DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

5 de octubre. —Hoy nos hemos levantado temprano, y creo que el sueño nos ha sentado muy bien a todos y cada uno de nosotros. Cuando nos hemos reunido para desayunar, reinaba más alegría de la que cualquiera de nosotros hubiera esperado volver a experimentar.

La resistencia de la naturaleza humana es realmente extraordinaria. Tan pronto como desaparece, sea como sea —incluso mediante la muerte—, el obstáculo que nos atasca —sin importar cuál pueda ser éste—, volvemos a recuperar los principios primarios de la esperanza y el placer. En más de una ocasión, mientras estábamos sentados alrededor de la mesa del desayuno, he abierto asombrado los ojos, preguntándome si estos últimos días no habrían sido un sueño. Sólo al ver la mancha roja en la frente de la señora Harker he vuelto a la realidad. Incluso en este preciso instante, reflexionando seriamente sobre el asunto, me resulta casi imposible aceptar que la causa de todos nuestros problemas aún siga existiendo. Incluso la señora Harker parece perder de vista su problema durante largos periodos de tiempo; sólo de vez en cuando, cuando algo se lo recuerda, vuelve a pensar en su terrible cicatriz. Dentro de media hora vamos a reunimos aquí, en mi estudio, para decidir un curso de acción. Sólo intuyo una dificultad inmediata, más por instinto que por motivos racionales: va a ser necesario que todos hablemos con franqueza y, sin embargo, temo que, por alguna misteriosa razón, la pobre señora Harker tenga la lengua atada. que ella es capaz de formar sus propias conclusiones, y a partir de todo lo sucedido hasta ahora sé lo brillantes y certeras que pueden llegar a ser; pero en este caso no las expresará —o no podrá hacerlo— en voz alta. Se lo he comentado a Van Helsing, y creo que deberíamos discutirlo a solas. Imagino que parte del horrendo veneno inoculado en sus venas debe de haber comenzado a cumplir su función. No me cabe duda de que el Conde tenía algún propósito cuando le administró a la señora Harker lo que Van Helsing llama «el bautismo de sangre del Vampiro». Bien podría ser un veneno que se destila a partir de las cosas buenas, ¡en una época en la que la existencia de las eptomainas[267] es un misterio, nada debería extrañarnos! De una cosa sí estoy seguro: si mi instinto respecto a los silencios de la señora Harker fuese cierto, entonces el trabajo que nos espera tiene una terrible dificultad añadida —un peligro desconocido—. El mismo poder que la obliga a guardar silencio podría obligarla a hablar. No me atrevo a seguir dándole vueltas, ¡pues en ese caso mis pensamientos deshonrarían a una noble mujer!

Van Helsing va a venir a mi estudio un poco antes que los demás. Intentaré sacarle el tema.

Más tarde. —Cuando el profesor vino a mi estudio, hablamos sobre el estado de las cosas. Pude ver que por la cabeza le rondaba algo que quería decirme, pero parecía dudar sobre si abordar el tema. Al cabo de un rato de dar rodeos, me dijo repentinamente:

—Amigo John, hay algo de lo que tú y yo debemos hablar a solas, por lo menos en un primer momento. Más tarde, quizá sea necesario confiárselo también a los demás.

Hizo una pausa, y yo esperé a que estuviera preparado para continuar:

—Madam Mina, nuestra pobre y querida madam Mina… está cambiando.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al descubrir mis peores temores respaldados de aquella manera. Van Helsing continuó:

—Después de la triste experiencia de la señorita Lucy, esta vez tenemos que estar preparados antes de que las cosas lleguen demasiado lejos. En realidad, nuestra tarea es ahora más difícil que nunca, y este nuevo contratiempo hace que cada hora sea de la máxima importancia. Puedo ver los rasgos del vampiro apareciendo gradualmente en su rostro. Por ahora los cambios son muy superficiales, pero están ahí para verlos, si sabemos mirar sin prejuicios. Tiene los dientes un poco más afilados, y la expresión de sus ojos es en ocasiones más dura. Pero eso no es todo. Ahora guarda silencio a menudo; tal y como le ocurrió a la señorita Lucy, que no habló ni siquiera cuando escribió todo lo que deseaba que se supiera más tarde. Ahora mi temor es el siguiente: si resulta que la señora Harker puede, mediante el trance hipnótico, decirnos todo lo que ve y oye el Conde, ¿no será más cierto acaso que él que la hipnotizó antes, y que bebió de su sangre y le obligó a ella a beber de la suya, podría, si así lo deseara, obligar a su mente a revelarle todo aquello que esté en su conocimiento?

