Si algo le gustaba y desestresaba a Montse era practicar karate, un deporte que Juana tuvo que dejar por culpa de una lesión. Era ponerse el kimono y ajustarse el tintaron negro a la cintura, y la seguridad y concentración se apoderaba de ella. Por eso siempre que su trabajo en EBC se lo permitía, se inscribía en las competiciones. Por suerte para ella, la mayoría de las veces salía victoriosa. Era una buena karateka y ella lo sabía. Gozaba del empuje necesario para ganar medallas y honrar a su profesor, compañeros y gimnasio.
Aquella tarde, la mujer rubia que le había tocado como adversaria en el tatami la estudiaba con atención. Con seguridad, se tantearon hasta que se lanzaron al ataque. La mujer del kimono azul estaba nerviosa. Demasiado nerviosa. Y ella, con tranquilidad, consiguió encajar un Yoko Geri Kekomi certero. Dos puntos. La rubia había oído hablar de ella, y pudo comprobar su seguridad y sangre fría cuando, sin esperárselo, recibió un Uchi Geri Fumikomi que la barrió y la hizo caer. Sin dejarla reaccionar, la inmovilizó en el suelo. Ganó aquel combate y los dos siguientes. Quedó segunda en el campeonato en la categoría sénior femenino.
Pero la alegría se le borró del rostro tras recibir su medalla, cuando vio entre el público a Jeffrey ¿Qué narices hacía él allí? Como era de esperar, iba tan guapo y conjuntado como siempre y aplaudía con orgullo.
Después de una merecida ducha con sus compañeras, que bromearon con las incidencias ocurridas en la competición, se puso unos vaqueros y una camiseta rosa de manga corta de Gurú. Salió de los vestuarios y buscó a sus amigas entre el público. Pero antes de que se pudiera mover, una mano la agarró.
—Nena ¡has estado colosal!
«Dios mío, dame paciencia o te juro que éste hoy se traga los dientes», pensó, intentando mantener su autocontrol.
Jeffrey continuaba atosigándola y su paciencia comenzaba a hacer aguas. Tras mirarle, deseó soltarle un buen Mawashi Hiti Ate con el codo seguido de un Mae Geri con la punta del pie. Pero conteniendo sus impulsos más animales, se limitó a responderle todo lo educadamente que pudo.
—Gracias Jeffrey. Y ahora, adiós Jeffrey.
Pero él la volvió a sujetar y ella, con cara de pocos amigos, le taladró con los ojos.
—Vamos a ver, pedazo de sordo, ¿en qué idioma he de decirte que me dejes en paz? ¿Que me estás atosigando y que al final voy a cometer una locura?
Él, se acercó a ella con una de sus encantadoras sonrisas.
—Mmmmm nena, me encanta cuando sacas tu carácter español —le cuchicheó al oído.
Mirándole incrédula mientras la gente les empujaba al pasar junto a ellos, cansada, agotada y terriblemente enfadada, soltó la bolsa de deporte para acercarse a él, que no se movió un centímetro.
—A ver… Te lo digo por última vez. Deja de perseguirme. Deja de acosarme o… —le siseó en la cara.
—Deja de decir tonterías, cielo. Quiero que vuelvas a casa. Te necesito —respondió él, sorprendiéndola.
Incapaz de razonar, con un rápido movimiento le cogió del codo y se lo dobló, haciéndole agachar en una actitud de lo más humillante sin importarle cómo les miraba la gente.
—Antes se congela el infierno, a que yo vuelva contigo, ¡so merluzo! —le silbó al oído.
Y dicho esto, le soltó una patada en el trasero que hizo que Jeffrey cayera de bruces contra el suelo. Él se levantó como un resorte, avergonzado. En ese momento aparecieron Julia y Juana que miraron a su amiga alucinadas.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —gruñó, enfadado.
Con una sonrisa de satisfacción en los labios, se acercó para intimidarle.
—Esto sólo ha sido un toque, Jeffrey. Te estoy diciendo que me dejes en paz, y te lo estoy diciendo muy relajada. Pero oye, mi paciencia se está acabando y a partir de ahora, cada vez que te sienta cerca, te aseguro que terminarás por los suelos. ¿Entendido? —le respondió muy segura de su superioridad en combate.
