DIARIO DE MINA HARKER

5 de octubre[258], 5 p.m. —Reunión informativa. Presentes: profesor Van Helsing, Lord Godalming, doctor Seward, señor Quincey Morris, Jonathan Harker, Mina Harker.

El doctor Van Helsing dio cuenta de las gestiones realizadas durante el día para descubrir a bordo de qué barco y con qué destino había emprendido la fuga el Conde Drácula:

—Como sabía que quería regresar a Transilvania, estaba convencido de que debería ascender por la desembocadura del Danubio; o desembarcar en algún puerto del Mar Negro, puesto que ésa es la ruta que siguió al venir. Frente a nosotros se extendía un terrible vacío. Omne ignotumpro magnifico[259]. Así, con los corazones apesadumbrados, salimos de aquí con la intención de averiguar qué barcos partieron anoche con destino al Mar Negro. Drácula viaja en un barco de vela, ya que madam Mina nos dijo que estaban izando velamen. Este detalle no tiene tanta importancia como para aparecer en la lista de embarcaciones de The Times, de modo que, siguiendo una sugerencia de milord Godalming, hemos ido a Lloyd’s[260], donde tienen un registro de todos los barcos que zarpan, sin importar lo pequeños que sean. Allí descubrimos que sólo un barco con destino en el Mar Negro zarpa con la marea. Se trata del Zarina Catalina, que zarpó del muelle de Doolittle con destino a Varna[261] y varios puertos del Danubio. «¡Ajá!», me digo, «¡éste es el barco en el que viaja el Conde!» De modo que nos dirigimos al muelle de Doolitrle, y allí nos encontramos con un hombre metido en una oficina de madera tan pequeña que el hombre parece más grande que la oficina. Le preguntamos por la partida del Zarina Catalina. Él maldice mucho. Tiene la cara roja y habla a gritos, pero igualmente parece un buen tipo; y cuando Quincey le da de su bolsillo algo que cruje cuando lo enrolla para guardarlo en una diminuta bolsa que esconde entre sus ropas, se vuelve mejor tipo aún y se pone humildemente a nuestro servicio. Nos acompaña por el muelle y pregunta a muchos hombres rudos y acalorados; también resultan ser buenos tipos una vez dejan de estar sedientos. Hablan mucho de sangre y de flores y de otras cosas que no comprendo, aunque imagino lo que significan[262]; pero en cualquier caso nos cuentan todo lo que queremos saber.

»Según ellos, ayer por la tarde[263], a eso de las cinco, llega un hombre que parece tener mucha prisa. Un hombre alto, delgado y pálido, con la nariz alta, los dientes muy blancos, y unos ojos que parecen echar chispas, vestido completamente de negro, excepto por un sombrero de paja que no pega ni con su persona ni con el tiempo. El hombre reparte su dinero haciendo rápidas preguntas sobre qué barco zarpa hacia el Mar Negro y con qué destino. Alguien le lleva hasta la oficina y luego hasta el barco. Pero él no sube a bordo, sino que se queda en el muelle frente a la pasarela, y le dice al capitán que baje a hablar con él. Cuando oye lo que le va a pagar, el capitán accede a bajar y, aunque al principio jura mucho, se muestra de acuerdo con las condiciones. Entonces el hombre delgado se marcha, no sin antes preguntar dónde puede alquilar un carro y un caballo. Al cabo de un rato regresa conduciendo él mismo un carro en el que trae una gran caja, que descarga personal mente, aunque luego hagan falta varios hombres para colocarla en la grúa del barco. Le da muchas indicaciones al capitán sobre cómo y dónde debe situar su caja; pero al capitán esto no le gusta y jura en muchas lenguas, y le dice que si quiere puede subir a bordo y ver dónde va a colocarla. Pero él dice que no; que no sube, pues tiene muchas cosas que hacer. A lo que el capitán le responde que mejor hará dándose sangrienta prisa, pues su barco zarpará sangrientamente antes de que cambie la sangrienta marea[264]. En ese momento el hombre delgado sonríe y dice que, por supuesto, deberá zarpar cuando lo considere adecuado; pero que le sorprendería que fuese tan pronto. El capitán vuelve a jurar en políglota, y entonces el hombre delgado le hace una reverencia y le da las gracias, y le dice que volverá a abusar de su amabilidad subiendo a bordo poco antes de zarpar. Finalmente, el capitán, más rojo que nunca, y en más lenguas que nunca, le dice que no quiere ningún floreado y sangriento francés en su sangriento barco. Y así, tras preguntar dónde hay una tienda cercana en la que comprar los formularios de embarque, se marchó.

