MEMORÁNDUM DEL DOCTOR VAN HELSING

5 de noviembre, tarde. —Al menos estoy cuerdo. Gracias, Dios mío, por esa merced, aunque la prueba ha sido espantosa. Dejé a madam Mina durmiendo dentro del círculo Sagrado y me dirigí al castillo. El martillo de herrero que traje desde Veresti en el carruaje me fue útil; pues, aunque todas las puertas estaban abiertas, desencajé sus oxidadas bisagras para evitar que se cerraran, bien por mala suerte o bien por mala intención, y una vez dentro no pudiera salir. La amarga experiencia de Jonathan me sirvió de guía. Gracias a lo que recordaba de su diario encontré el camino hasta la vieja capilla, pues sabía que mi tarea me esperaba allí. El ambiente era opresivo; parecía como si hubiera algún vapor sulfuroso, que por momentos llegó a marearme[294]. No estaba seguro de si me zumbaban los oídos, o si había oído el aullido de los lobos a lo lejos. Entonces pensé en mi querida madam Mina, y me vi en un terrible dilema. Estaba entre la espada y la pared. Como no me había atrevido a traerla al interior de este lugar, la había dejado a salvo del Vampiro en el interior de aquel círculo Sagrado; ¡y sin embargo allí estaría el lobo! Decidí que mi trabajo estaba aquí, y que en cuanto a los lobos debíamos resignarnos, si ésa fuera la Voluntad de Dios. Después de todo, sólo se trataba de la muerte y, más allá, la libertad. De modo que decidí por ella. En mi caso la elección habría sido fácil; ¡mejor descansar en las fauces del lobo que en la tumba del Vampiro! Así que decido continuar con mi trabajo.

Sé que tengo que encontrar al menos tres tumbas… tres tumbas habitadas; así que busco y busco y por fin encuentro una de ellas. Estaba durmiendo el sueño del Vampiro tan llena de vida y voluptuosa belleza que me estremezco al pensar que he venido a cometer un asesinato. ¡Ah! No me cabe duda de que antaño, cuando sucedían cosas semejantes, más de un hombre dispuesto a acometer una tarea como la mía descubrió que en el momento de la verdad le fallaba la voluntad, y luego el valor. De modo que se demora, y se demora, y se demora… hasta que la mera belleza y la fascinación de la lasciva no-muerta le hipnotizan; y él se queda admirándola hasta que llega el ocaso y el sueño del Vampiro termina. Entonces los hermosos ojos de la bella mujer se abren y miran con amor, y la boca voluptuosa se abre para ofrecer un beso… y el hombre es débil. Y una nueva víctima se suma a la grey del Vampiro, ¡un nuevo miembro para engrosar las siniestras y horripilantes huestes del no-muerto!…

Sin duda debe de existir cierta fascinación, cuando incluso yo me veo conmovido ante la mera presencia de semejante ser; a pesar de que yace en una tumba desgastada por el tiempo y recubierta por el polvo de siglos; a pesar de la persistencia de ese inmundo hedor que tienen las guaridas del Conde. Sí, me conmoví. Yo, Van Helsing, con toda mi resolución y mis motivos para odiar, me conmoví hasta tal punto que un anhelo por demorar mi tarea pareció paralizar mis facultades y entorpecerme el alma. Tal vez la falta de sueño natural y la extraña opresión del aire empezaran a afectarme. Pero lo cierto es que me estaba sumiendo en el sueño —el sueño despierto de uno que se rinde ante una dulce fascinación—, cuando a través del aire despejado por la nieve me llegó un prolongado y apagado lamento, tan lleno de pena y aflicción que me despertó como un toque de clarín. Pues era la voz de mi querida madam Mina.

