se me cae la baba! Y si tan deseoso estás de retozar con una mujer en la cama, estoy segura de que cualquiera de tus amiguitas estará encantada de hacerte pasar un buen rato.
Una vez dicho esto e indignada salió de la cocina, dejando a Niall malhumorado y solo con Stoirm, bebiendo café.
—¿Sabes, Stoirm? —señaló Niall haciendo que el border collie le mirara—. Creo que nos vamos a ir tú y yo unos días lejos de aquí. Esa insufrible española me está afectando y eso, amigo mío, no me lo puedo permitir.
* * *
El saber que Niall se había marchado le alegró. Pero esa alegría según pasaban las horas se volvió en su contra. Lo echaba de menos. Increíble, pero cierto.
Por la noche, tras la cena, mientras Bárbara y Robert hablaban en la cocina con Ona, Victoria malhumorada se disculpó y se marchó a la habitación. No le apetecía ver el tonteo que su hermanita y Robert se traían.
Al pasar frente al baño, la puerta se abrió. Tom salió.
—¿A qué se debe esa cara tan triste? —preguntó el anciano.
—Estoy agotada.
—¿Te apetece un rato de charla?
—Me vendría bien.
Necesitaba hablar con alguien de cosas que no fueran recetas de cocina, alambres espinados, llagas en las manos y sobre todo necesitaba dejar de pensar en Niall.
—Preciosa bata —indicó Victoria al ver que era de Pierre Cardin.
—Me la regalo Niall para mi cumpleaños —asintió Tom—. Siempre le dije que era demasiado lujosa para un viejo como yo.
—Eso es una tontería —sonrió colocándole las almohadas—. Por una vez, y sin que sirva de precedente, admitiré que tu nieto tuvo un gusto excepcional.
—Mi nieto tiene un gusto excepcional para todo. Incluidas las mujeres.
—Oh sí… —respondió cambiando el gesto—. Él y su corte de mujeres.
—Niall —susurró a modo de confesión— es un muchacho muy codiciado por las féminas de estas tierras desde que era un querubín. Esa planta que tiene y ese poder en su mirada, hacen estragos en las fiestas.
—Amor de abuelo —suspiró Victoria haciéndolo sonreír—. Déjame decirte, Tom, y espero que no te ofenda, que tu nieto es el ser más prepotente, mandón y exigente que me he echado a la cara. Él y yo no tenemos buen feeling.
—Vaya —se mofó rascándose la oreja—. ¿Dónde habré escuchado antes eso?
—No me extrañaría que de su enorme bocaza —dijo acercando el butacón granate—. Él y yo no congeniamos en exceso. Supongo que te habrás dado cuenta.
Al escucharla Tom sonrió. Aquella muchacha le hacía gracia. Aunque sabía que más gracia le hacía a Niall, que a pesar de guardar sus sentimientos, era incapaz de disimular la fascinación que sentía por ella cada vez que la miraba. Tom lo había observado, y Ona se lo había confirmado. Aún recordaba la cara de Niall cuando entró a despedirse. No le contó el motivo de su marcha, pero Tom supo el porqué.
Cada mañana, desde la ventana o bien cuando bajaba a la cocina, Tom observaba. Pero sus sospechas se confirmaron al ver su fingida indiferencia por la marcha de Niall en la cara de Victoria. Entre ellos había algo más. No lo podían negar.
Desde un principio, Tom se percató del tremendo carácter y fuerte personalidad de la muchacha. Cada mañana Ona y él reían cuando la veían marchar en la camioneta vestida de forma inadecuada para los campos. Eso, unido al terror que sentía por los animales, les sorprendía tanto como que aguantara el ritmo que los muchachos le imponían.
—¿Qué tal el día de hoy?
—¡Horroroso! —suspiró sentándose frente a él—. Sinceramente, Tom, no sé cómo has podido resistir este ritmo tantos años.
—¿Dónde te han colocado hoy los muchachos? —preguntó divertido.
—Arreglando la alambrada de la zona sur —indicó enseñándole las manos—. ¿Has visto qué manos tengo? ¡Son un horror! Necesitaré kilos y kilos de hidratación. ¡Qué digo hidratación! Tendré que exfoliar, revitalizar y estimular antes de hidratar.
—Muchacha. ¡Qué graciosa eres!
Al escuchar aquello sonrió. Aquello era nuevo.
—¿Crees que soy graciosa?
—Me pareces tan diferente a todo lo que me rodea que tus comentarios me hacen sonreír —admitió con sinceridad—. Nunca cambies. Esa frescura encanta, y si no te empeñaras en ser tan gruñona gustarías más.
—Uf, no… no —negó retirándose el flequillo de la cara—. No pretendo gustar. No. No.
—Niall me dijo que te dan miedo las vacas.
—Será chivato —murmuró contrariada—. Vale. Lo confieso. ¡Odio las vacas! Esos bichos mal olientes sólo saben ensuciar y ¡puagggg!, ensuciar.
—Creo que subestimas la inteligencia de los animales, muchacha. Las vacas son unos seres amables y en cierto modo dulces. ¿Conoces a Geraldina?
—No. ¿Quién es? ¿Alguna vecina?
Muerto de risa por lo que ella preguntaba, Tom respondió.
—Geraldina es mi vaca favorita.
—¡Por Dios, Tom! ¿Tienes una vaca favorita?
—Sí —admitió limpiándose las lágrimas de los ojos—. Mi Geraldina tiene veinte años.
—¿Las vacas viven tanto? —exclamó incrédula.
—Pueden llegar hasta los treinta, aunque lo normal es que cuando tienen siete, tras unas cinco ó seis pariciones, se las sacrifique. Pero escucha. Mi Geraldina es diferente.
—No me lo puedo creer —¿cómo podía ser diferentes una vaca? Para ella eran todas iguales—. ¿Me estás diciendo que tienes de mascota a una vaca, como el que tiene un gato en casa?
—Ona no me deja traerla a casa. ¡Me mataría!
—Normal. Yo te asesinaría —asintió horrorizada por lo que oía—. Una vaca es una vaca, por mucho que te empeñes en que sea algo especial.
—Eso lo dices porque aún no has conocido a Geraldina, que por cierto, está de nuevo preñada y me tiene preocupado. Falta poco para el parto.
—Estás preocupado… ¿por una vaca?
—Por mi vaca —aclaró Tom dándole un suave capón en la cabeza—. Geraldina está empeñada en ser madre, a pesar de haber estado más de diez veces preñada, y el parto podría no tener buen fin.
Al ver que Victoria le miraba como si estuviera loco, se mofó.
—Mi Geraldina es terca como una mula. ¡Igual que tú!
—En mi vida me habían comparado con una vaca —rió—. Me han podido decir cosas como que soy la reencarnación del demonio o que soy…
—¿Cómo han podido decirte esa barbaridad?
—La gente Tom… la gente —señaló sin profundizar.
—Que nadie te llame nada de eso delante de mí —vociferó levantando un dedo—. O se las verá conmigo.
—Tranquilo —sonrió—, sé defenderme sola.
—Me parece muy bien, muchacha. Pero ahora me tienes a mí.
Al escuchar aquello, el vello del cuerpo se le erizó de emoción. Tom, sin apenas conocerla, quería ejercer de caballero andante por ella Eso le hizo sentirse bien.
—Eres un buenazo —suspiró cogiendo su mano—. Cuando regrese a mi país te voy a echar mucho de menos.
—¡España! —asintió el anciano sorprendiéndola—. En tu honor y recuerdo, si el ternero sobrevive, lo llamaré España.
—No se te ocurrirá ¿verdad? —exclamó divertida—. Eso es una maldad.
—Oh, sí —sonrió Tom—. Le pondría Victoria, pero conociéndote estoy seguro de que me rebanarías el pescuezo.
—¡Ja! Cómo lo sabes —respondió, momento en que se abrió la puerta—. Ona. Te puedes creer que Tom quiere ponerle de nombre España al ternero de Geraldina.
—¡Magnifico nombre! —asintió Ona acercándose hasta ellos—. Me encanta. Siempre nos recordará a ti.
—España eres tú. Fuerza y bravura —afirmó Tom con una sonrisa.
—¿Sabéis? —señaló Victoria, incapaz de enfadarse con aquellos dos viejos—. Ahora entiendo de quién ha heredado vuestro nietecito ese carácter tan puñetero.
Tras aquello los tres prorrumpieron en una carcajada. Llamar a un ternero España para recordarla era lo más rocambolesco que Victoria nunca hubiera imaginado.
* * *
Cuatro días de duro trabajo sin saber de Niall amenazaban con volverla loca.
Tom y Ona intentaban alegrarla, pero una extraña añoranza sobre su corazón la hizo llorar. ¿Qué ocurría? Por qué se descubría pensando en Niall como una quinceañera, cuando sólo le había dicho cosas vulgares, como que ella no era más que diversión y sexo.
Aquel día Robert decidió quedarse con ellas para ayudar en el arreglo de la valla del prado. Una excusa; lo único que quería era estar junto a Bárbara.
Victoria, a quien las chispas de incomodidad le saltaban por los ojos, en varias ocasiones se descubrió observándolos con cierta envidia. Algo desconocido llamado celos había llamado a su puerta de una manera atroz. Celosa por aquellas sonrisas, intentó odiar a Niall. No podía. Le gustara o no la dureza de sus palabras hicieron que comenzara a reflexionar.
¿Por qué ella no podía sonreír como Bárbara? ¿Por qué su hermana era capaz de amoldarse a todo y ella a nada?
Aquellas preguntas martilleaban la cabeza de Victoria una y otra vez. Cada sonrisa que recibía por parte de Ona, de Tom, de Rous o de cualquiera de los que allí vivían, de pronto, sin saber a qué se debía, le llegaban al alma. ¿Sería cierto eso de que Escocia te cambiaba?
Pero la desesperación aquella mañana estaba pudiendo con ella. Ver a Bárbara sonreír como una tonta y a Robert responder con soñadoras sonrisas le hizo explotar con la persona que más confianza tenía. Bárbara.
—Te has acostado con él ¿verdad?
—Pues no. Pero no por falta de ganas —respondió Bárbara mirándola—. ¿A qué viene esa pregunta?
—¡Eres una mentirosa! —gritó Victoria.
—Oye, Vicky. ¿Qué te pasa?
—Me pasa —contestó furiosa— que quiero regresar a casa. ¡Eso me pasa! Tengo el pelo deshidratado y las puntas abiertas. Los poros de mi cara son tan grandes como la boca del metro. Tengo las uñas rotas, mi cuerpo necesita una sesión de Spa, y como siga comiendo como lo hago aquí regresaré a Madrid peor que una foca. ¿Quieres que siga?
—¡Qué exagerada eres. Vicky, por Dios!
—No soy exagerada —gimoteó consciente de la mentira—. Soy realista.
—¿Seguro que es eso lo que te pasa? —murmuró levantando las cejas.
Bárbara sabía por qué su hermana estaba en tensión. Era por Niall. Pero no estaba dispuesta a decir nada hasta que aquella cabezona acudiera a ella para hablar.
—Me va a venir la regla —se disculpó—. Nada más.
—Bueno. Pues tranquilízate —murmuró Bárbara—. No hace falta que te lo tomes todo tan a pecho. Relájate y disfruta de un precioso día como el de hoy.
Cuando Bárbara dijo aquello, estuvo a punto de gritar. ¿Cómo se disfrutaba un precioso día? Pero harta de la sonrisitas que en aquellos momentos Robert y Bárbara se dedicaban gritó.
—Parece que te gusta sufrir. Primero Joao y ahora ese estúpido. ¿Es que no te das cuenta que te está utilizando para divertirse? Cómo eres tan tonta.
Bárbara la miró llena de furia.
—Eres una víbora mala, mala. ¿Cómo me mencionas a Joao en este momento?
Robert, al escucharlas gritar, y en especial mover las manos con desaire, se acercó hasta ellas y cogiendo una botella de agua bebió a morro.
—Mira a Chewaka —criticó con malicia Victoria—. Se cree que está protagonizando el anuncio de la Coca-Cola Light.
—Siento decirte, querida hermanita, que cada vez que veo a ese gran hortera para ti, llamado Robert, para mí son las once y media.
—¿Y ahora quién tiene el gusto de un calamar adobao?
—Ya está bien ¿no crees? —apuntó Bárbara mosqueada.
—¿A qué te refieres?
Lo sabía, pensó Victoria. Sabía que su hermana había percibido su estado de nervios, pero ¿por qué no había dicho nada?
—Sabes muy bien a qué me refiero —prosiguió Bárbara en español, para que nadie las entendiera—. Estás jodida porque tu cromañón no está ¿verdad?
—¡¿Cómo?! —gritó Victoria incapaz de ser sincera—. ¡Tú estás tonta!
—Mira. No pienso hablar de ello. Si quieres algo ya sabes dónde estoy.
—Paso —respondió Victoria cogiendo más cable.
—Me parece muy bien que pases, pero hazme un favor; deja de poner esa cara de dóberman cada vez que ves que Robert se acerca a mí. A partir de ahora, abstente de comentarios nefastos e hirientes si no quieres que yo me comporte como tú. Por lo tanto, déjame disfrutar de mi vida mientras tú jorobas la tuya.
—¿Por qué dices eso?
—Vicky. ¡No te soporto cuándo te pones así! —chilló Bárbara desesperada—. ¿Acaso crees que no me doy cuenta de que llevas días pasándolo mal? ¿Por qué coño llevas esa ropa? —dijo dándole un tirón a la sobrecamisa—. Hasta hace poco, según tú, era un trapo de limpiar. ¡Venga, hombre, por Dios!
—Bárbara, yo sólo lo digo porque cuando volvamos a…
—Cuando volvamos a casa —sentenció Bárbara—, será mi problema, no el tuyo.
—De acuerdo —Victoria no quería dar su brazo a torcer—. Espero no tener que consolarte y decir: te lo dije.
—Tranquila —ladró Bárbara consciente de que Robert se acercaba a ellas—. Necesitaré cualquier consuelo menos el tuyo. La misma confianza que tienes tú conmigo, será la que yo tendré contigo.
—¿Qué os ocurre? —preguntó Robert.
—Que tengo ganas de darle un puñetazo a alguien —indicó Victoria.
—Eso es fácil —sonrió Robert, y subiendo su puño, dijo—. Aprietas tu mano así, miras al punto que quieras dar, y lanzas un derechazo con todas tus ganas.
—Gracias por la lección, Bruce Lee —se mofó Victoria ante la seriedad de su hermana.
—Ven aquí —dijo Bárbara, cogiendo a Robert de la mano—. Vámonos, necesito un poco de aire fresco antes de que practique lo que has explicado.
Victoria aún más enfadada que momentos antes, les siguió con la vista mientras desaparecían por la loma.
La tensión entre las dos hermanas se palpaba en el ambiente. No volvieron a mirarse ni a dirigirse la palabra el resto de la mañana. Cuando la furgoneta pasó a recogerlas para regresar a la casa principal, el humor de Victoria era pésimo. El de Bárbara no era mucho mejor.
La jornada aquel día acabó a media mañana. El domingo era el cumpleaños de Tom y las mujeres tenían pensado ir a Dornie de compras, algo que en cierto modo las alegró, aunque no tanto como a Rous, que estaba histérica porque Victoria le había prometido comprar varias cosas que la ayudarían en su plan para conquistar a Set.
—¿Podrías subirle este caldo a Tom? —preguntó Ona a Victoria—. Me marcharía más tranquila de compras sabiendo que tiene algo en el estómago.
—Sí. Sí, por supuesto —asintió, tomando el cuenco y la cuchara.
Una vez salió de la cocina, subió las escaleras iluminadas por la luz de la tarde hasta la habitación de Tom. Los dos últimos días estaba más cansado de lo normal, por lo que no había bajado a la cocina para charlar con todos. Prefería estar solo en la habitación, para «pensar», como decía él.
Tras llamar con los nudillos a la puerta, Victoria entró, siendo recibida por una de sus cariñosas sonrisas, que ella le devolvió.
—Vengo a que te tomes un caldito —señaló Victoria—. Y te lo vas a tomar entero porque si no Ona me regañara a mí.
—Entonces no se hable más —sonrió mesándose el cabello blanco con sus envejecidas manos.
Como el pulso de Tom no era muy firme, Victoria le fue dando poco a poco la sopa. Nunca le había gustado cuidar a los enfermos, pero Tom era diferente.
—Muchacha, esto no acaba nunca —protestó, sintiendo cómo le ardía la garganta.
—Tres cucharadas más —indicó Victoria de pie— y prometo que se acaba.
Tom, sin decir nada, continuó comiendo, y cuando terminó las cucharadas la sonrisa de satisfacción de Victoria le recompensó.
—Muy bien. Ahora Ona y yo estaremos felices por ti.
—Serías una estupenda enfermera.
—Ufff… Tom. Estás equivocado. No me gusta cuidar a los enfermos. No tengo paciencia.
