La segunda venida
¿Qué ruda bestia, cuya hora llegó por fin…?
TODO SE DESMORONA
Cuando Jobs presentó el ordenador de NeXT en 1988, generó una oleada de entusiasmo que se desvaneció cuando por fin se puso a la venta al año siguiente. La capacidad de Jobs para cautivar, intimidar y manejar a la prensa comenzó a fallarle, y se publicaron varios artículos sobre los apuros que atravesaba la compañía. «El NeXT es incompatible con otros ordenadores en una época en que la industria avanza hacia sistemas abiertos —informaba Bart Ziegler, de la agencia Associated Press—. Como existe una cantidad relativamente pequeña de software que pueda utilizarse en el NeXT, le resulta complicado atraer a los clientes».
NeXT trató de posicionarse como el líder de una nueva categoría, las estaciones de trabajo personales, para gente que quería la potencia de una estación de trabajo y la facilidad de uso de un ordenador personal. Sin embargo, esos clientes estaban por aquel entonces comprándole las máquinas a la pujante Sun Microsystems. Por tanto, los ingresos de NeXT en 1990 fueron de 28 millones de dólares, frente a los 2.500 millones de Sun. Además, IBM abandonó su acuerdo para comprar las licencias del software de NeXT, así que Jobs se vio obligado a hacer algo que iba en contra de su naturaleza: a pesar de su arraigada creencia de que el hardware y el software debían estar unidos inseparablemente, en enero de 1992 accedió a permitir que el sistema operativo NeXTSTEP estuviera disponible para otros ordenadores.
Sorprendentemente, uno de los defensores de Jobs fue JeanLouis Gassée, que había coincidido con él en Apple y también había sido despedido posteriormente. Escribió un artículo en el que destacaba lo creativos que eran los productos de NeXT. «Puede que NeXT no sea Apple —sostenía Gassée—, pero Steve sigue siendo Steve». Unos días más tarde, su esposa fue a ver quién llamaba a la puerta y a continuación subió corriendo las escaleras para decirle a Gassée que Jobs estaba allí. Le agradeció haber escrito aquel artículo y lo invitó a un acto en el que Andy Grove, de Intel, iba a aparecer junto a Jobs para anunciar que el NeXTSTEP estaría disponible para la plataforma de IBM/Intel. «Me senté junto al padre de Steve, Paul Jobs, un hombre conmovedoramente digno —recordaba Gassée—. Había criado a un hijo difícil, pero estaba orgulloso y contento de verlo sobre el escenario junto a Andy Grove».
Un año después, Jobs dio el siguiente paso, que parecía inevitable: dejó de producir toda su línea de hardware. Aquella fue una decisión dolorosa, como lo había sido detener la fabricación de hardware en Pixar. Se preocupaba de todos los aspectos de sus productos, pero el hardware era una de sus pasiones particulares. Lo llenaba de energía conseguir grandes diseños, se obsesionaba con los detalles de la producción y podía pasarse horas viendo como sus robots fabricaban aquellas máquinas perfectas. Sin embargo, ahora se veía obligado a despedir a más de la mitad de sus empleados, venderle su amada fábrica a Canon (que subastó el extravagante mobiliario) y contentarse con una compañía que trataba de venderles un sistema operativo a los fabricantes de unas máquinas carentes de toda inspiración.
A mediados de la década de los noventa, Jobs había hallado un cierto placer en su nueva vida familiar y su sorprendente triunfo en el negocio cinematográfico, pero agonizaba ante la industria de los ordenadores personales. «La innovación se ha detenido prácticamente por completo —le dijo a Gary Wolf, de la revista Wired, a finales de 1995—. Microsoft se ha hecho con el control sin apenas novedades. Apple ha perdido. El mercado de los ordenadores de sobremesa ha entrado en la Edad Oscura».
