APÉNDICE IV

Recepción crítica

A pesar de que en las últimas décadas Drácula ha inspirado una inabarcable cantidad de estudios y ensayos que han diseccionado la novela desde todos los puntos de vista posibles, filtrándola a través de tamices tan variados como el psicoanálisis freudiano, el feminismo radical, el homoerotismo romántico o el materialismo histórico marxista, lo cierto es que en el momento de su publicación no pasó de ser considerada como, en el mejor de los casos, una excelente novela de terror y misterio de acentuada moralidad; en el peor, como el esfuerzo torpe y sensacionalista de un autor de mal gusto. Prescindiendo por completo incluso de los más evidentes subtextos psicosexuales y sociopolíticos, los críticos Victorianos optaron por centrarse únicamente en los elementos chocantes y aventureros de Drácula, incidiendo en la rica imaginación de Stoker y en su capacidad para, «a pesar de todo», enganchar al lector. Arthur Conan Doyle, amigo personal del autor, la definió como «la mejor historia de diableric que he leído en muchos años. Resulta realmente asombroso que, a pesar de tratarse de un libro tan largo, capaz de suscitar tanto interés y emoción, nunca haya un anticlímax». Por su parte, la madre de Stoker, Charlotte, demostró poseer cierta clarividencia al afirmar en una carta personal dirigida a su hijo: «Es espléndida, está mil millas por delante de todo lo que habías escrito antes, y tengo la impresión de que situará tu nombre a la altura de los de los mejores escritores contemporáneos. Tanto la historia y el estilo son realmente sensacionales, apasionantes e interesantes. Ningún otro libro desde el Frankenstein de la señora Shelley o, en realidad, ningún otro, se asemeja al tuyo en originalidad o terror. Poe ni se acerca. A pesar de lo mucho que he leído, nunca me había encontrado con un libro semejante. Es tan terriblemente emocionante que debería labrarte una enorme reputación y hacerte ganar mucho dinero». Por desgracia, aunque se siguió vendiendo regularmente hasta el día de su muerte, Drácula no convirtió a Bram Stoker en un hombre rico. Pero, como buen vampiro, le brindó la inmortalidad de la que carecen la gran mayoría de sus coetáneos. Las siguientes reseñas proceden de diversas fuentes, si bien la mayoría han sido posteriormente recopiladas por Elizabeth Miller en su volumen Bram Stokers Dracula: A Documentary Volume (Gale, Dictionary of Literary Biography, vol. 304), y por David J. Skal y Nina Auerbach en su edición anotada de Dracula publicada por W. W. Norton & Company.

* * *

¿Realmente han dejado las viejas creencias de influir en la imaginación? Podría ser así, pero nuestros novelistas están experimentando un claro resurgir de la fe en el encanto de lo sobrenatural. Aquí, como ejemplo más reciente, tenemos al señor Bram Stoker abordando la vieja leyenda continental del hombre-lobo o vampiro, con sus extrañas y excitantes connotaciones de sangre chupada y carne humana devorada, y entretejiéndolo todo con los hilos de una historia larga, con tal seriedad, franqueza y sencilla buena fe que debería conseguir en buen grado que los lectores de ficción rindieran sus imaginaciones en manos del novelista.

The Daily News, 27 de mayo 1897

Se cuenta que para escribir sus hoy casi olvidados romances, la señora Radcliffe se encerraba en completa reclusión y se alimentaba exclusivamente de carne cruda de buey, para poder otorgarle a su trabajo la atmósfera deseada de funestidad, tragedia y terror. Si uno no tuviera la certeza de lo contrario, bien podría suponer que el señor Bram Stoker hubiera adoptado un método y un régimen similares para escribir su nueva novela, Drácula. Buscando equivalentes a este relato extraño, poderoso y lleno de horrores, nuestra memoria regresa a novelas como Los misterios de Udolfo, Frankenstein, Cumbres borrascosas, La caída de la casa (Ushery Marjery de Quether. Pero Drácula es incluso más espantosa, en su siniestra fascinación, que cualquiera de ellas.

