29 de septiembre. —Estaba tan absorto en la lectura del extraordinario diario de Jonathan Harker y en el de su esposa, que he dejado que el tiempo pasara sin pensarlo. La señora Harker aún no había bajado cuando la doncella ha anunciado que la cena estaba lista, de modo que le he dicho:
—Posiblemente esté cansada; retrase la cena una hora —y continué leyendo. Acababa de terminar el diario de la señora Harker, cuando entró ella. Estaba muy hermosa, pero muy triste, y tenía los ojos húmedos de haber llorado. Por alguna razón, esto me ha conmovido sobremanera. ¡Dios sabe que últimamente he tenido motivos sobrados para llorar! Pero el alivio de las lágrimas me ha sido denegado. Y ahora, la visión de esos dulces ojos, todavía brillantes por las lágrimas recientes, me ha llegado directamente al corazón. De modo que, tan amablemente como he podido, le he dicho:
—Mucho me temo que la he afligido.
—Oh, no; afligido no —ha replicado—, pero su pena me ha conmovido más de lo que soy capaz de expresar. El fonógrafo es una máquina maravillosa, pero cruelmente sincera. Me ha transmitido, de viva voz, la angustia de su corazón. Ha sido como oír a alguien desnudando su alma frente a Dios Todopoderoso. ¡Nadie debe volver a oírlas jamás! Vea, he intentado ser útil. He transcrito todas sus palabras con mi máquina de escribir, así nadie más tendrá que oír los latidos de su corazón, como he hecho yo.
—Nadie tiene por qué saberlo; y nadie lo sabrá —dije con voz grave. Ella puso una mano sobre la mía, y dijo seriamente:
—¡Ah, pero deben!
—¡Deben! Pero ¿por qué? —pregunté.
—Porque forma parte de esta terrible historia, forma parte de la muerte de la pobre y querida Lucy, y de todo lo que condujo a ella; porque en la lucha que nos espera para librar a la tierra de este terrible monstruo necesitaremos todo el conocimiento y toda la ayuda que podamos reunir. Creo que los cilindros que me ha dado contienen más de lo que usted pretendía que yo supiera; he podido ver que su diario aporta muchas luces a este oscuro misterio. ¿Verdad que me dejará usted ayudar? Ya lo sé todo hasta cierto punto, y he podido ver, aunque su diario sólo me ha llevado hasta el 7 de septiembre, el acoso al que fue sometida la pobre Lucy, y cómo se forjó su terrible destino. Jonathan y yo hemos estado trabajando día y noche desde que nos visitó el profesor Van Helsing. Él ha ido a Whitby a recabar más información, y mañana estará aquí para ayudarnos. No debe haber secretos entre nosotros; trabajando juntos y con absoluta confianza, seremos sin lugar a dudas más fuertes que si alguno de nosotros siguiera en la oscuridad.
Me miró de un modo tan suplicante, y al mismo tiempo manifestó tal valor y resolución, que cedí de inmediato a sus deseos.
—Puede hacer lo que considere conveniente —dije—. ¡Que Dios me perdone si me equivoco! Aún le quedan cosas terribles por escuchar; pero si ya ha avanzado tanto en el camino hacia la muerte de la pobre Lucy, sé que no se conformará con permanecer en la oscuridad. Es más, el final… el auténtico final, podría otorgarle un destello de paz. Venga, la cena está lista. Debemos fortalecernos mutuamente para lo que nos espera; nuestra tarea es cruel y temible. Cuando haya comido, podrá oír usted el resto, y yo contestaré a cualquier pregunta que se le ocurra, en caso de que haya algo que usted no entienda, aunque fuese evidente para nosotros, los que estuvimos presentes.