También se mostró sombrío en una entrevista con Anthony Perkins y los redactores de la revista Red Herring concedida por aquellas fechas. En primer lugar, les mostró el lado más desagradable de su personalidad. Poco después de que llegaran Perkins y sus compañeros, Jobs se escabulló por la puerta trasera «para dar un paseo» y no regresó hasta pasados cuarenta y cinco minutos. Cuando la fotógrafa de la revista comenzó a tomar algunas imágenes, él hizo un par de comentarios sarcásticos para que parase. Según señaló Perkins después, «manipulación, egoísmo o simple grosería, no podíamos saber qué motivaba toda aquella tontería». Cuando al final se sentó para la entrevista, aseguró que ni siquiera la llegada de internet serviría para detener la supremacía de Microsoft. «Windows ha ganado —anunció—. Desgraciadamente, venció al Mac, venció a UNIX, venció al OS/2. El ganador ha sido un producto inferior».
El fracaso de NeXT a la hora de vender un producto que integrase hardware y software ponía en duda toda la filosofía de Jobs. «Cometimos un error, que fue tratar de aplicar la misma fórmula utilizada en Apple para crear todo el producto —admitió en 1995—. Deberíamos habernos dado cuenta de que el mundo estaba cambiando y haber pasado directamente a ser una compañía de software». Sin embargo, por más que lo intentara, no lograba entusiasmarse con aquella perspectiva. En lugar de crear grandes productos integrados que hicieran las delicias de los consumidores, ahora se había quedado con una empresa que trataba de vender software a otras empresas, las cuales instalarían sus programas en distintas plataformas de hardware. «Aquello no era lo que yo quería —se lamentó después—. Me aburría bastante no ser capaz de vender productos para los consumidores. Sencillamente, no estoy hecho para venderles productos a las empresas y conceder licencias de software para el hardware chapucero de otras personas. Nunca quise eso».
LA CAÍDA DE APPLE
En los años que siguieron a la partida de Jobs, Apple fue capaz de arreglárselas cómodamente con un alto margen de beneficios basado en su dominio temporal del campo de la autoedición. John Sculley, creyéndose un genio, realizó allá por 1987 distintas declaraciones que hoy en día resultan vergonzosas. Según sus palabras, Jobs quería que Apple «se convirtiera en una maravillosa empresa de productos para los consumidores. Ese plan era una locura […]. Apple nunca se iba a convertir en una empresa de productos de masas […]. No podíamos adaptar la realidad a todos nuestros sueños de cambiar el mundo […]. La alta tecnología no podía diseñarse y venderse como un producto para el gran público».
Jobs estaba horrorizado, y fue enfadándose más y volviéndose más despectivo a medida que la presidencia de Sculley era testigo de un descenso constante en el control del mercado y los beneficios de Apple a principios de la década de los noventa. «Sculley destruyó Apple al traer consigo a gente corrupta con valores corruptos —se lamentó Jobs posteriormente—. Estaban más preocupados por ganar dinero, principalmente para sí mismos, y también para Apple, que por crear grandes productos». Jobs sentía que el afán de aquel hombre por obtener beneficios solo fue posible a costa de perder cuota de mercado. «El Macintosh perdió ante Microsoft porque Sculley insistió en exprimir todos los beneficios que pudiera recaudar en lugar de mejorar el producto y hacer que resultase más asequible».
A Microsoft le había costado algunos años reproducir la interfaz gráfica de usuario del Macintosh, pero en 1990 presentó el Windows 3.0, que dio comienzo al avance de la compañía hasta llegar a controlar el mercado de los ordenadores de sobremesa. Windows 95, que salió a la venta en agosto de 1995, se convirtió en el sistema operativo de mayor éxito de todos los tiempos, y las ventas del Macintosh comenzaron a venirse abajo. «Microsoft se limitaba a copiar lo que hacían otras personas, y a continuación insistía en las mismas políticas y se aprovechaba de su control de los ordenadores compatibles con IBM —explicó después Jobs—. Apple se lo merecía. Tras mi marcha no inventaron nada nuevo. El Mac apenas mejoró. Aquello era pan comido para Microsoft».