—A mí no me da esa sensación.
—Sólo he cuidado a un enfermo en mi vida —indicó mirándolo—. A mi padre.
Tom pudo ver cómo la mirada de la muchacha se tornaba triste al mencionar a aquel ser querido. Por sus ojos pudo vislumbrar la tristeza que inundaba aquella preciosa cara, aunque ella intentó disimular.
—Intuyo que tu padre murió —dijo palmeando el lateral de la cama para que se sentara. Ella obedeció, momento en que la puerta se abrió y alguien, haciendo una seña a Tom, indicó que callara. El anciano asintió.
—Murió cuando yo tenía dieciséis años.
—¿De qué murió tu padre?
—Eh… —musitó Victoria e hizo visible la incomodidad de la respuesta.
—Lo entiendo —tosió Tom, intuyendo la respuesta—. Escucha, Victoria —dijo cogiéndole la barbilla para mirarla—. No es fácil aceptar la enfermedad para el enfermo. Pero cuando por desgracia te toca vivir con ello, no puedes hacer otra cosa que intentar disfrutar de los tuyos cada segundo de vida. Y aunque nos conocemos desde hace poco, estoy seguro de que tu padre fue feliz hasta el final.
—Sí —asintió Victoria sin poder decir nada más. Adoraba a su padre.
—No conozco a tu madre, pero solo con ver las dos hijas tan maravillosas que tiene me puedo hacer una idea de cómo es.
—Te sorprendería —sonrió al pensar en ella—. Es alegre y vivaz como Bárbara, nada que ver conmigo.
—Tú eres alegre.
—No mientas —sonrió con tristeza—. Yo soy sosa y aburrida.
—No, muchacha, no lo eres —susurró—, tu madre debe estar orgullosa de vosotras ¿verdad?
—De Bárbara sí, pero de mí, creo que no. No me lo merezco tampoco yo…
—¡Por San Fergus! ¿Cómo puedes decir eso? Los padres siempre estamos orgullosos de nuestros hijos y aunque a veces los hijos nos decepcionen nunca dejan de ser nuestros hijos.
Tras un momento de silencio Tom prosiguió.
—Ona y yo adorábamos a nuestras hijas, a las que por desgracia el destino nos robó demasiado pronto.
—¿Las madres de Niall y de Robert? —preguntó Victoria intrigada.
—Sí, muchacha, Isolda e Isabella —sonrió el anciano al recordarlas.
—Isolda —susurró Victoria—. Qué nombre más romántico.
—Así se llamaba mi madre también —sonrió Tom.
—Me parece un nombre precioso.
—Isolda era romántica, como su nombre —sonrió el anciano— y se enamoró demasiado pronto de un muchacho que yo creí que no le convenía, y eso hizo que estuviéramos un tiempo enfadados. Pero cuando nació Niall, e Isolda junto a su marido vinieron a casa para enseñárnoslo, tras mirarnos a los ojos y darnos cuenta de lo mucho que nos queríamos y nos habíamos echado de menos, todo se solucionó. Gracias a ello comprobé que estaba equivocado respecto al padre de Niall, era un muchacho excelente. Un año después se casó Isabella, y la felicidad cuando nació Robert fue completa. Pero una noche de lluvia, cuando regresaban de una fiesta en Edimburgo, el coche se estrelló muriendo los cuatro en el acto.
—¡Qué horror, Tom!
—Sí, muchacha. Fue algo terrible, y más cuando casi perdemos la custodia de Niall.
—¿Por qué? —preguntó Victoria.
Al decir aquello el anciano cerró los ojos. Se había dejado llevar por los recuerdos y había estado a punto de meter la pata, por lo que decidió centrarse en sus palabras.
—Cosas de familia que con los años se arreglaron —añadió quitándole importancia—. Pero gracias a Dios mis hijas desde el cielo nos ayudaron y tanto Robert como Niall crecieron a nuestro lado, felices. Ellos, al igual que sus madres, han sido y son nuestra mayor alegría, y estoy seguro de que tu madre pensará lo mismo de ti.
—Tom. Yo no soy la mujer que crees.
—¿Ah, no? —exclamó el anciano—. ¿Eres un espectro?
—No —rió Victoria— pero la facilidad que tengo para comunicarme contigo no la tengo con el resto del mundo. Ni siquiera con mi madre.
—No me lo creo —y clavando sus ojos en ella preguntó—. ¿Tus padres te enseñaron los valores de la vida?
—Sí —asintió pesarosa— por supuesto que sí.
—¿Entonces?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Cómo explicar su acritud ante su familia y el resto del mundo, aquellos años…
—Cuando papá murió, mamá se hundió. Durante unos años, a pesar de mis esfuerzos, las deudas nos comían, mamá cayó en la bebida y yo no supe ayudarla.
—Lo siento, muchacha —murmuró apretando su mano.
—Estaba tan harta de la miseria, de los gritos y de las borracheras de mamá, que decidí alejarme de ellas. Dejé atrás a mi familia, y me convertí en otra persona.
—Eso es imposible —intervino Tom— nadie deja de ser como es.
—Sí, Tom. Yo lo hice —contestó mirándole—. En mi empeño por borrar mi pasado abandoné a mi madre y dejé a mi hermana al cargo de una madre borracha y de cientos de deudas. Me construí una vida donde el corazón y los sentimientos sobraban. Pasé de ser Victoria, una muchacha de barrio, a Victoria Villacieros Zúñiga, jefa de publicidad en R. C. H. Publicidad. Una mujer fría y despiadada a la que todos respetan por miedo, pero a la que nadie quiere. Incluso creí encontrar una nueva familia que me llenó de lujos y de presuntos amigos, que a excepción de regalarme el oído nada me aportaban. Pero ¿sabes Tom? Cuando creí tenerlo todo, el día antes de mi boda, descubrí que lo único verdadero que tenía, a pesar de haberla rechazado, era mi familia.
—Debes estar orgullosa de ellos, muchacha.
—Lo estoy, Tom. Quisiera que mamá supiera cuánto la quiero.
—Algo me dice que ella lo sabe. No te preocupes.
—Pero yo lo necesito —suspiró Victoria aliviada de poder soltar aquella carga—. Necesito que sepa que la adoro y que estoy orgullosa de cómo es. Por nada del mundo me gustaría que ella fuera lo que durante mucho tiempo deseé.
—¿Qué deseaste?
—Deseé que mi madre no fuera… no fuera ella, y que otra mujer, adinerada y con estilo, me hubiera parido —susurró tapándose con las manos la cara—. ¡Dios, Tom soy una mujer horrible! Admitir estas cosas me hace ver la clase de mujer en la que me he convertido. Bárbara tiene razón. Soy una víbora mala, que todo lo que toca lo destruye.
—No te martirices, muchacha —señaló abrazándola—. Bárbara te adora.
—Y yo a ella —asintió al recordar la discusión de aquella mañana—. Pero a veces me comporto de una manera tan cruel con ella, que al final me llegará a odiar. Me gustaría tener su espontaneidad. Ser capaz de decir lo que realmente deseo.
—Debes vencer esas barreras, Victoria, si no nunca serás feliz.
—Lo sé —asintió secándose las lágrimas—. Creo que las barreras que usé durante años para que nadie me dañara, ahora se han vuelto contra mí.
—¿Sabes, Vicky? —dijo una voz tras ellos—. Soy especialista en saltos de barrera.
Era Bárbara, que oculta entre las sombras había escuchado la conversación con el corazón en un puño.
—Bárbara, yo… —intentó hablar Victoria, pero la emoción le pudo.
—Aunque tus barreras sean más altas que la Torre Picasso, las saltaré. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres parte de mí y a pesar de que a veces desee estrangularte por ser una petarda snob y gruñona… te quiero. Y sobre todo, porque yo no voy a poder ser feliz si tú no estás a mí lado y lo eres. ¿Te ha quedado claro?
Emocionada por lo que oía y sin poder abrir la boca, Victoria asintió, fundiéndose en un cariñoso abrazo que expresaba todo lo que con la voz no podía explicar. Mientras, Tom, con la esquinita de la sabana se secaba las lágrimas al ser testigo de aquel reencuentro.
—Tom —murmuró Victoria al ser consciente de aquello—. ¡Ay por Dios! No llores. Eso es lo último que nosotras querríamos —dijo abrazándolo con ternura.
—Pero bueno —dijo Bárbara intentado hacerle sonreír—. ¿No se supone que los highlander no lloran? —y uniéndose al abrazo prosiguió—. Pues vaya chasco, Tom. Un highlander como tú llorando por memeces de mujeres.
—No estoy llorando yo, muchacha —asintió feliz mientras las abrazaba—. Está llorando mi corazón.
* * *
Con energías renovadas, Victoria conducía la furgoneta azul, feliz junto a Bárbara. Lo ocurrido en la habitación de Tom había derribado muchas barreras entre ellas. Cuando tomaron el camino a Dornie se quedaron impactadas al ver de pasada el castillo de Eilean Donan. La majestuosidad que desprendía aquella estructura de piedra y tiempo era impresionante. Prometieron volver más tranquilas a visitarlo, incluso Victoria comentó que le vendría bien conocerlo antes de que llegara el conde, momento en el que Ona y Rous se miraron con complicidad.
Durante el trayecto, Ona les fue contando curiosidades de los alrededores. Poco tiempo después llegaron a Dornie; un pintoresco pueblo de las Highlands bañado por el lago Duich. Sus casitas eran bajas y la gran mayoría blancas con tejados de pizarra negra. Los lugareños, al reconocer a Ona, la saludaban con cordialidad, y ésta a su vez, en muchos casos, se dirigió a ellos en gaélico, un dialecto usado especialmente por los más mayores, y casi perdido en aquellas tierras.
—Qué lugar más bonito —susurró Bárbara mirando a su hermana—. ¡Madre mía, qué pasada!, ver el castillo de Eilean Donan desde aquí es mágico.
—Parece de cuento —asintió Victoria.
Maravillada por las sensaciones que aquel lugar le producía sintió de pronto que su nuevo móvil le sonaba en el pantalón.
—Hombre —casi gritó, sacándolo del bolsillo—. ¡Tengo cobertura!
Los continuos pitidos del aparato le indicaron en pocos segundos que tenía quince llamadas perdidas.
—Qué solicitada estás —señaló Bárbara—. Por cierto, aprovechemos para llamar a mamá.
—¿Te puedes creer que las quince llamadas perdidas son de Charly? —suspiró Victoria.
—Ese engominado es un plasta. ¿Cuándo te va a dejar en paz?
—No lo sé —suspiró Victoria mirando a Ona, que continuaba hablando con un vecino—. Me dijo que…
—¿Quién es Charly? —interrumpió Rous con curiosidad.
—Mi ex —respondió Victoria.
—¿Te dijo? —exclamó Bárbara—. ¿Cómo que te dijo?
—¿Tienes un ex? —volvió a preguntar Rous.
—¿Cuándo te dijo? —exigió Bárbara.
—Por Dios. ¡Basta ya! —gritó Victoria al sentirse acosada.
—Voy a saludar a Gemma —se escabulló Rous con rapidez.
Volviéndose hacia su hermana Victoria confesó.
—La noche que volvimos a Edimburgo, cuando te fuiste de cena con Robert, me llamó al hotel.
—Y cómo sabe que…
—Bárbara —señaló Victoria—, para saber dónde estoy, Charly sólo tiene que llamar a la oficina.
—¡La madre que lo parió! —bufó Bárbara.
—Me dijo lo de siempre. Que me quería, que necesitaba una nueva oportunidad, lo de siempre —y cogiéndole las manos añadió—. Oye, tranquila. Volver con ese engominado —dijo haciéndola sonreír—, sería lo último que haría en mi vida. Por lo tanto no te preocupes. ¿Vale?
—De acuerdo —asintió complacida—. Pero prométemelo, Vicky.
—Te lo prometo.
—Vale —sonrió al escucharla—. Ahora me quedó más tranquila.
—¿Qué te parece si llamamos a mamá? —Victoria dio el tema por zanjado.
—¡Genial! Quiero saber cómo está Óscar.
Ambas sonrieron mientras marcaba el número de teléfono de su madre. Se volvería loca al oír sus voces. Pero tras más de quince llamadas Victoria cortó la comunicación.
—Qué raro —Bárbara miró su reloj—. Si aquí son las cuatro y diez de la tarde, en España son las cinco y diez. Es la hora de su novela, y ella no se la pierde por nada del mundo.
—Llamaré a Víctor-dijo Victoria.
—Conecta el manos libres —señaló Bárbara—. Así hablamos las dos.
Marcó el teléfono de su amigo, pasados tres timbrazos lo cogió.
—Dichosos los oídos. ¿Cómo estás, guapa?
—Estamos —corrigió Bárbara—. ¿Cómo está mi peluquero preferido?
—Hola, Víctor —saludó Victoria—, estamos bien.
—Por Dios. Decidme que volvéis mañana mismo —gritó deseoso de verlas—. Os echo de menos una barbaridad. Madrid sin vosotras no tiene gracia ni glamour.
—Por lógica —se mofó Bárbara— la gracia se la doy yo y el glamour Victoria ¿verdad?
—Azucarillo para mi niña —asintió Víctor—. Ahora en serio. ¿Cuándo volvéis?
—Cuando el maldito conde aparezca —señaló Victoria—. Oye, ¿sabes dónde está mamá?
—Imagino… que en casa —Víctor parecía algo incómodo—. Es la hora de su novela.
—Eso pensábamos nosotras —dijo Bárbara— pero no coge el teléfono.
—¡Qué raro! —su voz sonaba nerviosa—. Pues no sé… ni idea… ufff. No, no sé.
—¡Mientes, bellaco! —gritó Bárbara—. Conozco ese tono de voz, y es el tono de la traición. ¿Ha pasado algo? ¿Estáis todos bien?
—Pues claro que estamos todos bien —y añadió—. Sólo voy a insinuar que mi Diane Lane está bien. Muy… muy bien.
Al escuchar aquello ambas se miraron, hasta que Victoria habló.
—¡Te lo dije! —asintió señalando a su hermana.
—Entonces ¿es cierto? —exclamó sorprendida Bárbara—. ¡Mamá tiene un lío!
—Yo no lo catalogaría así —respondió Víctor—. Ah, por cierto. Óscar te manda saludos.
—Ainsss, mi cucuruchito —suavizó Bárbara la voz—. Dale besitos y dile que me acuerdo de él.
—Mamá está bien ¿verdad? —preguntó Victoria.
—Sí, tranquila —la voz de Víctor no dejaba lugar a dudas—. Aquí está todo perfecto. ¿Y vosotras? Cómo vais con esos highlanders.
—¡Dios, Víctor! —susurró Bárbara—. He conocido a un monumento andante de pelo rojo que te encantaría. Es agradable, guapo, divertido, le gusto, me gusta…
—Wooooooo —exclamó Víctor—. Al final vais a hacer que me vaya con vosotras a Escocia. Y tú, Vicky ¿qué tal? ¿Algún highlander para ti?
—No. No tengo tiempo —señaló ganándose una mirada de su hermana.
—¡Mentira cochina! —espetó ella—. Di que sí. Que por aquí hay alguien que le gusta, lo que pasa es que ya sabes cómo es Vicky. Rara… rara… rara.
—Bueno —se despidió Victoria, viendo que Ona las miraba—. Tenemos que dejarte. Si ves a mamá dile que hemos llamado y que estamos bien ¿vale?
—Dale besitos a mi cucuruchito —se despidió Bárbara— y besitos para ti.
—De acuerdo —sonrió Víctor—. Pasadlo bien y no hagáis nada que yo no haría.
Una vez que Ona se despidió de sus amigos, maravilladas por el lugar, la siguieron hasta «La tienda de Dornie», típica tienda de pueblo donde se podía comprar desde una lata de judías hasta un secador de pelo.
—No encuentro nada de lo que busco —se quejó Victoria.
—Vicky, me parece que no vas a encontrar la crema de Christian Dior con liposomas activos. En todo caso, compra ésta —dijo enseñándole un tarro—. Quizá te sorprenda.
—¡Ni loca! Eso es un tarro indocumentado —dijo cogiéndolo.
—Vicky. Estamos en un pueblo de montaña, no en El Corte Ingles de la calle Serrano. ¿Tú crees que aquí —señaló a su alrededor— la gente compra marca?
Siguiendo el dedo de su hermana observó al grupo de personas que compraban a su alrededor. Eran gentes humildes, de campo. Seguramente nadie conocería ni a Christian Dior ni El Corte Inglés.
—¿Crees que esta crema será buena? —preguntó Victoria.
—Me imagino que sí. ¿Por qué no lo va a ser? —Bárbara la destapó—. Oler huele muy bien y pinta de crema tiene.
Al escucharla, Victoria no pudo por menos que sonreír.
—Tienes razón. Dejaré mis remilgos para otro momento Pero que conste que compro la crema sin marca porque no hay otra cosa.
