Varna a Whitby
Escrito el 18 de julio. Están sucediendo cosas tan extrañas, que voy a llevar un registro detallado a partir de ahora y hasta que arribemos.
El 6 de julio terminamos de subir la carga: arena fina y cajas de tierra. A mediodía desplegamos velas. Viento del este, fresco. Tripulación: cinco marineros… dos oficiales, cocinero, y yo mismo (capitán).
El 11 de julio al amanecer entramos en el Bósforo. Abordados por oficiales de aduanas turcos. Bakhshish[114]. Todo correcto. Partimos a las 4 p.m.
El 12 de julio atravesamos los Dardanelos. Más oficiales de aduanas y lancha del escuadrón de la guardia. Más bakhshish. Trabajo de los oficiales concienzudo, pero rápido. Quieren que nos marchemos pronto. Al atardecer pasamos al Archipiélago[115].
El 13 de julio pasamos frente a cabo Matapán. Tripulación descontenta por algún motivo. Parecían asustados, pero no quisieron hablar.
El 14 de julio estuve algo preocupado por la tripulación. Todos los hombres son tipos formales y han navegado conmigo con anterioridad. El primer oficial no consiguió averiguar qué es lo que anda mal; sólo pudieron decirle que había algo, y se santiguaron. Ese día el oficial perdió el temperamento con uno de ellos y le golpeó. Esperaba que estallara una pelea, pero todo siguió tranquilo.
El 16 de julio el primer oficial me informó por la mañana de que un miembro de la tripulación, Petrofsky, había desaparecido. No podía explicarlo. Inició su guardia de babor al dar las ocho; fue relevado por Abramoff, pero no llegó a su litera. Hombres más desmoralizados que nunca. Todos dijeron que esperaban algo así, pero no quisieron decir nada más que había algo a. bordo. Oficial empieza a impacientarse con ellos; temí problemas en el futuro.
El 17 de julio, ayer, uno de los hombres, Olgaren, vino a mi camarote y con mucho temor me confió que pensaba que había un desconocido a bordo. Dijo que durante su guardia se había estado refugiando detrás de la camareta alta, ya que estaba lloviendo, cuando vio a un hombre alto, delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, salir por la escotilla de los camarotes, recorrer la cubierta y desaparecer. Le siguió sigilosamente, pero cuando llegó a proa no encontró a nadie y todas las escotillas estaban cerradas. Era presa de un miedo supersticioso y temo que pueda cundir el pánico. Para acallarlo, hoy voy a registrar todo el barco concienzudamente de proa a popa.
Más tarde, me he reunido con toda la tripulación y les he dicho que ya que evidentemente pensaban que había alguien a bordo del barco, íbamos a registrarlo de proa a popa. El primer oficial se ha enfadado; ha dicho que era una locura y que ceder ante una idea tan idiota desmoralizaría a los hombres; ha dicho que él se encargaría de que no armaran jaleo con un espeque. Le dejé al mando del timón, mientras el resto iniciábamos una concienzuda búsqueda, todos juntos, con linternas; no dejamos ningún rincón sin examinar. Puesto que sólo estaban las grandes cajas de madera, no había demasiados rincones en los que un hombre pudiera esconderse. Hombres mucho más aliviados al finalizar la búsqueda, han vuelto alegremente al trabajo. Primer oficial ha fruncido el ceño, pero no ha dicho nada.
22 de julio. —Mal tiempo durante los últimos tres días, todos los marineros ocupados con el velamen. No han tenido tiempo de asustarse. Parecen haber olvidado su temor. Primer oficial contento de nuevo, todos en buena armonía. He felicitado a los hombres por su buen trabajo durante el mal tiempo. Hemos cruzado el estrecho de Gibraltar. Todo bien.
24 de julio. —Una maldición parece cernirse sobre este barco. Ya nos faltaba un marino al entrar en el golfo de Vizcaya con un tiempo terrible frente a nosotros y anoche perdimos otro hombre. Desaparecido. Como el primero, terminó su guardia y no volvió a ser visto. Los hombres tienen pánico; me han hecho llegar una petición solicitando guardias dobles, pues temen estar solos. Primer oficial violento. Temo que habrá problemas, pues o bien él o bien los hombres recurrirán a la violencia.