Yo asentí en aquiescencia; él añadió:

—Entonces eso es precisamente lo que debemos prevenir; debemos mantenerla en la ignorancia de nuestros propósitos, de modo que no pueda contar lo que no sabe. ¡Será una tarea dolorosa! ¡Ay! Tan dolorosa que me rompe el corazón sólo pensar en ella; pero así debe ser. Ahora, cuando nos reunamos, le diré que, por un motivo que no podemos explicarle, no deberá volver a estar presente en nuestras deliberaciones, sino que simplemente tendrá que permanecer a nuestro lado para que podamos protegerla[268].

Se limpió la frente, que había empezado a transpirar profusamente ante la idea del dolor que le infligiría a aquella pobre alma tan torturada. Supe que le consolaría en parte si le dijera que también yo había llegado a aquella misma conclusión; pues al menos suprimiría el dolor de la duda. Se lo dije, y conseguí el efecto que deseaba.

La hora de nuestra reunión está cada vez más cerca. Van Helsing se ha marchado para preparar el encuentro y su doloroso papel en el mismo. En realidad, creo que su propósito es poder rezar a solas.

Más tarde. —Nada más comenzar la reunión, tanto Van Helsing como yo experimentamos un gran alivio. La señora Harker envió un mensaje a través de su marido comunicándonos que por el momento no se nos uniría, ya que pensaba que sería mejor que fuéramos libres de discutir nuestros movimientos sin que su presencia nos resultara embarazosa. El profesor y yo intercambiamos una rápida mirada, y en cierto modo ambos parecimos aliviados. Por mi parte, pensé que si la propia señora Harker era consciente del peligro, nos habíamos ahorrado muchas penas a la vez que mucho peligro. Dadas las circunstancias, el profesor y yo nos mostramos de acuerdo —mediante una mirada interrogante, y un dedo índice sobre el labio a modo de respuesta— en mantener nuestras sospechas en secreto, por lo menos hasta que pudiéramos hablar de nuevo a solas. Inmediatamente abordamos nuestro plan de campaña. Antes, Van Helsing recapituló todos los hechos para nosotros:

—El Zarina Catalina salió del Támesis ayer por la mañana. Aun en el caso de que navegara a la máxima velocidad que ha conseguido nunca, le llevaría al menos tres semanas llegar a Varna; nosotros, sin embargo, viajando por tierra, podemos estar allí en tres días. Ahora bien, si le restamos otros dos días de viaje al barco, teniendo en cuenta la influencia que, como bien sabemos, puede ejercer el Conde sobre los fenómenos meteorológicos; y si le sumamos al nuestro un día y una noche, en previsión de cualquier retraso que pudiéramos sufrir, vemos que aun así tenemos un margen de casi dos semanas. De modo que, para no arriesgarnos, como muy tarde deberíamos salir de Londres el día 17. Así, llegaríamos en cualquier caso a Varna un día antes que el barco, con tiempo suficiente para hacer cuantos preparativos fuesen necesarios. Por supuesto, tendremos que ir todos armados… armados tanto contra los males espirituales como los físicos.

—Tengo entendido —intervino Quincey Morris— que en el país del Conde abundan los lobos, y existe la posibilidad de que llegue allí antes que nosotros. Por lo tanto, propongo que añadamos unos cuantos Winchester[269] a nuestro arsenal. Ante cualquier problema de esa índole, siempre tengo fe en el Winchester. ¿Te acuerdas, Art, cuando nos persiguió aquella manada en Tobolsk[270]? ¡Qué no habríamos dado entonces por un rifle de repetición cada uno!

—¡Muy bien! —dijo Van Helsing—. Llevaremos Winchester. Una vez más, Quincey demuestra que tiene la cabeza en su sitio, sobre todo en lo que se refiere a la caza, a pesar de que mi metáfora sea una deshonra mayor para la ciencia que los lobos un peligro para el hombre. Mientras tanto, aquí ya no podemos hacer nada más; y como creo que ninguno de nosotros está familiarizado con Varna, ¿por qué no adelantar nuestra partida? Después de todo, la espera se nos hará igual de larga aquí que allí. Entre hoy y mañana podríamos tenerlo todo preparado. Luego, si todo va bien, nosotros cuatro emprenderemos el viaje.

—¿Nosotros cuatro? —preguntó Harker, pasando la mirada de uno a otro.

—¡Por supuesto! —respondió el profesor rápidamente—. ¡Usted debe quedarse aquí cuidando de su encantadora esposa!

Harker permaneció un rato en silencio, y luego dijo con voz cavernosa:

—Hablaremos de eso mañana por la mañana. Antes quiero consultarlo con Mina.

Pensé que éste era el momento indicado para que Van Helsing le avisara de que no debía revelarle nuestros planes a ella, pero el profesor no hizo ningún caso. Le dirigí una mirada apremiante e incluso tosí. Pero él se llevó un dedo a los labios a modo de respuesta y se dio la vuelta.