»Nadie sabía adonde había ido, «ni les importaba una flor», tal y como lo expresaron ellos, pues tenían otras sangrientas cosas en las que pensar; ya que pronto fue evidente para todos que el Zarina Catalina no iba a zarpar a la hora esperada. Una fina neblina surge del río, y crece y crece, hasta convertirse rápidamente en un puré de guisantes que envuelve la nave y todo lo que la rodea. El capitán se pone a jurar en políglota; muy políglota; políglota con flores y sangre; pero no puede hacer nada. El agua sigue subiendo y el capitán empieza a pensar que va a perder la marea por completo. Cuando, justo con la pleamar, el hombre delgado sube por la pasarela y solicita ver dónde ha sido almacenada su caja, el capitán no está de un humor particularmente cordial y le responde que ojalá él y su vieja, floreada y sangrienta caja estuvieran en el infierno. Pero el hombre delgado no se ofendió y bajó a la bodega con el oficial a ver dónde había sido colocada, y volvió a subir y se quedó un rato en cubierta, entre la niebla. Suponen que debe haber vuelto a bajar por su cuenta, pues nadie volvió a verle. De hecho, ni siquiera volvieron a pensar en él; pues muy pronto la niebla empezó a dispersarse y todo volvió a estar despejado. Mis sedientos amigos de lenguaje florido y sangriento estallaron en carcajadas al contar cómo los juramentos del capitán habían superado incluso su habitual poliglotía y estuvieron más llenos que nunca de pintorescos matices, cuando, tras preguntar a otros marinos que habían estado navegando el río a esa misma hora, averiguó que únicamente un par habían visto niebla, salvo alrededor del muelle Doolittle. En cualquier caso, el barco zarpó con la marea alta; y esa misma mañana debió de alcanzar la desembocadura del río. Cuando a nosotros nos contaron todo esto, ya debía de encontrarse en mar abierto.

»Por eso, querida madam Mina, podemos permitirnos descansar durante algún tiempo, pues nuestro enemigo está ahora en alta mar, con la niebla a su mando, navegando rumbo a la desembocadura del Danubio. Navegar un barco siempre requiere su tiempo, por muy rápido que sea; en cambio, nosotros, cuando emprendamos nuestro viaje, lo haremos por tierra, que es mucho más rápido, y así podremos llegar antes que él y esperarle allí. Lo ideal para nosotros sería llegar hasta él mientras aún está en la caja, entre el amanecer y la puesta del sol; pues entonces no podrá resistirse, y podremos ocuparnos de él tal y como debe hacerse. Tenemos días para preparar nuestro plan. Sabemos adonde se dirige, pues hemos visitado al propietario del barco, que nos ha enseñado las facturas y los documentos. La caja que buscamos debe ser descargada en Varna y entregada a un agente, un tal Ristics, que presentará allí sus credenciales; así, nuestro amigo mercante habrá hecho su parte. Cuando nos pregunta si sucede algo malo, ya que, de ser así, puede telegrafiar y ordenar una investigación en Varna, le decimos «no»; pues lo que debe ser hecho no es labor para la policía ni para los aduaneros. Sólo nosotros debemos hacerlo, y a nuestro modo.

Cuando el doctor Van Helsing terminó de hablar, le pregunté si estaba seguro de que el Conde había permanecido a bordo del barco. Él respondió:

—Tenemos la mejor prueba de eso: su testimonio de esta mañana, durante el trance hipnótico.

Una vez más volví a preguntarle si era realmente necesario que persiguieran al Conde, pues… ¡ay!, me daba pavor que Jonathan me dejara, y estaba convencida de que querría acompañar a los demás si éstos se marchaban. En un primer momento, el profesor me respondió con serenidad. Sin embargo, a medida que continuó hablando, su energía y su contundencia fueron aumentando por momentos, hasta que al final no pudimos evitar apreciar, al menos en parte, aquella autoridad personal que durante tanto tiempo había hecho de él un maestro entre los hombres:

—Sí, es necesario. Es necesario. ¡Es necesario! En primer lugar por su propio bien, y luego por el bien de la humanidad. Este monstruo ya ha causado demasiado daño, en el reducido ámbito al que se ha visto confinado y en el corto periodo de tiempo en el que todavía era sólo como un cuerpo ignorante tanteando sus limitaciones en la oscuridad. Todo esto ya se lo he contado a los demás, y usted, querida madam Mina, también podrá saberlo cuando oiga en el fonógrafo el diario de mi amigo John, o la grabación que yo le dejé a su marido. Como ya les conté a ellos, la medida de abandonar su propia tierra yerma —yerma de gente—, para venir a un país nuevo en el que la vida humana abunda como la mies del prójimo[265], ha sido una tarea de siglos. Si otro no-muerto como él intentara lo que él ha conseguido, quizá no le bastarían todos los siglos que en el mundo han sido o serán. En su caso, todas las fuerzas ocultas, subterráneas y poderosas de la naturaleza deben de haber firmado una prodigiosa alianza[266]. La misma tierra en la que ha vivido no-muerto durante todos estos siglos, está repleta de anomalías en los ámbitos geológico y químico. Existen profundas cavernas y fisuras que nadie sabe hasta dónde alcanzan. Hay volcanes; entre ellos algunos cuyos cráteres todavía expulsan aguas de extrañas propiedades y gases que tanto pueden matar como vivificar. Sin lugar a dudas hay algo magnético o eléctrico en algunas de estas combinaciones de fuerzas ocultas que favorecen la vida física de un modo extraño. Y no olvidemos que también él tuvo desde el principio algunas grandes cualidades. En una época cruel y belicosa, fue celebrado por tener los nervios más acerados, el cerebro más sutil y el corazón más valeroso que cualquier otro hombre. De alguna extraña manera, algún principio vital ha alcanzado en él su apogeo y al mismo tiempo que su cuerpo se mantiene fuerte y mejora y prospera, también su cerebro se desarrolla. Todo eso sin recurrir a la ayuda diabólica con la que a buen seguro puede contar; pues ha de doblegarse ante los poderes que provienen, y son simbólicos, del bien. Ahora veamos lo que todo esto significa para nosotros. Él la ha infectado… Oh, perdóneme, querida mía, que tenga que decir algo así; pero lo digo por su bien. Él la ha infectado de tal modo que, aunque jamás volviera a infligirle más daño, usted sólo tiene que vivir… seguir viviendo tan agradablemente como antes, hasta que, a su tiempo, la muerte, que es el destino común de todos los hombres, con la sanción de Dios, la convierta en lo mismo que él. ¡Y eso no debe suceder! Todos nosotros hemos jurado impedirlo. Así, somos ministros de la voluntad de Dios: que el mundo y los hombres por quienes murió Su Hijo no caigan en manos de los monstruos cuya misma existencia es un ultraje para Él. Ya nos ha permitido redimir un alma. Ahora partiremos como los antiguos caballeros de la Cruz para redimir más. Como ellos, tendremos que viajar hacia el amanecer; y como ellos, si caemos, será luchando por una buena causa.