Jeffrey, limpiándose la americana aún con la mano, le miró con gesto de enfado y, sin decir nada más, se dio la vuelta y se marchó. Juana y Julia se acercaron hasta su amiga y, tras recoger la bolsa de deporte del suelo, se la llevaron a beber algo fresco. Lo necesitaba.
Media hora después, en un pub, mientras charlaban sobre lo ocurrido en la competición de karate y posteriormente con Jeffrey, Juana se acordó de algo.
—Cambiando de tema… ¡Me ha tocado un viaje! —gritó emocionada.
Aquello hizo reír a Julia mientras Montse se quedaba muy sorprendida.
—No me digas… ¿Adónde? —preguntó, asombrada.
—¡A Escocia! —respondieron la canaria y Julia, al unísono.
—¿Escocia? ¿Te ha tocado un viaje a Escocia? —rió Montse, al recordar la cantidad de veces que habían planeado ir allí de vacaciones.
—Ay, Montse, te juro que aún no me lo creo.
—¿Pero dónde te ha tocado? —preguntó ésta, aún riendo.
—En el polideportivo. Con la entrada te daban una papeleta. Y tras los combates, se ha procedido al sorteo. Cuando han dicho el número doscientos cuarenta y seis y he visto que era el mío, ¡casi me da un infarto!
—Lo corroboro —rió Julia—. Si no es porque he gritado yo, aún estaría esta pánfila mirando el número con cara de perdida.
Juana miró a sus amigas y gimió, con gesto grave.
—Lo que pasa, chicas, es que el viaje es sólo para dos personas y somos tres.
Montse y Julia sonrieron. Juana era generosa y buena.
—No te preocupes, cariño —dijo Julia—. Lleva a Montse contigo. Ella se merece salir y divertirse.
—¿Y tú qué? —preguntó Montse—. Tú también necesitas salir y despejarte. Estoy segura de que unos días lejos de tu Pepe, os vendrá bien a los dos.
—Yo también estoy segura —protestó Julia—. La verdad es que últimamente, aunque nos seguimos queriendo mucho, no hacemos más que discutir.
—¿Ves cómo te vendría bien a ti también? —confirmó Montse, consciente de que Pepe y su amiga eran tal para cual. Aquella pequeña separación les vendría de lujo.
—Sí, pesada —contraatacó Julia—. Pero tú necesitas espacio y no encontrarte al idiota de Jeffrey por todos los lados. No sé cómo hace para saber siempre en dónde estás. Es como si tuviera un radar localizador en cuanto a tu persona se refiere.
—Sí. Yo que tú comenzaría a pensar que te ha instalado un GPS —se burló Juana.
Montse asintió. La insistencia y el encontrarse continuamente con su ex, la estaba volviendo paranoica.
—Sí. La verdad es que dejar de verle, oírle o leerle durante unos días no estaría mal. Pero no. Me niego Julia. Tú también te mereces ir.
—Además está también tu sueño —le recordó Julia—. Ir a Escocia significaría visitar el lugar con el que sueñas desde niña ¡no lo olvides!
Montse sonrió al escuchar aquello. Era cierto. Podría visitar el castillo de Elcho y, por fin, conocerlo.
—A ver, chicas —susurró Juana tras beber de su vaso—. Estoy pensando que este viaje sería algo fantástico para las tres. Sería una manera de estar solas y juntas unos días, antes de que Julia vuelva definitivamente a España con su Pepe.
—¡Qué buena idea! Sería toda una aventura —aplaudió Montse.
—Oh, Dios, ¡sería colosal! —susurró Julia emocionada.
Regresar a España era un hecho. Y aunque le costó decidirse, ya no había vuelta atrás. La empresa de Pepe regresaba a Madrid y con ella, ellos dos.
—¿Qué os parece… —propuso Juana—, si vamos a la agencia de viajes que me han dicho los del sorteo y vemos qué se puede hacer?
Una hora después, las tres salían de la agencia con una sonrisa de oreja a oreja. Habían conseguido cambiar fechas y hoteles y, el viaje que en un principio era para dos, lo habían convertido en un pack para tres. Salían para Escocia al cabo de tres semanas.