8 de agosto. —Lucy ha estado muy inquieta toda la noche y tampoco yo he podido dormir. La tormenta fue terrible, y mientras bramó poderosamente entre los tiros de la chimenea, me hizo temblar. Llegó una aguda bocanada que pareció una escopeta distante. Curiosamente, Lucy no se despertó, pero se levantó dos veces y se vistió. Afortunadamente, las dos veces me desperté a tiempo y conseguí desvestirla sin despertarla y volví a meterla en la cama. Es muy extraño esto del sonambulismo, pues tan pronto como su voluntad se ve frustrada físicamente, su intención, si es que hubiera alguna, desaparece para plegarse casi exactamente a la rutina de su vida.
Por la mañana nos levantamos temprano y bajamos al puerto a ver si había pasado algo durante la noche[117]. Había muy poca gente por allí y aunque el sol brillaba con intensidad, y el aire era limpio y fresco, las enormes y siniestras olas, que parecían oscuras en sí mismas porque la espuma que las coronaba era como la nieve, se abrían paso a través de la estrecha boca del puerto… como un matón atravesando una multitud. En cierto modo me alegré de que Jonathan no estuviera anoche en el mar sino en tierra. Pero, oh, ¿está en tierra o en mar? ¿Dónde está, y cómo? Estoy inquieta y temo terriblemente por él. Si tan sólo supiera qué hacer y pudiera hacer algo…
10 de agosto. —El funeral del pobre capitán ha sido muy conmovedor. Todos y cada uno de los barcos del puerto estuvieron allí presentes y el ataúd fue llevado por capitanes todo el camino desde el Malecón de Tate Hill hasta el cementerio. Lucy vino conmigo y enseguida acudimos a nuestro viejo banco, mientras la comitiva de barcos subía el río hasta llegar al viaducto y luego volvía a bajar. Tuvimos una hermosa vista y vimos casi toda la procesión. El pobre hombre fue enterrado muy cerca de nuestro banco, de modo que cuando llegó el momento nos pusimos encima de pie y pudimos verlo todo. La pobre Lucy parecía muy alterada. Estuvo inquieta e intranquila todo el tiempo y no puedo evitar pensar que su sonambulismo nocturno le está pasando factura. Tiene una costumbre muy rara: nunca admitirá ante mí que haya causa alguna para su inquietud; o si la hubiera, ella misma no la entiende. Una causa adicional es que el pobre y anciano señor Swales fue hallado muerto esta mañana en nuestro banco, con el cuello roto. Evidentemente, como dijo el doctor, se había caído del banco debido a algún sobresalto, pues tenía una expresión de miedo y horror en el rostro que hizo sentir un escalofrío a los hombres que le encontraron. ¡Pobre y querido viejo! ¡Quizá vio a la Muerte con sus ojos agonizantes[118]! Lucy es tan dulce y sensible que se deja influir mucho más intensamente que otras personas. Justo ahora estaba muy perturbada por un suceso sin importancia al que yo no presté demasiada atención, aunque también yo tengo mucho cariño a los animales. Uno de los hombres que sube aquí a menudo para ver los barcos llegó acompañado de su perro. El perro siempre está con él. Los dos son muy callados, y nunca he visto al hombre enfadado ni oído al perro ladrar. Durante el servicio el perro no quiso acercarse a su dueño, que estaba en el banco con nosotras, sino que se mantuvo a unos metros de distancia, ladrando y aullando. Su amo le habló amablemente, luego con dureza y finalmente enfadado; pero el animal ni se acercaba ni dejaba de hacer ruido. Era presa de una especie de ataque de furia, con los ojos desquiciados y todo el pelo de punta, como el rabo de un gato cuando está en pie de guerra. Finalmente, también el hombre se enfadó, y se levantó de un salto y le dio una parada al perro. Después lo agarró por el cogote y medio lo arrastró, medio lo arrojó contra la lápida a la que está fijado el banco. En el momento en el que tocó la piedra, el pobre animal se calló y se echó a temblar. No intentó huir, sino que sencillamente se agazapó, estremeciéndose y encogiéndose, y se hallaba en un estado de terror tan lamentable que intenté, aunque sin resultado, reconfortarle. Lucy estaba muy apenada también, pero no intentó tocar al perro, sino que se limitó a mirarlo angustiada. Temo mucho que tenga una naturaleza demasiado hipersensible como para ir por el mundo sin problemas. Esta noche soñará con esto, estoy segura. Toda la acumulación de acontecimientos: el barco conducido a puerto por un hombre muerto; su pose, atado al timón con un crucifijo y un rosario; el conmovedor funeral; el perro, primero furioso y luego aterrorizado… todo ello alimentará sus sueños.
Creo que será mejor que se vaya a la cama físicamente agotada, de modo que voy a llevarla a dar un largo paseo siguiendo los acantilados hasta la Bahía de Robin Hood y de vuelta aquí. No debería sentirse demasiado inclinada a andar dormida después de eso.