28 de julio. —Cuatro días en el infierno, zarandeados por una especie de maëlstrom, viento huracanado. Nadie ha dormido. Los hombres están completamente agotados. A duras penas van a poder hacer guardia, puesto que ninguno tiene fuerzas para continuar. El segundo oficial se ha ofrecido voluntario para pilotar y vigilar, permitiendo que los hombres dispongan de un par de horas de sueño. El viento remite, el mar sigue bravio, pero menos, el barco va más firme.
29 de julio. —Otra tragedia. Esta noche hicimos guardia sencilla porque la tripulación estaba muy cansada para doblar. Cuando el relevo de la mañana salió a cubierta no pudo encontrar a nadie salvo al timonel. Empezó a gritar y todos salieron a cubierta. Búsqueda exhaustiva, pero no hemos encontrado a nadie. Ahora hemos perdido al segundo oficial y la tripulación está aterrorizada. El primer oficial y yo hemos acordado ir armados a partir de ahora y estar atentos a cualquier indicio.
30 de julio. —Última noche. Nos estamos acercando a Inglaterra con alegría. Buen tiempo, todo el velamen desplegado. Me retiré agotado; dormí profundamente; me ha despertado el primer oficial dicién— dome que los dos hombres de guardia y el timonel han desaparecido. Sólo quedamos yo, el oficial y dos marinos para manejar el barco.
1 de agosto. —Dos días de niebla y ni una sola vela a la vista. Tenía la esperanza de que al llegar al Canal de la Mancha podría enviar señales de socorro o arribar a algún puerto. Al no tener manos suficientes para manejar las velas tenemos que dejarnos llevar por el viento. No me atrevo a arriarlas, ya que no podríamos volver a levantarlas. Algo parece empujarnos hacia una terrible condena. Oficial más desmoralizado que cualquiera de los marinos. Su naturaleza más enérgica parece haber trabajado interiormente en su contra. Los hombres están más allá del miedo, trabajan imperturbables, con paciencia. Se han preparado para lo peor. Son rusos. Él, rumano.
2 de agosto, medianoche. —Me he despertado de un sueño de un par de minutos al oír un grito, aparentemente delante de mi portilla. No he visto nada en la niebla. He corrido a cubierta y me he encontrado con el oficial. Me dice que ha oído un grito y que ha subido corriendo. Ni rastro del hombre de guardia. Otro desaparecido. ¡Señor, ayúdanos! El oficial dice que debemos de haber superado los estrechos de Dover, ya que justo cuando ha oído gritar al hombre, en un momento en el que la niebla se ha levantado, ha visto North Foreland[116]. De ser así ahora estamos en el Mar del Norte y sólo Dios puede guiarnos en la niebla, que parece moverse con nosotros, pero Dios parece habernos abandonado.
3 de agosto. —A medianoche fui a relevar al hombre en el timón, pero cuando llegué allí no encontré a nadie. El viento era estable, como lo teníamos a favor no dimos guiñadas. No me atreví a dejarlo, de modo que llamé a gritos al oficial. En un par de segundos salió corriendo a cubierta con sus pantalones de franela. Tenía un aspecto demacrado y los ojos desorbitados y temí que su razón le hubiera abandonado. Se acercó a mí y susurró roncamente, pegando la boca a mi oído, como si temiera que el mismo aire pudiera oírle: «Está aquí; ahora lo sé. Lo vi anoche, durante la guardia, como un hombre, alto y delgado, espantosamente pálido. Estaba en la proa, mirando hacia fuera. Me arrastré detrás de eso, y le ataqué con mi cuchillo; pero el cuchillo lo atravesó, estaba vacío como el aire». Y mientras hablaba tomó su cuchillo y lo clavó salvajemente en el vacío. Después continuó: «Pero sé que está aquí, y voy a encontrarlo. Está en la bodega, quizá en una de esas cajas. Las desatornillaré todas una a una y veré. Usted ocúpese del timón». Y, con una mirada de advertencia y alzando el índice frente a sus labios, descendió. Se estaba levantando un viento picado y no pude abandonar el timón. Le vi salir de nuevo a cubierta con una caja de herramientas y una linterna y descender a la escotilla de proa. Está loco, loco de remate, y sería inútil intentar detenerle. A las cajas no puede hacerles daño: según la factura contienen «arcilla» y destaparlas es lo más inofensivo que puede hacer. Así que aquí me he quedado, ocupándome del timón, y escribiendo estas notas. Sólo puedo confiar en Dios y esperar a que se levante la niebla. Entonces, si no puedo guiar el barco hasta algún puerto con el viento que haya, cortaré las velas y me dejaré llevar y pediré ayuda…
