30 de octubre, tarde. —Estaban tan cansados, agotados y bajos de ánimo que no había nada que hacer mientras no hubieran descansado un poco; de modo que les pedí a todos que se echaran media hora mientras yo mecanografiaba todo lo sucedido hasta el momento. Me siento muy agradecida al hombre que inventó la máquina de escribir portátil, y también al señor Morris por haberme conseguido una[286]. Me sentiría muy perdida haciendo el trabajo si tuviera que escribir con una pluma…
Ya he terminado; pobre y querido, querido Jonathan, lo que debe de haber sufrido. ¡Lo que debe de estar sufriendo ahora! Está tumbado en el sofá, apenas parece respirar y todo su cuerpo está como colapsado. Tiene el ceño fruncido; y el rostro demacrado por el dolor. Pobre hombre, quizá está pensando, puedo ver su cara llenarse de arrugas con la concentración de sus pensamientos. ¡Oh! Si pudiera ser de alguna ayuda… Haré lo que pueda…
Se lo he pedido al doctor Van Helsing, y él ha accedido a entregarme los papeles que aún no he visto… Mientras están descansando, los repasaré cuidadosamente, y quizá llegue a alguna conclusión. Intentaré seguir el ejemplo del profesor, y analizar sin prejuicios los hechos frente a mí.
Creo que, guiada por la Divina Providencia, he hecho un descubrimiento. Voy a buscar los mapas para examinarlos…
Estoy más convencida que nunca de que tengo razón. Mi tesis está lista, de modo que voy a reunir al grupo para leérsela. Ellos podrán juzgarla; es bueno obrar con precisión, y cada minuto cuenta.