31 de octubre. —Hemos llegado a Veresti a mediodía. El profesor me cuenta que esta mañana al amanecer fue prácticamente incapaz de hipnotizarme y que todo lo que llegué a decir fue: «Oscuro y silencioso». Ahora ha salido a comprar un carruaje y caballos. Dice que más adelante intentará comprar más caballos, de modo que podamos intercambiarlos en la ruta. Nos espera un viaje de algo más de setenta millas. El país es encantador, y realmente interesante; ¡cómo habría disfrutado conociéndolo en otras circunstancias! ¡Qué placer tan grande me habría producido recorrerlo a solas con Jonathan! Deteniéndonos a hablar con la gente, para saber algo de sus vidas, y almacenar en nuestras mentes y nuestras memorias todo el color y las características de este bello y agreste país, y de sus pintorescas gentes. Pero, ¡ay…!
Más tarde. —El doctor Van Helsing ha regresado. Ya tenemos el carruaje y los caballos; vamos a cenar algo y partiremos dentro de una hora. La posadera nos está preparando una enorme cesta de provisiones como para un regimiento. El profesor la anima a ello y me susurra que podría pasar una semana antes de que estuviéramos en condiciones de volver a conseguir buena comida. Él también ha estado de compras y ha enviado al hotel un magnífico surtido de abrigos de piel y mantas y todo tipo de prendas de abrigo. No habrá peligro de que pasemos frío.
* * *
Estamos a punto de partir. Me asusta pensar en lo que podría sucedemos. Verdaderamente estamos en manos de Dios. Sólo Él sabe lo que va a ocurrir y a El le ruego, con todas las fuerzas de mi apenada y humilde alma, que proteja a mi querido esposo. Que, suceda lo que suceda, Jonathan sepa que le quise y honré más de lo que soy capaz de expresar y que mi último y más sincero pensamiento siempre será para él.