—Ésa es mi Vicky —sonrió Bárbara al escucharla.
Media hora de arduo trabajo dio su fruto, y a la salida de la tienda iban cargadas con crema para la cara y las manos, suavizante para el pelo, globos, guirnaldas de colores, tijeras, tiras de cera depilatoria, desodorante, sombra de ojos, rimel, un par de libros, un par de cepillos redondos, gomas para el pelo, horquillas de colores, tres pares de medias de espuma oscura y cuatro pares de calcetines gordos.
—¡Madre mía! —sonrió Rous nerviosa—. Habéis comprado media tienda.
—Pero si no llevamos nada —exclamó Victoria y miró a Ona—. ¿Hay alguna otra tienda en Dornie? Necesito comprar algo de ropa.
—Ufff… —suspiró la anciana, pero murmuró—. Espera. Creo recordar que la nieta de Bridget se dedica a algo de ropa. ¿Quieres que le pregunte?
—Sí, por favor —sonrió Victoria, viendo el cielo abierto.
Diez minutos después estaban en casa de Rachel, la nieta de Bridget, que era mayorista de ropa y calzado. Con los ojos como platos, Ona y Rous, observaban cómo Victoria y Bárbara, y en especial Victoria, separaba ropa con ojos expertos.
—Nos llevamos esto —dijo esta última con una sonrisa triunfal.
La vuelta a la granja fue tan alegre como la ida. El pueblecito de Dornie había maravillado a Victoria, en especial sus gentes, que la trataron con una amabilidad sana a la que no estaba acostumbrada.
Dos horas después, lo que en un principio tenía tan sorprendida a Rous, se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Metida en el baño junto a las dos hermanas hizo un par de intentos de escapar de allí, harta de sentirse como un conejo de indias.
—Estate quieta —protestó Victoria mirándola con las pinzas de depilar en la mano.
—Me haces daño —se quejó Rous.
—Rous —Bárbara estaba harta de sus quejas— si dejaras de moverte habríamos acabado ya —y mirando a su hermana en español dijo— deberíamos haber comprado una podadora de césped. ¡Pero qué velluda es!
Al escuchar aquello, tuvo que sonreír. El vello de Rous era tremendo, aunque más tremendo era intentar sujetarla para que no escapara.
—No me arranquéis más pelo —gritó e intentó soltarse—. ¡No quiero! Me duele.
—Mira, Rous —el grito de Victoria la paralizó—. ¿Nunca has oído eso de «para estar guapa, hay que sufrir»?
—Sí —asintió a punto de llorar—. Pero es que me duelen mucho las cejas. Me haces daño. Esto es inhumano.
—Lo que es inhumano —señaló Victoria—, es que una señorita como tú, con veinticinco años, lleve las cejas como Groucho Marx.
—Rous —prosiguió Bárbara—. Ya sabemos que esto molesta, pero sólo es la primera vez —señaló el suave arco que había sobre sus ojos—. ¿Ves mis cejas o las de Vicky? ¿A que te gustan? —la muchacha asintió—. Pues lo que estamos intentando es dejarte unas cejas tan finas y bonitas como éstas, y créeme, ya queda poco. Confía en mí ¿vale?
Sin poder hablar, Rous asintió mientras Victoria volvía al ataque sin ningún perdón y Bárbara seguía hablando, para distraerla.
Una vez acabado aquel arduo trabajo, fue Bárbara la que comenzó. Años atrás había estudiado peluquería junto a Víctor, por lo que tras hablar entre ellas de cómo arreglarle el pelo, cogió las tijeras nuevas y comenzó a cortar. El pelo de Rous era duro y tosco, pero una vez terminó con ella, el resultado fue espectacular.
—¡Madre mía, Rous! —susurró Victoria, incrédula del cambio—. Sólo con afinarte las cejas y cambiar tu corte de pelo pareces otra.
—¿Puedo mirarme ya? —preguntó la muchacha mosqueada.
—Qué hacemos ¿la dejamos o no? —sonrió Bárbara.
—Todavía queda depilarte las piernas —señaló Victoria, pero con una sonrisa en la boca dijo—. Vamos a hacer una cosa, Rous Nosotras dejamos que te veas y dependiendo de si te gustas o no, dejas que terminemos nuestro trabajo. ¿Te parece?
—Claro que sí —gruñó deseosa por marcharse del baño. No lo soportaba más.
—Vale —asintió Bárbara consciente de la respuesta—. Venga, levántate y mírate en el espejo.
Con decisión Rous se levantó de la taza del WC, y cuando sus ojos se encontraron en el espejo su gesto gruñón y arisco se fue transformando poco a poco en admiración. Aquella chica que la miraba era ella, y estaba guapa. Sin saber qué decir levanto sus manos para tocarse el pelo. Era suave, nada de seco y encrespado. Y sus ojos. ¡Dios, qué ojos tenía! Ahora se veían grandes y expresivos, no huraños y apagados.
—Bueno, ¿qué? —preguntó Victoria disfrutando de aquella emoción—. ¿Ha merecido la pena el gran sufrimiento que has pasado?
—Oh sí —susurró Rous apenas sin voz.
Estaba emocionadísima. Aquello era un sueño que nunca pensó que se cumpliría.
—Mañana, para la fiesta —indicó Bárbara tocándole el pelo— te quedará mejor.
—Pero… pero… si está perfecto —murmuró la muchacha.
—¿Entonces, Rous? —preguntó Victoria dispuesta a continuar—. ¿Seguimos o no?
Sin dudarlo Rous se sentó de nuevo en la taza del WC. Aquel brillo en los ojos era tan especial que las hermanas tuvieron que reír.
—Hacedme todo lo que tengáis que hacer, ¡por favor!
Media hora después, Rous se arrepintió. Las tiras de cera para arrancarle el prominente y espeso pelo de las piernas la hicieron aullar de dolor. En un par de ocasiones Ona y Tom, asustados por los gritos, intentaron entrar en el baño. Parecía que la estaban matando. Pero Victoria y Bárbara no los dejaron. Querían sorprenderlos.
Aquella noche, mientras Ona y Tom hablaban sentados en sus grandes butacones del salón, Victoria y Bárbara entraron agotadas pero satisfechas.
—¡Hombre, por fin! —señaló Ona al verlas—. Nos teníais preocupados. ¿Por qué habéis tardado tanto?
—Ufff —suspiró Bárbara cansada— ha sido un trabajo agotador.
—Más que agotador —asintió Victoria.
—¿Dónde está Rous? —preguntó Tom angustiado—. ¿Qué le habéis hecho a mi niña?
—Tom —sonrió Victoria sentándose—. Tu niña, creo que de pronto se ha vuelto mujer —y levantando la voz dijo— Rous, ya puedes entrar.
Con timidez y mirando al suelo, Rous entró en el salón. Su cambio físico era espectacular. Nada que ver con la muchacha salvaje y mal vestida que la noche anterior se había sentado con ellos. Su pelo, sus ojos e incluso su ropa la hacían diferente. Ante ellos una nueva Rous se erguía orgullosa y nerviosa de su cambio físico.
—Qué… ¿Qué os parece?
La cara de incredulidad de Ona y de Tom, al ver a Rous hizo que Bárbara y Victoria se miraran. Era como su hubieran visto un fantasma.
—Por todos los santos —murmuró Ona llevándose las manos a la boca—. ¡Estás guapísima!
—¡Que me aspen! —exclamó Tom levantándose—. ¿Eres tú, Rous?
—Sí —asintió con timidez—. Soy yo.
—Mírame, muchacha —pidió Tom.
Estaba estupefacto. Tanto que tuvo que pasarle su mano por la mejilla para cerciorarse de que aquélla era su niña.
—Estás preciosa, tesoro —asintió abrazándola, mientras Rous lloraba—. ¡Madre mía! Pero si eres una auténtica belleza, y nosotros no lo sabíamos. Casi no te reconozco.
—Yo tampoco —murmuró entre sollozos.
—Ona —dijo Tom al ver las lágrimas en su esposa—. Ahora tendrás más trabajo. Creo que te va a tocar apartar moscones de la niña —y volviendo a mirar a Rous indicó—: Quiero que sepas que para mí siempre has sido preciosa. ¡La más bonita de todas! Aunque ahora, esa belleza será apreciada también por los demás.
—Mi niña… mi niña… —susurró Ona abrazándola—. Creo que a partir de ahora vas a partir más de un corazón.
—Todo se lo debo a ellas —señaló Rous abrazada a aquellos dos ancianos que tanto amor y cariño le habían dado—. Ellas han sido las que lo han conseguido.
—Bueno… bueno —se aclaró la voz Victoria, no quería llorar—. Nosotras sólo hemos adornado tu belleza. Pero la materia prima para ser guapa la posees tú. Y sólo tú.
—Sois una bendición, muchachas —asintió de corazón Tom poniéndoles la carne de gallina—. Sólo puedo daros las gracias por ser como sois y agradecer a mis nietos que os trajeran aquí, a vuestra casa.
—Tom —murmuró Bárbara sonriente—. Por mucho que te empeñes, no pienso llorar.
—Qué pasa ¿las españolas no lloran? —sonrió el anciano.
—No —respondió Victoria—. Sólo los highlanders.
Aquella complicidad hacía que se sintieran como en casa.
Ona, con una enorme sonrisa en los labios, disfrutaba de la alegría general y en especial de la vitalidad de su marido. Una alegría en la que tenían mucho que ver aquellas alocadas chicas.
—Vicky, Bárbara —dijo Ona tomándolas de las manos—. Gracias. Gracias por todo lo que hacéis. Esta casa, desde que habéis llegado, ha cobrado vida y eso nunca lo olvidaré.
—¡Ona! Te has acordado de nuestros nombres —susurró Victoria emocionada.
—Sí, cariño, sí —asintió con una sonrisa—. Y ten por seguro que nunca se me olvidarán.
—Venga… venga —bromeó Bárbara tragándose las lágrimas—. Que veo que al final vamos a terminar todos llorando como magdalenas.
—Yo no —señaló Tom divertido—. Los highlanders no lloran.
* * *
La mañana del sábado fue agitada y laboriosa. Tom cumplía años y se iba a celebrar por la tarde una gran fiesta para familiares y amigos.
Rous, que todavía se miraba sorprendida al espejo, ayudaba a Ona en la cocina, mientras Victoria y Bárbara se encargaban de retirar algunos muebles del salón para que hubiera más espacio.
Tom tenía prohibido bajar al comedor y como Bárbara le había regalado su MP3 y Victoria su portátil se entretuvo en la cama escuchando música y jugando con el buscaminas.
Sobre las cuatro de la tarde todas subieron hasta sus habitaciones a arreglarse. En una hora llegarían los invitados. Con mimo Victoria y Bárbara arreglaron a Rous. Querían que estuviera tan guapa que todos al verla se quedaran sin palabras.
Bárbara se ocupó de alisarle el pelo y Victoria de maquillarla. Rous tenía unos ojos increíbles, y maquillados ganaban mucho más. Al terminar de acicalarla pasaron a la habitación donde Rous se empeñó en ponerse unos vaqueros nuevos, parecidos a los que ellas llevaban, una camiseta celeste y unas botas nuevas, sin mucho tacón. No querían que se matara. El resultado final fue espectacular.
Ataviadas con unos simples vaqueros y unas camisetas de colores, Victoria y Bárbara recibían a los vecinos y amigos de Tom que comenzaban a llegar. Todos felicitaban con cariño al anciano y cuando reconocían a Rous la alababan haciéndola sonreír. Estaba preciosa.
Los amigos de Tom eran muy animados. La gran mayoría se conocían de toda la vida, habiendo entre ellos unos lazos tan fuertes como los de una gran familia. Media hora después muchos de los asistentes bailaban mientras otros tocaban en sus gaitas canciones típicas de la tierra que pusieron a Victoria la carne de gallina.
—¡No me lo puedo creer! —gritó de pronto Robert, acercándose con su grata sonrisa—. ¿Quién es esta preciosidad y por qué no está casada conmigo?
—No seas tonto, Robert —se ruborizó Rous al sentirse halagada.
—Tesoro, estás… —murmuró abrazándola con cariño—. Estás preciosa.
Rous se sentía en la gloria, nunca había sido tan piropeada ni tan feliz. Pero estaba nerviosa. No había visto a Set y quería que la viera. Pocos segundos después, dejando a Victoria, Bárbara y Robert, se marchó del brazo de Tom, tenían sed e iban a coger unas bebidas.
—Muchas gracias a las dos —les agradeció Robert—. Habéis conseguido hacerla sonreír como nunca.
—Ha sido un placer —contestó Victoria con una sonrisa.
—Robert —Bárbara necesitaba saberlo—: ¿Sabes si vendrá Set?
—Llegamos juntos. Está allí.
El muchacho fumaba un cigarrillo charlando con Doug junto a la ventana. Se le veía guapo, afeitado y arreglado. En un principio, al pasar Tom junto a ellos, no la reconoció, aunque sí la miró. Pero al escuchar su sonrisa la miró extrañado, y apagando el cigarrillo, sin perder un minuto, se acercó a ella. En ese momento Rous las miró y sonrió.
—Ha mordido el anzuelo —sonrió Victoria—. Como un pardillo.
—La presa ha picado —añadió Bárbara, al ver cómo Set miraba a Rous con los ojos como platos.
—¿Ahora vais de casamenteras? —sonrió Robert al escucharlas.
Con una sonrisa en la boca Victoria se alejó de aquellos dos tortolitos y comenzó a ayudar a Ona a llenar la mesa de exquisita comida, cuando el ruido de un motor y unos ladridos llamaron su atención.
Conduciendo una potente moto, Niall llegó hasta la entrada donde Stoirm, encantado de regresar, saludaba a todo el mundo con sus pegajosos lametazos, pero al llegar a Victoria, que en ese momento se acercó a la puerta, se paró y se sentó.
—Hola, perro —saludó Victoria con una sonrisa.
En el tiempo que llevaba allí, los animales, en especial Stoirm, le estaban demostrando que se podía fiar de ellos. Algo que poco a poco conseguía a pesar de tenerle aún miedo.
—Vaya… vaya —susurró Bárbara acercándose a su hermana que miraba lívida a quienes acababan de llegar—. Veo que tu cromañón regresa con compañía femenina. Qué mona, y sobre todo… ¡Qué jovencita!
—Por mí como si regresa con un faisán —despreció Victoria con acidez, mientras Bárbara le hacía una foto.
Intentar mantener el control en aquel momento no era fácil para Victoria. Llevaba días añorando su compañía, deseando su regreso, pero ver a la pelirroja de bote de no más de veinticinco años saludando con alegría a todo el mundo le bajó la moral a los pies.
Pocos segundos después, Niall estaba frente a ellas, dándole un abrazo a Robert, y con una socarrona sonrisa miró a Bárbara.
—Cuidado Bárbara, a tu lado tienes un bicho —y tras mirar de arriba abajo a Victoria con la misma sonrisa burlona se alejó.
—No digas nada —bufó Victoria a su hermana.
—No lo iba a hacer.
—¿Es para matarlo o no? —gruñó Victoria al sentirse aludida por lo de bicho.
—¡Es para matarlo! —confirmó Bárbara—. Ven, ahoguemos nuestros deseos en alcohol.
Dos horas después, la fiesta estaba en todo su esplendor. Niall y Victoria no se habían saludado, sólo se miraban o más bien se retaban con la mirada. Todos los asistentes comían, reían y bailaban, incluso Tom, en un par de ocasiones, sacó a bailar a Victoria que pareció encantada de bailar con él.
Niall desde su posición disfrutaba viendo a Tom y a Victoria juntos. Estaba feliz. Ver la felicidad en la cara del anciano era algo que le llenaba como pocas cosas en el mundo. Adoraba a Tom y sabía que él le adoraba, por eso no le extrañó que durante la fiesta, en un par de ocasiones éste se acercara a Niall y lo animara a acercarse a Victoria, algo que Niall no hizo, su cabezonería se lo impedía. Por lo que se dedicó a bailar con todas las mujeres que hasta él se acercaban, incluida la pelirroja.
Consumida por los celos, Victoria paseó su mirada lentamente por su cuerpo. Se había cortado el pelo, eso le favorecía. Sus anchas espaldas y su trasero prieto y duro lo hacían un hombre deseable. Era el típico macho Alfa cargado de testosterona que siempre había odiado.
Vestido con unos Levi’s y con una cazadora de piel vuelta marrón, Niall podía competir con cualquiera de los modelos a los que estaba acostumbrada a tratar en Madrid.
«Soy tonta, pero tonta de remate, por no poder dejar de pensar en ti, cromañón» pensó Victoria mirándolo desde la otra punta del salón, mientras él parecía pasarlo muy bien.
Harta de aquella situación, se volvió dispuesta a ser ella la que fuera a por él, pero al verlo brindar con la pelirroja huyó a la cocina, necesitaba serenarse.
—Aquí va a arder Troya —canturreó Bárbara al ver a su hermana desaparecer.
