Gates y Jobs
Cuando las órbitas se cruzan
LA SOCIEDAD DEL MACINTOSH
En astronomía, el término «sistema binario» hace referencia a las órbitas de dos estrellas que se entrelazan debido a su interacción gravitatoria. A lo largo de la historia se han dado situaciones similares en las que una época cobra forma a través de la relación y rivalidad entre dos grandes estrellas orbitando una en torno a la otra: Albert Einstein y Niels Bohr en el campo de la física del siglo XX, por ejemplo, o Thomas Jefferson y Alexander Hamilton en las primeras etapas de la política estadounidense. Durante los primeros treinta años de la era de los ordenadores personales, desde principios de la década de los setenta, el sistema estelar binario más poderoso estuvo compuesto por dos astros llenos de energía, ambos nacidos en 1955 y ninguno de los cuales había terminado la universidad.
Bill Gates y Steve Jobs, a pesar de sus ambiciones similares en lo referente a la tecnología y el mundo de los negocios, provenían de entornos algo diferentes y contaban con personalidades radicalmente distintas. El padre de Gates era un destacado abogado de Seattle y su madre, un miembro prominente de la sociedad civil que participaba en distintos comités de gran prestigio. Él se convirtió en un obseso de la tecnología en una de las mejores escuelas privadas de la zona, el instituto Lakeside, pero nunca fue un rebelde, un hippy en busca de guía espiritual o un miembro de la contracultura. En lugar de construir una caja azul para estafar a la compañía telefónica, Gates preparó en su instituto un programa para organizar las diferentes asignaturas que lo ayudó a coincidir en ellas con las chicas que le gustaban, así como un programa de recuento de vehículos para los ingenieros de tráfico de la zona. Fue a Harvard, y cuando decidió abandonar los estudios no fue para buscar la iluminación con un gurú indio, sino para fundar su propia empresa de software.
Gates sabía programar, a diferencia de Jobs, y su mente era más práctica y disciplinada, con mayor capacidad de procesamiento analítico. Por su parte, Jobs era más intuitivo y romántico, y tenía un mejor instinto para hacer que la tecnología resultara útil, que el diseño fuera agradable y las interfaces, poco complicadas de usar. Además, era un apasionado de la perfección, lo que lo volvía tremendamente exigente, y salía adelante gracias a su carisma y omnipresente intensidad. Gates, más metódico, celebraba reuniones milimétricamente programadas para revisar los productos, y en ellas iba directo al núcleo de los problemas, con una habilidad quirúrgica. Ambos podían resultar groseros, pero en el caso de Gates —que al principio de su carrera pareció inmerso en el típico flirteo de los obsesionados por la tecnología con los límites de la escala de Asperger— el comportamiento cortante tendía a ser menos personal, a estar más basado en la agudeza intelectual que en la insensibilidad emocional. Jobs se quedaba mirando a la gente con una intensidad abrasadora e hiriente, mientras que a Gates en ocasiones le costaba establecer contacto visual, pero en lo esencial era una persona amable.
«Cada uno de ellos creía ser más listo que el otro, pero Steve trataba por lo general a Bill como a alguien un poco inferior, especialmente en temas relacionados con el gusto y el estilo —comentó Andy Hertzfeld—. Y Bill despreciaba a Steve porque este no sabía programar». Desde el comienzo de su relación, Gates quedó fascinado por Jobs, del cual envidiaba un tanto el efecto cautivador que ejercía sobre los demás. No obstante, también le parecía que era «raro como un perro verde» y que tenía «extraños fallos como ser humano». Además, le desagradaban la grosería de Jobs y su tendencia a «actuar como si quisiera seducirte o como si te fuera a decir que eres una mierda». Por su parte, a Jobs le parecía que Gates era desconcertantemente estrecho de miras. «Habría sido más abierto si hubiera probado el ácido o viajado a algún centro de meditación hindú cuando era más joven», declaró Jobs en una ocasión.
Aquellas diferencias de carácter y personalidad los llevaron a los lados opuestos de lo que llegó a ser una división fundamental de la era digital. Jobs, un perfeccionista con ansias de controlarlo todo, desplegaba el temperamento intransigente de un artista. Apple y él se convirtieron en los ejemplos de una estrategia digital que integraba el hardware, el software y los contenidos digitales en un conjunto homogéneo. Gates era un analista de tecnología y negocios inteligente, calculador y pragmático, que estaba dispuesto a ofrecerles licencias de uso del sistema operativo y el software de Microsoft a diferentes fabricantes.
