El músico
La banda sonora de su vida
¿QUÉ LLEVAS EN EL IPOD?
A medida que iba creciendo el fenómeno del iPod, este dio lugar a una pregunta que se les planteaba por igual a los candidatos a la presidencia, a los famosos de segunda fila, a las primeras citas, a la reina de Inglaterra y prácticamente a cualquiera que apareciera con unos auriculares blancos: «¿Qué llevas en el iPod?». Semejante juego de salón empezó cuando Elisabeth Bumiller escribió un artículo para el New York Times a principios de 2005 en el que diseccionaba la respuesta del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, al plantearle la pregunta. «El iPod de Bush está lleno de cantantes country de toda la vida —afirmó—. Tiene una lista de reproducción con Van Morrison, cuya canción “Brown Eyed Girl” es una de sus favoritas, y de John Fogerty, de quien tiene, como era de esperar, “Centerfield”». La periodista le pidió a un redactor de Rolling Stone, Joe Levy, que analizara aquella selección, y él comentó: «Hay una cosa curiosa, y es que al presidente le gustan artistas a los cuales no les gusta él».
«El mero acto de dejarle tu iPod a un amigo, a tu cita a ciegas o a un perfecto desconocido que se sienta a tu lado en el avión hace que puedan leerte como a un libro abierto —escribió Steven Levy en The Perfect Thing—. Basta con desplazarse por tu lista de canciones por medio de la rueda pulsable y, en términos musicales, te quedas desnudo. No es solo lo que te gusta, es lo que eres». Así pues, un día, mientras estábamos en su salón escuchando algo de música, le pedí a Jobs que me dejara ver su iPod. Me enseñó uno que había cargado en el año 2004.
Como era de esperar, estaban allí los seis volúmenes de la colección The Bootleg Series, de Dylan, incluidas las canciones que a Jobs habían comenzado a entusiasmarle cuando Wozniak y él lograron hacerse con ellas en casete años antes de que se publicaran oficialmente. Además, había otros quince discos del cantante, que empezaban con el primero, Bob Dylan (1962), pero solo llegaban hasta Oh Mercy (1989). Jobs había pasado mucho tiempo discutiendo con Andy Hertzfeld y los demás que los siguientes álbumes de Dylan —en realidad, todos los que llegaron después de Blood on the Tracks (1975)— no eran tan intensos como sus primeras actuaciones. La única excepción que se permitió fue la canción «Things Have Changed», de la película del año 2000 Jóvenes prodigiosos. Es de destacar que su iPod no incluía Empire Burlesque (1985), el álbum que Hertzfeld le trajo el fin de semana en que lo destituyeron de Apple.
El otro gran cofre del tesoro de su iPod era el de los Beatles. Incluía canciones de siete de sus discos: A Hard Day’s Night, Abbey Road, Help!, Let it Be, Magical Mystery Tour, Meet the Beatles! y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Los álbumes en solitario no entraban en la selección. Los Rolling Stones los seguían en la clasificación, con seis discos: Emotional Rescue, Flashpoint, Jump Back, Some Girls, Sticky Fingers y Tattoo You. En el caso de los discos de Dylan y los Beatles, la mayoría estaban incluidos en su totalidad. Sin embargo, fiel a su creencia de que los álbumes podían y debían disgregarse, solo incluía tres o cuatro canciones de los discos de los Stones y de la mayoría de los demás artistas. Joan Baez, la que fuera su novia durante una época, se encontraba ampliamente representada a través de una muestra de cuatro de sus discos, incluidas dos versiones de «Love is Just a Four Letter Word».
La selección musical de su iPod era la propia de un chico de los setenta con el corazón puesto en los sesenta. Allí estaban Aretha Franklin, B. B. King, Buddy Holly, Buffalo Springfield, Don McLean, Donovan, The Doors, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Jimi Hendrix, Johnny Cash, John Mellencamp, Simon y Garfunkel e incluso The Monkees (con «I’m a Believer») y Sam the Sham («Wooly Bully»). Solamente una cuarta parte de las canciones eran de artistas más contemporáneos, como 10.000 Maniacs, Alicia Keys, Black Eyed Peas, Coldplay, Dido, Green Day, John Mayer (amigo suyo y de Apple), Moby (ídem), Bono y U2 (ídem), Seal y Talking Heads. Por lo que respecta a la música clásica, había algunas grabaciones de piezas de Bach, entre las cuales estaban los Conciertos de Brandeburgo, y tres discos de Yo-Yo Ma.
