12

Tras mucho hablar, discutir, llorar y reír, sin entender realmente qué había pasado, decidieron salir del pequeño escondite. Necesitaban estirarse. Primero salió Edel seguida de Montse y luego las otras dos.

—¿Y ahora qué hacemos? ¿Adónde puñetas vamos? —preguntó Juana.

Montse se encogió de hombros.

—No queríais aventura, ¡toma aventura! —musitó.

—Yo quiero regresar con mi Pepe —clamó Julia, consternada.

—Y yo tengo hambre, frío y quiero regresar al hotel.

Incapaz de seguir escuchando las quejas continuas de sus amigas, Montse cerró los ojos y suspiró.

—¡Vale! Lo siento. Siento que por mi culpa vosotras estéis metidas en esta movida imposible. Y os juro que el día que vuelva a ver a Erika, La Escocesa… por mucho cariño que le tenga, ¡me la cargo!

—Yo te ayudaré —apostilló la canaria.

—¿Acaso creéis que yo no estoy flipando? —chilló Montse, quitándose una especie de gusano que le subía por la falda—. Oh Dios… ¡qué asco! Esto… esto es… algo increíble y… y… ¡dadme tiempo para pensar! Yo estoy tan sorprendida y asustada como vosotras y no sé qué más decir o hacer, salvo acompañar a Edel vaya donde vaya. —Una vez dijo eso, un gemido lastimero escapó de su garganta.

En ese momento sus amigas la miraron. Montse nunca lloraba ni se lamentaba; era una mujer positiva y fuerte. Ambas intercambiaron una mirada de lo más significativa.

—Si tú lloras me asusto. No llores, por favor, y perdónanos —susurró Julia.

Con cariño, Juana consoló a su amiga.

—Nosotras te animamos a que pidieras los deseos, mi niña. Y venga, sécate esas lágrimas. Estoy convencida de que si ha ocurrido esto, es por algo. Miremos el lado positivo.

Montse la taladró con los ojos. Quiso preguntar ¿Cuál era el lado positivo?, pero un quejido de frustración fue lo único que pudo articular. No había nada positivo.

—Bueno, venga; podía haber sido peor. Además, si mal no recuerdo, en tu deseo pediste un chulazo para mí. ¡Para mí! —repitió la canaria haciéndolas sonreír—. Seamos positivas, ya tenemos una amiga: Edel.

La muchacha al escuchar su nombre se giró hacia ellas y, al ver que las tres sonreían, suspiró deseosa de partir.

—¿Puedo preguntaros algo? —Las chicas asintieron—. ¿Cuáles son vuestros nombres? Porque vosotras sabéis que el mío es Edel Givens, pero yo aún no sé ni cómo os tengo que llamar.

Las tres se miraron y Montse, secándose las lágrimas, esbozó una sonrisa que hizo entender a sus amigas que nada bueno vendría a continuación.

—Mi nombre es Cindy… ¡Cindy Crawford!

Se sorprendieron, pero la canaria, aprovechó la coyuntura.

—Yo soy Paris Hilton.

—Y yo… ¡Norma Duval! —sentenció Julia con convicción.

La joven, sin entender los cambios radicales de humor de aquellas tres mujeres, las observó y suspiró ante el largo viaje que le esperaba.

—Muy bien. Cindy, Paris y Norma, ¿podemos partir ya?