Principios de diseño
El estudio de Jobs e Ive
JONY IVE
Cuando Jobs reunió a sus principales directivos para darles una charla de ánimo justo después de convertirse en el consejero delegado en funciones en septiembre de 1997, entre el público se encontraba un británico de treinta años, sensible y apasionado, que dirigía el equipo de diseño de la compañía. Jonathan Ive —conocido por todos como Jony— estaba planeando dejar su trabajo. Estaba harto del enfoque de la empresa, centrado en la maximización de los beneficios en lugar de en el diseño de los productos. El discurso de Jobs le hizo reconsiderar su postura. «Recuerdo muy claramente como Steve anunció que nuestra meta no era simplemente ganar dinero sino también crear grandes productos —recordaba—. Las decisiones que se toman de acuerdo con esta filosofía son radicalmente diferentes de las que se habían estado adoptando en Apple». Ive y Jobs pronto forjaron una relación que llevaría a la mayor colaboración de su época en el campo del diseño industrial.
Ive se había criado en Chingford, una localidad al nordeste de Londres. Su padre era un orfebre que impartía clases en una universidad local. «Era un artesano magnífico —recordaba Ive—. Su regalo de Navidad consistía en un día de su tiempo en el taller de la universidad, durante las vacaciones, cuando no había nadie más por allí. Ese día me ayudaba a crear lo que yo quisiera». La única condición era que Jony tenía que dibujar a mano lo que planeaban hacer. «Siempre fui consciente de la belleza de los productos hechos a mano. Llegué a darme cuenta de que lo realmente importante era el cuidado que se ponía en ellos. Lo que más rechazo me produce es ver un producto descuidado».
Ive, que se matriculó en la Universidad Politécnica de Newcastle, pasaba el tiempo libre y los veranos trabajando en un gabinete de diseño. Una de sus creaciones fue un bolígrafo con una bolita en la parte superior con la que se podía juguetear. Ayudaba a ofrecerle al usuario una conexión emocional lúdica con el objeto. En su trabajo de fin de carrera diseñó un micrófono con auricular —de plástico blanco puro— para comunicarse con niños sordos. Su piso estaba abarrotado de maquetas de espuma plástica que fabricaba como parte de su búsqueda del diseño perfecto. También diseñó un cajero automático y un teléfono curvo, los cuales ganaron sendos premios de la Royal Society of Arts. A diferencia de algunos diseñadores, no se limitaba a crear hermosos bocetos. También se preocupaba por cómo iban a funcionar el montaje y los componentes internos. Uno de sus descubrimientos en la universidad llegó cuando vio que podía diseñar con un Macintosh. «Descubrí el Mac y sentí que tenía una conexión con la gente que había fabricado aquel producto —recordaba—. De pronto comprendí cuál era el sentido de una empresa, o cuál se suponía que debía ser».
Tras licenciarse, ayudó a fundar una empresa de diseño en Londres, llamada Tangerine, que consiguió un contrato de consultoría con Apple. En 1992, Ive viajó a Cupertino para entrar a trabajar en el departamento de diseño de Apple. Se convirtió en el jefe del departamento en 1996, el año anterior a que Jobs regresara, pero no estaba contento allí. Amelio no valoraba el diseño. «No había un ambiente de atención a los productos, porque estábamos tratando de rentabilizar al máximo los beneficios que obteníamos —afirmó Ive—. Todo lo que nos pedían a los diseñadores era una maqueta del aspecto exterior que debía tener el producto, y entonces los ingenieros lo fabricaban con el menor coste posible. Estuve a punto de dimitir».
Cuando Jobs se hizo con el mando y pronunció su discurso inicial para infundir ánimo a los trabajadores, Ive decidió quedarse un poco más. Sin embargo, Jobs buscó primero un diseñador de renombre mundial fuera de la compañía. Habló con Richard Sapper, que había diseñado el ThinkPad de IBM, y con Giorgetto Giugiaro, responsable del diseño del Ferrari 250 y del Maserati Ghibli I. Sin embargo, después dio una vuelta por el estudio de diseño de Apple y conectó con el afable, trabajador y bien dispuesto Ive. «Hablamos sobre diferentes enfoques para distintas formas y materiales —recordaba Ive—. Estábamos en la misma onda. De pronto comprendí por qué me encantaba aquella empresa».
Ive le presentaba sus informes, al menos en un principio, a Jon Rubinstein, a quien Jobs había contratado para dirigir el departamento de hardware, pero entonces estableció una relación directa y extrañamente intensa con Jobs. Comenzaron a comer juntos con cierta frecuencia, y cuando Jobs acababa la jornada se pasaba por el estudio de diseño de Ive para charlar un rato. «Jony tenía una categoría especial —comentó Powell—. Solía venir a visitarnos a casa y nuestras familias se hicieron amigas. Steve nunca se muestra intencionadamente hiriente con él. La mayoría de las personas en la vida de Steve son reemplazables, pero Jony no».