Jobs le dijo a Sheryl Crow en mayo de 2001 que estaba descargando algunas canciones de Eminem, y que estaba «empezando a gustarle». James Vincent lo llevó después a uno de sus conciertos. Aun así, el rapero no llegó a entrar en la lista de reproducción de Jobs. Según él mismo le confesó a Vincent tras el concierto, «no sabría decirte…». Después me contó: «Respeto a Eminem como artista, pero no quiero seguir escuchando su música y no puedo sentirme identificado con sus valores de la forma en que lo hago con los de Dylan». Así pues, la lista de Jobs en 2004 no era exactamente el último grito. Sin embargo, los que hayan nacido en la década de los cincuenta podrán evaluarla, e incluso apreciarla, como la banda sonora de su vida.
Sus favoritos no cambiaron mucho durante los siete años posteriores a que cargara aquel iPod. Cuando el iPad 2 salió a la venta en marzo de 2011, trasladó a uno de ellos su música favorita. Una tarde, nos sentamos en su salón mientras él navegaba por las canciones en su nuevo juguete y, dulcemente nostálgico, iba seleccionando las que quería escuchar.
Escogió sus canciones favoritas de siempre —Dylan y los Beatles— y entonces se puso algo más pensativo y pulsó un canto gregoriano —«Spiritus Domini»— interpretado por unos monjes benedictinos. Durante un minuto aproximadamente, pareció que hubiera quedado en trance. «Es una preciosidad», murmuró. A continuación vino el Segundo Concierto de Brandeburgo, de Bach, y una fuga de El clave bien temperado. Jobs afirmó que Bach era su compositor favorito de música clásica. Disfrutaba particularmente al escuchar los contrastes entre las dos versiones de las Variaciones Goldberg grabadas por Glenn Gould, la primera en 1955, cuando era un pianista poco conocido de veintidós años, y la segunda en 1981, un año antes de morir. «Son como la noche y el día —comentó Jobs tras escucharlas una tras otra una tarde—. La primera es una pieza exuberante, joven y brillante, con una interpretación tan rápida que resulta toda una revelación. La segunda es mucho más sobria y descarnada. Puedes sentir un alma muy profunda que ha pasado por muchas cosas a lo largo de su vida. Es más oscura y sabia». Jobs se encontraba en medio de su tercera baja médica la tarde en la que escuchó ambas versiones, y yo le pregunté cuál prefería. «A Gould le gustaba mucho más la última versión —contestó—. A mí solía gustarme la primera, la más exuberante, pero ahora entiendo sus preferencias».
A continuación pasó de lo más sublime a los sesenta: «Catch the Wind», de Donovan. Cuando vio mi expresión de recelo, protestó: «Donovan sacó algunos temas muy buenos, de verdad». Puso «Mellow Yellow» y entonces admitió que quizás aquel no fuera el mejor ejemplo. «Sonaba mejor cuando éramos jóvenes».
Le pregunté qué música de nuestra infancia había soportado bien el paso del tiempo hasta nuestros días. Navegó por la lista de su iPad y seleccionó una canción de los Grateful Dead compuesta en 1969, «Uncle John’s Band». Iba moviendo la cabeza al son de la letra: «When life looks like Easy Street, there is danger at your door…».[5] Por un momento regresamos a aquella época entusiasta en la que la suavidad de los sesenta estaba llegando a su fin en medio de la discordia. «Whoa, oh, what I want to know is, are you kind?».[6]
A continuación pasó a Joni Mitchell. «Ella tuvo una hija a la que entregó en adopción —comentó—. Esta canción trata de la pequeña». Seleccionó «Little Green» y escuchamos aquella triste melodía con su letra. «So you sign all the papers in the family name / You’re sad and you’re sorry, but you’re not ashamed / Little Green, have a happy ending».[7] Le pregunté si seguía pensando a menudo en el hecho de haber sido dado en adopción. «No, no mucho —contestó—. No muy a menudo».
Añadió que en aquellos días pensaba más en el hecho de estar envejeciendo que en su nacimiento. Aquello lo llevó a poner la mejor canción de Joni Mitchell, «Both Sides Now», con su letra acerca del proceso de envejecer y hacerse más sabio: «I’ve looked at life from both sides now, / From win and lose, and still somehow, / It’s life’s illusions I recall, / I really don’t know life at all».[8] Al igual que había hecho Glenn Gould con las Variaciones Goldberg de Bach, Mitchell había grabado «Both Sides Now» con muchos años de diferencia, primero en 1969 y después, en una versión lenta terriblemente inquietante, en 2000. Jobs había elegido esta última. «Resulta interesante ver cómo envejece la gente», señaló.