—¿Por qué? —preguntó Robert levantando su cerveza ante un brindis general.
—¿Estás ciego? ¿Acaso crees que a mi hermana le gusta ver cómo tu primito vuelve después de varios días de ausencia, con esa… con esa… guarrilla?
—¿Qué guarrilla? —preguntó Robert alejándose un poco.
—La del pelo rojo —contestó Bárbara—. Ésa que ahora tontea con el de la camisa a cuadros —de pronto se sobresaltó—. ¡Dios Santo! ¿Has visto lo que ha hecho la muy lagarta?
—¿Qué ha hecho? —murmuró Robert atrayéndola hacia él.
Le encantaba Bárbara. Sus expresiones, su chispa, su ingenuidad. Toda ella era una caja de sorpresas continua que adoraba y de la que nunca se cansaba. Tenía que hablar con ella y contarle su secreto, pero nunca encontraba el momento y cuando lo encontraba era incapaz de confesarle lo que le carcomía por dentro.
—¡Acaba de besar al chico de la camisa a cuadros! —susurró Bárbara—. ¿Será guarrilla?
—Normal —asintió Robert, besándola—. Es su marido. Creo que tiene derecho, ¿no crees? —al ver la cara de Bárbara comenzó a reír—. Esa supuesta lagarta es nuestra prima, y seguro que Niall la encontró por el camino y la trajo hasta aquí.
—¡Oh, Dios! —susurró Bárbara mirando a su alrededor—. Tengo que hablar con Victoria urgentemente.
Con paso decidido Victoria llegó hasta la cocina, donde Ona y algunas mujeres charlaban mientras secaban platos y vasos Sin pararse a pensar lo que dirían, tomó un vaso y tras echarle un par de hielos, cogió la botella de whisky de Tom de la despensa y dejando a todas con la boca abierta, la abrió, se sirvió y de un trago se lo bebió.
—¡Victoria, cariño! —se asustó Ona, quien nunca la había visto así—. ¿Ocurre algo?
—¡Uau! —exclamó al sentir cómo aquel whisky le quemaba en la garganta—. No te preocupes. Lo necesito para serenarme, o soy capaz de matar a alguien.
De nuevo, sin pararse a pensar volvió a servirse otro trago, y se lo bebió.
—¡Wooooo, uau! —volvió a exclamar al tragar.
—¡Por todos los santos, Victoria! —regañó Ona—. Deja esa botella.
—Uno más —susurró con un hilo de voz.
—Pero muchacha qué es lo…
—¡Wooooooo, uau, Diosssss! —gritó esta vez, y tras dejar el vaso y besar a Ona, les dedico una sonrisa a todas, y salió de la cocina.
—Quizás en su país beben así —señaló una de las vecinas.
—¡Por todos los santos! —señaló Gilda cogiendo la botella—. Si yo bebo medio vaso de este whisky me enterráis mañana.
Ona, extrañada por aquello, siguió con la mirada a Victoria, quién tras salir de la cocina, se dirigió hacia Tom que la agarró al ver sus ojos vidriosos. Sólo cuando la anciana vio a Niall reír junto a su sobrina, la guapa de la familia, entendió lo que pasaba, y con una sonrisa divertida en los labios volvió con sus amigas.
—¿Estás bien? —preguntó Tom al sentirla un poco alterada.
—Oh sí… ¡Perfecta! Venga ¡vamos a bailar!
—Vicky —interrumpió Bárbara—. Tengo que hablar contigo.
—Muchacha ¿qué has tomado? —señaló Tom.
—Un poquito de whisky del que guardas en la despensa. Bueno, la verdad es que han sido tres vasitos de nada —y mirando a su hermana preguntó—. Bárbara ¿qué quieres?
—¿Tres vasitos? —exclamó el anciano incrédulo de que aún se tuviese en pie—. ¡Por todos los santos, muchacha!
—Vicky me he enterado de que… —pero la conversación se cortó cuando uno de los amigos de Tom la tomó de la mano y de un tirón se la llevó a bailar.
—Tranquilo, grandullón. —Sonrió Victoria a Tom—. Estoy acostumbrada a beber whisky. Aunque éste es un poquito fuerte.
—Hola, Victoria —saludó una voz tocándole el hombro.
Al volverse, aún agarrada a Tom, se encontró con la cara de alguien que le sonaba, pero no lograba recordar su nombre.
—Hola —saludó efusivamente plantándole un par de besos—. Tu cara me suena, pero no me acuerdo de tu nombre.
—Es Greg —señaló Tom—, el médico.
—¡Ah… sí! —se carcajeó al reconocerle—. Madre mía… madre mía… si es el guapetón del médico. ¿Te apetece bailar?
—Creo que le vendría bien tomar el aire —señaló Tom buscando a Niall. Él debía ocuparse de ella.
—Yo la llevaré —Greg la agarró por la cintura—. Es tu cumpleaños y tus invitados te esperan.
Desde el otro lado del salón Niall hablaba con Robert poniéndolo al día de lo acontecido en los días que había estado fuera. Pero cuando vio a Greg acercarse a ella y cogerla por la cintura, su instinto le dijo que tenía que apartarlo de ella a golpes. Pero en vez de eso, enfadado por sus primitivos pensamientos, se volvió para tomar una nueva cerveza e intentó entretenerse observando a Rous, con su espectacular cambio de imagen. La alegría de la muchacha rápidamente le contagió. Era increíble lo que Victoria y Bárbara habían hecho con ella. Había pasado de ser un patito a un cisne precioso.
—¡No quiero tomar el aire! —protestó Victoria— ¿por qué no bailamos?
Divertido por la situación Greg paró unos pasos más adelante. Había pensado en visitarla en un par de ocasiones, pero la mirada de Niall el día de la fiesta de O’Brien, le había indicado que aquélla ya no estaba libre.
—Vicky… —suspiró Bárbara acercándose a ella—. Pero bueno ¿qué has bebido?
—Nada. Sólo tres vasitos del whisky de Tom.
—¿Del que tiene en la despensa? —preguntó Greg, recordando que aquel brebaje era más fuerte que el matarratas.
—¡Madre mía, Vicky! Cómo vas —se desesperó Bárbara—. Si pudieras verte te odiarías —señaló con los brazos en cruz—. ¿Por qué has hecho esto?
—Porque he sentido unas ganas enormes de arrancarle los dientes a la pelirroja de bote. ¡Joder, Bárbara! Me ha hecho sentirme vieja, fea y caduca.
—¡Vicky, que tonta eres! —protestó Bárbara con dulzura—. Esa chica es…
—Creo que es mejor que la lleve fuera —interrumpió Greg conteniendo la risa—. ¿Podrías traer un poco de agua fría?
—Por supuesto —señaló Bárbara marchando hacia la cocina.
—Oye, Greg. ¿Sabes que eres muy mono? —rió Victoria poniéndole un dedo en la mejilla—. Pero guapo, guapo y sexy ¿No has pensado en ser modelo?
—No gracias, me gusta mi vida como médico rural —sonrió, sacándola del salón con disimulo.
—¿Estás casado?
—No —respondió una vez en el exterior—. Nunca me atrajo el matrimonio.
—Haces bien —se sentaron en los escalones—. Yo estuve a punto de casarme ¿pero sabes? Pillé al cabronazo de mi novio, haciendo un trío con la que se suponía que era mi mejor amiga y con un amigo de él. ¿Te lo puedes creer?
—Lo siento —murmuró Greg incrédulo por lo que contaba.
—Ufff… no… No lo sientas, ha sido lo mejor que me ha pasado. ¡Te lo juro! —Sonrió al sentir el aire fresco en la cara.
—¿Qué tal están tus manos? —preguntó para cambiar de tema.
—Gracias a ti muy bien —dijo enseñándoselas.
En el interior del salón, la felicidad de Rous no podía consolar a Niall, que decidió acabar el absurdo juego con Victoria y hablar con ella. Rous no paraba de alabarla y de indicarle lo maravillosa que era y lo bien que se había portado durante su ausencia. Pero ¿dónde se había metido?
Su estómago le dio un vuelco, cuando tras recorrer el salón no la encontró, y sintió que el corazón se le aceleraba al pensar que estaba con Greg.
Sentados en los escalones, Victoria fumaba un cigarrillo consciente de que había bebido de más. Sintió tener una risa tonta que en cierto modo le divertía, pero que apenas le dejaba controlar sus movimientos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Greg, divertido por los comentarios que hacía ella.
—Ufff —suspiró soltándose el pelo—. Creo que llevaba siglos sin sentirme tan bien. Oye, ¿te puedo preguntar algo?
—Por supuesto. Dime.
—¿Crees que soy deseable? ¿O por el contrario se me ve arrugada y vieja?
—Para mi eres una mujer muy atractiva, y sobre todo deseable.
—¿Y mis pechos? ¿Y mi trasero? —dijo levantándose con torpeza—. ¿Crees que necesito pasar por el quirófano?
—Victoria —respondió divertido—, no necesitas pasar por ningún quirófano. Tal y como eres estás bien. Eres perfecta.
—Gracias… gracias —asintió con una sonrisa tonta—. Escuchar eso me sube la moral a los cielos.
Sentándose de golpe en los escalones, se acercó a él, dándole un ligero beso en los labios.
—¿Te ha gustado?
—Claro que me ha gustado —respondió Greg a pocos centímetros de su boca.
Aquella mujer le estaba desconcertando. Primero le preguntaba si la veía deseable, luego si creía que sus pechos y su trasero estaban bien y ahora lo besaba.
—Oye, Victoria —susurró el joven médico—. Si sigues por ahí no sé hasta qué punto voy a poder controlar mis apetencias. Será mejor que pares antes de que los dos lamentemos esto.
En ese momento apareció Bárbara seguida por Niall, quienes al ver la escena se quedaron sin habla.
—Te gustaría besarme otra vez —murmuró Victoria sin percatarse de que no estaban solos.
—¿Otra vez? —gritó Bárbara, haciendo que se separaran y la miraran.
Los ojos claros de Niall observaron primero a Victoria y luego a Greg, quien al sentir su mirada enfadada comentó levantándose.
—No es lo que parece Niall, ella necesitaba tomar el aire, y…
—¡Fuera de mi vista! —rugió.
—¡Hombre! —gritó con furia Victoria atrayendo la atención de Niall—. Mira quién ha llegado. ¡El playboy de la familia! El vividor. El nieto mimado que se va de vacaciones y deja a sus abuelos a cargo de todo. Eres un ¡EGOÍSTA! Cuando regrese el conde se lo pienso contar todo.
—¡Vicky! —regañó Bárbara.
—No veo el momento en que se lo cuentes todo al conde —se mofó Niall, mirando a un Greg fuera de juego.
—¡Ay, Dios! —susurró Victoria agarrándose al médico—. Creo que voy a vomitar.
Sin poder evitarlo, dicho y hecho, vomitó. Mientras la papilla de su estómago salía por su boca sintiendo que el poco glamour que le quedaba, se desvanecía con ella. Bárbara se acercó hasta ella con el agua.
—Enjuágate un poco la boca, Vicky —susurró retirándole el pelo de la cara—. Y, por favor, cierra tú piquito de oro.
—Oh, Dios ¡qué asco! —murmuró Victoria humillada.
—Anda, toma este chicle de frutas —susurró Bárbara—. Te vendrá bien.
Avergonzada, Victoria miró de reojo a Niall.
—¿Qué hace ese imbécil mirando? —gimió en español.
—No lo sé, Vicky. ¿Pero qué hacías besando a Greg?
—No lo sé —suspiró masticando el chicle.
Niall, sin moverse las observaba. No entendía qué hablaban, aunque sí había entendido que Victoria le había llamado imbécil. Si algo había aprendido en ese tiempo con ella, era la variedad de insultos que el idioma español podía ofrecer.
—Ahora te encuentras mejor ¿verdad? —preguntó el médico al ver cómo el color regresaba a sus mejillas.
—Sí, Greg —asintió Victoria humillada por aquello—. Gracias.
—Princesita —ironizó Niall al verla en aquel estado—. Creo que necesitas algo más que tomar el aire —y con los ojos entornados dijo mirando a Greg—. Ya no necesitamos tu ayuda, puedes marcharte.
—¡No la necesitarás tú! —gritó Victoria incrédula—. ¿Qué haces aquí que no le estás metiendo la lengua hasta la campanilla a tu jovencísima pelirroja?
—¿Vicky? Cierra el pico —susurró Bárbara avergonzada.
—Iré dentro a por una cerveza —se disculpó Greg y se marchó.
—Bárbara —pidió Niall sin dejar de mirar a Victoria— ¿podrías dejarnos a solas?
—¡Ni se te ocurra dejarme con este troglodita! —gritó Victoria con rabia—. Te juro que como se acerque a mí soy capaz de cualquier cosa.
—Creo que no es buena idea, Niall —señaló Bárbara.
—Sí. Sí es buena idea —asintió éste sin darse por vencido.
—Dos minutos —indicó Bárbara—, ni un segundo más.
Una vez quedaron solos, el silencio se adueñó del momento. Ninguno de los dos habló. Aunque al final fue Niall quien empezó.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
—¿Qué se supone que estás haciendo tú? —gritó Victoria dando un paso adelante—. Me besas, y luego me dices que soy la típica mujer para diversión y sexo y…
—Aquello fue un error —dijo acercándose a ella—. Esperaba el momento propicio para estar a solas contigo y pedirte disculpas por mis absurdas palabras.
—Oh… sí… claro —asintió retirándose el pelo de la cara—. Por eso regresas con esa jovencita. Qué es lo que pretendes ¿humillarme? ¿Quieres que vea cómo te lo montas con ella delante de mí? Oh… mira ¡no!, ya me han humillado una vez, pero te aseguro que dos no lo voy a permitir.
Aquellas palabras lo impresionaron. ¿Por qué iba a querer humillarla? Y sobre todo ¿quién la había humillado?
—¿Estás celosa? —sonrió Niall sin poder evitarlo—. ¿Estás celosa de Lorna?
—Dios —susurró Victoria avergonzada—. ¡Soy patética! ¿Pero qué estoy haciendo?
Dándose la vuelta sin querer mirarlo a la cara, comenzó a andar hacia los árboles, deseaba alejarse de él, aquel comportamiento no era propio en ella. Pero antes de llegar al bosque notó cómo Niall la sujetaba por la cintura.
—¡Suéltame si no quieres que te golpee! —siseó rabiosa como una pantera.
—Uff… ¡Qué miedo! —se mofó al escucharla, al ver cómo se volvía a alejar.
—Deberías tenerlo —gritó.
—¿Adónde vas? —se encaminaba a la espesura del bosque—. Está oscuro y tu estado no es el mejor para andar en la oscuridad. Ven, volvamos a casa.
—¿Qué casa? ¡Tu casa! —gritó lanzándole una piedra que él esquivó—. Vuelve con tu… tu joven pelirroja de bote y déjame en paz ¿vale?
Caminando con rapidez comenzó a correr a través de los árboles. Casi no veía lo que tenía a un palmo de distancia y las lágrimas que le corrían por la cara aún lo dificultaban más, pero necesitaba huir.
—Victoria. ¡Ven aquí!
—Déjame en paz.
—¡Maldita seas, mujer! ¿Quieres parar?
—No.
—Ven aquí, fierecilla —dijo asiéndola por los brazos, pero un movimiento rápido de ella golpeó con fuerza su estómago. Eso hizo que la soltara—. ¿Estás loca? —gritó enfadado—. Ven aquí.
—¡Ni loca!
Tomándola de nuevo por los brazos consiguió que se detuviera, pero cuando ella se volvió hacia él, la oscuridad le impidió ver cómo le lanzaba una patada en toda la espinilla, y los dos cayeron al suelo.
—¡Maldita sea! Eres peor que una gata —gritó Niall moviéndose con rapidez y sentándose a horcajadas encima de ella, la agarró de las muñecas para inmovilizarla—. Basta ya, estate quieta.
—¡Acabo de tragarme el chicle! —gritó—. ¡Suéltame!
Niall, sorprendido por la fuerza que ella mostraba y por sus palabras, bajó su boca hasta la de ella, y la besó. Victoria al sentir aquellos dulces labios, abrió los suyos, ofreciéndole entrar e investigar como quisiera. Lo deseaba. Deseaba que le hiciera el amor. Necesitaba sentirse deseada.
—No me beses —suspiró avergonzada—. Acabo de… y debo de saber horrible.
—Adoro tu sabor —susurró Niall mirándola—. Te he echado de menos.
—¡Ja! Permíteme que me ría —susurró con falsedad, anhelando continuar aquel caliente beso— y por eso me has llamado bicho en cuanto me has visto, y traes a esa pelirroja.
—Esa mujer es mi prima Lorna. Cabezona —rió al ver la cara de desconcierto de ella—. Esa pelirroja a la que según tú tenía que meter la lengua hasta la campanilla, es mi prima. Y si te he llamado bicho es porque quería ver latir esa venita tuya del cuello, que tanto he añorado.
