DIARIO DE MINA HARKER

30 de septiembre. —Cuando nos encontramos en el estudio del doctor Seward, dos horas después de la cena, que había sido a tas seis[203], inconscientemente formamos una especie de junta o comité. El profesor Van Helsing presidió la mesa, tal y como le indicó el doctor Seward nada más entrar en la habitación, y me hizo sentarme a su derecha, pidiéndome que hiciera las veces de secretaria; Jonathan se sentó a mi lado. Frente a nosotros estaban Lord Godalming, el doctor Seward, y el señor Morris —Lord Godalming junto al profesor, y el doctor Seward en el centro—. El profesor dijo:

—Supongo que puedo asumir que todos estamos ya familiarizados con los hechos que recogen estos papeles.

Todos expresamos nuestro asentimiento, y él continuó:

—Entonces estaría bien, creo, que les cuente algo sobre la clase de enemigo al que vamos a enfrentarnos. A continuación, pondré en su conocimiento algunas cosas que me han sido reveladas sobre la historia de este hombre. Así, después podremos discutir cómo deberemos actuar y tomaremos medidas acordes.

»Los seres que llamamos vampiros existen; algunos de nosotros tenemos pruebas irrefutables de ello. Pero, aunque no contáramos con nuestra propia y desgraciada experiencia, las enseñanzas y crónicas del pasado son prueba suficiente para cualquier persona sensata. Admito que en un principio me mostré escéptico. De no haber sido porque durante largos años me he esforzado por mantener una mente abierta, no lo habría creído hasta el momento mismo en el que la realidad hubiera bramado a mi oído: «¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Te lo demuestro! ¡Te lo demuestro!» ¡Ay! De haber sabido al principio lo que ahora sé… más aún, sólo con haberlo sospechado, una vida preciosa habría sido salvada para nosotros, los que la quisimos. Pero eso es cosa del pasado; y ahora debemos trabajar para evitar que sucumban otras almas. El nosferatu[204] no muere como la abeja cuando pica. Únicamente se vuelve más fuerte; y, siendo más fuerte, tiene aún más poder para hacer el mal. Este vampiro que se encuentra entre nosotros tiene, él solo, la fuerza de veinte hombres; su astucia es mayor que la de los mortales, pues ha madurado con el paso de las eras; además, domina la necromancia, que es, como su propia etimología indica, la adivinación a través de los muertos, y todos los muertos a los que pueda acercarse acatan su mandato; es bestia, y más que bestia; es un diablo despiadado, y carece de corazón; puede, dentro de sus limitaciones, aparecer a voluntad donde y cuando quiera, en cualquiera de sus formas; también puede, dentro de su radio de acción, manipular los elementos: la tormenta, la niebla, el trueno; puede controlar a las criaturas más viles: la rata, el búho, y el murciélago… la polilla, el zorro, y el lobo; puede crecer y hacerse pequeño; y en ocasiones puede desvanecerse y llegar desapercibido. ¿Cómo emprenderemos, entonces, la lucha contra él? ¿Cómo descubrir dónde está? Y habiéndolo descubierto, ¿cómo le destruiremos? Amigos míos, lo que sé es lo siguiente: la tarea que debemos llevar a cabo es terrible, y podría tener consecuencias que harían estremecerse al más valiente. Pues si fracasamos en nuestra lucha, sin duda él vencerá, y entonces, ¿qué sería de nosotros? ¡La vida no es nada! Es lo que menos me preocupa. Fracasar en esta lucha no es mero asunto de vida o muerte. Es que nos convirtamos en lo mismo que él; que a partir de ese momento pasemos a ser abominables criaturas de la noche como él… sin corazón, ni conciencia, depredando en los cuerpos y las almas de aquellos a los que más amamos. Las puertas del paraíso quedarán eternamente cerradas para nosotros, pues ¿quién podría abrírnoslas de nuevo? Seríamos perpetuamente aborrecidos por todos; una mancha en el radiante rostro de Dios; una flecha en el costado de Aquel que murió por todos los hombres. Sin embargo, ahora que ha llegado el momento de enfrentarnos a nuestro deber, ¿acaso podemos retroceder? Por mi parte, digo no; pero yo soy viejo, y la vida, con su luz, sus hermosos paisajes, sus trinos de pájaros, su música y su amor, queda ya muy atrás. Ustedes son jóvenes. Algunos han conocido el dolor, pero aún quedan días buenos en sus horizontes. ¿Qué dicen ustedes?

Mientras el profesor hablaba, Jonathan me cogió de la mano. Al verle tender su mano hacia la mía, temí enormemente que se sintiera abrumado por la atroz naturaleza del peligro al que nos enfrentábamos, pero su contacto me hizo revivir… tan fuerte, tan confiado, tan resuelto. La mano de un hombre valiente es capaz de hablar por sí misma; ni siquiera necesita el amor de una mujer que oiga su música.