Jobs describió después el respeto que sentía por Ive:
La diferencia que ha supuesto Jony, no solo en Apple sino en todo el mundo, es inmensa. Es una persona tremendamente inteligente en todos los sentidos. Comprende los conceptos empresariales y los publicitarios. Asimila la información al instante, de forma automática. Comprende cuál es el núcleo de nuestra filosofía mejor que nadie. Si tuviera que nombrar a un compañero espiritual en Apple, ese es Jony. Los dos reflexionábamos juntos sobre la mayoría de los productos y después llamábamos a los demás y les preguntábamos: «Oye, ¿qué os parece esto?». Él comprende cuál es el propósito general además de los detalles más insignificantes de cada proyecto, y entiende que Apple es una compañía consagrada a sus productos. Ive no es un simple diseñador, y por eso trabaja directamente para mí. Tiene más poder operativo que nadie en Apple salvo yo. No hay nadie que le pueda decir qué debe hacer o que pueda echarlo de un proyecto. Así es como he dispuesto las cosas.
Como la mayoría de los diseñadores, Ive disfrutaba analizando la filosofía y haciendo los razonamientos paso a paso que desembocaban en un diseño concreto. Para Jobs, el proceso era más intuitivo: señalaba las maquetas y bocetos que le gustaban y rechazaba los que no. Entonces Ive recopilaba todas aquellas sugerencias y desarrollaba los conceptos que contaban con la bendición de Jobs.
Ive era seguidor del diseñador industrial alemán Dieter Rams, que trabajaba para la firma de electrodomésticos Braun. Rams predicaba el evangelio de «menos, pero mejor» —«Weniger aber besser»—, y, de la misma forma, Jobs e Ive se enfrentaban a cada nuevo diseño para ver cuánto podían simplificarlo. Desde que el primer folleto de Apple redactado por Jobs proclamó que «la sencillez es la máxima sofisticación», él había buscado la sencillez que se obtiene como resultado de controlar la complejidad, no de ignorarla. «Hace falta mucho trabajo —afirmó— para que algo resulte sencillo, para comprender de verdad los desafíos latentes y obtener soluciones elegantes».
En Ive, Jobs conoció a su alma gemela en la búsqueda de una sencillez auténtica y no superficial. Ive, sentado en su estudio de diseño, describió en una ocasión su filosofía.
¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Porque con los productos físicos tenemos que sentir que podemos dominarlos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez no es simplemente un estilo visual. No es solo el minimalismo o la ausencia de desorden. Es un concepto que requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para conseguir una auténtica simplicidad, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para que algo no lleve tornillos, a lo mejor necesitas un producto muy enrevesado y complejo. La mejor forma de enfrentarse a ello es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencia de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que no son esenciales.
Aquel era el principio fundamental que compartían Ive y Jobs. El diseño no era simplemente el aspecto superficial de un producto; tenía que reflejar la esencia del producto. «En el vocabulario de la mayoría de la gente, “diseño” significa “carcasa” —declaró Jobs a Fortune poco después de recuperar el mando de Apple—, pero para mí no podría haber un concepto más alejado del significado del diseño. El diseño es el alma fundamental de una creación humana que acaba por manifestarse en las sucesivas capas exteriores».
Como resultado, el proceso de diseño de un producto en Apple se encontraba íntegramente relacionado con el proceso de montaje y producción. Ive describió uno de los Power Mac de Apple: «Queríamos deshacernos de todo lo que no fuera absolutamente esencial —aseguró—. Para ello hacía falta una colaboración completa entre los diseñadores, los desarrolladores del producto, los ingenieros y el equipo de producción. No hacíamos más que volver al principio una y otra vez. ¿Necesitamos ese componente? ¿Podemos conseguir que cumpla él solo la función de las otras cuatro piezas?».
La conexión entre el diseño de un producto, su esencia y su producción quedó de manifiesto para Jobs e Ive cuando se encontraban viajando por Francia y entraron en una tienda de electrodomésticos de cocina. Ive cogió un cuchillo que le gustaba, pero después lo volvió a dejar en su sitio, desilusionado. Jobs hizo lo mismo. «Los dos advertimos una pizca de pegamento entre el mango y la hoja», recordaba Ive. Hablaron acerca de cómo el buen diseño del cuchillo había quedado arruinado por la forma en que se había fabricado. «No nos gusta pensar que nuestros cuchillos están pegados con pegamento —comentó Ive—. A Steve y a mí nos preocupaban ese tipo de cosas que arruinaban la pureza del objeto y nos apartaban de su esencia, y pensamos de forma similar sobre cómo deberían estar hechos los productos para que parezcan puros e íntegros».