Añadió que algunas personas no envejecen bien ni siquiera cuando son jóvenes. Le pregunté a quién tenía en mente. «John Mayer es uno de los mejores guitarristas de la historia, y me temo que está fastidiándose la vida terriblemente», replicó Jobs. A él le gustaba Mayer, y alguna vez lo invitó a cenar en Palo Alto. Con veintisiete años, Mayer apareció en la conferencia Macworld de enero de 2004, en la que Jobs presentó el programa GarageBand, y el guitarrista se convirtió en un asistente habitual a aquellos actos, a los que acudía casi todos los años. Jobs seleccionó el éxito de Mayer «Gravity». La letra habla de un hombre lleno de amor que, inexplicablemente, sueña con la forma de tirarlo por la borda: «Gravity is working against me, / And gravity wants to bring me down».[9] Jobs hizo un gesto de negación con la cabeza y comentó: «Creo que en el fondo es un buen chico, pero ha estado fuera de control».
Al final de la sesión musical le planteé la manida pregunta: «¿Beatles o Rollings?». «Si la cámara acorazada empezara a quemarse y solo pudiera coger una grabación original, sería de los Beatles —contestó—. La elección difícil sería entre los Beatles y Dylan. En último extremo, algún otro grupo podría haber creado una réplica de los Rollings. Pero nadie más podría haber sido Dylan o los Beatles». Mientras cavilaba sobre la suerte que habíamos tenido al contar con todos aquellos artistas mientras crecíamos, su hijo, que por aquel entonces tenía dieciocho años, entró en la habitación. «Reed no lo entiende», se lamentó Jobs. O quizá sí lo hacía. El chico llevaba una camiseta de Joan Baez con las palabras «Siempre joven» escritas en ella.
BOB DYLAN
Jobs solo recuerda una ocasión en la que se quedó realmente cohibido, y fue en presencia de Bob Dylan. El músico estaba actuando cerca de Palo Alto en octubre de 2004 mientras Jobs se recuperaba de su primera operación de cáncer. Dylan no era un hombre gregario, como Bono o Bowie. Nunca fue amigo de Jobs, ni lo intentó. Sin embargo, sí que lo invitó a visitarlo a su hotel antes del concierto. Jobs recordaba la escena:
Nos sentamos en el patio situado fuera de su habitación y estuvimos dos horas hablando. Yo estaba muy nervioso, porque él era uno de mis héroes, y me daba miedo que dejara de parecerme tan inteligente, que resultara ser una caricatura de sí mismo, como le ocurre a mucha gente. Pero quedé encantado. Era más listo que el hambre. Era todo lo que yo esperaba. Se mostró muy abierto y sincero. Me estuvo hablando de su vida y de cómo escribía sus canciones. Me dijo: «Sencillamente me invadían, no es como si estuviera obligado a componerlas. Eso ya no me pasa, ya no puedo componer piezas así». Entonces se detuvo y añadió con su voz áspera y una sonrisilla: «Pero todavía puedo cantarlas».
En la siguiente ocasión en que Dylan actuó cerca de allí, invitó a Jobs justo antes del concierto a pasarse por el autobús decorado con los colores de la gira. Cuando le preguntó cuál era su canción favorita, Jobs mencionó «One Too Many Mornings», así que Dylan la cantó esa noche. Tras el concierto, justo cuando Jobs se estaba marchando por la parte trasera, el autobús de la gira se puso a su altura y se detuvo con un fuerte chirriar de frenos. La puerta se abrió. «Bueno, ¿escuchaste la canción que canté para ti?», preguntó Dylan con su voz cargada. Entonces el autobús arrancó y se perdió de vista. Jobs cuenta esta historia realizando una imitación bastante buena de la voz de Dylan. «Es uno de mis grandes héroes —recordaba—. Mi amor por él ha crecido con los años, ha madurado. Es alucinante cómo creaba esa música siendo tan joven».