Cuando el profesor terminó de hablar, mi marido me miró a los ojos, y yo a los suyos; entre nosotros no había necesidad de palabras.

—Yo respondo por Mina y por mí mismo —dijo.

—Cuente conmigo, profesor —dijo el señor Quincey Morris, lacónico como de costumbre.

—Estoy con usted —dijo Lord Godalming—, en memoria de Lucy, si no por otra razón.

El doctor Seward simplemente asintió. El profesor se levantó y, tras dejar su crucifijo de oro sobre la mesa, extendió las manos a ambos lados. Yo le cogí de la mano derecha, y Lord Godalming de la izquierda; Jonathan siguió agarrando mi derecha con su izquierda, y le tendió la otra al señor Morris. Así, estrechándonos todos las manos, sellamos nuestro solemne pacto. Sentí que se me helaba el corazón, pero en ningún momento se me ocurrió retroceder. Entonces volvimos a sentarnos, y el doctor Van Helsing continuó hablando con una especie de animación que demostraba que el trabajo serio había comenzado. Había que tomarlo con la misma seriedad y formalidad que cualquier otra transacción de la vida.

—Bueno, ahora ya saben contra qué luchamos; pero nosotros tampoco andamos escasos de fuerza. Tenemos de nuestro lado el poder de la unión… un poder denegado a la clase vampírica[205]; contamos con los recursos de la ciencia; somos libres de actuar y de pensar; y podemos disponer de las horas del día y de la noche por igual. De hecho, hasta donde alcanzan nuestros poderes, no tienen trabas, y podemos usarlos libremente. Estamos entregados a una causa, y perseguimos un fin desinteresado. Todo esto ya es mucho.

»Ahora, veamos qué restricciones tienen estos poderes, y aquel que los ha dispuesto en nuestra contra. En resumen, consideremos las limitaciones del vampiro en general, y de éste en particular.

