38

El camino de regreso al castillo de Elcho fue más lento que la ida. Kenneth y sus guerreros se despidieron de ellos varias horas después de partir y se encaminaron hacia sus tierras.

Las continuas paradas ocasionadas por Rose O’Callahan servían para desesperar a cualquiera, y si a eso le sumaban la molesta lluvia y el frío, más. Llegaron a Elcho entrada ya la noche.

Fiona, tomó las riendas de la organización nada más llegar y, tras apearse de su carro, se acercó al que las jóvenes utilizaban, junto a Edel y Agnes, para apresurarlas.

—Vamos, muchachas, entrad en el castillo y preparar las habitaciones de Rose.

Las criadas saltaron del carro pero, al ver que Cindy y las demás se quedaban rezagadas, las apremiaron.

—Venga, vamos. Necesitamos vuestra ayuda.

Montse se desperezó. Hacía horas que se había despedido de Kenneth Stuart y sus hombres y eso la hizo sonreír. Bajó de la carreta y miró alrededor. Todo el mundo parecía movilizado, ella decidió hacerlo también. Pero cuando vio a Declan ayudando a Rose a desmontar de su caballo, maldijo en silencio. Las miraditas que aquélla le dedicaba al hombre de sus sueños, no le gustaban. Ya durante el trayecto le había costado trabajo soportar que aquella tonta almibarada se pasara el camino dando órdenes a todo el mundo y sonriendo como una boba a Declan.

—Pero bueno… ¿Y quién es ésa? —preguntó Juana al percatarse de una joven pelirroja que reía con Alaisthar mientras dirigía a los hombres en la descarga de los baúles de Rose.

—Ésa es Miriel, una de las damas de compañía de lady Rose —cuchicheó Agnes al ver a su Percy reír como un tonto por algo que ella había dicho—. Recuerda, Paris, aléjate de ella o tendrás problemas.

—Tranquila, Agnes, que no habrá problemas —bufó Montse, enfadada al ver a Declan tan solícito con la petarda de Rose.

Pero Juana no se atuvo a razones y, molesta por cómo su Alaisthar prodigaba atenciones a aquella mujer, se bajó del carro y sin que nadie tuviera tiempo de sujetarla, se acercó a la pareja.

—Alaisthar —le llamó, atrayendo su atención—. Necesito hablar contigo. ¿Puedes venir un momento?

El pelirrojo asintió y, tras decirle algo a la joven que estaba con él y ésta sonreír en respuesta, se acercó.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—He oído que compartes momentos de intimidad con una tal Erin, aunque me acabo de enterar de que a quien sonríes como un bellaco es a Miriel. ¿Es cierto eso?

Perplejo por aquella pregunta, se quedó boquiabierto.

—¿A qué viene eso?

Juana, al percatarse de que dudaba antes de responder, clavó sus ojos oscuros en él y señaló a la pelirroja que les miraba con descaro.

—No voy a permitir que nadie juegue conmigo, ¿me has oído, Alaisthar? —Él asintió—. Si deseas tener algo con Miriel, lo que había entre tú y yo, que es nada, se ha acabado. ¿Me entiendes?

—¿Pero de qué hablas, Paris? —preguntó cogiéndola del brazo para llevarla a un lateral y no obstaculizar la descarga de los carros.

—Sabes muy bien a lo que me refiero —le acusó—. Y solamente te voy a decir una cosa, escocés, si tú pretendes continuar tonteando con otras delante de mí, no lo voy a consentir. Si ella te gusta, ¡adelante!, pero cuando se vaya de aquí, ni se te ocurra acercarte a mí; porque yo no soy mujer que comparte hombre. ¿Entendido?

El highlander, sorprendido por aquel cambio de humor tan repentino en su Paris, asintió hechizado. Desde que la conocía, el buen humor y la sonrisa no habían abandonado su rostro ni un segundo, pero al verla así ante él, sacando aquel genio tan característico de las españolas, sonrió. En especial por la lectura que podía sacar de aquel hecho.

—¿Te ríes? ¿Encima tienes la poca vergüenza de reírte en mi cara?

—No es para menos, Paris. No es para menos.

Consciente de cómo aquella guapa mujer de pelo rojo les observaba, y en especial del gesto guasón de Alaisthar, la canaria se dio la vuelta para marcharse. Él la retuvo sujetándola por el brazo, la hizo girar contra él y le plantó un posesivo beso en toda la boca, digno del mejor culebrón.

Mi niña… Ni Erin ni Miriel son nadie para mí teniéndote a ti —le susurró al oído—. ¿Te vale esta respuesta?

Juana, embobada por aquella manifestación sentimental delante de todos, asintió como una autómata y siguió su camino con una amplia sonrisa en los labios, de regreso hasta donde estaba Montse, aún enfadada, observando a Declan. La canaria la cogió del brazo y tiró de ella hacia el interior del castillo.

—Definitivamente, en cuando me quede a solas con él, el respeto se acabó —decidió.