DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

1 de octubre. —Hacia mediodía, el profesor me despertó entrando en mi habitación. Se le veía más alegre y jovial que de costumbre, y resultaba bastante evidente que el trabajo de la pasada noche había contribuido a aligerar algunos de los pesos que apesadumbraban su mente. Tras repasar la aventura de la noche, me dijo de repente:

—Tu paciente me interesa mucho. ¿Podría acompañarte a visitarle esta mañana? O si estás demasiado ocupado, ¿podría ir yo solo, si es posible? Ha sido una nueva experiencia para mí encontrar un lunático que habla de filosofía y razona tan convincentemente.

Yo tenía que ocuparme de ciertos trabajos urgentes, por lo que le dije que si quería ir él solo a mí no me importaba, ya que de ese modo no tendría que hacerle esperar; así que llamé a un celador y le di las instrucciones necesarias. Antes de que el profesor saliera de la habitación le puse sobre aviso para que no se dejara influir por ninguna falsa impresión de mi paciente.

—Pero quiero que me hable de sí mismo y de su manía de consumir seres vivos —respondió él—. Ayer le dijo a madam Mina, según he leído en tu diario, que en cierta ocasión tuvo tal creencia. ¿Por qué sonríes, amigo John?

—Discúlpeme, pero la respuesta está aquí —dije poniendo la mano sobre el fajo de hojas mecanografiadas—. Cuando nuestro cuerdo y docto lunático hizo esa precisa afirmación de cómo solía consumir vidas, en realidad su boca hedía con las moscas y las arañas que se acababa de comer justo antes de que la señora Harker entrara en la habitación.

Van Helsing sonrió a su vez.

—¡Bien! —dijo—. Tu memoria no te engaña, amigo John. Debería haberlo recordado. Y, sin embargo, son precisamente estas lagunas de pensamiento y memoria lo que hace de la enfermedad mental un estudio tan fascinante. Quizá pueda aprender más sobre la locura con este demente que con las enseñanzas del más sabio. ¡Quién sabe!

Proseguí con mi trabajo, y antes de que hubiera pasado mucho tiempo me hallaba completamente absorto en él. Realmente me pareció que el intervalo había sido muy breve, pero Van Helsing volvía a estar en mi estudio.

—¿Interrumpo? —preguntó educadamente mientras esperaba junto a la puerta.

—En absoluto —respondí—. Entre. Ya he terminado mis tareas y estoy libre. Puedo acompañarle ahora, si lo desea.

—No es necesario. ¡Ya le he visto!

—¿Y bien?

—Me temo que no me estima en demasía. Nuestra entrevista ha sido muy breve. Cuando he entrado en su habitación, le he encontrado sentado en un taburete, en el centro, con los codos apoyados sobre las rodillas y en su rostro la viva imagen del descontento. Me he dirigido a él con toda la alegría que he sido capaz de mostrar, y con tanto respeto como he podido asumir. En cualquier caso, no me ha respondido. «¿Es que no me conoce?», le he preguntado. Su respuesta no ha sido muy prometedora: «Le conozco de sobra; es usted el viejo idiota de Van Helsing. Ojalá se fuera usted con sus estúpidas teorías sobre el cerebro a cualquier otra parte. ¡Malditos sean todos los holandeses duros de mollera!» Y ya no ha querido decir ni una sola palabra más. Se ha limitado a sentarse, implacablemente huraño, y me ha tratado con tanta indiferencia como si no estuviera en la habitación. Me temo que esta vez he perdido la oportunidad de aprender de este lunático tan listo. Voy a ir, si puedo, a levantarme el ánimo charlando alegremente con la encantadora madam Mina. Amigo John, soy incapaz de expresar cuánto me congratula que haya dejado de sufrir y de preocuparse con nuestros terribles asuntos. Aunque echaremos mucho de menos su ayuda, es mejor así.

—Estoy completamente de acuerdo con usted —respondí seriamente, pues no quería que flaqueara en este asunto—. La señora Harker está mejor al margen de todo esto. La situación ya está siendo bastante dura para nosotros, siendo como somos hombres de mundo que ya se han visto en muchos apuros en sus tiempos; pero no hay lugar en esto para una mujer. Si la señora Harker hubiera seguido en contacto con el asunto, a su tiempo, indefectiblemente, habría acabado por destrozarla.

De modo que Van Helsing se ha ido a conferenciar con la señora Harker y con Harker; mientras, Quincey y Art han salido a seguir las pistas que tenemos sobre las cajas de tierra. Yo voy a terminar mi ronda de visitas, y esta noche volveremos a reunimos.