»Todo lo que tenemos para guiarnos son las tradiciones y las supersticiones. En un principio, no parece demasiado, sobre todo tratándose de un asunto de vida o muerte… no, de más que vida o muerte. Sin embargo, debemos sentirnos satisfechos; en primer lugar porque no nos queda más remedio, ya que es lo único con lo que podemos contar; y en segundo porque, después de todo, estas cosas, tradición y superstición, lo son todo. ¿Acaso no está basada en ellas la creencia de otros en los vampiros, aunque… ¡ay!, desgraciadamente no la nuestra? Hace un año, ¿quién de nosotros habría aceptado semejante posibilidad, en nuestro científico, escéptico y positivista siglo XIX? Incluso hemos tenido la necesidad de demostrar una creencia que habíamos visto justificada por nuestros propios ojos. Acepten, pues, que todas las creencias sobre el vampiro, sus limitaciones y su cura, descansan por el momento sobre la misma base. Pues, permítanme que se lo diga, es conocido en todos los lugares adonde ha llegado el hombre: la antigua Grecia, la antigua Roma… floreció por toda Alemania, en Francia, en la India, hasta en el Quersoneso; incluso en China, tan alejada de nosotros en todos los sentidos, también allí está presente, y todavía hoy las gentes le siguen temiendo. Siguió la estela de los berserker islandeses, del huno engendrado por el diablo, de los eslavos, de los sajones, de los magiares. Por lo tanto, tenemos mucho sobre lo que actuar; y déjenme que les diga que nuestra propia y desdichada experiencia ha justificado muchas de estas creencias. El vampiro sigue viviendo, pues el mero paso del tiempo no basta para matarle, y prospera siempre y cuando pueda cebarse con la sangre de los vivos. Más aún, nosotros mismos hemos visto que incluso puede rejuvenecer; que aunque sus facultades vitales se agoten, parece como si volvieran a regenerarse por sí solas al atracarse con su pábulo. Pero es incapaz de prosperar sin esta dieta; él no come como los demás. Nunca, durante las varias semanas que vivió con él, le vio comer el amigo Jonathan. ¡Nunca! No arroja sombra ni se refleja en los espejos, como también puede atestiguar Jonathan. Su mano tiene la fuerza de varios hombres, algo que, una vez más, comprobó Jonathan cuando cerró la puerta frente a los lobos y también cuando le ayudó a descender de la diligencia. Puede transformarse en lobo, según inferimos de su llegada en barco a Whitby y a juzgar por el modo en que desgarró a aquel perro. También puede ser un murciélago; así le vio madam Mina en Whitby, junto a la ventana; así le vio volar, partiendo de la casa vecina, el amigo John; y así le vio mi amigo Quincey en la ventana de la señorita Lucy. Puede llegar amparado por una niebla que él mismo crea, tal y como demostró aquel noble capitán de navío; pero, por lo que sabemos, sólo puede proyectarla hasta una distancia limitada, y únicamente alrededor de sí mismo. Puede llegar como polvo elemental en los rayos de luna, como de nuevo comprobó Jonathan con aquellas hermanas en el castillo de Drácula. Puede hacerse muy pequeño… nosotros mismos vimos a la señorita Lucy, antes de que hubiera recuperado la paz, filtrarse a través de la puerta del panteón por un resquicio del tamaño de un cabello. Una vez ha encontrado su camino hasta allí, puede salir o entrar de cualquier recinto u objeto, no importa lo bien cerrado que esté; ni siquiera aunque haya sido fundido con fuego… soldado, como dicen ustedes. Puede ver en la oscuridad… un poder nada despreciable en un mundo que está privado de luz la mitad del tiempo. ¡Ah!, pero escuchen hasta el final. Aunque puede hacer todas estas cosas, sin embargo, no es libre. Es más prisionero incluso que el esclavo en la galera, que el loco en su celda. No puede ir a donde se le antoje. Él, que no pertenece a la naturaleza, aún tiene que obedecer algunas leyes naturales. ¿Por qué? No lo sabemos. Pero no puede entrar en ninguna casa a menos que algún habitante de la misma le permita la entrada; aunque, una vez invitado, puede ir y venir cuantas veces guste. Su poder cesa, como el de todas las criaturas malignas, con la llegada del día. Sólo en determinadas ocasiones puede gozar de una libertad limitada. Si no se encuentra en el lugar al que está ligado, únicamente puede desplazarse al mediodía, o en el momento preciso de la salida o la puesta del sol. Estas cosas que nos cuenta la tradición, nuestros testimonios las han demostrado por inferencia. Por lo tanto, y aun considerando que puede hacer su voluntad dentro de sus propios límites, siempre que cuente con el refugio de su tierra, su ataúd, su infierno, o el de alguna sepultura no consagrada, como vimos cuando se refugió en la tumba del suicida en Whitby; en otras circunstancias está obligado a esperar a que llegue el momento adecuado para poder cambiar. Se dice, también, que únicamente puede cruzar aguas vivas en su momento de reposo, con la pleamar o la bajamar. Luego, hay cosas que le afectan de tal modo que anulan su poder, como el ajo, cuya eficacia ya conocemos. En cuanto a los objetos sagrados, como este símbolo, mi crucifijo, que nos acompaña incluso ahora, mientras deliberamos… ante ellos no es nada, pues su presencia le obliga a alejarse, en respetuoso silencio. Hay otras cosas de las que también debo hablarles, pues podríamos necesitarlas en el transcurso de nuestra búsqueda. La rama de un rosal silvestre puesta sobre su ataúd le retiene en su interior y le impide salir[206]; una bala consagrada disparada contra el ataúd le mata para que sea un auténtico muerto; en cuanto a la estaca, ya sabemos que proporciona la paz; y que cortar la cabeza otorga el descanso. Lo hemos visto con nuestros propios ojos[207].

»De este modo, y si hacemos lo que sabemos, cuando encontremos el habitáculo de aquel que antaño fue hombre, podremos confinarle en su ataúd y destruirle. Pero es inteligente. Le he pedido a mi amigo Arminius[208], de la Universidad de Buda-Pest, que recogiera su historia; y después de consultar todas las referencias existentes, esto es lo que me ha contado. No hay duda de que se trata realmente de aquel Voivoda Drácula que ganó su nombre batallando contra el turco a través del gran río, en la frontera misma de su imperio. De ser así, estamos hablando de un hombre que ya era extraordinario en vida; pues no sólo en sus tiempos, sino durante siglos venideros, estuvo considerado como el más inteligente y más astuto, así como el más valiente hijo del «país de más allá del bosque»[209]. Su poderoso cerebro y su férrea resolución le acompañaron a la tumba[210], y ahora se han alzado en nuestra contra. Los Drácula fueron, afirma Arminius, una estirpe noble e ilustre, aunque en ocasiones engendraran vástagos de los que sus coetáneos sospecharon que tenían tratos con el Maligno. Aprendieron sus secretos en la Escoliomancia, entre las montañas que se alzan sobre el lago Hermannstadt, donde el diablo reclama a uno de cada diez pupilos como pago[211]. En los documentos aparecen palabras tales como stregoica: bruja; ordogy pokol: Satán e infierno; y en un manuscrito incluso se menciona a este mismo Drácula como a un «wampyr»[212], palabra cuyo significado demasiado bien comprendemos todos. Su descendencia dio grandes hombres y buenas mujeres, cuyas tumbas santificaron la única tierra en la que puede habitar esta abominación. Pues no es el menor de los terrores de esta maligna criatura el estar profundamente arraigada en todo lo bueno, hasta el punto de que no puede descansar en una tierra yerma de memorias sagradas[213].