Su frustración con Apple resultó evidente cuando pronunció un discurso para una asociación de estudiantes de la Facultad de Estudios Empresariales de Stanford. El acto se celebró en la casa de un alumno, que le pidió que le firmase un teclado de Macintosh. Jobs accedió a hacerlo si le permitía eliminar las teclas que se le habían añadido al Mac después de su salida de la compañía. Se sacó las llaves del coche del bolsillo y arrancó las cuatro flechas del cursor, que ya había vetado en una ocasión, además de toda la fila de teclas de función. «F1, F2, F3… Voy cambiando el mundo teclado a teclado», afirmó con tono inexpresivo. A continuación firmó el teclado mutilado.
Durante las vacaciones de Navidad de 1995, celebradas en Kona Village, en Hawai, Jobs se fue a dar un paseo por la playa para charlar con su amigo Larry Ellison, el indomable consejero delegado de Oracle. Discutieron la posibilidad de hacer una oferta pública de adquisición a Apple y devolver a Jobs al frente de la empresa. Ellison aseguró que podía reunir 3.000 millones de dólares de financiación. «Compraré Apple, tú conseguirás el 25% de la compañía de inmediato al convertirte en su consejero delegado, y podremos devolverle su gloria de tiempos pasados». Sin embargo, Jobs se resistía. «Decidí que no soy el tipo de persona que presenta una opa hostil —explicó—. Si me hubieran pedido regresar, la situación habría sido diferente».
En 1996, la cuota de mercado de Apple había descendido hasta el 4%, desde el 16% del que gozaba a finales de la década de los ochenta. Michael Spindler, que había sustituido a Sculley en 1993, trató de venderles la compañía a Sun, a IBM y a Hewlett-Packard. No tuvo éxito y fue sustituido, en febrero de 1996, por Gil Amelio, un ingeniero de investigación que era también el consejero delegado de National Semiconductor. Durante su primer año, la compañía perdió 1.000 millones de dólares, y el valor de las acciones, que había llegado a los 70 dólares en 1991, cayó hasta los 14 dólares, a pesar de que por entonces la burbuja de las empresas tecnológicas elevaba otros valores hasta la estratosfera.
Amelio no era un gran admirador de Jobs. Su primera reunión había tenido lugar en 1994, justo después de que Amelio fuera nombrado miembro del consejo de administración de Apple. Jobs lo había llamado y le había dicho: «Quiero ir a verte». Este lo invitó a su despacho de National Semiconductor, y recordaría después como vio llegar a Jobs a través de la pared de cristal de su despacho. Parecía «una especie de boxeador, agresivo y con una elegancia esquiva, o como un felino de la jungla, listo para abalanzarse sobre su presa», señaló. Tras unos minutos intercambiando cortesías —mucho más de lo que acostumbraba Jobs—, el recién llegado anunció bruscamente el motivo de su visita. Quería que Amelio lo ayudase a regresar a Apple como consejero delegado. «Solo hay una persona capaz de dirigir a las tropas de Apple —dijo—, solo una persona que pueda enderezar la compañía». Jobs argumentó que la era del Macintosh ya había pasado y que había llegado la hora de que Apple creara algo nuevo e igual de innovador.
«Si el Mac ha muerto, ¿con qué vamos a sustituirlo?», le preguntó Amelio. La respuesta de Jobs no lo impresionó. «Steve no parecía tener una respuesta clara —declaró posteriormente—. Era como si viniera con una lista de frases preparadas». Amelio sintió que estaba siendo testigo del campo de distorsión de la realidad de Jobs, y se enorgulleció de ser inmune a él. Echó sin miramientos a Jobs de su despacho.
En el verano de 1996, Amelio se dio cuenta de que tenía un grave problema. Apple estaba fijando sus esperanzas en la creación de un nuevo sistema operativo llamado Copland, pero él había descubierto, poco después de ocupar el puesto de consejero delegado, que se trataba de un producto decepcionante sobre el que se habían inflado las expectativas; Copland no podría resolver la necesidad de Apple de mejorar las comunicaciones en red y la protección de memoria, y tampoco estaría listo para su comercialización en 1997, tal y como se había planeado. Amelio prometió en público que encontraría rápidamente una alternativa. Su problema era que no tenía ninguna.