Entonces me dispuse de nuevo a llevar a cabo mi horrenda tarea, y fui levantando tapas de tumbas con una palanca hasta encontrar a otra de las hermanas, también morena. No me atrevo a detenerme a mirarla como a su hermana, pues no quiero quedarme de nuevo embelesado, de modo que sigo registrando hasta que, al cabo de un rato, encuentro en el interior de un magnífico sepulcro, aparentemente levantado para alguien muy querido, a la hermana rubia que, al igual que Jonathan, había visto materializarse a partir de los átomos de la niebla. Era tan bella, tan radiantemente hermosa, tan exquisitamente voluptuosa, que el mismo instinto masculino que hay en mí, y que ha llevado a algunos de los de mi sexo a amar y a proteger a una del suyo[295], provocó que mi cabeza diera vueltas con una nueva emoción. Pero, gracias a Dios, el lamento de mi querida madam Mina aún no se había apagado en mis oídos, por lo que, antes de que su hechizo se apoderara de mí por completo, ya había reunido el coraje suficiente para llevar a cabo mi brutal tarea. Había registrado todas las tumbas que había podido encontrar en la capilla; y como la noche anterior sólo habían acudido a nosotros estas tres espectrales no-muertas, asumí que no habría más no-muertos en activo. Había un gran sepulcro más señorial que los demás; era enorme, y de majestuosas proporciones. En él no había escrita sino una única palabra:

DRÁCULA

Éste era, pues, el hogar no-muerto del Rey Vampiro, al que tantos otros se debían. El hecho de que estuviera vacío me aseguraba con elocuencia lo que yo ya sabía. Antes de acometer la terrible tarea de devolverles a aquellas mujeres su condición de auténticas muertas, deposité en el interior de la tumba de Drácula un fragmento de la Hostia, desterrándole de este modo de ella, no-muerto, para siempre.

Entonces emprendí la tarea que tanto temía. Si se hubiera tratado sólo de una, habría sido relativamente sencillo. ¡Pero tres…! ¡Tener que volver a empezar otras dos veces después de haber completado aquel acto de horror! Pues si terrible fue en el caso de la dulce señorita Lucy, ¿cómo no sería en el de estas extrañas que llevaban siglos sobreviviendo, que se habían fortalecido con el paso de los años, que lucharían, si podían, por preservar sus abominables vidas…?

Oh, amigo mío, fue un trabajo de carnicero[296]. De no haber reunido coraje conjurando recuerdos de otra muerta, y de la viva sobre la que pendía semejante espanto, no habría sido capaz de completarlo. No paré de temblar hasta que todo terminó, aunque alabado sea Dios, mi valor no me abandonó. De no haber visto el reposo y la felicidad que cubrió el primer rostro justo antes de que se produjera la disolución final, como demostración de que el alma había sido recuperada, no habría podido continuar con mi carnicería. No habría podido volver a soportar el horrendo chirrido de la estaca al penetrar hasta el fondo; el desplomarse del cuerpo contorsionado y los labios cubiertos de espuma sanguinolenta. Habría huido aterrorizado dejando mi trabajo sin concluir. ¡Pero he terminado! Y ahora puedo compadecerme de esas pobres almas, y llorar al recordarlas, durmiendo plácidamente en su sueño de muerte plena, durante un instante antes de desvanecerse. Pues, amigo John, apenas había terminado de cortar la cabeza de cada una con mi cuchillo cuando todo el cuerpo comenzó a desmoronarse y a deshacerse en polvo primigenio, como si la muerte hubiera ocurrido hace siglos y por fin se hubiera hecho valer, gritando súbitamente: «¡Aquí estoy!»

Antes de salir del castillo arreglé todas sus entradas de modo que el Conde nunca pueda volver a entrar en él como no-muerto.

Cuando entré en el círculo en el que dormía madam Mina, ésta se despertó y, al verme, se echó a llorar diciendo que yo había soportado demasiado.

—¡Venga! —dijo—. ¡Alejémonos de este horrible lugar! Vayamos al encuentro de mi esposo que, lo sé, está viniendo hacia nosotros.

Estaba muy delgada y pálida y débil; pero sus ojos eran puros y brillaban con fervor. Me alegró ver su palidez y su enfermedad, pues en mi mente aún estaba fresco el horror del rubicundo sueño del Vampiro.

Y así, con esperanza y confianza, y sin embargo llenos de espanto nos dirigimos hacia el este para encontrarnos con nuestros amigos… y también con él, pues madam Mina me dice que sabe que todos vienen a nuestro encuentro.