Mientras el profesor hablaba, el señor Morris había estaba mirando hacia la ventana, y llegado este momento se levantó silenciosamente y salió de la habitación. Se produjo una pequeña pausa y luego el profesor prosiguió:

—Ahora debemos decidir lo que hemos de hacer. Tenemos aquí muchos datos, y debemos empezar a trazar nuestra campaña. Sabemos, gracias a las investigaciones de Jonathan, que fueron cincuenta las cajas de tierra que llegaron a Whitby procedentes del castillo y que todas ellas fueron entregadas en Carfax; también sabemos que al menos unas cuantas de esas cajas fueron luego trasladadas a otro sitio. Creo que nuestro primer paso debería ser comprobar si las demás siguen en la casa que hay tras ese muro que podemos ver desde aquí o si ha habido más traslados. En este último caso, deberemos rastrear…

En aquel preciso instante nos vimos interrumpidos por un gran sobresalto. Un disparo de revólver retumbó en el exterior; una bala hizo añicos el cristal de la ventana y, tras rebotar en la parte superior del alféizar, fue a golpear contra la pared más alejada de la habitación. Me temo que en el fondo debo de ser muy cobarde, pues grité. Todos los hombres se levantaron de un salto; Lord Godalming se abalanzó hacia la ventana y levantó la guillotina. Entonces oímos la voz del señor Morris desde el exterior:

—¡Lo siento! Me temo que les he asustado. Enseguida entro y les cuento.

Un minuto después, entró y dijo:

—Ha sido una idiotez por mi parte, y le ruego sinceramente que me perdone, señora Harker; temo que debo de haberla asustado terriblemente. El caso es que mientras el profesor estaba hablando, ha llegado un gran murciélago y se ha posado sobre el alféizar. Debido a lo que ha pasado últimamente, les he cogido tal horror a esas malditas alimañas que soy incapaz de soportarlas, de modo que he salido para dispararle, tal y como he estado haciendo últimamente todas las noches que veo uno. Antes solías reírte de mí por ese motivo, Art.

—¿Le ha dado? —preguntó el doctor Van Helsing.

—No lo sé; imagino que no, pues ha salido volando y se ha internado en el bosque.

Sin decir nada más, retomó su asiento, y el profesor prosiguió con su discurso:

—Deberemos rastrear todas y cada una de esas cajas. Una vez estemos preparados, tendremos dos opciones: bien capturar y matar al monstruo en su guarida, o bien esterilizar, por así decirlo, la tierra, de modo que no pueda volver a encontrar seguridad en ella. De ese modo, podríamos encontrarle en su forma de hombre durante las horas que van del amanecer a la puesta de sol y enfrentarnos a él en su momento de mayor debilidad.

»En cuanto a usted, madam Mina, ésta será la última noche que participe de este asunto hasta que todo se haya arreglado. Es usted demasiado preciosa para nosotros como para correr semejante riesgo. A partir de que nos separemos esta noche, no deberá preguntar más. Ya se lo contaremos todo a su debido tiempo. Nosotros somos hombres, capaces de soportarlo; pero usted debe ser nuestra estrella, nuestra esperanza, y actuaremos con mucha más libertad si sabemos que no corre usted el mismo peligro que nosotros.

Todos los hombres, incluido Jonathan, parecieron aliviados; pero a mí no me pareció bien que fueran a enfrentarse al peligro quizá con su seguridad menguada —pues a mayor número, mayor seguridad— debido a su preocupación por mí; sin embargo, la decisión estaba tomada y, aunque para mí fue una píldora amarga de tragar, no pude decir nada salvo aceptar su caballerosa preocupación por mí.

El señor Morris reanudó la discusión:

—Dado que no hay tiempo que perder, voto que vayamos ahora mismo a echarle un vistazo a esa casa. El tiempo corre a su favor; y una acción rápida por nuestra parte podría salvar a otra víctima.

Reconozco que al ver tan próximo el momento de pasar a la acción, empezó a fallarme el coraje, pero no dije nada, pues que pudieran excluirme por completo de sus reuniones si llegaban a considerarme un impedimento o un estorbo para su tabor me daba más miedo aún. Ahora han ido a Carfax, armados con todo lo necesario para entrar en la casa.

Como hombres que son, me han dicho que me vaya a la cama y duerma; ¡como si una mujer pudiera dormir mientras aquellos a los que ama están en peligro! Me echaré y fingiré dormir para que Jonathan no tenga que preocuparse por mí cuando regrese.