(No abierta por la destinataria)
17 de septiembre
Queridísima Lucy:
Parece que haya pasado una eternidad desde la última vez que tuve noticias tuyas o, de hecho, desde la última vez que te escribí. Sé que perdonarás mis faltas cuando hayas leído todo lo que tengo que contarte. En primer lugar, regresé con mi marido perfectamente; cuando llegamos a Exeter, había un carruaje esperándonos, y en su interior, a pesar de haber sufrido un ataque de gota, estaba el señor Hawkins. Nos llevó a su propia casa, donde tenía preparadas para nosotros unas bonitas y cómodas habitaciones, y luego cenamos juntos. Cuando terminamos de cenar, el señor Hawkins dijo:
—Queridos, quiero hacer un brindis a vuestra salud y por vuestra prosperidad; que todas las bendiciones caigan sobre vosotros. Os conozco a los dos desde que erais niños, y os he visto crecer con cariño y orgullo. Ahora quiero que establezcáis vuestro hogar aquí, conmigo. Perdí a mi mujer y a mi hijo; no tengo a nadie, y en mi testamento os lo he legado todo a vosotros.
Lucy, querida, cuando Jonathan y el anciano se estrecharon las manos, lloré. Fue una velada muy, muy feliz.
Así que aquí estamos, instalados en esta hermosa y vieja casa. Desde mi dormitorio y desde el salón puedo ver los grandes olmos de la cercana catedral, con sus grandes troncos negros destacando frente a la vieja piedra amarillenta de la catedral; y puedo oír a los grajos en lo alto, graznando y graznando y parloteando y chismorreando todo el día, tal y como hacen los grajos… y los humanos. No hará falta que te diga lo ocupada que estoy, preparando cosas y cuidando de la casa. Jonathan y el señor Hawkins se pasan el día trabajando; pues, ahora que Jonathan es socio, el señor Hawkins quiere que lo aprenda todo sobre los clientes.
¿Cómo sigue tu querida madre? Ojalá pudiera hacer una escapada de uno o dos días a la ciudad para veros, querida, pero todavía no me atrevo, con semejante carga a mis espaldas; y Jonathan aún necesita cuidados. Ya empieza a tener algo más que piel sobre los huesos, pero su larga enfermedad le dejó terriblemente debilitado; todavía hoy, en ocasiones, sufre repentinos sobresaltos mientras duerme y se despierta temblando violentamente hasta que consigo, con muchos mimos, que vuelva a su habitual placidez. En cualquier caso, gracias a Dios, esto sucede cada vez con menos frecuencia a medida que van pasando los días y confío en que, con el tiempo, acabarán por desaparecer por completo. Y ahora que te he contado todas mis novedades, deja que pregunte por las tuyas. ¿Cuándo vas a casarte? ¿Y dónde? ¿Y quién va a celebrar la ceremonia? ¿Y qué vas a ponerte? ¿Y será una boda pública o privada? Cuéntamelo todo, querida; cuéntamelo todo sobre todo, pues no hay nada que te interese que no sea querido para mí. Jonathan me pide que te envíe un «saludo respetuoso», pero a mí no me parece que eso esté bien por parte de un joven socio de la importante firma Hawkins & Harker. Por eso, como tú me quieres, y él me quiere, y yo te quiero con todos los modos y tiempos del verbo, en su lugar te enviaré simplemente su «amor». Adiós, queridísima Lucy, con todas mis bendiciones.
Tuya,
MINA HARKER