DIARIO DEL DOCTOR SEWARD

19 de agosto. —Ayer por la noche Renfield experimentó un extraño y repentino cambio. A eso de las ocho en punto, comenzó a ponerse nervioso y a olfatear como un perro al que acaban de azuzar. El celador se sorprendió de su comportamiento y, conociendo mi interés por él, le animó a hablar. Normalmente es respetuoso con él, en ocasiones hasta servil; pero anoche, según me cuenta el hombre, fue muy arrogante. Ni siquiera se dignó hablar con él. Lo único que le dijo fue:

—No quiero hablar contigo; ahora ya no cuentas. Mi Señor está cerca.

El celador cree que se trata de alguna forma repentina de manía religiosa, que le ha dominado. De ser así, debemos prepararnos para lo peor, pues un hombre de su fuerza, afectado de manía homicida y religiosa a la vez, podría ser peligroso. Es una terrible combinación. A las nueve en punto yo mismo le hice una visita. Su actitud para conmigo fue la misma que hacia el celador; perdido en su sublime egomanía, la diferencia que pueda existir entre nosotros dos es, para él, insignificante. Realmente parece manía religiosa; pronto creerá ser Dios. Y estas distinciones infinitesimales entre hombres son demasiado ínfimas para un ser Omnipotente. ¡Cómo se traicionan a sí mismos estos locos! El Dios real se preocupa hasta de un gorrión caído del nido; sin embargo, el Dios creado por la vanidad humana no es capaz de ver diferencias entre un águila y un gorrión[124]. ¡Oh, si los hombres tan sólo supieran!

Durante media hora o más, Renfield continuó alterándose cada vez más. Fingí no vigilarle, pero de todos modos le tuve bajo estricta observación. De repente asomó a sus ojos esa mirada furtiva que vemos cada vez que un lunático ha tenido una idea, y con ella ese movimiento sigiloso de la cabeza y la espalda que los celadores de manicomio acaban reconociendo a la perfección. Se volvió con bastante calma, fue a sentarse resignadamente en el borde de su cama y miró al vacío con ojos apagados. Quise averiguar si su apatía era real o sólo fingida e intenté hacerle hablar de sus mascotas, un tema que nunca había dejado de animarle. En un principio no respondió nada, pero finalmente afirmó malhumoradamente:

—¡Al infierno con ellas! Me importan un comino.

—¿Qué? —dije yo—. ¿No pretenderá decirme que ya no le importan sus arañas? —ahora mismo las arañas son su principal afición y el cuaderno de notas se está llenando de columnas de pequeñas cifras. Al oír esto, respondió enigmáticamente:

—Las damas de honor alegran la vista de los que esperan la llegada de la novia; pero cuando la novia se acerca, las damas de honor dejan de brillar ante unas vistas colmadas.

Se negó a explicarse, y permaneció obstinadamente sentado en su cama todo el rato que seguí con él.

Esta noche estoy agotado y bajo de ánimos. No puedo dejar de pensar en Lucy y lo diferentes que podrían haber sido las cosas. Si no me duermo de inmediato, recurriré al doral[125], el moderno Morfeo. ¡C2HCl3O.H2O! Debo tener cuidado para que no se convierta en un hábito. ¡No, esta noche no debo tomar nada! He estado pensando en Lucy, y no quiero deshonrarla mezclando ambas cosas. De ser necesario, pasaré la noche en vela…

