(continuación)
Cuando llegamos al Hotel Berkeley, había un telegrama para Van Helsing:
«Llego en tren. Jonathan en Whitby. Noticias importantes. —MINA HARKER».
El profesor estaba encantado.
—Ah, la maravillosa madam Mina —dijo—. ¡Perla entre las mujeres! Pero aunque ella venga, yo no puedo quedarme. Debe de ir a tu casa, amigo John. Tendrás que ir a esperarla a la estación. Telegrafíala en route, de modo que esté sobre aviso.
Una vez despachado el cable, el profesor se tomó una taza de té, y mientras tanto me habló de un diario escrito por Jonathan Harker durante su estancia en el extranjero, y me entregó una copia mecanografiada del mismo, así como del diario de la señora Harker en Whitby.
—Llévatelos y estúdialos bien —dijo—. Para cuando yo regrese, ya conocerás todos los hechos, y entonces podremos iniciar mejor nuestras pesquisas. Guárdalos en sitio seguro, pues hay en ellos muchos tesoros. Incluso después de haber pasado por una experiencia como la de hoy, necesitarás de toda tu fe. Lo que aquí se cuenta —posó la mano pesadamente y con gran seriedad sobre el fajo de papeles—, podría ser el comienzo del fin para ti, para mí y para muchos otros; o podría marcar el toque de difuntos de este no-muerto que camina por la tierra. Léelo rodo con mente abierta, te lo ruego; y si puedes añadir de algún modo algo a la historia que aquí se cuenta, hazlo, pues es de vital importancia.
También tú has llevado un diario de todos estos extraños acontecimientos; ¿no es así? ¡Sí! Cuando volvamos a encontrarnos deberemos repasarlos juntos.
El profesor se preparó para su partida y poco después tomó un coche a Liverpool Street[195]. Yo me dirigí a Paddington, donde llegué unos quince minutos antes de que el tren efectuara su entrada.
La multitud se fundió en el bullicio común del andén de llegadas; y ya empezaba a preocuparme, no fuera a haber perdido a mi invitada, cuando se me aproximó una muchacha de rostro dulce y aspecto elegante y, tras echarme un rápido vistazo, dijo:
—El doctor Seward, ¿no es así?
—¡Y usted es la señora Harker! —respondí de inmediato. Ella me tendió la mano.
—Le he reconocido por la descripción de la pobre y querida Lucy; pero…
Se interrumpió repentinamente, y un rápido rubor se extendió por su rostro.
El rubor que subió a mis propias mejillas nos relajó en cierto modo a ambos, pues era una respuesta tácita al suyo. Cogí su equipaje, que incluía una máquina de escribir, y tomamos el metropolitano hasta Fenchurch Street[196], después de que yo le hubiera enviado un cable a mi ama de llaves indicándole que preparase de inmediato una sala de estar y un dormitorio para la señora Harker.
Hemos llegado a la hora prevista. Ella ya sabía, por supuesto, que el lugar era un manicomio, pero he podido ver que, a pesar de todo, ha sido incapaz de reprimir un ligero escalofrío al entrar.
Me ha dicho que, si podía, vendría de inmediato a mi estudio, ya que tenía mucho que contarme. De modo que aquí estoy, terminando de grabar esta entrada de mi diario en el fonógrafo mientras la espero. Aún no he tenido oportunidad de leer los papeles que Van Helsing ha dejado a mi cargo, aunque los tengo extendidos frente a mí. Debo conseguir interesarla en algo, de modo que pueda tener oportunidad de leerlos. Ella no sabe cuán precioso es el tiempo, ni qué tarea tenemos entre manos. He de tener cuidado de no asustarla. ¡Ya está aquí!