APÉNDICE V

Entrevista con Bram Stoker

La siguiente entrevista, realizada por la periodista Jane Stoddard, apareció publicada en el semanario British Weekly del 1 de julio de 1897.

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El señor Bram Stoker

Una charla con el autor de Drácula

Una de las novelas recientes más interesantes y emocionantes es Drácula, del señor Bram Stoker. Trata sobre la antigua leyenda medieval del vampiro, y en ninguna obra inglesa de ficción había sido tratada esta leyenda con tanta brillantez. La acción transcurre a caballo entre Transilvania e Inglaterra. Las primeras cincuenta y cuatro páginas, que forman el diario de Jonathan Harker tras salir de Viena hasta que se decide a escapar del castillo de Drácula, no tienen rival, en su extraño poder, en la ficción reciente. El único libro en conocimiento de la que esto suscribe comparable en lo más mínimo con ellas es Las aguas de Hércules, de E. D. Gerard, que también trata sobre una zona agreste y poco conocida de Europa Oriental. Sin revelar la trama de la historia, podría decir que Jonathan Harker, cuyo diario es el primero en presentar al Conde vampiro, es un joven notario enviado por su empleador al castillo de Drácula para encargarse de los trámites de compra de una casa y terrenos en Inglaterra.

Desde el primer día de viaje, las señales y los prodigios le siguen. En el Golden Krone en Bistritz, la posadera le advierte de que no vaya al castillo de Drácula y, viendo que su propósito es inflexible, cuelga de su cuello un rosario con un crucifijo. Más adelante tendrá buenos motivos para agradecer este regalo. Los compañeros de viaje de Harker en la diligencia se muestran cada vez más y más preocupados por su seguridad a medida que se van acercando a los dominios del Conde. Amablemente, le obligan a aceptar regalos: rosa silvestre, ajo y fresno. Son protecciones contra el mal de ojo. El autor parece conocer hasta el último rincón de Transilvania y todas sus supersticiones. Poco después, en el paso de Borgo, un carruaje con cuatro caballos aparece detrás de la diligencia. «Los conducía un hombre alto, de barba larga y marrón, tocado con un enorme sombrero negro que parecía esconder su rostro. Sólo pude ver el fulgor de un par de ojos muy brillantes, que parecían rojos a la luz de los faroles, cuando se volvió hacia nosotros. […] Al hablar sonrió y la luz de los faroles alumbró una boca de aspecto severo, con labios muy rojos y dientes de aspecto afilado, blancos como el marfil. Uno de mis acompañantes le susurró a otro el verso del Lenorede Burger: «Denn die Todten reiten schnell» («pues los muertos viajan rápido»).

Éste es el famoso rey vampiro, el Conde Drácula, antaño un noble guerrero transilvano. Jonathan Harker es consciente desde el principio de que se encuentra en un entorno terrible y fantasmal. Incluso durante el trayecto nocturno hasta el castillo, los lobos que han rodeado el carruaje desaparecen cuando el terrible cochero eleva su mano. A su llegada, el huésped debe esperar a solas hasta que un anciano alto, del que sospecha desde un principio que debe tratarse del mismo cochero, le da la bienvenida a su casa. El Conde nunca come con su invitado. Durante el día permanece ausente, pero por la noche conversa hasta que el amanecer interrumpe la entrevista. No hay espejos a la vista en todo el antiguo edificio, y los temores del joven notario se ven confirmados cuando una mañana el Conde entra inesperadamente en su habitación y se coloca a sus espaldas, pero no arroja ningún reflejo en el pequeño espejo de afeitar que Harker ha traído desde Londres, y que cubre toda la habitación detrás de él. Las aventuras de Jonathan Harker serán leídas una y otra vez; la parte más impactante del libro después de ésta es la descripción del viaje de la Demeter de Varna a Whitby. Un terror sobrenatural acecha a la tripulación desde el momento en que cruzan los Dardanelos y, a medida que va transcurriendo el tiempo, los hombres van desapareciendo uno tras otro. Se susurra que por la noche un hombre alto, delgado y espectralmente pálido, ha sido visto recorriendo el barco. El primer oficial, un rumano que probablemente conoce la leyenda del vampiro, registra durante el día cierto número de viejas cajas y, en una de ellas, encuentra al Conde Drácula dormido. Su propio suicidio y la muerte del capitán se suceden y, cuando el barco llega a Whitby, el vampiro escapa bajo la forma de un enorme perro. Lo más extraño es que, aunque en algunos aspectos se trata de un libro macabro, deja en la mente del lector una impresión completamente saludable. Los sucesos que ocurren están tan alejados de la experiencia ordinaria que no angustian la imaginación de modo desagradable. Ciertamente ningún otro escritor contemporáneo podría haber producido un libro tan maravilloso.

El lunes por la mañana tuve el placer de mantener una breve conversación con el señor Bram Stoker, quien, como la mayoría de la gente sabe, es el manager de Sir Henry Irving en el Teatro Lyceum. Me contó, en respuesta a una pregunta, que había tenido en mente la trama de la historia durante mucho tiempo, y que había pasado unos tres años escribiéndola. Siempre había estado interesado en la leyenda del vampiro.