«Tierra trágame, por bocazas» pensó Victoria horrorizada por el ridículo que había hecho.
—Princesita —sonrió Niall—. ¿No tienes nada amable que decirme?
—No me llames princesita. Lo odio.
—Vale —asintió con paciencia, sin soltarla—. ¿No tienes nada que decirme?
—¡Suéltame las manos! Y te lo diré.
—Uff… —se carcajeó al escucharla—. Tus ojos me dicen que eso no es buena idea. ¿Debo fiarme de ti?
—Inténtalo.
Con cuidado Niall aflojó la presión que ejercía sobre sus manos hasta que las soltó por completo, aunque continuó sentado encima de ella.
—Estoy esperando —susurró rozándole los labios—. Llevo esperando mucho tiempo, cariño.
Incapaz de contener sus apetencias, Victoria levantó las manos, agarró la cara de Niall y la atrajo hacia ella; entonces lo besó. Sin dejar de mirarlo, pasó su lengua húmeda y cálida lentamente alrededor de sus labios, luego la introdujo en su boca, provocándolo, y finalmente mordió con delicadeza aquel tentador y apetecible labio inferior.
—Yo también te he echado de menos —susurró para incredulidad de Niall, que excitado por la sensualidad que le demostraba sintió la tentación de arrancarle los pantalones y hacerle el amor allí mismo.
—¿Sabes qué es lo mejor de este momento? —preguntó Niall duro como una piedra.
—No ¿qué? —suspiró extasiada, sintiendo cómo ardía.
—Las expectativas, princesita —sonrió.
—Entonces déjame decirte —apuntó Victoria antes de besarlo— que las expectativas que yo veo son magníficas.
En ese momento se escucharon pasos y la voz de Bárbara y de Robert llamándolos.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente, no lo olvides —susurró Niall besándola con ardor antes de gritar—. ¡Bárbara! ¡Robert! Estamos aquí.
* * *
Los dos días siguientes Victoria intentó esconderse de Niall. Estaba avergonzada por lo ocurrido y nerviosa por lo que intuía que podía ocurrir. Lo deseaba tanto, y más tras sus últimas palabras, que tenía miedo de verlo y tirarse a su yugular directamente.
Niall, molesto, necesitaba hablar con ella y aclarar de una maldita vez todo aquel juego que se estaba volviendo contra él, pero Ona se había atrincherado en la puerta de la habitación de Victoria y no le permitió entrar.
El segundo día por la tarde, mientras los hombres ayudaban a O’Brien a arreglar su granero, Bárbara, aburrida y cansada del teatro de su hermana, propuso a Ona ir a Dornie de compras. Seguro que los encargos que había hecho la última vez que fueron al pueblo ya estaban allí. Aquello emocionó a Rous, que comenzó a aplaudir como una loca porque la mayoría iban destinados a ella. Una hora después las cuatro mujeres marchaban para Dornie en la furgoneta azul.
Al salir de la tienda de Dornie escucharon una voz que a Ona le puso la carne de gallina.
—¡Yayita! ¡Yayita Ona!
Y allí estaba Lexie, su pequeña biznieta de cinco años. Las últimas semanas había echado en falta su corretear por la granja.
—Pero cariño mío ¿qué haces aquí? —preguntó la anciana abrazándola.
—Voy al cumple de Sarah —contestó la niña. Después se dedicó a mirar a las dos desconocidas—. ¿Quién son esas mujeres, yayita?
—Unas amigas —respondió Rous.
Lexie pareció que en aquel instante por fin la reconocía.
—¡Tita Rous, qué guapa estás! —le gritó saltando a sus brazos.
La niña, indiscutiblemente, era de la familia. Tenía el mismo pelo naranja que Robert y los labios carnosos de Tom.
—Hola —saludó Bárbara—. ¿Quién eres?
—Soy Lexie —dijo con cautela, para luego dirigirse a Ona— y ella es mi yayita.
—¿Es tu nieta? —preguntó Victoria sorprendida.
—Sí —Ona les guiñó el ojo—. Es hija de Patrick.
Una mujer de mediana edad se unió al grupo.
—Buenas tardes —saludó.
—Hola, Joana —le sonrió Ona—, dice Lexie que vais de cumpleaños.
—Sí —y viendo la cara de desconcierto de la anciana, dijo—. Venga, Lexie, llegaremos tarde.
—¿Cuándo puedo volver a la granja? —la niña no deseaba marcharse—. Quiero estar con el yayo y con los animales.
—No te preocupes, mi amor —susurró Ona, besándola—. Seguro que tu padre pronto te traerá de vuelta.
—¡Qué bien! ¡Yupi! —gritó la cría y tras darle un beso a todas, incluida Victoria que no se apartó, se marchó saltando hacia el cumpleaños de la mano de Joana.
—Qué rica es —sonrió Bárbara—. Es una monada de niña.
—¿Quién es Patrick? —preguntó Victoria.
—Es un muchacho al que todos queremos mucho en casa —mintió Ona, haciendo sonreír a Rous—. Oh… ahí está Amanda, voy a saludarla —dijo la anciana dando por zanjado el tema.
Cuando regresaron los hombres a la granja, extrañados por no encontrarse a Ona trasteando en la cocina, subieron a ver a Tom. El anciano estaba emocionado escuchando música en el MP3 que Bárbara le regalo para su cumpleaños mientras jugaba en el portátil que Victoria también le regaló.
—¡Vaya, abuelo, qué moderno! —sonrió Robert al entrar en la habitación.
—Abuelo —añadió Niall divertido—, eres un auténtico hombre del siglo XXI.
Nunca hubiera imaginado que con su edad le atrajeran tanto las nuevas tecnologías. Pero desde que habían llegado Victoria y Bárbara con todo su arsenal informático, Tom había rejuvenecido diez años. Al igual que antes se pasaba el día entero atontado, ahora estaba siempre jugando con el portátil o escuchando música.
—Oh… me encanta esta música española —sonrió el anciano quitándose los cascos.
—Abuelo —dijo Niall pasándole con cariño la mano por el pelo—. Te estás volviendo todo un experto informático.
—La pena es que no tengamos línea ADSL —el comentario los dejó alucinados.
—¿Pero tú sabes lo que es eso? —sonrió Robert.
—Por lo que me ha explicado Victoria, es algo parecido al teléfono, con la diferencia de que tienes ante ti el mundo en imágenes —asintió el anciano—. Me ha comentado Victoria que con esa cosa se pueden ver películas, documentales, partidos, e incluso se puede jugar o hablar con otras personas aunque estén en Australia. ¡Qué maravilla!
—Tendré que hablar con Victoria —se mofó Niall—. Está creando un monstruo.
—Por cierto, Niall ¿Sería muy caro conseguir una de esas líneas ADSL? —preguntó el anciano.
—¡Por todos los santos, abuelo! —exclamó al escucharlo—. ¿Lo dices en serio?
—Por supuesto —asintió—. Quisiera poder hablar con Victoria y con Bárbara cuando regresen a España. Ellas tienen ese tipo de línea en sus casas.
—Hablando de mujeres —preguntó Robert—. ¿Dónde están?
—Han ido de compras a Dornie. Creo que iban al pueblo a recoger un aparato parecido al horno, pero para calentar la leche.
—¿Un microondas? —exclamó Niall.
—Sí, sí, eso, y un par de cosas más.
—Me dejas de piedra —susurró Robert mirando a su primo.
—Y yo no me lo puedo creer —protestó Niall—. Llevo años intentando traer uno a la granja y Ona siempre me amenaza con que ese trasto no entra en su casa y ahora, en menos de un mes, estás españolas lo meten en su cocina.
—Cosas de mujeres, Niall —respondió Tom—. En eso, si no quieres salir escaldado, te aconsejo que no te metas.
En ese momento el ruido extraño de un motor y los ladridos de Stoirm, hicieron que Robert y Niall se asomaran a la ventana. Un coche en color rojo se acercaba.
—¿Quién es? —preguntó Tom con curiosidad.
—No lo sé. —Niall salió de la habitación junto a Robert para recibir a la visita.
Una vez en el porche de la granja, Niall observó cómo el vehículo estaba cada vez más cerca. No le sonaba de nada, y cuando paró el motor y de él sé bajo un tipo moreno, vestido con ropas caras y un abrigo azul hasta los pies, un extraño presentimiento lo alertó.
—Hola, buenos días —saludó el hombre en perfecto inglés.
—Buenos días —respondió Niall sin moverse—. ¿Qué se le ofrece, amigo?
—Busco la granja de los Buttler —dijo nervioso, mirando un papel mientras un perro le gruñía—. Concretamente la de Tom Buttler.
—Stoirm —llamó Niall—. Ven aquí.
El animal, sin dejar de mirar al extraño, le obedeció.
—¿Para qué busca a Tom Buttler? —preguntó Robert con curiosidad.
—Me han informado que tiene alojadas a dos señoritas. Españolas. Victoria y Bárbara Villacieros —informó el hombre.
—El caso es que me suena haber escuchado algo —asintió Robert mirando a Niall.
—¿Por qué busca a esas mujeres? —preguntó Niall.
—Es un tema personal —el hombre parecía incomodo—. Pero digamos que a quien busco es a mi novia Victoria. Tenemos pendientes unos asuntos que no se pueden demorar.
Al escuchar aquello Niall se quedó sin habla. ¿Su novio? Creía recordar que ella le había dicho que estaba soltera y sin compromiso. Iba a contestar cuando la puerta de la granja se abrió y Tom salió.
—Buenos días, caballero —saludó con su fuerte voz—. He oído que está buscando a mi buen amigo Tom Buttler. ¿Es así?
Robert y Niall se miraron para dirigir después sus ojos sobre su abuelo.
—Así es, señor.
—¿Con quién tengo el placer de hablar?
—Disculpe —y quitándose el impoluto guante de cuero dijo—. Mi nombre es Carlos Móntefino de Jerez, aunque puede llamarme Charly.
—Charly —repitió Tom percatándose de que aquél era el patán que había jugado con los sentimientos de Victoria, mientras Niall y Robert, callados, lo observaban.
—Sí señor. Charly.
—Abuelo, deberías volver a la cama —señaló Niall confuso—. Hace frío. Yo me encargaré de esto.
—Oh… no te preocupes —sonrió sin apartar su mirada del extraño, y dándole un par de palmaditas en la espalda dijo—. Creo que has equivocado el camino, amigo Charly.
Al escuchar aquello, Niall y Robert se miraron. ¿Qué hacía Tom?
—¿En serio? —protestó cogiendo un mapa—. Me dijeron que la granja de Tom Buttler estaba por aquí.
—Pues quién te informó te informó mal. Yo soy Tom Bucker. Creo que de ahí viene el error. Mi amigo Tom Butler, se mudó hace menos de un mes, y ahora que lo pienso, dos muchachas muy bonitas se marcharon con él.
—¡Maldita sea! —gruñó Charly contrariado—. ¿Sabría decirme cómo encontrar esa granja?
—Por supuesto —asintió Tom y volvió el mapa—. La granja de mi amigo Tom Buttler está aquí —dijo señalando en el mapa.
—¿En Durham? —gritó Charly—. Pero si eso está…
—Cuánto lo siento muchacho —interrumpió Tom, dándole nuevos golpecitos en la espalda—. Pero creo que quien te ha informado te ha tomado el pelo.
La cara de desconcierto de Charly poco se diferenciaba de la de incredulidad que mostraban las de Niall y Robert, que sin despegar la boca observaban y escuchaban el desparpajo de Tom mientras mentía como un bellaco.
—Por cierto, muchacho —añadió Tom—. ¿Quieres pasar a tomar algo? Hoy hace frío. Tenemos whisky y café.
—No, gracias —respondió aquél—. Tengo prisa.
«Antes muerto que quedarme en esta pocilga», había pensado Charly.
—Creo que deberías parar en algún pueblo a dormir, y mañana continuar hacia Edimburgo —advirtió Tom andando hacia sus nietos—. Esta noche parece que habrá ventisca.
El hombre asintió de mala gana, y tras montarse en el coche, con gesto huraño, se despidió y desapareció en pocos segundos por el mismo sitio por el que había venido.
Incrédulos por el montón de mentiras que había soltado su abuelo, los dos le siguieron hasta la cocina, donde Tom sirvió tres cafés mientras se sentaban a la mesa.
—Abuelo —sonrió Robert—. Eres mi ídolo. Yo de mayor quiero ser como tú.
—Abuelo —Niall no estaba tan sereno—. Has mandado a ese idiota al otro lado de Escocia para que te busque… ¿Por qué?
—Para que un idiota como tú tenga tiempo para conseguir lo que un idiota como ése perdió —lo dijo con tanta serenidad y firmeza que no admitía réplica—. A ver si espabilamos, Niall, y esto va también por ti, Robert. ¿O acaso vais a permitir que dos preciosas mujeres como Victoria y Bárbara se os escapen?
Sin decir nada más, el anciano se marchó a su habitación, donde se volvió a colocar los cascos y pulsó el botón del play mientras empezaba a silbar.
Aquella noche, cuando Ona y las muchachas llegaron a la granja, Niall y Robert estaban sentados en los escalones de entrada.
Victoria, al ver a Niall, maldijo en silencio. No quería hablar con él, necesitaba aclarar sus sentimientos y sabía que con él delante era imposible. Por lo que pasando por su lado lo más rápido que pudo se escabulló hasta su habitación, donde se desvistió y se puso el calentito pijama de tomatitos cherry e inmediatamente se metió en la cama y se durmió.
Los dos hombres ayudaron a meter las cajas en el interior de la cocina de Ona, después Niall, malhumorado, cogió su moto y se marchó. Por su parte, Robert agarró a Bárbara por la mano y tras besarla con dulzura, la sorprendió invitándola a tomar algo en Keppoch y ella accedió.
* * *
A la mañana siguiente, a unos treinta kilómetros de la granja, en una pequeña casita del pueblo de Keppoch, Bárbara, desnuda en la cama, se estiraba satisfecha de la maravillosa noche de sexo que había compartido con Robert.
Arrebujada entre las mantas sintió el cuerpo caliente de Robert contra el de ella. «Mmmm me encantas» pensó Bárbara pasando su mano con lentitud por sus muslos mientras aún dormía. Tocó su pene con curiosidad y tuvo que sonreír al sentir que, incluso dormido, aquel maravilloso juguete le prestaba atención, así que lo besó en el cuello, y Robert reaccionó abrazándola. Ella se acurrucó.
No sabía la hora que era, ni le importaba. Sólo sabía que estaba cansada y feliz, por lo que, dándose media vuelta, volvió a poner la cabeza encima de la almohada, cuando de pronto tuvo que abrir los ojos porque algo le llamó la atención.
Incrédula vio que delante de ella había una niña. Pero ¿de qué la conocía?
La cría, al ver que Bárbara la miraba, sonrió, dejando al descubierto su boca mellada, mientras continuaba sentada en la silla con los pies colgando.
—Hola —saludó la niña—. Soy Lexie.
Bárbara la miró contrariada.
—Hola, Lexie —respondió retirándose el pelo enmarañado de la cara.
«¿Lexie?, ¿la niña que la tarde anterior habían encontrado en Dornie?», pensó aclarando su vista.
—¿Por qué estás durmiendo con mi papi?
Su mente tardó unos minutos en asimilar aquello, pero al final lo hizo.
—¿Papi? ¿Estoy durmiendo con su papi? —gritó Bárbara a punto del colapso, y volviéndose hacia Robert, que continuaba inconsciente, comenzó a darle manotazos hasta que se despertó sorprendido.
—Bárbara —susurró aún entre sueños—. ¿Qué te ocurre? Me estás machacando el muslo con tus golpes.
—Hola, papi —saludó la niña, dejándolo boquiabierto—. ¿Ella va a ser mi mami?
—Papi —susurró Bárbara enarcando una ceja—. Esta niña te está llamando papi.
—Sí —él se incorporó. Se acababa de despertar completamente—. Ella es Lexie, mi hija —después se volvió hacia la niña—. Tesoro, ¿sabe Joana que estás aquí?
—Sí, papi. Como vimos tu coche me dejó venir a despertarte.
Con la boca abierta Bárbara lo miró. No sabía ni qué decir, ni qué hacer. Tampoco podía levantarse, estaba desnuda, y no quería escandalizar a la niña.
—Lexie, cariño —dijo Robert al sentir la incomodidad de Bárbara—. ¿Podrías esperar en tu habitación hasta que nos levantemos? Prometo que tardaré cinco minutos.
—Pero papi —señaló la niña—. Es que yo sola me aburro.
—¡Lexie Ann! —endureció la voz Robert—. ¿Quieres salir de la habitación?
Tras suspirar con gracia la niña se levantó de la silla de un salto, pero antes de salir volvió a fijarse en Bárbara.
—Eres muy guapa.
—Gracias, Lexie. Tú eres preciosa —Bárbara le dedicó una enorme sonrisa.
