APÉNDICE IX

Vampiros en Nueva Inglaterra

Stoker recortó y pegó en sus notas preparatorias para Drácula este fascinante artículo, aparecido en el New York World del 2 de febrero de 1896, probablemente durante la gira americana de 1896 del Lyceum. Para entonces, la redacción de su novela ya estaba bastante avanzada, pero sin duda debió satisfacerle comprobar que el tema elegido no sólo no resultaba remoto e ignoto para el hombre contemporáneo, sino que además había llamado la atención de la prensa americana.

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Vampiros en Nueva Inglaterra

Cadáveres desenterrados y corazones quemados para prevenir contagio — Extraña superstición de antaño — La vieja creencia era que monstruos fantasmales chupaban la sangre de sus familiares vivos.

Recientes investigaciones etnológicas han revelado algo extraordinario en Rhode Island. Parece ser que la antigua superstición del vampiro aún pervive en dicho estado, y en el transcurso del último par de años se han dado muchos casos de personas que han desenterrado los cadáveres de sus familiares fallecidos con el propósito de quemar sus corazones.

Cerca de Newport se han llevado a cabo decenas de estas exhumaciones, con el propósito de impedir que los muertos depredaran sobre los vivos. Según su creencia, es probable que una persona fallecida a causa de la tisis vaya a salir de la tumba durante la noche para chuparle la sangre a los miembros supervivientes de su familia, condenándoles de este modo a un destino semejante.

El descubrimiento de la pervivencia de una superstición que se remonta a los días de Sardanápalus y Nabucodonosor en la culta y educada Nueva Inglaterra ha sido realizado por el reputado etnólogo George R. Stotson. Según sus hallazgos, está muy extendida en una zona que incluiría las ciudades de Exeter, Foster, Kingstown, East Greenwich y muchas aldeas diseminadas. Esta región, en la que abundan las granjas abandonadas, es el territorio natural del vendedor de enciclopedias, del buhonero y del médico ambulante. El aislamiento social es tan absoluto como hace dos siglos.

En un lugar como éste, Cotton Mather[15] y toda esa multitud de médicos, clérigos y seglares convencidos de la existencia de ideas imposibles de siglos pasados, aún podrían montar su carnaval. No sólo los campesinos que viven apartados del mundo creen ciegamente en el vampirismo, sino también la gente más inteligente de las comunidades urbanas. Hace algunos años se dio el caso demostrado de un inteligente y prudente cabeza de familia que perdió a varios de sus hijos a causa de la tisis. Después de haberlos enterrado, los exhumó y quemó los cuerpos con el propósito de salvar las vidas de los hermanos y hermanas que les habían sobrevivido.

DOS CASOS TÍPICOS.

En un pequeño pueblo situado a unas quince millas de distancia de Newport, se han producido al menos media docena de exhumaciones relacionadas con esta causa en el transcurso de los últimos años. El caso más reciente aconteció hace dos años en una familia en la que tanto la madre como cuatro de sus hijos habían sucumbido a la tisis. El último de estos niños fue desenterrado y su corazón quemado.

Otro caso fue descubierto en una ciudad costera, no lejos de Newport, que cuenta con un hotel de temporada y varias casas de residentes ocasionales que llegan con el buen tiempo. Un hombre inteligente, de profesión albañil, le contó al señor Stotson que había perdido a dos hermanos por culpa de la tisis. Tras la muerte del segundo hermano, a su padre le habían advertido de que desenterrara el cuerpo y quemara el corazón. Se negó a hacerlo y a continuación él mismo fue atacado por la enfermedad. Finalmente, murió por padecerla. Su corazón fue quemado y, de este modo, el resto de la familia se libró.

Se dice que esta terrible superstición persiste en todos los distritos aislados de Southern Rhode Island, y pervive hasta cierto punto en los grandes centros de población. A veces no sólo el corazón, sino todo el cuerpo, es quemado y las cenizas diseminadas.