Pasados treinta años, Gates desarrolló a regañadientes un cierto respeto hacia Jobs. «En realidad nunca supo demasiado sobre tecnología, pero tenía un instinto increíble para saber qué productos iban a funcionar», afirmó. Sin embargo, Jobs, que nunca le correspondió, tendía a infravalorar los puntos fuertes de Gates. «Bill es, en esencia, una persona sin imaginación que nunca ha inventado nada, y por eso creo que se encuentra más cómodo ahora en el mundo de la filantropía que en el de la tecnología —fue el injusto veredicto de Jobs—. Se dedicó a copiar con todo descaro las ideas de los demás».
Cuando el Macintosh se encontraba todavía en la fase de desarrollo, Jobs fue a visitar a Gates. Microsoft había escrito algunas aplicaciones para el Apple II entre las que se incluía un programa de hoja de cálculo llamado Multiplan, y Jobs quería animar a Gates y su equipo a que crearan más productos para el futuro Macintosh. Jobs, sentado en la sala de conferencias de Gates en el extremo opuesto a Seattle del lago Washington, presentó la atractiva perspectiva de un ordenador para las masas, con una interfaz sencilla que pudiera producirse por millones en una fábrica californiana. Su descripción de aquella factoría de ensueño que absorbía los componentes de silicio de California y producía ordenadores Macintosh ya acabados llevó al equipo de Microsoft a bautizar el proyecto como «Sand», o «Arena». Incluso elaboraron un acrónimo a partir del nombre: «El increíble nuevo aparato de Steve» («SAND», en sus siglas en inglés).
Gates había llevado a Microsoft a la fama tras escribir una versión de BASIC para el Altair (BASIC, cuyo acrónimo en inglés corresponde a las siglas de «Código de instrucciones simbólicas de uso general para principiantes», es un lenguaje de programación que facilita a los usuarios no especializados el poder escribir programas de software intercambiables entre diferentes plataformas). Jobs quería que Microsoft escribiera una versión de BASIC para el Macintosh, porque Wozniak —a pesar de la gran insistencia de Jobs— nunca había mejorado su versión de aquel lenguaje para el Apple II de manera que utilizara números de coma flotante. Además, Jobs quería que Microsoft escribiera aplicaciones de software —tales como un procesador de textos, programas de gráficos y hojas de cálculo— para el Macintosh. Gates accedió a preparar versiones gráficas de una nueva hoja de cálculo llamada «Excel», un procesador de textos llamado «Word» y una versión de BASIC.
Por aquel entonces, Jobs era un rey y Gates todavía un cortesano: en 1984, las ventas anuales de Apple llegaron a los 1.500 millones de dólares, mientras que las de Microsoft eran de tan solo 100 millones de dólares. Así pues, Gates se desplazó a Cupertino para asistir a una demostración del sistema operativo del Macintosh y se llevó consigo a tres compañeros de Microsoft, entre los que se encontraba Charles Simonyi, que había trabajado en el Xerox PARC. Como todavía no contaban con un prototipo del Macintosh que funcionara por completo, Andy Hertzfeld modificó un Lisa para que presentara el software del Macintosh y lo mostrara en el prototipo de una pantalla de Macintosh.
Gates no quedó muy impresionado. «Recuerdo la primera vez que fuimos a verlo. Steve tenía una aplicación en la que solo había objetos rebotando por la pantalla —rememoró—. Aquella era la única aplicación que funcionaba. El MacPaint todavía no estaba acabado». A Gates también le resultó antipática la actitud de Jobs. «Aquella era una especie de extraña maniobra de seducción en la que Steve nos decía que en realidad no nos necesitaba y que ellos estaban trabajando en un producto fantástico todavía secreto. Aquella era la actitud de vendedor de Steve Jobs, pero el tipo de vendedor que dice: “No te necesito, pero a lo mejor te dejo que participes”».