Después la niña desapareció, momento en que Bárbara saltó de la cama y, cogiendo sus cosas a la velocidad del rayo, comenzó a vestirse.
—Bárbara, mírame —pidió Robert saliendo también de la cama.
—No. No voy a mirarte —se ponía la ropa como podía, quería salir de allí cuanto antes—, porque como te mire te juro que te parto la cara.
—Escúchame, por favor —dijo cogiéndola por los brazos—. ¿Recuerdas que anoche quería decirte algo? Pero con nuestras prisas por llegar a la cama no me dejaste hablar.
—Oh… no me vengas con esas ahora —dijo malhumorada—. Te conozco desde hace días, y nunca —gritó Bárbara—, ni una sola vez te he oído mencionar el nombre de Lexie, ni a ti ni a nadie de tu jodida familia. Incluso ayer en Dornie nos encontramos con ella, y Ona y Rous disimularon. ¿Por qué? Sois todos un atajo de mentirosos.
—Por favor, dame un segundo —se disculpó e intentó abrazarla, pero ella lo apartó de un manotazo.
—No. No te voy a dar ni un segundo —contestó colérica—. Creo que ya has tenido muchos segundos para contarme este pequeñísimo detalle ¡mentiroso!
—Tienes razón, te debo cientos de explicaciones, pero escúchame —dijo inmovilizándola contra la pared—. Si no te hablé antes de Lexie era porque nunca pensé enamorarme de ti como para contarte mi vida.
—¡No quiero escucharte ahora! —gritó Bárbara— ¡Suéltame!
—Dona, la madre de Lexie, fue el mayor error de mi vida. Pero mi hija siempre ha sido una bendición —comenzó a contar Robert—. Dona era una chica inglesa que conocí hace seis años en el festival de Edimburgo. Era alocada, pero eso me divertía de ella. Pocos meses después se trasladó a Keppock a vivir conmigo y a pesar de los rumores de que tonteaba con otros hombres yo estaba tan cegado por ella que me casé cuando se quedó embarazada. Al nacer Lexie, pensé que Dona cambiaría, pero todo fue a peor. No quería saber nada de la niña y su alocada vida comenzó a ser mi peor pesadilla. Tuvo un lío con mi primo Greg y la noche en que los descubrimos Niall y yo… ella cogió el coche de Greg para intentar huir y se estrelló contra un árbol al salirse del camino. Murió en el accidente.
—No quiero escuchar nada —siseó Bárbara.
—A partir de ese momento no he vuelto a mencionar su nombre hasta hoy, y mi familia pasó a llamarla «la difunta». Eso es todo.
Bárbara no quería escucharle, no. Ya había cedido cientos de veces con Joao y siempre era ella quien acababa sufriendo.
—¿Por qué me cuentas ahora esto? —le gritó.
—Porque te quiero —soltó.
Eso la confundió aún más.
—Maldita sea, Robert. ¿Cómo has podido ocultarme que tenías una hija? ¿Qué más me ocultas?
—Nada más —se sentó en la cama derrotado.
—No te creo —nunca había soportado la mentira, y muchas veces se había tenido que enfrentar a ella—. Ya no te creo.
Robert la entendía. Desde un principio tenía que haber sido sincero respecto a Lexie pero nunca pensó en implicarse tanto con aquella española. Ahora era tarde, se había enamorado de ella.
—¿Cómo puedo llegar hasta la granja? —preguntó Bárbara que cogió con rabia su bandolera.
—Si esperas diez minutos yo mismo te acercaré.
—¡No! —gritó abriendo la puerta del dormitorio—. Prefiero ir sola.
Terriblemente enfadada salió de la habitación hecha una furia. No sabía dónde se encontraba, pero estaba segura de que lograría llegar hasta la granja. Poniéndose el gorro azul de lana, cogió su cazadora bomber de la silla y se dirigió con rapidez hacia la puerta de la calle. Pero cuando la abrió notó que alguien tiraba de su bandolera. Al volverse se quedó parada. Era Lexie.
—¿Por qué te vas? —preguntó la niña.
—Tengo prisa.
—Te has enfadado con mi papá por mi culpa ¿verdad? —susurró la niña con un puchero que hizo que Bárbara se sintiera fatal.
—Oh, no cariño —dijo cerrando la puerta, y agachándose prosiguió—. Tú no tienes culpa de nada. Es sólo que tu papá y yo somos adultos y los adultos muchas veces se enfadan.
—Entonces ¿por qué te vas? —murmuró la niña—. ¿No quieres ser mi mamá?
—Cariño, yo… —susurró Bárbara dolorida.
—Lexie —suspiró Robert, que salió vestido de la habitación—. Bárbara se va porque papá no se ha portado bien con ella. Hice algo que no tenía que haber hecho, y de lo cual estoy seguro que me arrepentiré el resto de mi vida.
—Pues pídele perdón —señaló la pequeña mirándolo—. Tú siempre me dices que cuando uno hace algo malo, lo primero que tiene que hacer es pedir perdón.
—Lexie, ven aquí cariño —susurró Robert incapaz de mirar a Bárbara.
—Bárbara —dijo Lexie mirándola a los ojos mientras le quitaba el gorro—. ¿Por qué no perdonas a mi papi? Es el mejor papi del mundo, y es muy divertido. Además sabe jugar a las Barbies y cuenta unos cuentos muy bonitos ¿y sabes lo mejor? Hace unos desayunos muy ricos.
—Lexie, cariño, ven aquí y calla —sonrió con dulzura Robert. Conocía las carencias de su hija y una de ellas era encontrar una madre.
—Pero papi —protestó la niña—. Siempre has dicho que cuando trajeras a casa una chica, sería porque ella era especial.
La dulzura y el abatimiento en la cara de Robert al llamar a su hija fue lo que hizo que a Bárbara le comenzara a latir el corazón con más fuerza. Aquel tipo algo desgarbado de pelo rojizo y más mentiroso que pinocho le había robado el corazón, y ya nada volvería a ser como antes. Allí delante tenía a dos personas que la necesitaban tanto como ella los necesitaba a ellos. Era inútil marcharse. No quería irse. Quería quedarse y sentir cómo la sonrisa de Robert le calentaba el corazón cada vez que la miraba, y también dejarse querer por Lexie. Así que se levantó, y mientras agarraba la manita de la niña, dijo mirando a Robert con una diminuta sonrisa.
—¿Es cierto que haces unos desayunos muy ricos?, y además ¿sabes jugar a las barbies?
Al escuchar aquello Robert, no supo si reír o llorar. Sólo pudo mirar a aquella mujer que desde que había aparecido en su vida le había alegrado el corazón.
—Lexie —dijo Robert con el corazón a punto de estallar—. Ve a la mesa de la cocina y pon un cubierto más. Bárbara se queda a desayunar.
—¡Bien! —gritó la cría emocionada, que corrió hacia la cocina.
Robert se acercó lentamente a ella, y la tomó de la mano. Al ver que sonreía, él también lo hizo.
—Tengo algo más que decirte —dijo pegando su frente a la de ella—. Te quiero con toda mi alma española, y haré todo lo que esté en mi mano para que nunca te quieras separar de mí.
Emocionada y a punto de llorar, lo besó con amor. Robert era el hombre que siempre había buscado y ella sabía perdonar.
—Lo primero es lo primero —suspiró haciéndole sonreír—. Demuéstrame que sabes hacer el desayuno más rico del mundo, y cómo juegas con las barbies, y después hablaremos.
* * *
Aquella mañana, sin que nadie pusiera a Victoria al corriente de la visita de Charly, se levantó con la cabeza como un bombo. Parecía como si un trolebús le hubiera pasado por encima sin piedad. Con cuidado se incorporó y sonrió al ver su pijama de franela de tomatitos Cherry. ¡Qué calentito!
Miró hacia la cama donde dormía su hermana, la encontró vacía y por lo estirada que estaba, o bien Bárbara ya se había levantado, o había pasado la noche fuera. La última opción le pareció más creíble.
Con cuidado se acercó hasta la ventana, y tras abrir la persiana dejó entrar el sol de noviembre. Al mirar a su alrededor vio que la moto de Niall no estaba allí. ¿Se habría marchado de nuevo?
Desconcertada cerró los ojos y llevándose la mano a los labios recordó los besos de Niall días atrás. «Adoro tu sabor» escuchó su sensual voz haciéndola estremecer al recordar sus besos.
Más despejada, decidió ducharse. Apestaba a tabaco, y eso no le gustó, por lo que cogió unas toallas limpias y se metió en el baño.
Mientras disfrutaba de la ducha, escuchó cómo la puerta del baño se abría.
«Maldita sea, aquí no conocen la palabra intimidad», pensó Victoria.
—¡Estoy yo! —gritó para avisar.
—Será un segundo, Victoria —señaló Rous—. Si me aguanto un poco más me meo en los calzones.
—Rous ¡por Dios! —regañó Victoria al escucharla—. Tienes que comenzar a ser un poco más refinada con tu vocabulario.
—Vale… vale —asintió la muchacha.
—Oye, cierra la puerta cuando salgas —recordó Victoria enjabonándose el pelo tras las cortinas.
—De acuerdo.
Dos minutos después, Rous salió y cerró la puerta.
Cuando terminó, Victoria salió con cuidado de la ducha, muerta de frío. La calefacción de aquel sitio no daba la misma sensación de calor que en su casa de Madrid, así que se enrolló con rapidez el albornoz y a pesar de eso comenzó a tiritar, momento en que la puerta se volvió a abrir.
—Uissss, perdón —susurró Tom, cerrando la puerta.
—Tom ¿qué pasa? —preguntó Victoria a gritos.
—Necesito cambiar el agua al piquituerto, muchacha.
«Es imposible ducharse con tranquilidad en esta casa», pensó Victoria suspirando. Cuando salió del baño muerta de frío, encontró a Tom esperando, apoyado contra la pared.
—Anda, pasa —dijo dejándole el baño libre—. Iré a cambiarme a mi habitación.
—Gracias, muchacha —y pasó por su lado como una flecha.
Segundos después Victoria tuvo que sonreír al escuchar una exclamación de alivió por parte de Tom procedente del baño.
Después de vestirse decidió bajar a la cocina. Tenía que enfrentarse a Niall tarde o temprano. Pero se sorprendió y en cierto modo se molestó cuando comprobó que no estaba.
Allí Ona trajinaba como todos los días y al verla le sonrió.
—Buenos días, Victoria. ¿Te encuentras mejor?
—Sí, pero estoy avergonzada, Ona. Debí haber hablado con Niall ¿verdad?
—Oh, cariño —sonrió la anciana—. Cuando uno es joven, por amor se hacen muchas tonterías.
—¿Por amor? —se sorprendió al escucharla—. No creo que sea eso.
—Ven aquí, tesoro —le indicó la mujer, sentándose junto a ella en una vieja butaca—. Desde el primer momento que Niall me explicó por qué traía a unas chicas a casa, supe que ahí había alguien especial. Entre tú y yo —dijo haciéndola sonreír—. Ese nieto mío es tan galante, cabezón y buen mozo como mi Tom. Vuestras miradas y discusiones me recuerdan a mi juventud. ¡Por todos los santos, Victoria! Soy vieja pero no tonta.
—¿Quién osa decir que tú eres vieja? —preguntó Tom entrando en la cocina con el portátil bajo el brazo—. Para mí siempre serás esa mocita que se subía a los árboles para tirarme piedras cuando me veía pasar.
—¿Le tirabas piedras? —se carcajeó Victoria al escucharle—. ¿Por qué?
—Oh… Ona siempre ha sido muy celosona —rió Tom, dándole un cariñoso beso en la frente a su mujer.
—Y tú siempre has sido un casanova —respondió con una sonrisa—. ¿Te puedes creer que este sinvergüenza le tiraba los tejos a todas las mozas menos a mí?
—Vamos a ver —intermedió Tom en la conversación—. Yo por aquel entonces tenía veintitrés años y ella quince. Lo normal es que me gustaran las mujeres con más curvas ¿no crees, Victoria?
—En eso, Ona —respondió ella divertida— tengo que darle la razón. Creo que eras demasiado joven para él.
—Era tan bonita como lo es ahora —señaló el anciano.
—Eres un adulador —susurró Ona besándolo en la mejilla.
—¿Sabes, Victoria? La primera vez que vi a Ona, estaba enfadada y tras besarla con la mirada, supe que algún día sería mi mujer.
Victoria, al escuchar «la besé con la mirada», pensó en Niall. Aquella extraña frase la hizo sonreír.
—Cuando cumplí dieciocho —prosiguió Ona mientras abría la caja del microondas—. Recuerdo que mis padres hicieron una gran fiesta a la que invitaron a todo el mundo. Su hija pequeña ya era toda una mujer. ¡Todo un acontecimiento! Por la noche la prima de Tom me llevó hasta los establos. Allí varios trabajadores de mi padre celebraban su particular fiesta. Nunca olvidaré cómo Tom me miró. ¡Oh Dios! —rió al recordarlo—. Me ponía tan nerviosa ver cómo me seguía con su mirada que apenas sí podía andar. Pero lo más gracioso fue cuando las ancianas me emparejaron para bailar con Jimmy O’Hara —al recordarlo Victoria sonrió. Se refería al mismo ritual por el que habían hecho pasar a Niall y a ella—. Pero mi Tom no lo permitió. De un empujón quitó al pobre Jimmy, y mirándome a los ojos dijo que él bailaría conmigo esa preciosa pieza musical.
—Mmmmm, vaya… vaya. ¿Te pusiste celoso? —rió Victoria.
—Sí —asintió Tom con cara de pilluelo—. Ella era mi mujer ¿Por qué iba a permitir que Jimmy pusiera sus manazas en mi Propiedad?
—Por Dios, Tom —se quejó Victoria al escucharle—. Parece que hablas de un caballo cuando dices eso de mi propiedad.
—Antes se hablaba así, cariño —aclaró Ona—. Y ¿sabes? —confirmó abrazándolo—. Este mozo enorme también es de mi propiedad.
—Qué historia más bonita —dijo Victoria con una sonrisa.
Aquello que unos meses antes le habría parecido una tontería escuchar, en aquel momento, sentada en la cocina con los dos ancianos, le hizo sentir la mujer más afortunada del mundo.
Un rato después, tras haber leído las instrucciones del microondas y dejar sin palabras a Ona por la rapidez y limpieza del aparato, la anciana la abrazó agradecida por aquel regalo.
—Ahora, cariño, os toca a Niall y a ti. Tenéis que tejer una bonita historia para que el día de mañana se la contéis a vuestros nietos.
—Ufff… lo dudo —suspiró Victoria al escucharla—. No creo que entre Niall y yo haya algo más que una amistad, además, siento deciros que no me gustan los niños.
—Te gustarán —asintió Tom con una picara sonrisa, y encendiendo el portátil dijo—: Victoria, ¿podrías decirle una vez más a este viejo tonto cómo se juega al Backgammon?
—Una y todas las que quieras, guapetón —respondió recordando aquella palabra de su madre, mientras se sentaba encantada junto a él.
* * *
Victoria almorzó ese mediodía con Rous, Ona y Tom, y después salió al exterior de la casa a fumar un cigarrillo. Tom, antes de marcharse a dormir la siesta, se había empeñado en que se pusiera un chaquetón suyo, le quedaba enorme, pero con una sonrisa Victoria lo aceptó.
Como hacía un precioso día decidió dar un paseo por los alrededores.
Subió una pequeña colina y ante ella apareció un valle de ensueño salpicado de multitud de tonalidades. Las colinas lejanas se veían tapizadas por un castaño cobrizo impresionante, mientras las copas de los árboles se tornaban entre colores bronce y dorado. Aquello nada tenía que ver con el bullicio de Madrid; coches, gente, atascos. Allí todo era diferente.
Pensó en su madre. ¿Quién sería su misterioso pretendiente?
Miró hacia la casona y se imaginó a su madre allí. Sonrió al pensar en lo bien que se llevarían Ona y ella, y lo mucho que se reiría Tom con las divertidas historias que contaba. Si alguna vez volvía de visita a Escocia regresaría con su madre. Estaba segura de que en un «pis pas», como decía ella, prepararía una enorme paella para todos.
Abrigada con el chaquetón de Tom, se agachó sin hacer ruido para mirar con curiosidad a un par de ardillas rojas. Se las veía atareadas acumulando alimento para pasar el frío invierno.
«Qué bonitas, son igualitas a Chip y Chop las ardillas rescatadoras», pensó.
—Hola —saludó Niall que apareció de pronto—. Ona me dijo que estabas por aquí.
—Psssss —le indicó que callara—. Asustarás a Chip y Chop.
Niall llegó hasta ella. Le gustaba sentirla cerca, por lo que se agachó sin hacer ruido y se dedicó a mirar también cómo trabajaban las ardillas.