En la mayoría de las otras empresas, la ingeniería tiende a ser la que determina el diseño. Los ingenieros plantean sus requisitos y especificaciones, y entonces los diseñadores crean cubiertas y tapas que puedan acomodarlos. Para Jobs, el proceso tendía a funcionar en sentido inverso. Durante los primeros días de Apple, Jobs había aprobado el diseño de la carcasa del primer Macintosh, y los ingenieros tuvieron que conseguir que sus placas y componentes cupieran en ella.
Tras su destitución, el proceso en Apple se invirtió para volver a estar dirigido por los procesos de ingeniería. «Antes de que Steve regresara, los ingenieros decían: “Aquí están las tripas” (el procesador y el disco duro), y entonces se las mandaban a los diseñadores para que las metieran en una caja —comentó el director de marketing de Apple, Phil Schiller—. Cuando haces las cosas así, obtienes productos horribles». Sin embargo, cuando Jobs regresó y entabló relación con Ive, la balanza volvió a inclinarse hacia los diseñadores. «Steve seguía insistiendo en que el diseño era una parte integral de lo que acabaría por hacernos grandes —afirmó Schiller—. El diseño volvía a dictar el proceso de fabricación de los componentes, y no a la inversa».
A veces esta técnica podía dar malos resultados, como cuando Jobs e Ive insistieron en utilizar una única pieza de aluminio pulido para el borde del iPhone 4, aun cuando los ingenieros les alertaron de que aquello podía hacer que la antena fuera menos efectiva. Sin embargo, por lo general, la distintiva apariencia de sus diseños —en el iMac, el iPod, el iPhone y el iPad— sirvió para distinguir a Apple y conducir la empresa a los triunfos obtenidos durante los años siguientes al retorno de Jobs.
DENTRO DEL ESTUDIO
El estudio de diseño donde reina Jony Ive, en la planta baja del número 2 de Infinite Loop, en el campus de Apple, se encuentra protegido por cristales tintados y una pesada puerta cerrada a cal y canto. En el interior se encuentra una cabina acristalada de recepción con dos vigilantes. La mayoría de los empleados de Apple no tienen permiso para acceder a su interior. La mayor parte de las entrevistas con Jony Ive que mantuve para la redacción de este libro tuvieron lugar en algún otro sitio, pero un día de 2010 dispuso que yo pasara la tarde visitando el estudio y charlando acerca de cómo Jobs y él trabajan allí.
A la izquierda de la entrada se encuentra un conjunto de mesas con diseñadores jóvenes; a la derecha se abre un enorme y oscuro salón principal con seis largas mesas de acero sobre las que colocar los proyectos en curso y jugar con ellos. Tras la sala principal se halla un estudio de diseño asistido por ordenador, lleno de estaciones de trabajo, que conduce a una sala con máquinas de moldeado que convierten los objetos que aparecen en la pantalla en maquetas de espuma. Más allá, una cámara de pintura pulverizada controlada por un robot se encarga de hacer que los modelos parezcan reales. El ambiente es espartano e industrial, con una decoración de un gris metálico. Las hojas de los árboles del exterior proyectan pautas móviles de luz y sombra sobre las ventanas tintadas. De fondo, se escucha música techno y jazz.
Cuando Jobs estaba sano y trabajaba en su despacho, acudía casi a diario a comer con Ive y paseaban alrededor del estudio por las tardes. Cuando entraba, podía inspeccionar las mesas y observar el despliegue de productos proyectados, sentir cómo podían incluirse en la estrategia empresarial de Apple y comprobar con sus propias manos la evolución de cada uno de los diseños. Normalmente los dos realizaban a solas el recorrido, mientras los otros diseñadores levantaban la vista de su trabajo pero mantenían una respetuosa distancia. Si Jobs tenía alguna consulta concreta, podía llamar al jefe de diseños mecánicos o a algún otro de los subalternos de Ive. Si algo le entusiasmaba o despertaba en él alguna idea sobre la estrategia empresarial, podía recurrir al director de operaciones, Tim Cook, o al jefe de marketing, Phil Schiller, para que se unieran a ellos. Ive describe el proceso habitual:
Esta gran sala es el único lugar de la compañía donde puedes echar un vistazo alrededor y ver todo aquello en lo que estamos trabajando. Cuando Steve entra, se sienta a una de esas mesas. Si estamos trabajando en un nuevo iPhone, por ejemplo, puede que coja un taburete y comience a jugar con diferentes maquetas y a sopesarlas con las manos, señalando cuáles le gustan más. A continuación paseamos entre las demás mesas, él y yo solos, para ver qué rumbo están siguiendo los otros productos. Así puede hacerse una idea de la dirección en la que avanza toda la empresa: el iPhone, el iPad, el iMac, los portátiles y todo lo demás que estamos creando. Esto le ayuda a ver dónde está invirtiendo Apple su energía y cómo se conectan los diferentes elementos. Puede preguntar cosas como: «¿Tiene sentido seguir esta dirección? Porque es por este otro camino donde estamos creciendo mucho». Consigue ver cómo se interrelacionan los productos, cosa bastante complicada de lograr en una gran compañía. Al mirar las maquetas de estas mesas, puede ver el futuro de los próximos tres años.