A los piratas del Macintosh no les acabó de convencer Gates. «Podías ver que a Bill Gates no se le daba demasiado bien escuchar, no podía soportar que nadie le explicara cómo funcionaba algo. En vez de eso tenía que interrumpir y tratar de adivinarlo él mismo», recordaba Herztfeld. Le mostramos cómo se movía suavemente el cursor del Macintosh por la pantalla sin parpadear. «¿Qué tipo de hardware utilizáis para dibujar el cursor?», preguntó Gates. Hertzfeld, que estaba muy orgulloso de poder conseguir aquello utilizando únicamente software, respondió: «¡No utilizamos ningún hardware especial!». Gates no quedó convencido e insistió en que era necesario contar con elementos específicos especiales para que el cursor se desplazase de aquella forma. «Entonces, ¿qué le puedes decir a alguien así?», comentó Hertzfeld. Bruce Horn, uno de los ingenieros del Macintosh, declaró posteriormente: «Para mí quedó claro que Gates no era el tipo de persona que pudiera comprender o apreciar la elegancia de un Macintosh».
A pesar de este atisbo de recelo mutuo, ambos equipos estaban entusiasmados ante la perspectiva de que Microsoft crease un software gráfico para el Macintosh que llevase los ordenadores personales a un nuevo nivel, y todos se fueron a cenar a un restaurante de postín para celebrarlo. Microsoft puso inmediatamente a un gran equipo a trabajar en aquello. «Teníamos más gente trabajando en el Mac que ellos mismos —afirmó Gates—. Él tenía unas catorce o quince personas, y nosotros unas veinte. Estábamos jugándonoslo todo a aquel proyecto». Y aunque Jobs creía que no tenían demasiado gusto, los programadores de Microsoft eran muy constantes. «Venían con aplicaciones terribles —recordaba Jobs—, pero seguían trabajando en ellas y las mejoraban». Llegó un punto en que Jobs quedó tan cautivado por el Excel que llegó a un pacto secreto con Gates. Si Microsoft se comprometía a producir el Excel en exclusiva para el Macintosh durante dos años y a no hacer una versión para los PC de IBM, entonces Jobs detendría al equipo que tenía trabajando en una versión de BASIC para el Macintosh y adquiriría una licencia indefinida para utilizar el BASIC de Microsoft. En una inteligente maniobra, Gates aceptó el trato, lo cual enfureció al equipo de Apple, cuyo proyecto fue cancelado, y le otorgó a Microsoft una ventaja de cara a futuras negociaciones.
Por el momento, Gates y Jobs habían establecido un vínculo. Aquel verano asistieron a una conferencia celebrada por el analista de la industria Ben Rosen en un centro de retiro del Club Playboy situado en la ciudad de Lake Geneva, en Wisconsin, donde nadie sabía nada acerca de las interfaces gráficas que estaba desarrollando Apple. «Todo el mundo actuaba como si el PC de IBM lo fuera todo, lo cual estaba bien, pero Steve y yo sonreíamos confiados, porque nosotros también teníamos algo —recordaba Gates—. Él estuvo a punto de soltarlo, pero nadie llegó a enterarse de nada». Gates se convirtió en un asiduo de los retiros de Apple. «Acudía a todas aquellas fiestas hawaianas —comentó Gates—. Era parte del equipo».
Gates disfrutaba de sus frecuentes visitas a Cupertino, donde podía observar cómo Jobs interactuaba de forma errática con sus empleados y dejaba ver sus obsesiones. «Steve estaba muy metido en su papel de maestro de ceremonias, proclamando cómo el Mac iba a cambiar el mundo. Se dedicaba como un poseso a hacer que la gente trabajara demasiado, creando unas tensiones increíbles y forjando una compleja red de relaciones personales». En ocasiones Jobs se ponía a hablar con gran energía, y de pronto le cambiaba el humor y se ponía a compartir sus temores con Gates. «Salíamos un viernes por la noche, nos íbamos a cenar y Steve no paraba de afirmar que todo iba genial. Entonces, al día siguiente, invariablemente, empezaba a decir cosas como: “Oh, mierda, ¿vamos a poder vender esto? Oh, Dios, tengo que aumentar el precio, siento haberte hecho esto, mi equipo está formado por un montón de idiotas”».