—Nunca había visto ardillas de verdad, excepto cuando era pequeña en el Zoo de Madrid —explicó Victoria emocionada—. Lo más increíble de todo es que se mueven exactamente igual que Chip y Chop.
—Querrás decir que Chip y Chop se mueven como las ardillas de verdad. —Se moría por decirle que había conocido a Charly, y por confesarle lo que sentía por ella.
—Bueno, sí —asintió sonriendo—. Tienes razón. ¿Sabes? Mi hermana y yo teníamos un juego para la Nintendo, de Chip y Chop. Era divertidísimo. Lo compré una Navidad y nos pasábamos las horas muertas jugando Víctor, mi hermana y yo.
—¿Quién es Víctor? —preguntó frunciendo el ceño.
—Es el mejor hermano del mundo.
—¿Pero no dijisteis que sólo erais vosotras dos?
—Sí —se levantó con cuidado de no asustar a las ardillas—. Pero Bárbara, Víctor y yo somos hermanos de corazón. En casa Víctor es uno más, incluso ahora es quien cuida a mamá mientras nosotros estamos aquí. Estoy segura de que te caería bien si le conocieras.
—Me encantaría conocerle —habían comenzado a andar por un camino rodeado de altos robles— al igual que me encantaría conocer más cosas de ti. Lo sabes ¿verdad?
—Buff —suspiró Victoria—. Soy muy aburrida, te lo aseguro.
—Déjame decirte que lo dudo —le respondió con una sonrisa.
Caminaron en silencio durante un tramo. Victoria estaba tan nerviosa que apenas podía hablar, mientras Niall la observaba con curiosidad, y sonreía al ver cómo ella se sorprendía a cada paso, como si fuera la primera vez que se adentraba en la naturaleza.
—Ven —dijo tomándole la mano—. Quiero enseñarte algo.
—¿Dónde vamos? —pero él ya la había llevado hasta donde estaba aparcada la moto—. Yo en ese trasto no me subo. Me dan pánico.
—Vamos a ver, señorita española —sonrió ladeando la cabeza—. ¿Te fías de mí?
—Mmmm —susurró divertida—. ¿Crees que debo fiarme de ti?
—Creo que sí —y le puso el casco sin que ella protestara.
—Tú ¿no te pones casco?
—Sólo tengo uno —dijo abrochándose la cazadora—. Y no voy a discutir. El único que tengo es para ti.
—Discutir tú y yo ¿cuándo? —bromeó ella.
Aquellas palabras le llenaron de felicidad y subiéndose a la moto la hizo encaramarse tras él. Con cuidado arrancó la motocicleta sintiendo cómo Victoria se agarraba con fuerza a su cintura. Sentirla tan cerca era todo lo que quería y necesitaba, y debía conseguirlo.
Circularon por unas intransitadas carreteras hasta llegar a un sitio en el que Niall se detuvo.
—Te voy a enseñar algo que sólo se ve en esta época del año.
—¿El qué?
—Ahora lo veras.
Subieron una pequeña colina agarrados de la mano, hasta que Victoria le dio un tirón.
—¿Qué es eso? —preguntó al ver enormes ciervos con grandes cornamentas.
—Psssss —susurró poniéndole un dedo en su boca—. Dijiste que te fiabas de mí. Sígueme.
Temblando de miedo, lo siguió hasta una gran roca. Una vez allí Niall la alzó para que subiera y él lo hizo detrás hasta quedar casi ocultos entre las plantas.
—¿Ves los ciervos? —Victoria asintió—. Se pelean enredando sus cornamentas por conseguir el amor de alguna fémina de su especie.
—Pero bueno —protestó—. ¿Por qué piensas eso?
—Porque es la época de apareamiento —respondió deseando besarla—. Escucha.
En silencio escucharon el sonido de los golpes secos y devastadores de las cornamentas al chocar, mientras extraños bramidos procedentes de otro ciervo llenaban el aire.
—Ohhhh…, pobrecillo —susurró Victoria apenada—. Es igualito que Bambi cuando se hace adulto. Míralo, está angustiado, seguro que se ha perdido.
—Jajaja ¿Bambi? ¿Chip y Chop? Mucho Disney has visto tú —se carcajeó Niall al escucharla, haciéndola sonreír—. Discúlpame, Princesita pero no lo he podido evitar. El ruido que hace tu supuesto Bambi, se llama «berrea». Es otoño, la época de celo de los ciervos, y aunque no lo creas es su manera de decir. ¡Eh nena yo soy el más guapo y fuerte!
—Woooooooo —exclamó arrugando la nariz al ver cómo aquéllos se peleaban—. Ay… ay… ay… ¡Que se rompen el cuerno!
—Tranquila. Es lo normal —asintió Niall sin dejar de observar a los ciervos—. Sólo uno de los dos será el ganador.
—No quiero mirar —Victoria cerró los ojos—. Me están poniendo enferma. Ay… ay… ¡Ay… que se sacan un ojo!
—Anda, vamos —se mofó Niall que de un salto bajó de la piedra—. Te enseñaré cosas que ni en Madrid ni en tu mundo Disney podrás ver.
Encantados pasearon cogidos de la mano, aunque a pesar de la aparente tranquilidad de Victoria, estaba nerviosa. Verse en medio del bosque cerca de cientos de bichos y animales desconocidos, y de la mano de Niall, no era lo más tranquilizador, aunque le gustara.
Contándole curiosidades del lugar, Niall la llevó hasta lo alto de una colina donde Victoria pudo observar pájaros de diversos colores, formas y tamaños. Como un entendido en la materia le fue señalando y hablando de los urogallos, piquituertos, incluso incrédula pudo admirar el vuelo de un par de águilas reales.
—¡Dios, qué bonitas! —susurró Victoria mirando sus siluetas en el cielo.
Las aves bailaban una danza elíptica que la tenía embelesada. Pero Niall no las miraba. Sólo la miraba a ella.
—Me estoy enamorando de ti —susurró Niall—. Antes de que digas nada, sé que esto no entraba en tus planes, pero quiero que sepas que tampoco entraba en los míos.
Aquella declaración la había pillado tan de sorpresa que se quedó como una tonta mirándolo con la boca abierta, hasta que Niall, poniéndole la mano en la barbilla, se la cerró.
—Quería que lo supieras —continuó él— porque siento una inagotable necesidad de estar contigo a todas horas. Cada vez que te veo quiero besarte y lo peor de todo es que no puedo soportar que ningún hombre que no sea yo se acerque a ti.
Como vio que Victoria no hablaba, sólo lo miraba, continuó hablando.
—Me encantaría conocerte, saber de ti y de tu vida, y que olvidaras las tonterías que te dije la noche de mi marcha, porque para mí no eres diversión y sexo, para mí eres algo más —susurró navegando en su mirada—. Cada vez que pienso que dejaré de verte cuando regreses a España no lo puedo soportar, y por eso, cariño, me gustaría que me dieras la oportunidad de enamorarte y de contarte quién soy, y pedirte perdón por…
Ya no pudo continuar, Victoria, incrédula de que algo tan de película de Hollywood le estuviera pasando a ella, dando un paso hacia él, lo besó.
El impacto que sintió Niall al recibir aquel beso le dejó conmocionado durante unos segundos. Victoria, la mujer que más deseaba en el mundo, lo estaba besando. Con delicadeza, mientras la besaba, subió la mano hasta su mejilla y la acarició, para después enredar sus dedos en aquel oscuro pelo y rozar su sien.
En ese momento Victoria se sintió arrastrada por la pasión, y sintió que toda ella ardía de deseo y lujuria por él. Sin poder reprimir aquel acto, Victoria bajó sus manos con lentitud de la cintura de Niall, a su trasero.
«¡Dios, es de acero!» pensó mientras sentía cómo él bajaba su mano de su cintura a sus propios glúteos.
Niall, a punto de estallar, se apartó unos segundos para mirarla y dijo con voz ronca:
—Te deseo tanto que si continuamos así te voy a hacer el amor aquí y ahora.
Victoria, suspirando, se lamió los labios dando a entender su conformidad, pero de pronto, por el rabillo del ojo, sintió que algo se movía a su derecha y tras dar un chillido gritó.
—Ah… ¡Vacas peludas!
Sin darle tiempo a Niall a reaccionar se lanzó como una loca cuesta abajo, y al perder el equilibrio comenzó a rodar como una albóndiga. Niall, impotente sin poder hacer nada, veía cómo Victoria rodaba y rodaba a una velocidad imposible de controlar golpeándose contra todo lo que encontraba a su paso, hasta que llegó abajo. Asustado por lo que le hubiera podido ocurrir se agachó junto a ella encontrándola mareada y magullada.
—¡Por todos los santos! —gritó al ver la sangre que le corría por la frente—. ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?
—¡Corre! —gritó ella— ¡corre, que vienen las vacas! —intentó levantarse, pero Niall la sujetó.
—Como te muevas —masculló con gesto serió—. Te juro que quién te mata soy yo.
—¡Odio las vacas escocesas! —gritó al sentir cómo Niall la cogía en brazos—. Qué haces ¡suéltame!
—Ni lo sueñes —respondió andando con prisa hacia la moto—. Te has golpeado en la cabeza y voy a llevarte al médico ahora mismo.
—¡Oh, Dios! Qué ganas tengo de volver a la civilización.
—Ni que estuvieras en la Edad Media —murmuró Niall mientras caminaba con paso firme.
—¡Más o menos! —protestó mirándolo—. Estoy harta de no tener intimidad en el baño, de estar rodeada por bichos continuamente. Quiero darme un baño largo y relajante en mi preciosa bañera con esencias de rosas. Deseo tumbarme en mi cómodo sofá, ver una película de estreno y tomarme un té «Earl Grey» del Starbucks.
—No te preocupes. Pronto todo esto acabará.
—¡Maldito conde! Maldito contrato y maldito castillo —gimió horrorizada al verse la sangre—. Es la primera vez en mi vida que para conseguir un contrato tenga que costarme sangre, sudor y lágrimas.
Cuando llegaron donde estaba aparcada la moto, la sentó con cuidado.
—¿Te mareas?
—No —y retirándose el pañuelo chilló—. ¡Ay, Dios! Cuánta sangre.
—Tranquila, preciosa —susurró al ver sus manos temblar—. No será nada. Ya lo verás.
—¿Por qué me llamas preciosa?
—Porque lo eres —respondió con una cariñosa sonrisa—. Eres un encanto y estoy loco por ti.
—¡Voy a quedar desfigurada! —gritó al verse en el espejo retrovisor.
—No va a ser para tanto —sonrió Niall y levantándole la barbilla, le dio un breve beso en los labios que la calló—. Eres la mujer más preciosa que he conocido en mi vida, y un par de puntos en la frente no lo van a estropear.
—¿Tu crees? —preguntó haciendo un mohín que le enterneció.
—Estoy seguro —sonrió volviéndola a besar—. Ahora te voy a sentar delante de mí en la moto, y vas a estar muy quietecita pegada a mi pecho para que yo pueda conducir y antes de que te des cuenta estaremos en la consulta del médico ¿vale?
—Vale —asintió, pero antes de arrancar volvió a preguntar—. Niall ¿Qué horóscopo eres?
—¿Para qué quieres saber eso ahora?
—¡Dímelo! —chilló sorprendiéndole.
—Tauro —respondió arrancando la moto.
—¡Ay, Dios mío! No puede ser —susurró Victoria al pensar en lo que la señora Antonia le contó.
Cuando entraron en la consulta del médico, las dos enfermeras avisaron rápidamente a Greg, quién al verles tomó a Victoria por el brazo.
—Espera aquí, Niall.
—Voy a entrar con ella. —Niall no iba a dejarla sola con él.
—Si quieres que la atienda, debes esperar aquí —contestó con decisión Greg—. Éste es mi terreno Niall, aquí mando yo.
—¿Vosotros dos sois idiotas o qué? —protestó Victoria con malas pulgas—. Haced el favor de dejar la berrear como los parientes de Bambi y atenderme. La que está sangrando soy yo.
Tras mirarse desconcertados por la parrafada que acababa de soltar, Niall, a regañadientes, la soltó.
—Oye, Niall —llamó Victoria y tras besarle susurró—. No te vayas sin mí ¿vale?
—Por supuesto —sonrió al sentirla tan cerca—. De aquí no me moveré.
* * *
Quince minutos después llegaban Robert, Bárbara y Lexie.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Bárbara desencajada al entrar en la clínica.
—Tranquila —murmuró Niall—. Ella está bien. Pero creo que tendrán que darle un par de puntos en la frente.
—¿Puntos en la cara? —Bárbara se alarmó al escucharle—. ¡Oh, Dios mío! No quiero ni imaginarme lo que debe estar pensando.
—Ve dentro —animó Niall—. El idiota de Greg no me ha dejado entrar. A ti seguro que no te lo prohíbe.
Niall acertó. Greg, sin oponer resistencia, la dejó pasar.
Robert, al ver lo nervioso que estaba Niall, lo sacó fuera de la consulta. Lexie al verles salir salió del coche y se tiró a los brazos de Niall.
—Hola, tío —saludó Lexie—. ¿Has visto a la novia de papi? ¿A que es guapa? Se llama Bárbara. ¿Y a que no sabes qué? —susurró bajando la voz.
—No, cariño dime —sonrió dándole un beso.
—Esta noche ha dormido con papi y estaban desnudos en la cama.
—¡Lexie! —regañó Robert al escucharla.
—¿Qué me dices? —se rió Niall y mirando a Robert preguntó—. ¿Novia de papi?
—Lexie, cariño —dijo Robert—. Espéranos en el coche, tengo que hablar con el tío.
Una vez que se quedaron solos, Robert se preocupó por la sangre que su primo tenía en la camiseta.
—¿Qué ha pasado?
—Estábamos en las colinas, viendo el paisaje —comenzó a contar Niall— y estaba a punto de contarle nuestro secreto, cuando ha visto unas vacas acercarse y sin darme tiempo a sujetarla se ha lanzado colina abajo. ¡Imagínate cómo ha bajado! No te rías o te parto la cara.
—Vale —intentó aguantarse—. Es cierto. No tiene gracia.
Pero la tenía.
—¡Joder! —comenzó a reír Niall sin poder evitarlo.
—Lo siento. Lo siento —lloró Robert de la risa—. Pero si no me río reviento.
Les llevó un buen rato parar ante aquella situación que a los dos les parecía ridícula. Pero Niall tenía cosas que preguntar.
—¿Qué ha querido decir Lexie sobre Bárbara?
—Lo que has oído.
—¿Pero estás loco? —dijo señalando a la niña que esperaba en el coche—. ¿Qué vas a decirle a Lexie cuando ella decida volver a su país?
—No lo sé —respondió cabizbajo—. He seguido el consejo de Tom y sólo espero que decida quedarse aquí.
—¡No me jodas, Robert! ¿Bárbara sabe la verdad? —se angustió Niall, pensando que en ese momento estaba a solas con su hermana.
—No tío, tranquilo —negó preocupado—. Después de ver su reacción al conocer la existencia de Lexie he preferido contarle ese pequeño matiz en otro momento. ¿Y tú?, ¿qué me dices de ti? ¿Has pensado en lo que Tom nos dijo ayer?
—Claro que lo he pensado —asintió preocupado— acabo de decirte que estaba a punto de contarle la verdad cuando esa loca se ha tirado colina abajo.
—¿Cómo crees que reaccionará esa fiera española cuando se entere de quién eres realmente?
—No lo sé —respondió confundido—. Temo lo que pueda hacer.
—El juego se nos ha ido de las manos —señaló Robert—. Debemos asumir que hemos pasado de ser los cazadores a ser los cazadores cazados.
Ensimismados en su conversación no se percataron de que Bárbara, algo mareada por la visión de la sangre, era sacada por una de las enfermeras y por Greg.
—Estoy bien, de verdad —se disculpó Bárbara.
—Enseguida vuelvo —dijo el médico que caminó hacia Robert y Niall.
Bárbara se quedó a solas con la enfermera.
—¿Le traigo un vasito de agua? —preguntó la asistenta con la clara intención de ser amable.
—No… —sonrió— no hace falta.
—¿Ha venido sola?
—No. Estoy con ellos —dijo señalando a Robert y a Niall, que en ese momento hablaban con Greg.
—¿Quiere que avise a los McKenna?, así no estará sola mientras sale su hermana.
—¿McKenna? —preguntó extrañada Bárbara al escuchar aquel apellido.
—Sí, ellos. Los McKenna —volvió a repetir la enfermera sin entenderla.
—¿Ellos se apellidan McKenna?
—Señorita —sonrió la enfermera—. El hombre que trajo a su hermana es el conde Colum Niall McKenna, el pelirrojo es el señor Robert Patrick Mckenna, y nuestro médico es Greg Anthony Wells McKenna.
Bárbara, al escuchar aquello, se quedó sin palabras mientras sentía cómo la sangre le bullía revolucionada. Apenas sí podía respirar. Aquellos tres sinvergüenzas les habían mentido desde el principio y nadie les había advertido.
