DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

30 de septiembre. —El señor Harker ha llegado a las nueve en punto. Había recibido el telegrama de su esposa justo antes de partir. Posee una inteligencia poco común, a juzgar por la expresión de su rostro, y está lleno de energía. Si su diario es cierto —y teniendo en cuenta mis propias y extraordinarias experiencias, debe serlo—, también es un hombre de gran valor. Ese segundo descenso a la cripta fue una notable demostración de arrojo. Tras haber leído su relato, esperaba encontrarme con un individuo rebosante de virilidad, difícilmente el caballero tranquilo con aspecto de hombre de negocios que ha llegado hoy.

Más tarde. —Tras la comida, Harker y su esposa han regresado a su habitación y, cuando hace un rato he pasado frente a la puerta, he oído el tecleo de la máquina de escribir. Están trabajando duro. La señora Harker dice que están reuniendo en orden cronológico hasta el último retazo de información que poseemos. Harker ha conseguido la correspondencia cruzada entre el destinatario de las cajas en Whitby y los transportistas de Londres que se hicieron cargo de ellas. Ahora está leyendo la trascripción que su esposa hizo ayer de mi diario. Me pregunto qué podrá sacar en claro de él. Aquí viene…

¡Qué extraño que nunca se me ocurriera que precisamente la casa de al lado pudiera ser el escondite del Conde! ¡Dios sabe que la conducta de Renfield nos proporcionó pistas suficientes! El hatillo de cartas relativas a la compra de la casa ha sido añadido a la trascripción. ¡Ay, si hubieran estado antes en nuestro poder, podríamos haber salvado a la pobre Lucy! Pero mejor no seguir por ahí… ¡Por ese camino acecha la locura[197]! Harker se ha vuelto a ir, y está cotejando de nuevo todos los datos. Dice que para la hora de la cena será capaz de mostrarnos una narración coherente. Opina que, mientras tanto, yo debería ir a ver a Renfield, ya que hasta ahora ha sido una especie de indicador de las idas y venidas del Conde. Yo aún no acabo de verlo claro, aunque supongo que cuando haya revisado las fechas también lo haré. ¡Menos mal que la señora Harker ha mecanografiado los contenidos de mis cilindros! De otro modo, nunca habríamos podido cotejar las fechas…

He encontrado a Renfield plácidamente sentado en su habitación con las manos entrelazadas, sonriendo beatíficamente. En ese momento parecía tan cuerdo como el que más. Me he sentado y he charlado con él sobre infinidad de temas, los cuales ha abordado con naturalidad. A continuación, de motu proprio, me ha hablado de la posibilidad de regresar a su casa, un tema que, que yo sepa, nunca había mencionado durante su estancia aquí. De hecho, se ha mostrado convencido de conseguir su alta de inmediato. Creo que, de no haber charlado antes con Harker y haber leído las cartas y repasado las fechas de sus ataques, habría estado dispuesto a firmársela tras un breve periodo de observación. Tal y como están las cosas, me siento tremendamente suspicaz. Todos sus ataques estuvieron vinculados de una forma u otra a la proximidad del Conde. ¿Qué significa entonces esta absoluta conformidad? ¿Puede ser que su instinto esté convencido del ulterior triunfo del vampiro? Un momento. También él es zoófago, y en sus desaforados delirios frente a la puerta de la capilla de la casa abandonada siempre habló de un «amo». Todo esto parece confirmar nuestra idea. En cualquier caso, al cabo de un rato me marché; en estos momentos mi amigo está demasiado cuerdo como para que sea prudente interrogarle demasiado a fondo. ¡Podría empezar a pensar, y entonces…! Así que me he marchado. No me fío de estos periodos de calma suyos; por lo que le he dado al celador órdenes de que le observe atentamente, y que tenga preparada la camisa de fuerza por si hiciera falta.