Comenzamos a leerla por la tarde temprano, y acompañamos a Jonathan Harker en su misión a los Cárpatos sin ninguna conjetura definida sobre lo que nos esperaba en el castillo de Drácula. Cuando llegamos al trayecto nocturno a través de las montañas y fuimos perseguidos por lobos, que el cochero, con un poder aparentemente milagroso, repelió mediante un simple gesto, comenzamos a intuir un misterio, pero no nos inquietamos. El primer escalofrío de horror llegó con el descubrimiento de que el conductor y el Conde Drácula no eran sino la misma persona, que el Conde era el único habitante del castillo, y que las ratas, los murciélagos, los fantasmas y los lobos aulladores eran sus familiares.

A las diez en punto, la historia había conquistado de tal modo nuestra atención que no pudimos parar ni para encender la pipa. A medianoche, la narración había comenzado a desestabilizar nuestros nervios; un horror escalofriante se había apoderado de nosotros y, cuando al final, ya de madrugada, subimos a la cama, fue anticipando una pesadilla. Nerviosamente agudizamos el oído por si acaso las alas de algún murciélago estuvieran golpeando contra la ventana; incluso nos palpamos la garganta sintiendo el temor de que un auténtico vampiro hubiera dejado allí las dos espantosas incisiones que en el libro del señor Stoker revelan las infernales intervenciones de Drácula.

El recuerdo de este extraño y espectral relato nos acechará sin duda durante algún tiempo. Sería injusto para el autor revelar la trama. Por lo tanto, nos limitaremos a afirmar que los inquietantes capítulos están escritos y engarzados con considerable arte y astucia, y también con inconfundible poder literario. También debemos brindar tributo a la rica imaginación de la que el señor Stoker da aquí sobrada muestra. Las personas de valor escaso y naturaleza impresionable deberían limitar la lectura de estas páginas llenas de horrores estrictamente a las horas entre el amanecer y el ocaso.

The Daily MaiL, 1 de junio 1897

El señor Bram Stoker debería haber incluido en su libro una advertencia en la que indicara: «Sólo para hombres de pelo en pecho», o algo por el estilo. En caso de dejarlo descuidadamente a la vista, podría caer en manos de esa tía soltera que cree devotamente en la existencia del hombre del saco, o en las de la nueva doncella con insospechadas tendencias histéricas. Drácula sería, en ese caso, un arma homicida. Se trata de una lectura para el hombre de conciencia y estómago fuertes, capaz de apagar el gas e ir a acostarse sin mirar por encima del hombro una docena de veces mientras sube las escaleras, y sin sentir el deseo de tener a mano un crucifijo y algo de ajo para impedir que los vampiros puedan llegar hasta él. Y es que hay que decir que la historia trata sobre un Rey Vampiro, y que es horrible y escalofriante en grado sumo. También es excelente y uno de los mejores relatos sobrenaturales que he tenido la suerte de leer.

PallMalí Gazzette, 1 de junio 1897

El romance está muriendo… o eso afirma al menos cierto literato que parece pensar que las formas perennes de pensamiento humano son tan transitorias como la moda. El público se está cansando de romances y una vez más exige obras de problemática social que contengan un análisis más profundo de personajes, circunstancias que se vieron temporalmente oscurecidas debido a las extravagancias de la Nueva Mujer. Es curioso que, en circunstancias como éstas, una de las producciones recientes más curiosas y llamativas deba ser precisamente una puesta al día de una superstición medieval, la vieja leyenda del «hombre-lobo», interpretada y modernizada por el señor Bram Stoker en el libro que ha titulado Drácula. Y es que hay dos cosas destacables en la novela: la primera es una confiada dependencia de la superstición para amueblar el terreno de una historia moderna; y la segunda, más significativa aún, es la osada adaptación de la leyenda a esferas tan ordinarias de la existencia moderna como el puerto de Whitby y Hampstead Heath.

