30

Aquella noche Montse comprobó la desolación que rodeaba a la gente del entorno. La gran mayoría estaba desnutrida y sufría tremendas carencias. Con tristeza ayudó a los campesinos de Huntingtower y se sorprendió de lo agradecidos que eran. Al cabo de varias horas de trabajo, de madrugada salió de una de las humildes cabañas con un niño en brazos y se extrañó al ver que Declan se acercaba a caballo. Dio un beso al pequeño y lo dejó en el suelo para acercarse hasta él, que al reconocerla, desmontó.

—¿Todo bien por aquí?

—¿Bromeas? —siseó ella pasando por su lado.

—Cindy, ¿qué ocurre? —preguntó al ver a Juana y Julia salir de la cabaña.

—Pues ocurre que no entiendo cómo esta gente está así. ¿Pero tú has visto cómo viven? La madre de ese niño está enferma y no le puede cuidar. En la cabaña de al lado, los dos ancianos que la habitan apenas pueden moverse y llevaban días sin comer. En la siguiente han muerto dos niños y la madre está destrozada… Y si quieres puedo continuar.

Declan miró a su alrededor y comprendió. Desde que Roger, el padre de Rose había perdido la cabeza, su gente cada día estaba peor. Rose no sabía dirigir un clan, pero tampoco se dejaba aconsejar. Pero no queriendo hablar de ello, la retuvo tomándola del brazo.

—Por hoy ya has ayudado bastante. Volvamos al castillo. Necesitas descansar.

Desasiéndose de su mano, le miró iracunda.

—¿Piensas que me voy a ir y dejar a esta pobre gente? Ellos necesitan que alguien les ayude y les cuide. Algo que por cierto, debería estar haciendo esa caprichosa bien vestida que, con seguridad, ya estará roncando como un hipopótamo en su linda camita con dosel.

—Cindy… Rose es…

—Rose es una descerebrada, una necia y una inhumana. No la conozco, pero lo poco que he visto de ella me ha hecho comprender el tipo de mujer que es. Mientras ella goza de comodidades y de todo lo que el lujo pueda proporcionarle, esta pobre gente, ¡su gente!, está muriendo. Pero… ¡¿qué clase de mujer es ésa?!

—Lo sé Cindy, y eso es algo que hay que remediar, pero ahora vamos a…

—Me ha comentado Berta, la madre del niño que tenía en brazos, que hace una semana fue a pedirle algo de comer a tu querida Rose y ésta la echó con cajas destempladas. ¿Se puede consentir eso? Oh, no, por supuesto que no; pero si solamente tengo que recordar cómo trató a Norma para darme cuenta de que…

—Sobre Norma quería hablarte. Rose no quiere verla en el castillo y…

—¿Qué pija medieval no quiere ver a Norma en el castillo? —gritó Cindy.

—No, y ya me explicarás que es eso de pija medieval.

Julia tranquilizó a su amiga con un susurro.

—No te preocupes Cindy, yo no necesito dormir en el castillo de Rapunzel. Estoy segura de que con Edel y Agnes estaré de maravilla.

—Por supuesto —asintió Declan y miró de nuevo a la joven que le traía por la calle de la amargura—. No te preocupes, ella pernoctará con mi gente mientras estemos aquí.

—Ah, pues si ella no duerme en el castillo, yo tampoco —aclaró mirándole a los ojos.

Aquella mirada desbarató el corazón a Declan. Era una mirada triste, sin vida, nada que ver con la feliz y chispeante de siempre. Aquella tristeza en los ojos le hizo entender el sufrimiento que estaba viviendo mientras ayudaba a esas pobres gentes.

—Cindy —susurró—, no me lo hagas más difícil. Si estoy aquí es porque me preocupo por ti, y…

—Pues lo siento mucho, pero si mis amigas no pueden dormir en el castillo, yo tampoco lo haré.

Dispuesto a no gritar delante de los aldeanos que los miraban al pasar, Declan blasfemó en voz baja.

—Cindy, quiero que regreses conmigo al castillo.

—No. No pienso ir.

Sujetándola por el codo para que no se moviera, le habló al oído con la voz cargada de tensión.

—No me hagas enfadar. ¡Vamos!

Le taladró con la mirada, con la ira y la rabia instaladas en los ojos. Y bajito, para que solo él la escuchara, siseó:

—Yo no soy tu mujer ni tu propiedad. Y si pretendes tratarme como a tu ramera particular, porque desde hace un tiempo me acuesto contigo, ¡olvídalo!

Malhumorado, fue a responder pero ella se zafó con rapidez y se agachó para coger al pequeño que momentos antes tenía en brazos.

—Iros, laird Carmichael. Estoy segura de que lady Rose O’Callahan, estará encantada de saber que veláis sus dulces sueños —repitió alto y claro.

Enfadado, Declan apretó los dientes y se dio la vuelta maldiciendo. Luego se montó en su caballo y se marchó mientras Julia y Juana contemplaban la escena sin hacer comentarios.

—Vamos, precioso. Estoy segura de que alguno de nuestros guerreros tendrá algo para que puedas comer —zanjó Montse, cambiando el tono de su voz al dirigirse al niño que llevaba en los brazos.