DIARIO DE MINA HARKER

29 de septiembre. —Después de cenar acompañé al doctor Seward a su estudio. Él trajo el fonógrafo de mi habitación, y yo mi máquina de escribir. Me instaló en una silla cómoda, dispuso el fonógrafo de manera que pudiera tocarlo sin tener que levantarme, y me mostró cómo detenerlo en caso de que quisiera hacer una pausa. Entonces, muy atentamente, se sentó en una silla de espaldas a mí, de modo que no me sintiera en lo más mínimo cohibida, y empezó a leer. Yo acerqué la horquilla metálica a mis oídos, y escuché.

Cuando terminé de oír la terrible historia de la muerte de Lucy, y… y todo lo que siguió, me recliné en la silla como si me hubieran abandonado las fuerzas. Afortunadamente, no soy proclive a los desmayos. Pero cuando el doctor Seward me vio, se levantó de un salto con una exclamación horrorizada y, tomando rápidamente una botella del aparador, me dio a beber algo de coñac, que me reanimó parcialmente en un par de minutos. Mi cerebro no paraba de dar vueltas, y de no ser porque entre aquella multitud de horrores irrumpía como un sagrado rayo de luz la certeza de que mi queridísima Lucy descansaba al fin en paz, no creo que hubiera podido evitar hacer una escena. Era todo tan descabellado, y misterioso, y extraño, que de no haber conocido la experiencia de Jonathan en Transilvania no habría podido creerlo. Incluso así, seguía sin saber muy bien qué creer, de modo que opté por salir de mi apuro ocupándome de otra cosa. Retiré la tapa de mi máquina de escribir y le dije al doctor Seward:

—Déjeme que transcriba todo esto ahora mismo. Debemos estar preparados para cuando llegue el doctor Van Helsing. Le he enviado un telegrama a Jonathan para que venga aquí cuando llegue a Londres procedente de Whitby. En este asunto las fechas juegan un papel fundamental, y creo que si dejamos nuestro material preparado, y lo organizamos todo siguiendo un orden cronológico, habremos avanzado mucho. Me ha dicho usted que también van a venir Lord Godalming y el señor Morris. Tenemos que ser capaces de contárselo todo cuando lleguen.

Por consiguiente, el doctor Seward puso en marcha el fonógrafo a un ritmo más lento, y yo empecé a mecanografiar a partir del séptimo cilindro. Utilicé papel carbón, y así pude sacar tres copias del diario, igual que había hecho con el resto. Ya era tarde cuando terminé, pero el doctor Seward continuó con su trabajo y fue a hacer su ronda de pacientes; cuando terminó, regresó y se sentó cerca de mí, leyendo, de modo que no me sintiera demasiado sola mientras trabajaba. Qué bueno y atento es; el mundo parece estar lleno de hombres buenos… a pesar de que también haya monstruos en él. Antes de darle las buenas noches, recordé lo que Jonathan había escrito en su diario respecto a la agitación que había sentido el profesor al leer algo en un periódico vespertino en la estación de Exeter; de modo que, viendo que el doctor Seward guarda sus periódicos, tomé prestadas las carpetas del Westminster Gazettey la PallMalí Gazette, y me los llevé a mi habitación. Recuerdo cuánto nos ayudaron los recortes del Dailygraph y la Whitby Gazette que pegué en mi diario a entender los terribles sucesos acontecidos en Whitby, cuando desembarcó el Conde Drácula, de modo que voy a repasar los diarios vespertinos desde entonces; quizá consiga encontrar alguna nueva luz. No tengo sueño, y el trabajo me ayudará a mantener la calma.