Unos meses después de verlo en el concierto, Jobs trazó un grandioso plan. La tienda iTunes debería ofrecer un «paquete» digital que incluyera todas las canciones grabadas por Dylan, más de setecientas en total, por 199 dólares. Jobs sería el conservador museístico del músico para la era digital. Sin embargo, Andy Lack, de Sony, que era el sello discográfico de Dylan, no estaba dispuesto a llegar a un acuerdo sin algunas concesiones importantes con respecto a iTunes. Además, Lack opinaba que el precio de 199 dólares era demasiado bajo y que le restaría valor a Dylan. «Bob es patrimonio nacional —aseguró Lack— y Steve lo quería en iTunes por un precio que lo convertía en una mercancía barata». Aquel era el núcleo de los problemas que Lack y otros ejecutivos de las discográficas estaban teniendo con Jobs: él era quien conseguía fijar los precios de las canciones, y no ellos. Así pues, Lack se negó.
«De acuerdo, entonces llamaré directamente a Dylan», anunció Jobs. Sin embargo, aquel no era el tipo de conflicto al que Dylan estaba dispuesto a enfrentarse, así que la tarea de arreglar la situación recayó en su agente, Jeff Rosen.
«Es una idea muy mala —le dijo Lack a Rosen, mostrándole las cifras—. Bob es el ídolo de Steve, así que ofrecerá un mejor acuerdo». Lack sentía un deseo profesional y personal de pararle los pies a Jobs, e incluso de irritarlo un poco, así que le propuso una oferta a Rosen. «Mañana mismo te firmaré un cheque por un millón de dólares si aplazas la decisión por el momento». Según explicó Lack posteriormente, aquel era un adelanto de futuras regalías, «una de esas maniobras de contabilidad que hacen las discográficas». Rosen le devolvió la llamada cuarenta y cinco minutos después y aceptó. «Andy arregló las cosas con nosotros y nos pidió que no lo hiciéramos, así que no lo hicimos —recordaba—. Creo que Andy nos entregó algún tipo de adelanto para que postergáramos la toma de la decisión».
En 2006, no obstante, Lack había dejado de ser el consejero delegado de lo que por aquel entonces era Sony BMG, así que Jobs reanudó las negociaciones. Le envió a Dylan un iPod con todas sus canciones en él, y le mostró a Rosen el tipo de campaña de marketing que podía organizar Apple. En agosto anunció un gran acuerdo. En él se permitía que Apple vendiera el paquete digital con todas las canciones grabadas de Dylan por 199 dólares, además del derecho en exclusiva a vender su nuevo disco, Modern Times, para los pedidos realizados antes de la publicación de dicho álbum. «Bob Dylan es uno de los poetas y músicos más respetados de nuestro tiempo, y uno de mis ídolos personales», afirmó Jobs durante el anuncio. Aquel paquete de 773 canciones incluía 42 rarezas, como una cinta de 1961 de «Wade in the Water» grabada en un hotel de Minnesota, una versión de 1962 de «Handsome Molly» de un concierto en directo en el Gaslight Café de Greenwich Village, la impresionante interpretación de «Mr. Tambourine Man» del festival de folk de Newport de 1964 (la favorita de Jobs) y una versión acústica de «Outlaw Blues» de 1965.
Como parte del acuerdo, Dylan apareció en un anuncio del iPod para la televisión en el que se mostraba su nuevo disco, Modern Times. Aquel suponía el caso más sorprendente de inversión de papeles desde que Tom Sawyer convenció a sus amigos para que encalaran su valla. En el pasado, conseguir que un famoso grabara un anuncio requería pagar una fortuna, pero en 2006 las tornas habían cambiado. Los principales artistas querían aparecer en los anuncios del iPod. La publicidad era garantía de éxito. James Vincent ya lo había predicho algunos años antes, cuando Jobs le habló de los contactos que tenía en el mundo de la música y de cómo podrían pagarles para que aparecieran en los anuncios. «No, las cosas van a cambiar pronto —replicó Vincent—. Apple es un tipo de marca diferente, más atractiva que la imagen de la mayoría de los artistas. Vamos a estar aportando unos diez millones de dólares en publicidad a cada uno de los grupos con los que participemos. Deberíamos hablar de la oportunidad que les estamos ofreciendo a dichos grupos, no de pagarles».