El profesor hizo una pausa y yo pregunté:

—Pero ¿no habrá aprendido el Conde una lección con este rechazo? Dado que le hemos ahuyentado de Inglaterra, ¿no la evitará a partir de ahora, igual que evita el tigre el pueblo en el que ha sido perseguido?

—¡Ajá! —dijo él—. Su símil del tigre me viene muy bien, voy adoptarlo. Al devorador de hombres, que es como llaman en la India al tigre que ya ha probado el sabor de la sangre humana, no vuelve a interesarle ninguna otra presa, y acecha incesantemente hasta que la consigue. Este ser que hemos ahuyentado de nuestro pueblo también es un tigre, un devorador de hombres, y nunca cesará de acechar. Es más, nunca ha sido de los que se retiran para mantenerse alejados. Cuando aún vive, en su vida de ser vivo, cruza la frontera turca para atacar a su enemigo en su propio terreno; pero a pesar de ser derrotado y rechazado, ¿acaso se detiene? ¡No! Regresa una y otra y otra y otra vez. Observe su insistencia y su constancia. Hace ya mucho tiempo que, con su cerebro infantil, concibió la idea de trasladarse a una gran ciudad. ¿Qué hace? Encuentra el lugar más prometedor para él de todo el mundo. Entonces, deliberadamente, se dispone a prepararse para la tarea. Descubre con paciencia los límites de su fuerza y de sus poderes. Estudia nuevos idiomas. Aprende nuevas normas de vida social y nuevos entornos: el político, el legal, el financiero, el científico, las costumbres de un nuevo país y unas nuevas gentes que llegaron a ser mucho después de que él fuera. Lo que ha vislumbrado sólo ha servido para abrirle el apetito y aumentar su deseo. Más aún, le ha ayudado a desarrollar su cerebro; pues todo ha servido para demostrarle lo acertado que estaba desde un principio en sus conjeturas. Y todo esto lo ha hecho solo; ¡completamente solo! Desde una tumba ruinosa en una tierra olvidada. ¿Qué más no podría hacer cuando el mundo del pensamiento se abra ante él? Él, que como sabemos puede burlar a la muerte; que puede prosperar entre enfermedades que matan pueblos enteros. ¡Ay! ¡Si semejante ser hubiera sido enviado de Dios, y no del Diablo, qué fuerza tan beneficiosa habría sido para este viejo mundo nuestro! Pero nos hemos comprometido a librar al mundo. Nuestro trabajo debe ser silencioso, y todos nuestros esfuerzos secretos; pues en esta era iluminada, en la que los hombres no creen ni siquiera en lo que ven, las dudas de los hombres sabios podrían ser su mayor fuerza, su hoja y su armadura, sus armas para destruirnos a nosotros, sus enemigos, dispuestos como estamos a perder incluso nuestras almas por la seguridad de aquella a la que amamos, por el bien de la humanidad y por el honor y la gloria de Dios.

Tras una discusión general hemos decidido que no tenemos por qué tomar ninguna decisión definitiva esta noche y que lo mejor será que lo consultemos todos con la almohada, y que intentemos llegar a alguna conclusión. Mañana, durante el desayuno, nos reuniremos otra vez para intercambiar nuestras conclusiones y decidir un curso de acción.

* * *

Esta noche siento una paz y una tranquilidad maravillosas. Es como si me hubiera librado de una presencia amenazadora. Quizá…

No he podido terminar mi reflexión. ¿Cómo terminarla? Pues he visto en el espejo la marca roja que tengo en la frente y he sabido que sigo siendo impura.