Así pues, Apple necesitaba un socio, uno capaz de crear un sistema operativo estable, preferentemente uno que se pareciera a UNIX y que tuviera una capa de aplicación orientada a objetos. Había una compañía claramente capaz de ofrecer un software así —NeXT—, pero a Apple todavía le hizo falta algo de tiempo para considerar aquella posibilidad.
Apple se fijó en primer lugar en una empresa creada por JeanLouis Gassée, llamada Be. Gassée comenzó a negociar la venta de Be a Apple, pero en agosto de 1996 se le fue la mano durante una reunión con Amelio en Hawai. Exigió que su equipo de cincuenta trabajadores entrase en Apple y pidió que le entregaran el 15% de la compañía, con un valor de unos 500 millones de dólares. Amelio estaba atónito. Apple calculaba que Be tenía un valor de unos 50 millones de dólares. Tras unas cuantas ofertas y contraofertas, Gassée se negó a aceptar una cifra de menos de 275 millones de dólares. Pensaba que Apple no tenía alternativas. A Amelio le llegó el rumor de que Gassée había comentado: «Los tengo agarrados por las pelotas, y pienso apretar hasta que les duela». Aquello no le hizo ninguna gracia.
La directora jefe de tecnología, Ellen Hancock, propuso que optaran por el sistema operativo Solaris, de Sun, que estaba basado en UNIX, a pesar de que todavía no contaban con una interfaz de usuario sencilla de utilizar. Amelio comenzó a defender que se decidieran nada menos que por Windows NT, de Microsoft, porque creía que podrían retocarlo superficialmente para que ofreciera el aspecto y la sensación de un Mac pero fuera a la vez compatible con todo el software al alcance de los usuarios de Windows. Bill Gates, ansioso por cerrar un trato, comenzó a llamar personalmente a Amelio.
Por supuesto, había otra opción. Dos años antes, Guy Kawasaki, columnista de la revista Macworld (y antiguo predicador del software de Apple), había publicado una divertida nota de prensa según la cual, supuestamente, Apple iba a adquirir NeXT y nombrar a Jobs consejero delegado. Aquella parodia afirmaba que Mike Markkula le había preguntado a Jobs: «¿Quieres pasarte el resto de tu vida vendiendo versiones azucaradas de UNIX o quieres cambiar el mundo?». Jobs accedió a la propuesta y contestó: «Como ahora soy padre, necesitaba una fuente de ingresos más estable». La nota señalaba que «debido a su experiencia en NeXT, se espera que lleve consigo a Apple un recién descubierto sentido de la humildad». La nota de prensa citaba a Bill Gates afirmando que ahora Jobs iba a presentar más novedades que las que Microsoft podía llegar a copiar. Por supuesto, todo el texto de la nota de prensa pretendía ser una broma, pero la realidad tiene la extraña costumbre de amoldarse al sarcasmo.
ARRASTRÁNDOSE HACIA CUPERTINO
«¿Alguien conoce lo suficiente a Steve como para llamarlo y hablarle de esto?», preguntó Amelio a su personal. Como su encuentro con Jobs dos años antes había tenido un mal desenlace, no quería ser él quien hiciera la llamada. Sin embargo, al final no le hizo falta. Apple ya estaba recibiendo señales de NeXT. Garrett Rice, un comercial de NeXT en un puesto intermedio, se había limitado a coger el teléfono y, sin consultárselo a Jobs, llamó a Ellen Hancock para ver si estaba interesada en echarle un vistazo a su software. Ella envió a alguien para reunirse con él.