Daily Telegraph, 3 de junio 1897

El hombre ya no teme a lo monstruoso y lo antinatural, y a pesar de que el señor Stoker ha abordado su horrendo tema con entusiasmo, el efecto es más a menudo grotesco que terrible. […] La trama es demasiado complicada para reproducirla aquí, pero dice no poco a favor de la habilidad del autor el que, a pesar de sus absurdos, el lector pueda seguir la historia con interés hasta el final. Es, en cualquier caso, un error artístico llenar con horrores todas las páginas de un volumen. Un toque de misterio, de terror o de lo sobrenatural, resulta infinitamente más efectivo y creíble.

Manchester Guardian, 15 de junio 1897

Actualmente están apareciendo gran número de historias y novelas dotadas de un aire más o menos genuino de creencia en lo sobrenatural. El resurgir de esta fe desaparecida en la visión fantástica y mágica de las cosas, sustituyendo a un punto de vista puramente material, es un rasgo de última hora, una reacción —artificial, quizá, más que natural— frente a las últimas tendencias del pensamiento. El señor Stoker nos provee de tantas mercancías extrañas que Drácula se lee como un esfuerzo voluntario por «llegar más allá» que otros en el mismo campo. Hasta qué punto cree el autor en los fenómenos descritos, no es asunto de este reseñador. Tampoco puede sino intentar calibrar hasta qué punto la creencia general en brujas, magos y vampiros —suponiendo que exista en una medida general y apreciable— puede verse estimulada por esta historia. La idea del vampiro es realmente antigua y en la naturaleza hay, qué duda cabe, poderes misteriosos que podrían explicar una vaga creencia en semejantes seres. El modo en el que el señor Stoker presenta este tema, y más aún el tema en sí mismo, es demasiado directo e inflexible. Carece del matiz esencial de terrible lejanía y al mismo tiempo sutil afinidad que separa a la vez que enlaza nuestra humanidad con los seres ignotos y las posibilidades que rondan en los confines del mundo conocido. Drácula es enormemente sensacional, pero sufre carencias en el arte constructivo a la vez que en el sentido literario. Se lee a veces como una simple sucesión de hechos grotescamente increíbles, si bien hay momentos mejores que demuestran más habilidad, aunque ni siquiera éstos llegan a producir el mismo temor que tales temas evocarían de la mano de un maestro. Hay en esta novela una cantidad inmensa de energía, cierto grado de imaginación y muchos detalles ingeniosos y macabros. En ocasiones, el señor Stoker casi consigue crear una sensación de realidad en lo imposible; en otras, sencillamente se limita a servirse de un muestrario de rudimentarias descripciones de actos increíbles. La primera parte funciona mejor, pues promete desentrañar las raíces del misterio y el miedo que yace en lo más profundo de la naturaleza humana; pero la falta de habilidad y de imaginación se hace cada vez más evidente. El grupo de personas que se alían para acabar con el vampiro carecen de personalidades definidas. El científico alemán es particularmente pobre y se entrega, como buen alemán, a demasiado sentimentalismo forzado. Aun así, el señor Stoker ha reunido un buen número de «detalles horribles», y en el caso de que su objetivo fuera espantar, lo ha cumplido con creces. Algunas escenas y toques aislados son probablemente lo suficientemente imposibles como para complacer a aquellos para los que han sido escritos.

Athenaeum, 26 de junio 1897

El señor Stoker posee una afortunada habilidad para conseguir que sus imaginativas imposibilidades no sólo parezcan posibles, sino también convincentes. Con objeto de asegurarse este fin ha seguido el método de Wilkie Collins, elaborando su relato en forma de diarios y cartas, y añadiendo pruebas a las pruebas mediante facturas, telegramas y documentos legales. […] Hacia la conclusión de la historia, cuando la acción se acelera y crece en intensidad, la narración resulta notablemente excitante. En resumen, Drácula es, con diferencia, el mejor libro que el señor Stoker ha escrito hasta ahora, y da buena muestra de su imaginación y de su poder descriptivo.