Ya casi rodo ha terminado. Justo cuando estaba empezando a tener la esperanza de que el oficial saldría más tranquilo (pues le oí golpeando algo en la bodega, y el trabajo es bueno para él), ha surgido un repentino alarido de horror de la escotilla que me ha helado la sangre en las venas, y él ha salido a cubierta como disparado por un resorte… un demente rabioso, con los ojos desorbitados y el rostro convulsionado por el miedo. «¡Sálveme! ¡Sálveme!», ha gritado, y después ha mirado a su alrededor, a la espesa niebla. Su horror se ha tornado desesperación, y con voz firme me ha dicho: «Será mejor que venga usted también, capitán, antes de que sea demasiado tarde. Está aquí. Ahora sé el secreto. ¡El mar me salvará de Él y eso es lo único que me queda!» Antes de que pudiera decir una palabra, o adelantarme para agarrarle, ha subido de un salto a la borda y se ha arrojado deliberadamente al mar. Supongo que ahora yo también conozco el secreto. Fue este lunático quien se deshizo uno a uno de los hombres, y ahora los ha seguido él mismo. ¡Que Dios me ayude! ¿Cómo voy a explicar todos estos horrores cuando llegue a puerto? !Cuando llegue a puerto! ¿Ocurrirá eso alguna vez?
4 de agosto. —Persiste la niebla que el sol no consigue penetrar. Sé que ha salido el sol porque soy marino, no por otra cosa. No me he atrevido a ir abajo, no me he atrevido a abandonar el timón, de modo que he permanecido aquí toda la noche, y en la penumbra de la noche lo vi… ¡a Él! Que Dios me perdone, pero el oficial hizo bien saltando por la borda. Es mejor morir como un hombre. Nadie podría objetarle a un marino que muera en alta mar. Pero yo soy capitán y no debo abandonar mi barco. Pero confundiré a este demonio o monstruo, pues ataré mis manos al timón cuando mis fuerzas comiencen a abandonarme y junto a ellas ataré el objeto que Él (¡que Eso!) no se atreve a tocar; y después, vengan buenos o malos vientos, salvaré mi alma y mi honor como capitán. Cada vez me siento más débil y la noche se acerca. Si Él volviera a mirarme a la cara podría no quedarme tiempo para actuar…
Si embarrancamos, quizá alguien encuentre esta botella y aquellos que la encuentren puedan comprender; si no… bueno, entonces todos los hombres deberán saber que he sido digno de la confianza depositada en mí. Que Dios y la Virgen y los santos ayuden a un pobre ignorante que intenta cumplir con su deber…
Por supuesto, el veredicto ha quedado abierto. No hay pruebas que aducir; y si fue este hombre quien cometió o no los asesinatos, nadie puede afirmarlo. Los paisanos aquí defienden casi con unanimidad que el capitán es, sencillamente, un héroe, y va a tener un funeral público. Ya se ha decidido que su cuerpo sea transportado Esk arriba con una comitiva de barcos durante un trecho y luego traído de vuelta hasta el Malecón de Tate Hill, desde donde será subido por la escalinata de la abadía, puesto que va a ser enterrado en el cementerio del barranco. Los patrones de más de cien barcos ya han manifestado su deseo de acompañarle a la tumba.
No ha podido encontrarse ni rastro del gran perro, por el que muchos se lamentan, pues teniendo en cuenta el estado actual de la opinión pública, creo que sería adoptado por la ciudad. Mañana será el funeral, y así acabará este nuevo «misterio del mar».