En torno a finales de noviembre de 1996, las dos empresas habían establecido charlas entre trabajadores de nivel medio, y Jobs cogió el teléfono para llamar directamente a Amelio. «Voy de camino a Japón, pero volveré dentro de una semana y me gustaría verte en cuanto regrese —anunció Jobs—. No tomes ninguna decisión hasta que nos hayamos reunido». Amelio, a pesar de su experiencia anterior con Jobs, quedó encantado al tener noticias suyas y embelesado por la posibilidad de trabajar con él. «Para mí, la llamada telefónica de Steve fue como inhalar el aroma de la botella de un gran vino de reserva», recordaba. Le aseguró que no llegaría a ningún acuerdo con Be o con ninguna otra empresa antes de volverse a ver.
Para Jobs, la competencia con Be era tanto personal como profesional. NeXT estaba yéndose a pique, y la posibilidad de que Apple adquiriese la compañía parecía una alternativa muy tentadora. Además, Jobs era rencoroso, en ocasiones con gran encono, y Gassée se encontraba en los primeros puestos de su lista, quizá incluso por encima de Sculley. «Gassée es un hombre realmente malvado —aseguró Jobs después—. Es una de las pocas personas que he conocido en mi vida de las que podría afirmar que es realmente malo. Me apuñaló por la espalda en 1985». Hay que decir, en favor de Sculley, que al menos él fue lo suficientemente caballeroso como para apuñalar a Jobs en el pecho.
El 2 de diciembre de 1996, Steve Jobs puso un pie en los terrenos de Apple en Cupertino por primera vez desde su destitución, once años atrás. En la sala de conferencias de los ejecutivos, se reunió con Amelio y Hancock para tratar de vender NeXT. Una vez más, se dedicó a escribir en la pizarra que había allí, y en esta ocasión ofreció un discurso acerca de las cuatro generaciones de sistemas informáticos que habían culminado, al menos según su versión, con la salida al mercado de NeXT. Argumentó que el sistema operativo de Be no estaba completo, y que no era tan sofisticado como el de NeXT. Mostró su lado más seductor, a pesar del hecho de que estaba hablando con dos personas a las que no respetaba. Puso especial énfasis en tratar de parecer modesto. «A lo mejor es una idea completamente loca», afirmó, pero si les parecía atractiva «podemos fijar el tipo de acuerdo que queráis: licencias de software, la venta de la empresa, lo que sea». De hecho, estaba ansioso por venderlo todo, y subrayó aquella posibilidad. «Cuando le echéis un vistazo más a fondo, os convenceréis de que no solo os interesa el software —les dijo—. Vais a querer comprar toda la compañía y llevaros a todos los trabajadores».
«¿Sabes qué, Larry? Creo que he encontrado la forma de regresar a Apple y hacerme con el control sin que necesites comprarla», le comentó Jobs a Ellison durante un largo paseo en Kona Village, en Hawai, cuando coincidieron allí en Navidades. Según recordaba Ellison, «me explicó su estrategia, que consistía en hacer que Apple comprara NeXT, y así él pasaría a formar parte del consejo de administración y estaría a un paso de convertirse en su consejero delegado». Ellison pensó que Jobs estaba pasando por alto un elemento crucial. «Pero Steve, hay una cosa que no entiendo —lo interrumpió—. Si no compramos la compañía, ¿cómo vamos a ganar dinero?». Aquello dejaba claro lo diferentes que eran sus deseos. Jobs apoyó la mano sobre el hombro izquierdo de Ellison, se acercó a él tanto que casi se tocaban con la nariz y dijo: «Larry, esta es la razón por la que es muy importante que yo sea tu amigo. No necesitas más dinero».
Ellison recuerda su reacción, al borde del sollozo, ante la afirmación de Jobs. «Bueno, puede que yo no necesite el dinero, pero ¿por qué tengo que dejar que se lo lleve el gestor de inversiones de cualquier banco? ¿Por qué se lo tiene que quedar otra persona? ¿Por qué no nosotros?». «Creo que si regresara a Apple sin que ni tú ni yo seamos dueños de ninguna porción de la compañía, eso me otorgaría autoridad moral», replicó Jobs. Y Ellison apostilló: «Steve, esa autoridad moral de la que hablas es un lujo muy caro. Mira, eres mi mejor amigo y Apple es tu compañía, así que haré lo que tú quieras».