St. James’ Gazette, 1897

Con Drácula, el señor Bram Stoker nos da la impresión —podríamos estar siendo injustos con él— de haberse dispuesto deliberadamente a eclipsar todos los esfuerzos realizados con anterioridad en el campo del horror, a ir «un paso más allá» que Wilkie Collins (cuyo método narrativo ha seguido de cerca), Sheridan Le Fanu y demás maestros de la escuela de la piel de gallina. […] Su fuerza reside en la invención de incidentes, ya que el elemento sentimental es decididamente insulso. El señor Stoker ha demostrado una habilidad considerable en el uso de todas las tradiciones conocidas de la vampirología, pero creemos que su historia habría sido más efectiva si la hubiera ambientado en un periodo más temprano. La puesta al día del libro —los diarios grabados en fonógrafo, máquinas de escribir y demás— difícilmente encajan con los métodos medievales que en última instancia aseguran la victoria para los enemigos del Conde Drácula.

Spectator, 31 de julio 1897

Aquellos deseosos de un auténtico festín de horrores no necesitan seguir buscando más allá de esta obra, pues en ella el señor Stoker ha tenido el gusto de tejer un romance en torno a los vampiros y sus costumbres. No sólo el tema es macabro, sino que las indudables habilidades descriptivas del autor convierten varias experiencias espantosas en alarmantemente realistas, y engendran una fascinación que le obliga a uno a seguir leyendo hasta el final. […] A pesar de los méritos del libro, nos resulta imposible felicitar al señor Stoker por su tema, que no parece sino indigno de sus capacidades literarias.

Observer, 1 de agosto 1897

Desde que nos dejó Wilkie Collins no habíamos tenido ningún relato de misterio con una estructura tan liberal y tan bien entretejido. Pero los parecidos con las historias del autor de La dama de blanco acaban en la enrevesada trama y en los métodos narrativos, pues la audacia y el horror de Drácula son únicamente del señor Stoker. Un resumen del libro espantaría y disgustaría; pero debemos reconocer que, aunque ocasionalmente hayamos pasado rápidamente por encima de algunos hechos con repulsión, leímos casi toda la novela con arrebatado interés. Es, en cierto modo, un triunfo para el autor que ni la improbabilidad de la trama ni el innecesario número de horrendos incidentes protagonizados por el hombre-vampiro sean lo que prime mucho tiempo en la mente del lector, sino que el interés sobre el peligro y las complicaciones de la persecución del villano, de la habilidad y el valor humanos enfrentados al mal inhumano y a la fuerza sobrehumana, sea lo que se alce por encima de todo. No cabe duda de que deben mantener ustedes Drácula lejos de los niños nerviosos; pero un lector crecido, a menos que sea de talante delicado, temblará a la vez que disfrutará de la pág. 35, cuando Harker vea al Conde «emerger por la ventana y empezar a descender reptando por el muro del castillo, cabeza abajo sobre aquel terrible abismo, con su capa ondulando a su alrededor como unas enormes alas».

Bookman, agosto 1897

Una de las novelas más poderosas del momento y una que se desmarca por la originalidad de su trama y su tratamiento es Drácula, de Bram Stoker. El autor es bien conocido en el mundo dramático gracias a su prolongada relación con Sir Henry Irving en calidad de manager. Hace varios años escribió una extraña historia sobre la vida irlandesa, pero éste es su primer romance largo. Es el oscuro estudio de un vampiro humano, el Conde Drácula, que se sirve de hermosas mujeres como agentes y provoca la muerte de mucha gente inocente. Theophile Gautier trató el mismo tema, pero su vampiro, que era un sacerdote durante el día y un lobo salvaje por la noche, no era ni la mitad de terrible que este maligno Conde y las tres hermosas diablesas que obedecen sus deseos. No hay en la ficción contemporánea una escena más poderosa que la de la muerte de la vampira en la tumba de Lucy, o la de la terrible extinción del maligno poder del Conde. La historia está contada de un modo tan realista que uno llega a aceptar como hechos reales incluso las más desaforadas escapadas de la imaginación. Es un soberbio tour de force que se graba en la memoria.

San Francisco Chronicle, 17 de diciembre 1899[10]