Gates pudo experimentar una demostración del campo de distorsión de la realidad de Jobs cuando salió al mercado el Xerox Star. Jobs le preguntó a Gates, en una cena conjunta entre ambos equipos un viernes por la noche, cuántos Stars se habían vendido hasta entonces. Gates contestó que seiscientos. Al día siguiente, frente a Gates y todo el equipo, Jobs aseguró que se habían vendido trescientas unidades del Star, olvidando que Gates le acababa de mencionar a todo el mundo una cifra dos veces superior. «En ese instante todo su equipo se me quedó mirando para ver si yo lo acusaba de mentir como un bellaco —recordaría Gates—, pero en aquella ocasión no mordí el anzuelo». En otro momento en que Jobs y su equipo se encontraban visitando las instalaciones de Microsoft y fueron a cenar al Club de Tenis de Seattle, Jobs se embarcó en un sermón acerca de cómo el Macintosh y su software iban a ser tan sencillos de utilizar que no harían falta manuales de instrucciones. «Parecía como si cualquiera que hubiese pensado alguna vez en un manual de instrucciones para cualquier aplicación del Mac fuera el mayor idiota del mundo —comentó Gates—, así que todos estábamos pensando: “¿Lo estará diciendo en serio? ¿No deberíamos decirle que tenemos a gente trabajando en esos mismos manuales de instrucciones?”».
Pasado un tiempo, la relación se volvió algo más tormentosa. El plan original consistía en hacer que algunas de las aplicaciones de Microsoft —tales como el Excel, el gestor de archivos o el programa para dibujar gráficos— llevaran el logotipo de Apple y vinieran incluidas con la compra de un Macintosh. Jobs creía en los sistemas uniformes de principio a fin, de forma que el ordenador pudiera comenzarse a utilizar nada más salir del embalaje, y también planeaba incluir las aplicaciones MacPaint y MacWrite de Apple. «Íbamos a ganar diez dólares por aplicación y máquina», comentó Gates. Sin embargo, aquel acuerdo enfadó a otros fabricantes de software de la competencia, tales como Mitch Kapor, de Lotus. Además, parecía que algunos de los programas de Microsoft iban a retrasarse, así que Jobs recurrió a una cláusula de su acuerdo con Microsoft y decidió no incluir su software en el Macintosh. Microsoft tendría que arreglárselas para distribuir sus programas y venderlos directamente al consumidor.
Gates siguió adelante sin quejarse demasiado. Ya se estaba acostumbrando al hecho de que Jobs podía resultar inconstante y desconsiderado, y sospechaba que el hecho de que su software no fuera incluido en el Mac podría incluso ayudar a Microsoft. «Podíamos ganar más dinero si vendíamos nuestros programas por separado —afirmó Gates—. Ese sistema funciona mejor si estás dispuesto a pensar en que vas a contar con una cuota de mercado razonable». Microsoft acabó vendiéndoles su software a varias plataformas diferentes, y aquello hizo que el Microsoft Word para Macintosh ya no tuviera que estar acabado al mismo tiempo que la versión para el PC de IBM. Al final, la decisión de Jobs de echarse atrás a la hora de incluir aquellos programas acabó por dañar a Apple más que a Microsoft.
Cuando el Excel para Macintosh salió al mercado, Jobs y Gates lo celebraron juntos en una cena con los medios de comunicación en el restaurante neoyorquino Tavern on the Green. Cuando le preguntaron si Microsoft iba a preparar una versión del programa para los PC de IBM, Gates no reveló el pacto al que había llegado con Jobs, sino que se limitó a contestar que, «con el tiempo», aquella era una posibilidad. Jobs se hizo con el micrófono: «Estoy seguro de que, “con el tiempo”, todos estaremos muertos», bromeó.
LA BATALLA DE LAS INTERFACES GRÁFICAS DE USUARIO
Desde el principio de sus tratos con Microsoft, a Jobs le preocupaba que sus socios se apropiaran de la interfaz gráfica de usuario de Macintosh y produjeran su propia versión. Microsoft ya producía un sistema operativo, conocido como DOS, que comercializaba con IBM y otros ordenadores compatibles. Se basaba en una vieja interfaz de línea de comandos que enfrentaba a los usuarios con comandos tales como «C:\>». Jobs y su equipo temían que Microsoft copiara el concepto gráfico del Macintosh. «Le dije a Steve que sospechaba que Microsoft iba a clonar el Mac —explicó Hertzfeld—, pero contestó que no estaba preocupado porque no creía que fueran capaces de crear un producto decente, ni siquiera con el Mac como ejemplo». En realidad, Jobs estaba preocupado, muy preocupado, pero no quería admitirlo.