—Señorita —dijo la enfermera—. ¿Está bien?
—Sí —asintió, consciente de la gravedad de lo que acababa de conocer—. Ahora sí que le agradecería el vaso de agua.
—Espere aquí —sonrió la mujer—. Ahora mismo se lo traigo.
Sin quitarles los ojos de encima, vio cómo aquellos tres farsantes hablaban mientras compartían confidencias. ¿Qué hacer? Aquella noticia iba a ser un jarro de agua fría para su hermana ahora que comenzaba a abrirse y a confiar en las personas.
—Tome, bébala despacio. Estaré en recepción por si quiere algo.
—¿Estás mejor? —preguntó Greg entrando de nuevo en la consulta.
—Sí —asintió a punto de tirarle el vaso a la cabeza.
Al quedarse sola, notó cómo el abrigo de Victoria comenzaba a vibrar ¡El móvil! Con premura lo sacó, y cuando vio el nombre de «Charly» en la pantalla suspiró. Pero en un arranque de mala leche, decidió atender la llamada.
—Sí, dígame.
—¿Peluche? —preguntó Charly.
—No, chato —respondió Bárbara malhumorada—. Soy tu víbora preferida.
—Bárbara —siseó con amargura—. ¿Qué haces con el móvil de Victoria?
—¿Qué haces tú llamando al móvil de mi hermana, gilipollas?
—Oye. No tengo por qué hablar contigo. Pásame con ella.
—¡Ja! —se mofó al escucharle—. Lo llevas claro, relamido.
—¡Eres insoportablemente barriobajera!
—Mira quién habla ¡el tonto del culo de su barrio! —soltó enfadada—. Quieres hacer el favor de dejarla en paz. Ella no te necesita —y en un ataque de maldad dijo—. Además, Victoria ha conocido a alguien que le conviene mucho más que tú, por lo tanto ¡olvídate de ella, porque ella ya se ha olvidado de ti!
—No puede ser —gritó Charly enfurecido.
—Lo que has oído, soplagaitas. Ahora, si eres tan amable de dejar de llamar, todos te lo agradeceríamos.
—Dile que me llame —bufó enfadado— y dile que estoy en Ed…
Aguantándose un borderío típico de los suyos, cortó la comunicación. Odiaba a aquel hombre más de lo que él nunca podría imaginar. Con mano firme bebió el vaso de agua, y cuando lo dejó encima de una mesita, vio que Robert y Niall se acercaban.
—¿Qué ocurre? —preguntó Niall. Seguía nervioso—. ¿Victoria está bien?
—Dímelo tú, señor conde Colum Niall McKenna —respondió Bárbara dejándolos con la boca abierta—. O tú, señor Robert Patrick McKenna.
El mosqueo y la desconfianza que había en los ojos y en la cara de Bárbara era difícil de explicar. Niall y Robert, tras mirarse desconcertados, no supieron qué decir.
—Así que otra mentira —gritó Bárbara mirando a Robert—. ¿O quizás me vas a decir que no ha habido momento para decirme que este idiota es el conde, y que tanto tú cómo Greg sois los tres unos McKenna?
—Yo… —susurró Robert mesándose el pelo—. Mira, cielo, te juro que…
—¡No me jures! —siseó Bárbara encarándose— o te juro yo que te mato.
Al escuchar aquello Robert y Niall se miraron. La situación se pondría mucho peor cuando la otra fiera se enterara.
—Escucha, Bárbara. Todo es culpa mía —dijo Niall sentándose junto a ella—. Le hice prometer a Robert y a todo el mundo que no dirían nada hasta que yo en persona se lo contara a Victoria.
—¿Cómo crees que se sentirá cuando lo sepa? ¿Acaso crees que lo asumirá con facilidad? ¡Joder! —gritó levantándose—. Justo ahora que parecía que las cosas le podían ir bien le haces tú esta jugada. ¡Madre mía! —se desesperó—. Esto acabará con ella. No volverá a confiar en nadie, y todo gracias a ti y al gilipollas de Charly.
Robert y Niall, al oír ese nombre, se volvieron a mirar. ¿Debían decir que ese gilipollas había estado en la granja?
—Escucha —intervino Niall intentando apaciguarla—. Sé que no hice bien metiéndoos en un juego de este tipo, pero ahora ya no podemos hacer nada. Sólo te pido un favor. Déjame que sea yo quién se lo explique. ¡Por favor! Ella me importa mucho.
—¡Y un cuerno! —gritó Bárbara.
—Por favor, no grites. Si tu hermana te escucha se pondrá más nerviosa —indicó Robert tomándola por la cintura.
—¡Tú cállate! Y aleja tus manazas de mí si no quieres que te patee los huevos —siseó acercando su cara a la de él—. Mentiroso. ¿Cuándo ibas a dejar de mentirme?
Sin poder responder, Robert la miró. ¿Dónde estaba la mujer dulce que conocía? Aquélla que tenía delante era otra fiera española como la que estaba aún por salir.
—Aunque no lo creas, hablábamos de esto ahora mismo —indicó Niall.
—Sí, chato. ¡Oh perdón!, señor conde —se mofó Bárbara—. Y voy yo, y me lo creo.
—¡Te lo juro cielo! —se inquietó Robert—. Hablábamos de contaros la verdad, pero de pronto tú nos has descubierto y…
—Oh, Dios… dame paciencia, porque si no me la das te juro que hoy me convierto en una asesina en serie —bufó ella.
—Bárbara, por favor —insistió Niall—. Deja que…
—Mira, condesito —dijo señalándole con el dedo—. En cuanto mi hermana salga por esa puerta, y le vea la cara de susto y terror por lo que le acaban de hacer ¡se acabó! —indicó andando de un lado para otro—. No pienso consentir que otro idiota como su ex la engañe. Ni por supuesto que siga sufriendo el horror de seguir aquí con vosotros, cuando sé que desea regresar a España para descansar de este horroroso viaje. ¡Joder! —pateó el suelo—. Que le están dando puntos en la cara. ¡Nada menos que en la cara! Ay, Dios, no quiero ni pensar en cómo va a salir.
Bárbara, temblando de rabia, se alejó de Robert. No quería ni mirarlo ni hablar con él. La había vuelto a engañar.
En ese momento se abrió la puerta y Victoria, con un gran apósito en la frente, apareció junto a Greg.
—¿Todo bien? —preguntó Bárbara.
—Perfecto —respondió Greg dándole un papel a Victoria—. Los puntos en cinco o siete días vienes a que te los quite. ¿Vale? Recuerda que mañana tendrás el cuerpo como si te hubieran dado una paliza, por lo que nada de trabajos en el campo —dijo mirando a Niall.
—No te preocupes —respondió éste con seriedad—. Eso acabó.
—Por supuesto que acabó —ratificó Bárbara.
—Muy bien —se despidió Greg—. Tengo más pacientes. Qué tengáis un buen día, y ya sabes Victoria, para cualquier cosa, llámame.
—De acuerdo. Gracias.
Cuando los cuatro quedaron solos, Robert, martirizado por la actitud de Bárbara, se volvió a acercar a ella. Necesitaba que le escuchara, pero ésta le dio la espalda.
—¿Dime que estás bien, Vicky? —volvió a preguntar Bárbara abrazándola—. ¿Te duele?
—No. No me duele. Y sí estoy bien —sonrió besándola—. Y a ti ¿cómo se te ocurre entrar sabiendo que te mareas con la sangre?
—No lo sé. Fue instintivo —respondió muy seria.
—¿Qué te pasa? —preguntó Victoria mirándola—. A ti te pasa algo.
Sin poder aguantar un segundo más Robert la agarró de la mano y se la llevó al exterior de la clínica, dejando a Victoria sorprendida.
—¡Suéltame, bestia! —gritó Bárbara.
—No —siseó enfadado—. No voy a soltarte hasta que me escuches.
—No voy a escucharte —respondió poniéndose en jarras—. No quiero escucharte.
Victoria, apartada de ellos les observaba, mientras Niall la observaba a ella. ¿Cómo explicarle a la mujer que amaba que todo excepto su amor era falso? Aturdido por sus pensamientos no se dio cuenta de que Victoria lo miraba hasta que le habló.
—Niall, ¿estás más tranquilo?
—Buf… —suspiró con el corazón en un puño—. Ahora que te veo y sé que estás bien, sí, estoy más tranquilo, pero escucha Victoria yo…
—¿Sabes?, me encontraría un poco mejor —dijo acercándose a él— si me dieras un beso aquí —indicó señalándose los labios.
Sin poder resistirse a aquella petición Niall la besó. Apenas fue un roce, pero lo suficiente para que ambos volvieran a sentir la pasión.
—No vuelvas a hacer lo que has hecho hoy —la abrazó Niall aspirando su perfume, aquel aroma que tantas noches en vela le había provocado—. A partir de ahora tienes que prometerme que antes de hacer algo tan imprudente lo pensarás dos veces.
—Vale… vale… —sonrió dejándose abrazar.
Aquella sensación era nueva para ella. Charly odiaba las demostraciones de afecto, tanto en la intimidad como en público. Sentirse abrazada a plena luz del día con tanto cariño por aquel gigante, le gustó.
—Oye ¿qué les pasa a éstos? —señaló Victoria al ver a su hermana y Robert.
—Creo que están discutiendo —respondió Niall cada vez más confundido.
—¿No me digas? —se mofó mirándolo—. No me había dado cuenta.
Separándose de Niall, se encaminó hacia Robert y Bárbara quienes tan pronto discutían, como se besaban, como volvían a discutir.
—Vamos a ver chicos —murmuró Victoria plantándose ante ellos—. ¿Cuál es el problema?
Bárbara, malhumorada, se calló, llegado el momento no supo cómo contarle aquella mentira, y menos teniendo aquella expresión tan dulce de su cara.
—Sea lo que sea —sonrió Victoria—, seguro que se puede arreglar.
—No —respondió Bárbara—. No se puede arreglar. Te aseguro que no, Victoria.
—¡Joder! —masculló Robert al intuir lo que iba a hacer.
Al escuchar aquello Niall cerró los ojos. El dulce momento vivido con Victoria iba a desvanecerse en cuestión de segundos.
—Escucha, Victoria —indicó Niall interponiéndose—. Tengo que hablar contigo y es urgente.
—¡Y una chorra! —protestó Bárbara empujándole—. No quiero que hables con él.
—¡Madre mía! —gruñó Victoria cambiando su humor—. Me estáis asustando. ¿Qué narices pasa aquí?
En ese momento Greg salió por la puerta con su maletín en la mano, pero al ver a Niall y Robert se acercó a ellos.
—Acabo de recibir una llamada de Doug —les comunicó Greg con gesto apenado—. Tom…
—¡No! —susurró Niall que corrió hacia su moto y enloquecido se marchó.
—¿Qué pasa? —preguntó Victoria asustada—. ¿Qué ocurre?
—Robert, tenemos que ir a la granja —indicó Greg asiéndole por los hombros.
—Robert —murmuró Bárbara tocándole la cara—. Cariño ¿qué pasa?
A diferencia de Niall, Robert al escuchar las palabras de Greg se había quedado paralizado. Aquello sólo podía significar una cosa. Tom había muerto.
* * *
La tristeza inundó sus corazones. La muerte de Tom les cogió a todos tan desprevenidos que no era fácil asimilarlo.
Tras dejar a Lexie en casa de Joana, Bárbara, Robert y Victoria llegaron a la granja, donde los sollozos de Rous y el mutismo de una Ona abrazada a Niall, les destrozó el corazón.
Tom había muerto de un infarto fulminante mientras descansaba. Había pasado del sueño mortal al sueño eterno sin darse cuenta, y eso fue lo único que les reconfortó.
Las horas pasaban lentamente y el agotamiento comenzó a hacer mella en todos. Una de las veces que Victoria salió a fumar un cigarrillo al exterior, se encontró a Niall solo, ojeroso y pensativo. Sin dudarlo se sentó junto a él, pero no pudo hablar. La tristeza que vio en sus ojos le llegó al corazón de tal manera, que tiró el cigarrillo, lo abrazó y lo acunó como a un niño, mientras él lloraba y compartía con ella sus sentimientos.
La última noche de Tom en su casa la pasó acompañado por todos sus familiares y amigos. Victoria y Bárbara casi no conocían a nadie pero aquellas personas las trataron con tanto cariño y se preocuparon tanto por ellas que se sintieron de la familia.
Ona, a pesar de su tristeza y dolor, cuando fue consciente del vendaje en la cabeza de Victoria, rápidamente se preocupó por ella. Niall en varias ocasiones intentó que ambas descansaran pero era imposible. Tanto Ona como Victoria eran dos grandes cabezonas que sólo dieron su brazo a torcer cuando Bárbara sacó su genio español. Algo que Niall y Robert le agradecieron con una sonrisa que ella aceptó.
Acostadas las dos en la habitación de Niall, Victoria era incapaz de dormir. Le dolía horrores la cabeza, pero la pena por la pérdida de Tom no la dejaba descansar. Apenas podía moverse y quería que Ona durmiera. Le esperaba un día duro.
—Sabes, Victoria —comenzó a hablar Ona con voz suave—. El día que Tom y yo llegamos a esta casa fue en esta habitación donde pasamos nuestra primera noche juntos. Recuerdo el miedo que tenía a nuestra noche de bodas. Había oído hablar tanto a mi madre y a sus amigas de lo que ocurría, que estaba aterrada por lo que tenía que pasar. Pero Tom fue tan galante, tan cariñoso y tan comprensivo conmigo, que aquella primera noche no ocurrió nada entre nosotros. A la mañana siguiente, cuando se levantó para ir a dar de comer al ganado, me dejó una flor en la mesilla con una nota que ponía: «Si sonríes, soy feliz».
—Qué bonito, Ona —susurró Victoria mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Sí, cariño —asintió la anciana volviéndose hacía Victoria—. Mi familia por aquel entonces era una familia pudiente, a diferencia de la de Tom, quién siempre fue considerado un muchacho trabajador pero humilde. Alguien que no me convenía. Pero cuando todos se enteraron de nuestro amor, me dieron a elegir entre mi familia o mi corazón. Fue una época dura para los dos, pues yo estaba acostumbrada a ciertos lujos que casada no nos podríamos permitir. Pero Tom, una vez más, consiguió con su cariño y su amor que no echara en falta lo material y comenzara a disfrutar de cosas tan simples como una sonrisa, una caricia, un beso o una flor. Y ¿sabes Victoria?, nunca en todos los años que hemos estado casados me he arrepentido de mi decisión. Mil veces que volviera a vivir, mil veces me casaría con Tom —susurró resquebrajándosele la voz—. Por eso —prosiguió en un hilo de voz— quiero que aproveches tu vida. No existe nada más bonito en el mundo que sentirte parte de alguien y que alguien se sienta parte de ti.
—Ona —sollozó Victoria—, ¿por qué dices eso?
—Porque la vida es más corta de lo que parece tesoro mío, y lo único que perdura en el tiempo es la familia, los amigos y en especial el amor —murmuró la anciana tomándole las manos—. No tengas miedo a enamorarte. Ese alguien especial puede aparecer cuando menos te lo esperas y ser quien menos imaginas.
—Lo dices por Niall ¿verdad?
—Sí, cariño —asintió con una triste sonrisa—. Tom el primer día que te vio me dijo «está española es el alma gemela de Niall» —al decir aquello ambas sonrieron—. Así lo creía él y así lo creo yo. He visto cómo os buscáis con la mirada cuando creéis que nadie os ve. He comprobado cómo vuestros cuerpos se hablan y he sido testigo de cómo vuestros corazones latían al mismo ritmo aun estando a cientos de kilómetros de distancia.
—Qué cosas más bonitas dices, Ona —sonrió Victoria pasándole con dulzura la mano por la arrugada mejilla—. ¿Sabes? Al día siguiente de conocerme, Niall me dijo que me había besado con la mirada. En aquel momento no lo entendí, pero ahora… ahora sí.
—Victoria —sonrió la mujer al escucharla—. Eso me confirma que mi nieto es como su abuelo. Puede ser cabezón, testarudo e incluso a veces un poco gruñón, pero tiene un corazón noble y eso en los tiempos que corren, no es fácil de encontrar, cariño. Cuando te mira, te sonríe, incluso cuando discutís, lo hace con tal pasión que a veces siento que es una pena que no os deis una oportunidad.
—No es fácil. Nos separan demasiadas cosas —se sinceró Victoria.
—Sólo quiero que sepas que mi Niall, al igual que Robert, son unos buenos muchachos y que nunca os decepcionarán, a pesar de que en algún momento así lo creáis. Están hechos de la misma pasta de su abuelo, y esa pasta cariño, no es fácil de encontrar.
—Lo tendré en cuenta, Ona. Te lo prometo —asintió Victoria tragando un nudo de emociones, mientras abrazaba a aquella anciana, que lloraba emocionada por aquella peligrosa palabra llamada AMOR.