En algunas partes de Europa la creencia aún está arraigada en la mente popular. En el continente, de 1727 a 1735, se produjo una epidemia de vampirismo. Miles de personas murieron, según se suponía, porque les habían chupado la sangre unas criaturas que llegaban junto a sus lechos durante la noche, con ojos saltones y labios sedientos por el fluido vital de la víctima. En Serbia se tenía entendido que los demonios podían ser destruidos desenterrando el cuerpo y atravesándolo con un instrumento puntiagudo, tras lo cual era necesario decapitarlo y quemarlo. Un remedio era comer tierra de la tumba del vampiro. En el Levante, el cadáver era cortado en trozos y hervido en vino.

EL VAMPIRISMO, UNA PLAGA.

Una vez que la persona era escogida como víctima por el vampiro, no había esperanzas para ella. Lenta, pero irremediablemente, estaba destinada a consumirse y enfermar, recibiendo mientras tanto visitas nocturnas del monstruo. Ni siquiera la muerte suponía un alivio, pues —y ésta era la parte más horrible de la superstición— la víctima, una vez muerta y enterrada en su tumba, se convertía a su vez en vampiro y se aprestaba a depredar sobre los vivos. De este modo el vampirismo se propagaba indefinidamente.

Tengan en cuenta, si son tan amables, que en aquella época, cuando la ciencia apenas había nacido y el conocimiento aún no se había extendido entre las gentes para permitirles luchar contra la superstición, que la creencia en la realidad de este horrible fenómeno era absoluta. Su existencia estaba oficialmente reconocida, y se formaron comisiones militares con el propósito de abrir las tumbas de los sospechosos de ser vampiros y tomar las medidas que fueran necesarias para destruirles.

El vampirismo se convirtió en una plaga, más temida que cualquier forma de enfermedad. En todas partes la gente moría a causa de los ataques de los monstruos sedientos de sangre, convirtiéndose a su vez cada víctima en un rondador nocturno a la caza de presas humanas. El terror a este peligro misterioso y ultraterreno llenaba los corazones de todos.

La condición de muchos de los cuerpos desenterrados por las comisiones creadas con este propósito ofrecieron pruebas suficientes de la pervivencia del mal. En muchos casos, cadáveres que llevaban semanas e incluso meses enterrados fueron encontrados frescos y con apariencia de vida. En ocasiones encontraron incluso sangre fresca en sus labios. ¿Qué prueba podría ser más convincente teniendo en cuenta que, como era bien sabido, el cuerpo enterrado de un vampiro se preservaba con el alimento de sus banquetes nocturnos? La sangre en los labios era, por supuesto, la de la víctima de la noche anterior.

La fe en el vampirismo compartida por la mayoría del público era tan completa como la que se siente hoy en día ante un descubrimiento de la ciencia moderna. Era una epidemia real que amenazaba a la gente extendiéndose rápidamente y que sólo podía ser atajada adoptando las medidas más drásticas.

Los contenidos de todas las tumbas sospechosas fueron investigados, y muchos cuerpos hallados en una condición como la descrita fueron inmediatamente sometidos al «tratamiento». Esto implicaba clavar una estaca a través del pecho y extraer el corazón, que luego era o bien quemado o bien cortado en pequeños trozos. Sólo así podía un vampiro verse privado de poder para seguir haciendo el mal. En un caso, un hombre, tras ser desenterrado, se sentó en su ataúd con los labios manchados de sangre fresca. El oficial a cargo de la ceremonia puso un crucifijo frente a su rostro y diciendo: «¿Reconoces a tu salvador?», le cortó la cabeza al desgraciado. Presumiblemente esta persona habría sido enterrada viva en un estado cataléptico.

¿FUERON ENTERRADOS CON VIDA?