—Se trata, sin duda —afirmó—, de un tema realmente fascinante, ya que toca tanto el misterio como la realidad. En la Edad Media el terror a los vampiros despobló pueblos enteros.

—¿Existe algún fundamento histórico para la leyenda?

—La base podría estar, supongo, en algún caso como el siguiente: una persona puede haber caído en un trance similar a la muerte y ser enterrado antes de tiempo. Más tarde, el cuerpo podría ser desenterrado y el hombre encontrado vivo. A partir de este suceso, el horror se apodera de la gente y, en su ignorancia, imaginan que se trata de un vampiro al acecho. Los más histéricos podrían caer a su vez en trances similares provocados por el exceso de miedo; así se extendió la historia de que un vampiro podía convertir a muchos otros en sus esclavos y convertirlos en lo mismo que él. Incluso en un único pueblo podía llegar a creerse que había muchas criaturas semejantes. Una vez el pánico se apoderaba de la población, su único pensamiento era huir.

—¿En qué partes de Europa ha prevalecido más esta creencia?

—En ciertas partes de Styria ha pervivido más tiempo y con más intensidad, pero la leyenda es común a muchos países: China, Islandia, Alemania, Sajonia, Turquía, el Quersoneso, Rusia, Polonia, Italia, Francia e Inglaterra, además de todas las comunidades tártaras.

—Para poder entender la leyenda supongo que será necesario consultar a muchas autoridades.

El señor Stoker me contó que el conocimiento de las supersticiones relacionadas con los vampiros demostrado en Drácula nacía de muchas lecturas misceláneas.

—Ningún libro que yo conozca le ofrecerá todos los hechos. Yo he aprendido mucho de los Ensayos sobre supersticiones rumanas[11] de E. Gerard, que aparecieron por primera vez en el siglo XIX y posteriormente fueron editados en un par de volúmenes. También aprendí algo de Los hombres-lobo del señor Baring-Gould[12]. El señor Gould ha prometido un libro sobre vampiros, pero no sé si ha hecho algún progreso con él.

Los lectores de Drácula recordarán que su más famoso personaje es el doctor Van Helsing, el médico holandés que, con extraordinaria habilidad, devoción y trabajo, finalmente logra superar en ingenio al vampiro y destruirle. El señor Stoker me contó que Van Helsing está basado en un personaje real. En un editorial reciente, publicado en un periódico provincial, se sugiere que del libro se pueden extraer elevadas lecciones morales. Le pregunté al señor Stoker si lo había escrito con un propósito determinado, pero a este respecto no quiso dar ninguna respuesta definida.

—Supongo que cada libro de este tipo debe de contener alguna lección —afirmó—, pero prefiero que sean los lectores quienes la encuentren por sí mismos.

Respondiendo a más preguntas, el señor Stoker me contó que nació en Dublín y que trabajó durante trece años como funcionario. Se graduó en el Trinity College de Dublín. Su cuñado es el señor Frankfort Moore, uno de los escritores jóvenes más populares del momento. Comenzó su carrera literaria muy pronto. Lo primero que publicó fue un libro sobre Las tareas de los funcionarios de tribunales de primera instancia. A continuación escribió una serie de cuentos para niños, El País del Ocaso[13], editado por Sampson Low. A éste le siguió el libro por el que hasta ahora había sido más conocido: The Snakes Pass. Además, los señores Constable le han publicado en su biblioteca «Acmé» un fascinante librito titulado The Watter’s Mou. Y ésta, junto con The Shoulder ofShasta, completa la lista de novelas del señor Stoker. Lleva en Londres unos diecinueve años y cree que Londres es el mejor lugar posible para un hombre de letras.

—Un escritor encontrará aquí una oportunidad si tiene un mínimo de capacidad; el reconocimiento sólo es cuestión de tiempo.

El señor Stoker habla de la generosidad mostrada entre sí por los autores en un tono que demuestra que al menos él no se siente inclinado a pelear con los críticos.

El señor Stoker no considera necesario publicar a través de un agente literario. Siempre le ha parecido, afirma, que un autor con una capacidad normal y corriente para los negocios puede apañárselas solo mejor que con ningún agente.

—Algunos autores están ganando en estos momentos diez mil al año con sus novelas. No parece ni remotamente justo que deban pagar un diez o un cinco por ciento de esta enorme suma a un intermediario. Con una docena de cartas al año podrían arreglar todos sus asuntos literarios por su cuenta.

Aunque el señor Stoker no lo dijo así, me siento inclinada a pensar que el agente literario es, para él, un vampiro del siglo XIX.

Ninguna entrevista esta semana estaría completa sin una referencia al Jubileo[14], de modo que le pregunté al señor Stoker, londinense durante casi veinte años seguidos, qué le habían parecido las celebraciones.

—Todo el mundo —dijo— se ha sentido orgulloso de que un día tan importante transcurriera con tanto éxito. Hemos podido disfrutar de una magnífica visión global del Imperio y el desfile de la semana pasada dio buena muestra, como ninguna otra cosa podría haberla dado, de la inmensa variedad de los dominios de la Reina.