Aunque Jobs afirmó posteriormente que no estaba planeando hacerse con el control de Apple por aquel entonces, Ellison pensó que era inevitable. «Cualquiera que pasara más de media hora con Amelio se daría cuenta de que no podía hacer nada más que autodestruirse», señaló posteriormente.
El gran enfrentamiento entre NeXT y Be se celebró en el hotel Garden Court de Palo Alto el 10 de diciembre, con la presencia de Amelio, Hancock y otros seis ejecutivos de Apple. NeXT entró primera, y Avie Tevanian les presentó el software mientras Jobs hacía gala de su hipnótica habilidad para las ventas. Mostraron cómo el programa permitía reproducir cuatro vídeos en pantalla a la vez, crear contenidos multimedia y conectarse a internet. «El discurso con el que Steve presentó el sistema operativo de NeXT fue deslumbrante —comentó Amelio—. Exaltó sus virtudes y sus puntos fuertes como si estuviera describiendo la actuación de Lawrence Olivier en el papel de Macbeth».
Gassée entró a continuación, pero actuó como si el acuerdo ya estuviera en sus manos. No ofreció ninguna presentación nueva. Se limitó a decir que el equipo de Apple ya conocía las capacidades del sistema operativo de Be, y preguntó si alguien tenía alguna pregunta. Fue una sesión breve. Mientras Gassée realizaba su presentación, Jobs y Tevanian dieron un paseo por las calles de Palo Alto. Tras un rato, se encontraron con uno de los ejecutivos de Apple que habían estado presentes en las reuniones. «Vais a ganar el acuerdo», les dijo.
Tevanian afirmó posteriormente que aquello no era ninguna sorpresa. «Teníamos una tecnología mejor, podíamos ofrecer una solución integral y teníamos a Steve». Amelio sabía que devolver a Jobs al redil sería un arma de doble filo, pero lo mismo podía decirse de volver a contratar a Gassée. Larry Tesler, uno de los veteranos del equipo del Macintosh de épocas pasadas, le recomendó a Amelio que optara por NeXT, pero añadió: «Elijas la compañía que elijas, vas a traer a alguien que te va a quitar el puesto, Steve o Jean-Louis».
Amelio se decidió por Jobs. Lo llamó para informarle de que planeaba proponerle al consejo de administración de Apple que lo autorizaran para negociar la adquisición de NeXT y le preguntó si le gustaría estar presente en la reunión. Jobs contestó que allí estaría. Al entrar en la sala, se produjo un momento de tensión cuando vio a Mike Markkula. No habían vuelto a hablar desde que Markkula, que había sido su mentor y una figura paterna para él, se había puesto de parte de Sculley allá por 1985. Jobs siguió caminando y le estrechó la mano. Entonces, sin la ayuda de Tevanian o de algún otro apoyo, presentó la demostración de NeXT. Para cuando acabó la exposición, ya se había ganado a todo el consejo.
Jobs invitó a Amelio a que fuera a su casa de Palo Alto para que pudieran negociar en un entorno agradable. Cuando Amelio llegó con su Mercedes clásico de 1973, Jobs quedó impresionado. Le gustaba el coche. En la cocina, que por fin había quedado renovada, Jobs puso agua a hervir para preparar té, y entonces se sentaron a la mesa de madera situada frente al horno de leña de la cocina. La parte económica de las negociaciones transcurrió sin problemas. Jobs no estaba dispuesto a cometer el mismo error que Gassée y excederse con sus exigencias. Sugirió que Apple comprase las acciones de NeXT a 12 dólares. Aquello suponía un total de unos 500 millones de dólares. Amelio dijo que aquello era demasiado y propuso un precio de 10 dólares por acción, lo que representaba algo más de 400 millones de dólares. A diferencia de Be, NeXT contaba con un producto real, con ingresos reales y con un gran equipo. No obstante, Jobs quedó agradablemente sorprendido con aquella contraoferta y aceptó de inmediato.