Me alegro de haber tomado esa resolución; y más me alegra haberla mantenido. Estaba dando vueltas en la cama y había oído al reloj dar dos campanadas, cuando el vigilante nocturno vino a buscarme, enviado desde el pabellón, para comunicarme que Renfield se había escapado. Me puse apresuradamente las ropas y bajé corriendo de inmediato; mi paciente es una persona demasiado peligrosa como para rondar por ahí libremente. Esas ideas suyas podrían representar un peligro para los desconocidos. El celador me estaba esperando. Me dijo que no hacía diez minutos que le había visto, aparentemente dormido en su cama, al mirar a través de la ventanilla de observación que hay en la puerta. Le llamó la atención el ruido de la ventana al ser arrancada haciendo palanca. Corrió de vuelta y vio los pies de Renfield desaparecer a través de la ventana, por lo que me hizo llamar de inmediato. Iba vestido con su pijama, y no podía haber llegado muy lejos. El celador pensó que sería más útil observar hacia dónde se dirigía que seguirle de inmediato, puesto que podía perderle de vista mientras salía del edificio por la puerta. Es un hombre corpulento y no podría haber salido por la ventana. Yo soy delgado, así que con su ayuda salí, pero con los pies por delante y, ya que sólo estábamos a un par de pies por encima del suelo, aterricé sin daños. El celador me dijo que el paciente había ido hacia la izquierda y que luego había seguido en línea recta, de modo que corrí lo más rápido que pude. Mientras atravesaba el cinturón de árboles, vi una blanca silueta escalando el alto muro que separa nuestros terrenos de los de la casa abandonada.

Volví corriendo de inmediato y le dije al vigilante que reuniera a tres o cuatro hombres y que me siguiera a los terrenos de Carfax, en caso de que nuestro amigo pudiera ser peligroso. Yo mismo tomé una escalera y, escalando el muro, me dejé caer al otro lado. Pude ver la silueta de Renfield desapareciendo tras una esquina de la casa, de modo que le seguí a la zaga. Le encontré en el lado más alejado de la casa, pegado contra la vieja puerta de roble ribeteada de hierro de la capilla. Parecía estar hablando con alguien, pero no me atreví a acercarme lo suficiente como para oír lo que estaba diciendo, no fuera a asustarle y saliera corriendo. ¡Perseguir a un enjambre de abejas no es nada en comparación con seguir a un lunático desnudo al que le han entrado ansias de escapar! Al cabo de un par de minutos, en cualquier caso, pude ver que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor, de modo que me atreví a acercarme más, sobre todo porque en ese momento mis hombres ya habían cruzado el muro y le estaban rodeando. Le oí decir:

—He venido para cumplir Tus órdenes, mi Señor. Ahora soy Tu esclavo, y Tú me recompensarás, pues te seré fiel. Hace tiempo que te adoro de lejos. Ahora que estás cerca, aguardo Tus órdenes, y Tú no me dejarás de lado, ¿verdad, querido Amo, cuando hagas el reparto de todo lo que es bueno?

Está claro que «un viejo egoísta y pedigüeño. No deja de pensar en los panes y los peces ni cuando cree encontrarse frente a la Real Presencia[126]. Sus manías se combinan de un modo inquietante. Cuando nos acercamos a él, peleó como un tigre. Es inmensamente fuerte, y luchó más como una bestia salvaje que como un hombre. Nunca había visto con anterioridad a un lunático en semejante paroxismo de ira; y espero no volver a hacerlo. Es un milagro que hayamos descubierto a tiempo su fuerza y peligrosidad. Con una fuerza y una determinación como las suyas, quién sabe cuántas barrabasadas podría haber cometido antes de ser capturado. En cualquier caso, ahora está a buen recaudo. Ni el mismísimo Jack Sheppard[127] podría librarse de la camisa de fuerza que le mantiene impedido y le hemos encadenado al muro de la habitación acolchada. Sus gritos son, en ocasiones, terribles, pero los silencios que les siguen son más amenazadores aún, pues en cada uno de sus gestos y movimientos puede percibirse su intención de matar.

Justo ahora acaba de decir por primera vez algunas palabras coherentes:

—Seré paciente, Amo. Ya viene… Ya viene… ¡Ya viene!

Dándome por aludido, también yo me he venido. Antes estaba demasiado alterado para dormir, pero este diario me ha tranquilizado y siento que aún podré dormir algo esta noche.