¿Cómo puede explicarse el fenómeno? Nadie puede decirlo con seguridad, pero podría ser que la tensión y el terror al que se veían sometidas las personas temerosas de la epidemia tuviera el efecto de predisponer a las más nerviosas a la catalepsia. En una palabra, la gente era enterrada viva en una condición en la que, al estar suspendidas las funciones vitales, permanecían como muertas durante un tiempo. Es un fenómeno común entre los catalépticos el sangrar por la boca justo antes de recobrar la conciencia. De acuerdo a la superstición popular, el vampiro dejaba su cuerpo en la tumba mientras se entregaba a sus ataques nocturnos.

La epidemia prevaleció por todo el sudeste de Europa, aunque sus efectos fueron peores en Hungría y Serbia. Se supone que tuvo origen en Grecia, donde se tenía la creencia de que los cristianos enterrados en aquel país no podían descomponerse en sus tumbas, ya que habían sido rechazados por la iglesia ortodoxa griega. La alegre noción era que salían de sus tumbas por la noche y proseguían sus ocupaciones como necrófagos. La superstición de los necrófagos es muy antigua e indudablemente de origen oriental. Generalmente, en cualquier caso, un necrófago es justo lo opuesto a un vampiro, ya que se trata de una persona viva que se alimenta de cadáveres, mientras que un vampiro es un muerto que se nutre con la sangre de los vivos. Si tuviera usted elección, ¿qué preferiría ser, un vampiro o un necrófago?

Una de las historias más populares de Las mil y una noches habla de una mujer que irritaba a su esposo rechazando la comida. Únicamente tomaba un par de granos de arroz en cada comida. El descubrió que tenía la costumbre de salir de su habitación sigilosamente por las noches y, al seguirla en una de tales ocasiones, la sorprendió desenterrando y devorando un cadáver.

Entre los numerosos cuentos folklóricos sobre vampiros hay uno relativo a un demonio llamado Dakanavar que moraba en una cueva en Armenia. No permitía que nadie penetrara en las montañas de Ulmish Altotem para contar sus valles. A todo aquel que lo intentó le había chupado la sangre durante la noche a través de la planta de los pies hasta matarlo.

Al fin, en cualquier caso, fue engañado por dos astutos muchachos. Comenzaron a contar los valles y, cuando cayó la noche, se echaron a dormir, teniendo la precaución de colocar los pies de cada uno bajo la cabeza del otro. Por la noche llegó el monstruo y palpó como de costumbre hasta encontrar una cabeza. Luego palpó por el otro extremo y allí encontró otra cabeza.

«¡Vaya!», gritó, «he recorrido los trescientos sesenta y seis valles de estas montañas y le he chupado la sangre a incontables personas, pero nunca hasta ahora había encontrado a una con dos cabezas y ningún pie». Tras decir esto, huyó y nunca más se le volvió a ver en el país, pero desde entonces la gente ha sabido que las montañas tienen trescientos sesenta y seis valles.

La creencia en los murciélagos vampiros es más moderna. Durante mucho tiempo fue ridiculizada por la ciencia como una ilusión, pero finalmente se ha demostrado que su existencia es un hecho. Fue el famoso naturalista Darwin quien dirimió la cuestión. Una noche estaba acampado con una expedición cerca de Coquimbo, en Chile, cuando un sirviente notó que uno de los caballos estaba alterado. El hombre se acercó al caballo y sorprendió en el acto a un murciélago chupando sangre de uno de los flancos del animal.

A pesar de que muchas clases de murciélagos han sido ignorantemente acusadas de chupar la sangre, sólo una especie es realmente vampira. Constituye un gen en sí misma, e igual que el hombre es la única especie del gen homo, el murciélago vampiro es la única especie del gen desmodus. Afortunadamente, no es demasiado grande, alcanzando una envergadura de únicamente 60 cm[16]. Esto no es mucho para un murciélago. Los llamados «zorros voladores» del viejo mundo, que vuelan en bandadas y asolan los huertos, son de tamaño mucho mayor, y hay un murciélago en Java, conocido como «kalong», que tiene una envergadura de un metro y medio de la punta de un ala a la otra. El cuerpo del auténtico murciélago vampiro sólo pesa un par de onzas.