Tenía motivos para estarlo. Gates opinaba que las interfaces gráficas eran el futuro, y sentía que Microsoft tenía tanto derecho como Apple a copiar la tecnología que se había desarrollado en el Xerox PARC. Como admitió libremente el propio Gates más tarde: «Nos dijimos: “Eh, creemos en las interfaces gráficas, nosotros también vimos el Xerox Alto”».
En su acuerdo original, Jobs había convencido a Gates para que accediera a que Microsoft no produjese ningún software gráfico hasta un año después de la salida al mercado del Macintosh en enero de 1983. Desgraciadamente para Apple, en el acuerdo no se especificaba la posibilidad de que el estreno del Macintosh se retrasara todo un año, así que Gates estaba en su derecho al revelar, en noviembre de 1983, que Microsoft planeaba desarrollar un nuevo sistema operativo para los PC de IBM —con una interfaz gráfica a base de ventanas, iconos y un ratón con botones para navegar con un puntero— llamado Windows. Gates presidió un acto de presentación similar al de Jobs, el más espléndido hasta la fecha en toda la historia de Microsoft, celebrado en el hotel Helmsley Palace de Nueva York. Ese mismo mes pronunció su primer discurso inaugural en la exposición COMDEX, en Las Vegas, en la que su padre lo ayudó a pasar las diapositivas. En su charla, titulada «La ergonomía del software», afirmó que los gráficos informáticos serían «superimportantes», que las interfaces debían volverse más sencillas de utilizar y que el ratón pronto se convertiría en un elemento estándar en todos los ordenadores.
Jobs estaba furioso. Sabía que no había mucho que pudiera hacer al respecto —Microsoft tenía derecho a hacer aquello puesto que su acuerdo con Apple de no producir software que operase con un soporte gráfico estaba llegando a su fin—, pero eso no le impidió arremeter contra ellos. «Tráeme aquí a Gates inmediatamente», le ordenó a Mike Boich, que era el encargado de promocionar a Apple entre las diferentes compañías de software. Gates acudió a la oficina, a solas y dispuesto a tratar de aquel asunto con Jobs. «Me llamó para poder cabrearse conmigo —recordaba Gates—. Viajé a Cupertino como si fuera a presentarme ante el rey. Le dije: “Vamos a crear Windows”, y añadí: “Vamos a apostar el futuro de nuestra empresa a las interfaces gráficas”».
El encuentro tuvo lugar en la sala de reuniones de Jobs, donde Gates se encontró rodeado de diez empleados de Apple ansiosos por ver cómo su jefe se enfrentaba a él. «Yo estaba allí como un observador fascinado cuando Steve comenzó a gritarle a Bill», afirmó Hertzfeld. Jobs no defraudó a sus tropas. «¡Nos estás estafando! —gritó—. ¡Yo confiaba en ti y ahora nos estás robando!». Hertzfeld recuerda que Gates se limitó a aguardar tranquilamente, mirando a Steve a los ojos. Luego replicó con su voz chillona, en una ocurrente respuesta convertida hoy en todo un clásico: «Bueno, Steve, creo que hay más de una forma de verlo. Yo creo que es como si los dos tuviéramos un vecino rico llamado Xerox y yo me hubiese colado en su casa para robarle el televisor y hubiera descubierto que tú ya lo habías mangado antes».
La visita de Gates duró dos días y sacó a la luz toda la gama de respuestas emocionales y de técnicas manipuladoras de Jobs. También dejó claro que la simbiosis entre Apple y Microsoft se había convertido en un baile de escorpiones en el que ambos oponentes se movían cautelosamente en círculos, conscientes de que la picadura de cualquiera de ellos podría causarles problemas a ambos. Tras el enfrentamiento en la sala de reuniones, Gates le hizo a Jobs una tranquila demostración privada de lo que estaban planeando para Windows. «Steve no sabía qué decir —recordaba Gates—. Podría haber dicho: “Esto viola algunos términos del acuerdo”, pero no lo hizo. Optó por decir: “Pero bueno, vaya montón de mierda”». Gates estaba encantado, porque aquello le daba la oportunidad de tranquilizar a Jobs por un instante. «Yo contesté: “Sí, es un precioso montón de mierda”», y Jobs experimentó todo un abanico de emociones diferentes. «A lo largo de la reunión se mostró tremendamente grosero —recordaba Gates— y después hubo una parte en la que casi se echó a llorar, como diciendo: “Por favor, dame una oportunidad para que este programa no salga a la luz”». La reacción de Gates consistió en mantenerse muy tranquilo. «Se me da bien tratar a la gente cuando se deja llevar por sus emociones, porque yo soy algo menos emotivo».