Uno de los puntos conflictivos era que Jobs reclamaba el pago en efectivo. Amelio insistió en que necesitaba «poner algo de carne en el asador» y aceptar el pago en acciones que accedía a conservar durante al menos un año. Al final, llegaron a un consenso: Jobs recibiría 120 millones de dólares en efectivo y 37 millones en acciones, que se comprometía a no vender durante al menos seis meses.
Como de costumbre, Jobs quería mantener algunas de sus conversaciones dando un paseo. Mientras deambulaban por Palo Alto, planteó la posibilidad de que lo incluyeran en el consejo de administración de Apple. Amelio trató de evitar el tema y aseguró que Jobs tenía un historial demasiado abultado como para hacer algo así con tanta rapidez. «Gil, eso me hiere profundamente —afirmó Jobs—. Esta era mi empresa. Me dejaron fuera desde aquel día horrible con Sculley». Amelio contestó que lo comprendía, pero que no estaba seguro de lo que querría el consejo. Cuando estaba a punto de comenzar las negociaciones con Jobs, había tomado nota mentalmente para «avanzar con lógica, imparable, como mi sargento de instrucción» y «esquivar su carisma». Sin embargo, durante el paseo quedó atrapado, como tantos otros, en el campo de fuerza de Jobs. «Me quedé enganchado por la energía y el entusiasmo de Steve», recordaba.
Tras dar un par de vueltas a la manzana, regresaron a la casa justo cuando Laurene y los niños llegaban. Todos celebraron aquella relajada negociación, y después Amelio se marchó a bordo de su Mercedes. «Me hizo sentir como si fuera su amigo de toda la vida», recordaba. Es cierto que Jobs podía conseguirlo. Posteriormente, después de que Jobs hubiera urdido su destitución, Amelio reflexionó sobre la simpatía mostrada por Jobs aquel día y señaló con nostalgia: «Como descubrí con gran dolor, aquella solo era una de las facetas de una personalidad extremadamente compleja».
Tras informar a Gassée de que Apple iba a adquirir NeXT, Amelio tuvo que hacer frente a la que resultó ser una tarea todavía más incómoda: decírselo a Bill Gates. «Se puso hecho una fiera», recordaba Amelio. A Gates le pareció ridículo, aunque puede que no sorprendente, que Jobs se hubiera salido con la suya. «¿De verdad crees que Steve Jobs tiene algo en esa empresa? —le preguntó Gates a Amelio—. Yo conozco su tecnología, no es más que UNIX trucado, y nunca conseguirás que funcione en vuestros aparatos». Gates, al igual que Jobs, tenía la capacidad de ir enfadándose a medida que hablaba, y Amelio recordaba que lo hizo durante dos o tres minutos. «¿Es que no entiendes que Steve no sabe nada de tecnología? No es más que un supervendedor. No me puedo creer que vayáis a tomar una decisión tan estúpida… No sabe nada de ingeniería, y el 99% de lo que dice y lo que piensa es incorrecto. ¿Para qué demonios estáis comprando esa basura?».
Años más tarde, cuando le planteé este asunto, Gates no recordaba haberse enfadado tanto. Comentó que la compra de NeXT no le ofrecía a Apple un nuevo sistema operativo. «Amelio pagó mucho dinero por NeXT y, seamos sinceros, su sistema operativo nunca llegó a utilizarse». En vez de eso, la adquisición hizo que se incorporara a la plantilla Avie Tevanian, que podía ayudar a mejorar el sistema operativo existente de Apple para que incorporase el núcleo de la tecnología de NeXT. Gates sabía que el trato estaba destinado a devolver a Jobs a un puesto de poder. «Sin embargo, aquel fue un vuelco del destino —declaró—. Lo que acabaron adquiriendo fue a un tipo que la mayoría de la gente no pensaría que fuera a ser un gran consejero delegado, porque no tenía mucha experiencia en ello, pero que era un hombre brillante con un gran gusto por el diseño y por la ingeniería. Contuvo su locura durante el tiempo suficiente como para conseguir que lo nombraran consejero delegado de forma provisional».
