9 de septiembre. —Esta noche soy muy feliz. Me he sentido tan miserablemente débil estos últimos días, que sólo ser capaz de pensar y de moverme es como sentir la luz del sol tras una larga tempestad de viento de levante bajo un cielo plomizo. Por alguna razón siento a Arthur muy, muy cercano a mí. Me parece sentir su presencia dándome su calor. Supongo que la enfermedad y la debilidad son acontecimientos egoístas que vuelven nuestra vista hacia el interior y nuestra simpatía hacia nosotros mismos, mientras que la salud y la fuerza dan riendas al Amor, para que pueda vagar por donde quiera tanto en pensamiento como en sentimiento. Yo sé dónde están mis pensamientos. ¡Si tan sólo Arthur lo supiera! Cariño, cariño, tus oídos deben zumbar mientras duermes, tal y como lo hacen los míos al despertar. ¡Oh, qué descanso tan dichoso el de anoche! Cómo dormí, con el adorable y generoso doctor Seward velándome. Y esta noche tampoco deberé temer al sueño, ya que está tan cerca de mí que sólo necesito llamarle. ¡Gracias a todo el mundo por ser tan bueno conmigo! ¡Gracias, Dios! Buenas noches, Arthur.