Carta, Lucy Westenra a Mina Murray

17 Chatham Street

Miércoles

Queridísima Mina:

Debo decir que me acusas muy injustamente de ser una mala corresponsal. Desde que nos separamos te he escrito dos veces y tu última carta fue únicamente la segunda. Además, no tengo nada que contarte. Sinceramente, apenas ha sucedido nada de interés. La ciudad está muy agradable en esta época y vamos mucho a las galerías de arte y a pasear y a montar por el parque. En cuanto al hombre alto de pelo rizado, imagino que se referirán al que me acompañó en el último concierto al aire libre. Evidentemente alguien ha estado chismorreando. Se trata del señor Holmwood. Viene a visitarnos a menudo, y él y mamá se entienden muy bien; tienen muchas cosas en común de las que hablar. Hace poco conocimos a un hombre que sería perfecto para ti, si no estuvieras ya comprometida con Jonathan. Es un parti[66] excelente; atractivo, acomodado y de buena cuna. Es doctor y muy listo. ¡Imagínate! Sólo tiene veintinueve años y ya tiene un inmenso manicomio completamente a su cargo. Me lo presentó el señor Holmwood. Él nos hizo una visita, y desde entonces viene a menudo. Creo que se trata de uno de los hombres más decididos que he visto jamás y, sin embargo, el más calmado. Parece absolutamente imperturbable. Puedo imaginar el sorprendente poder que debe de ejercer sobre sus pacientes. Tiene la curiosa costumbre de mirarte directamente a la cara, como si intentara leerte los pensamientos. Conmigo lo intenta muy a menudo pero me alegra poder decir que soy un hueso duro de roer. Lo sé por mi espejo. ¿Alguna vez has intentado leer tu propio rostro? Yo lo hago y puedo decirte que no es un mal estudio, aunque resulta más difícil de lo que podrías imaginar si nunca lo has intentado. Él dice que podría brindarle un curioso estudio psicológico y, humildemente, creo que así es. Como ya sabes, no me interesan tanto los vestidos como para ser capaz de describir las nuevas modas. Vestir es un muermo. Ya vuelvo a utilizar argot, pero da igual; Arthur dice lo mismo todos los días. Bueno, el conejo ha salido de la chistera. Mina, nos hemos contado todos nuestros secretos la una a la otra desde que éramos niñas[67]; hemos dormido juntas y comido juntas, y reído y llorado juntas; y ahora, aunque ya he hablado, me gustaría seguir hablando. Oh, Mina, ¿no lo adivinas? Le amo. Me estoy sonrojando mientras escribo esto, pues aunque creo que él también me ama, no me lo ha dicho con palabras. Pero, oh, Mina, le amo, le amo, ¡le amo! Ya está, ya me siento mejor. Ojalá estuviera contigo, querida, desvistiéndonos sentadas junto al fuego, como solíamos hacer; entonces intentaría describirte lo que siento. Ni siquiera sé cómo me he atrevido a escribir esto, aunque sea a ti. Me da miedo parar, pues podría romper la carta, y no quiero parar, pues estoy deseando contártelo todo. Respóndeme de inmediato, y dime todo lo que piensas. Mina, debo parar. Buenas noches. Recuérdame en tus oraciones; y, Mina, reza por mi felicidad.

Lucy

P. D. —No necesito decirte que esto es un secreto. Buenas noches otra vez.

L.