A pesar de lo que creían Ellison y Gates, Jobs tenía sentimientos muy encontrados acerca de si quería regresar para desempeñar una función activa en Apple, al menos mientras Amelio estuviera allí. Unos días antes del anuncio de la adquisición de NeXT, Amelio le pidió a Jobs que se uniera a Apple a tiempo completo para hacerse cargo del desarrollo del sistema operativo. Jobs, sin embargo, siguió evitando la petición de Amelio de que se comprometiera a ello.
Al final, el día previsto para el gran anuncio, Amelio convocó a Jobs. Necesitaba una respuesta. «Steve, ¿es que solo quieres coger tu dinero y marcharte? —preguntó—. No pasa nada si es eso lo que quieres». Jobs no respondió. Simplemente se le quedó mirando. «¿Quieres estar en nómina? ¿Ser un consejero?». Una vez más, Jobs se quedó callado. Amelio salió y buscó al abogado de Jobs, Larry Sonsini, y le preguntó qué pensaba que quería Jobs. «Ni idea», dijo Sonsini, así que Amelio regresó al despacho y lo intentó una vez más. «Steve, ¿en qué estás pensando? ¿Qué te parece esto? Por favor, necesito una decisión ahora mismo».
«Ayer no dormí nada», respondió Jobs. «¿Por qué? ¿Qué te pasa?». «Estaba pensando en todas las cosas que hay que hacer y en el acuerdo que hemos alcanzado, y se me está juntando todo. Ahora mismo estoy muy cansado y no puedo pensar con claridad. No quiero que me hagan más preguntas». Amelio aseguró que aquello no era posible. Necesitaba una respuesta.
Al final, Jobs contestó: «Mira, si tienes que decirle algo al consejo, diles que seré consejero del presidente». Y eso es lo que hizo Amelio.
El anuncio se llevó a cabo esa tarde —el 20 de diciembre de 1996— frente a 250 empleados que aplaudían y vitoreaban en la sede de Apple. Amelio hizo lo que Jobs le había pedido y describió su nueva función como la de un consejero a tiempo parcial. En lugar de aparecer por un lateral del escenario, Jobs se presentó en el fondo del auditorio y recorrió todo el pasillo central. Amelio les había advertido a los presentes que Jobs estaba demasiado cansado como para decir nada, pero en aquel momento recobró energías gracias a los aplausos. «Estoy entusiasmado —afirmó Jobs—. Tengo muchas ganas de volverme a encontrar con algunos viejos compañeros». Louise Kehoe, del Financial Times, salió al escenario justo después y le preguntó a Jobs, con tono casi acusatorio, si iba a acabar haciéndose con el control de Apple. «Oh, no, Louise —contestó—. Ahora hay muchas otras cosas en mi vida. Tengo una familia. Estoy metido en Pixar. El tiempo del que dispongo es limitado, pero espero poder compartir algunas ideas».
Al día siguiente, Jobs se presentó en Pixar. Cada vez le gustaba más aquel lugar, y quería que los trabajadores supieran que todavía iba a seguir siendo presidente, que seguiría profundamente implicado en sus actividades. Sin embargo, la gente de Pixar se alegró al verlo regresar a Apple a tiempo parcial; una dosis algo menor de la concentración de Jobs sería buena para ellos. Era un hombre útil cuando había que llevar a cabo grandes negociaciones, pero podía ser peligroso cuando tenía demasiado tiempo libre. Cuando llegó ese día a Pixar, entró en el despacho de Lasseter y le explicó que, aunque solo fuera consejero en Apple, aquello iba a ocupar gran parte de su tiempo. Afirmó que quería su bendición. «Sigo pensando en todo el tiempo que voy a pasar alejado de mi familia y en el tiempo que pasaré alejado de Pixar, mi otra familia —se lamentó Jobs—, pero la única razón por la que quiero hacerlo es porque el mundo será un lugar mejor si Apple está en él».
Lasseter sonrió con amabilidad. «Tienes mi bendición», le dijo.