Jobs, como hacía habitualmente cuando quería mantener una conversación seria, propuso que dieran un largo paseo. Atravesaron las calles de Cupertino, llegaron hasta la Universidad De Anza, se detuvieron en un restaurante y caminaron un poco más. «Tuvimos que ir a dar un paseo, y esa no es una técnica que yo utilice para gestionar las crisis —afirmó Gates—. Fue entonces cuando comenzó a decir cosas como: “Vale, vale, pero no lo hagáis demasiado parecido a lo que estamos haciendo nosotros”».
No había mucho más que pudiera decir. Necesitaba asegurarse de que Microsoft iba a seguir escribiendo aplicaciones para el Macintosh. De hecho, cuando Sculley los amenazó posteriormente con denunciarlos, Microsoft los amenazó a su vez con dejar de producir versiones de Word, Excel y otros programas para Macintosh. Aquello habría supuesto el fin de Apple, así que Sculley se vio forzado a llegar a un pacto de rendición. Accedió a entregarle a Microsoft la licencia para utilizar algunas de las presentaciones gráficas de Apple en el futuro software de Windows. A cambio, Microsoft accedía a seguir generando software para el Macintosh y a ofrecerle a Apple un período de exclusividad para el Excel, durante el cual el programa de hojas de cálculo estaría disponible en los Macintosh pero no en los ordenadores compatibles con IBM.
Al final, Microsoft no logró tener listo el Windows 1.0 hasta el otoño de 1985. Incluso entonces, era un producto chapucero. Carecía de la elegancia de la interfaz de Macintosh, y sus ventanas se colocaban en mosaico en lugar de contar con la magia de las ventanas solapadas diseñadas por Bill Atkinson. Los críticos lo ridiculizaron y los consumidores lo desdeñaron. Sin embargo, como ocurre con frecuencia con los productos de Microsoft, la persistencia acabó por mejorar Windows y convertirlo en el sistema operativo dominante.
Jobs nunca superó su rabia por aquello. «Nos timaron completamente porque Gates no tiene vergüenza», me dijo Jobs casi treinta años más tarde. Al enterarse de esto, Gates respondió: «Si de verdad cree eso es porque ha entrado en uno de sus propios campos de distorsión de la realidad». Desde un punto de vista legal, Gates llevaba razón, según han dictado varios tribunales a lo largo de los años. Y desde un punto de vista pragmático, sus argumentos también eran sólidos. Aunque Apple hubiera llegado a un acuerdo y adquirido el derecho a utilizar la tecnología que vieron en el Xerox PARC, era inevitable que otras compañías desarrollasen similares interfaces gráficas de usuario. Tal y como Apple descubrió, «el aspecto y la sensación» del diseño de una interfaz informática son algo difícil de proteger, tanto de forma legal como en la práctica.
Y, aun así, el disgusto de Jobs resulta comprensible. Apple había sido más innovadora e imaginativa, con una ejecución más elegante y un diseño más brillante. Sin embargo, aunque Microsoft creó una serie de productos toscamente copiados, acabó ganando la guerra de los sistemas operativos. Este hecho ponía de manifiesto un error estético en la forma en que funciona el universo: los productos mejores y más innovadores no siempre ganan. Esa fue la causa de que Jobs, diez años más tarde, pronunciara un discurso algo arrogante y desmedido, pero que tenía un tanto de verdad: «El único problema con Microsoft es que no tienen gusto, no tienen absolutamente nada de gusto —declaró—. Y no hablo de una falta de gusto en las cosas pequeñas, sino en general, en el sentido de que no tienen ideas originales y no le aportan ninguna cultura a sus productos… Así que supongo que me siento triste, pero no por el éxito de Microsoft; no tengo ningún problema con su éxito, se lo han ganado en su mayor parte. Lo que me supone un problema es que sus productos son de muy mala calidad».