Gran parte del proceso de diseño es una conversación, un toma y daca que tiene lugar mientras paseamos en torno a las mesas y jugamos con las maquetas. A él no le gusta enfrentarse a diseños complejos. Quiere poder ver y sentir una maqueta, y hace bien. Yo mismo me sorprendo cuando producimos una maqueta y entonces me doy cuenta de que es una porquería, aunque pareciera estupendo en las imágenes informáticas que habíamos diseñado.
A él le encanta venir aquí porque es un lugar tranquilo y pacífico. Es un paraíso si eres una persona visual. No hay inspecciones formales de diseño, así que no hay grandes tomas de decisiones. En vez de eso, nosotros hacemos que las decisiones sean algo fluido. Como repetimos el proceso a diario y nunca realizamos estúpidas presentaciones, no tenemos grandes desacuerdos.
El día en que yo lo visité, Ive estaba supervisando la creación de un nuevo enchufe europeo y un conector para el Macintosh. Decenas de maquetas de espuma, cada una de ellas con mínimas diferencias respecto a las demás, se habían moldeado y pintado para su inspección. A algunos puede parecerles extraño que el jefe de diseño se preocupe de detalles como estos, pero Jobs también participaba en el proceso. Desde que ordenó que se fabricara una fuente de alimentación especial para el Apple II, Jobs no solo se ha preocupado de los elementos de ingeniería de estas piezas, sino también de su diseño. Él mismo quedó registrado como inventor en la patente del alimentador blanco que utiliza el MacBook, así como en la de su conector magnético, con el satisfactorio ruidito que hace al unirse al ordenador. De hecho, a principios de 2011 Jobs aparecía incluido como uno de los inventores de 212 patentes diferentes en Estados Unidos.
Ive y Jobs se han obsesionado incluso por el embalaje de varios productos de Apple y los han llegado a patentar. La patente estadounidense D558.572, por ejemplo, registrada el 1 de enero de 2008, es la de la caja del iPod nano, con cuatro dibujos que muestran como el aparato queda sujeto por una pieza de plástico cuando se abre la caja. La patente D596.485, registrada el 21 de julio de 2009, es para el embalaje del iPhone, con su tapa maciza y la pequeña bandejita de plástico brillante en el interior.
Mike Markkula le había enseñado desde un primer momento a Jobs a «atribuir» —a comprender que la gente sí que juzga los libros por sus portadas—, y por lo tanto a asegurarse de que todos los envoltorios y embalajes de Apple señalaran que en el interior se encontraba una hermosa joya. Ya sea un iPod mini o un MacBook Pro, los clientes de Apple conocen la sensación de abrir una caja bien montada y encontrar dentro un producto que se presenta de forma atractiva. «Steve y yo pasamos mucho tiempo pensando en el empaquetado —comentó Ive—. Me encanta el proceso de desembalar las cosas. Diseñamos un ritual de desembalaje para hacer que el producto sea más especial. El empaquetado puede ser como el teatro, puede crear una historia».
Ive, que tiene el temperamento sensible de un artista, a veces se enfadaba con Jobs porque este se atribuía demasiado mérito, un hábito que ha incomodado a otros compañeros de trabajo suyos a lo largo de los años. Sus sentimientos hacia Jobs eran en ocasiones tan intensos que podía sentirse herido con facilidad. «Él procedía a pasar revista a mis ideas y aseguraba: “Eso no está bien, eso no es muy bueno, ese me gusta” —comentó Ive—. Y después yo me sentaba entre el público y él hablaba de aquellos productos como si fueran idea suya. Yo le presto una atención obsesiva a los orígenes de una idea, e incluso escribo cuadernos llenos de mis ideas, por eso me duele cuando alguien se arroga el mérito de uno de mis diseños». Ive también se irrita cuando observadores ajenos a la empresa presentan a Jobs como el encargado de las ideas de Apple. «Eso nos convierte en una compañía vulnerable», afirmó serio y en un tono contenido. Pero entonces se detuvo para reconocer la función que Jobs desempeña al fin y al cabo. «En muchas otras compañías, las ideas y los grandes diseños se pierden en el proceso. Las ideas que provienen de mí y de mi equipo habrían sido completamente irrelevantes y se habrían perdido si Steve no hubiera estado allí para animarnos, trabajar con nosotros y superar cualquier resistencia hasta convertir nuestras ideas en productos».