Lee Clow recordaba que sí hubo una cierta resistencia entre algunos de los miembros más jóvenes de Apple y de la agencia con respecto a la aparición de Dylan. «Se preguntaban si todavía era lo suficientemente moderno», comentó Clow. Jobs no estaba dispuesto a hacerles mucho caso a aquellas protestas. Estaba encantado de contar con él. Y se obsesionó con todos los detalles del anuncio. Rosen tomó un vuelo a Cupertino para que pudieran repasar el disco y seleccionar la canción que querían utilizar, que acabó siendo «Someday Baby». Jobs dio su visto bueno a un vídeo de prueba preparado por Clow con un doble del cantante, y que después se rodó en Nashville con el propio Dylan. Sin embargo, cuando Jobs recibió la grabación, dijo que no le gustaba nada. No era lo suficientemente distintiva. Quería un estilo diferente, así que Clow contrató a otro director y Rosen logró convencer a Dylan para que volviera a grabar todo el anuncio. En esta ocasión se realizó una ligera variación de los anuncios de las siluetas, y ahora Dylan aparecía con un sombrero de vaquero sentado sobre un taburete, con una suave iluminación por detrás, rasgueando la guitarra y cantando mientras una chica con ropa moderna y boina bailaba con su iPod. A Jobs le encantó.
El anuncio demostró el tirón del marketing del iPod: aquello ayudó a Dylan a acceder a un público más joven, igual que había hecho el iPod con los ordenadores Apple. Gracias al anuncio, el disco de Dylan llegó al número uno de ventas en su primera semana, por encima de otros álbumes líderes de ventas de Christina Aguilera y Outkast. Era la primera vez que el músico llegaba al primer puesto desde su disco Desire de 1976, treinta años antes. La revista Ad Age subrayó la importancia de Apple en el ascenso de Dylan. «Es una inversión de la fórmula habitual, en la que la todopoderosa marca Apple le ha ofrecido al artista el acceso a un sector más joven de los consumidores y con ello ha ayudado a aumentar sus ventas hasta puestos que no se habían visto desde la presidencia de Gerald Ford».
LOS BEATLES
Uno de los discos más preciados de Jobs era una copia pirata con una docena de sesiones grabadas en las que John Lennon y los Beatles repasaban «Strawberry Fields Forever». Aquella era la partitura que acompañaba a su filosofía sobre cómo perfeccionar un producto. Andy Hertzfeld había encontrado el CD y grabado una copia para Jobs en 1986, aunque este a veces le decía a la gente que era un regalo de Yoko Ono. Un día, mientras estábamos en el salón de su casa de Palo Alto, Jobs estuvo revolviendo algunas estanterías acristaladas hasta encontrarlo. Entonces lo puso en el equipo de música mientras describía lo que aquella grabación le había enseñado:
Es una canción compleja, y resulta fascinante contemplar el proceso creativo mientras avanzaban y retrocedían hasta crearlo al cabo de unos meses. Lennon siempre fue mi Beatle favorito. [Se ríe mientras Lennon se detiene durante la primera toma y hace que el grupo vuelva atrás para revisar un acorde.] ¿Oyes esa pequeña variación que hicieron? No les gustó, así que volvieron al punto de partida. La canción queda muy desnuda en esta versión. De hecho, hace que suenen como simples mortales. Podrías imaginarte a otras personas haciendo esto, hasta llegar a esta versión. Puede que no escribiéndola y concibiéndola, pero sí tocándola. Sin embargo, ellos no se detuvieron ahí. Eran tan perfeccionistas que siguieron insistiendo una y otra vez. Esta grabación me impresionó mucho cuando yo tenía algo más de treinta años. Uno puede ver lo mucho que trabajaron en ella.
Tuvieron que realizar una gran labor entre cada una de estas grabaciones. Seguían repitiéndolas para aproximarse cada vez más a la perfección. [Mientras escucha la tercera toma, señala cómo la instrumentación se ha vuelto más compleja.] La forma en que nosotros construimos Apple sigue a menudo este esquema. Incluso en el número de prototipos que preparamos para un nuevo portátil o un iPod. Comenzamos con una versión y después la vamos puliendo poco a poco, creando maquetas cada vez con más detalles del diseño, o de los botones, o de cómo funciona tal o cual característica. Supone mucho trabajo, pero al final acaba mejorando, y pronto el resultado hace que la gente piense: «¡Guau! ¿Cómo lo han hecho? ¿Pero dónde están los tornillos?».
Por lo tanto, era comprensible que a Jobs le sacara de quicio el hecho de que los Beatles no estuvieran en iTunes. Su lucha con Apple Corps, la empresa fundada por los Beatles, se remontaba a más de tres décadas atrás, lo que llevó a algún periodista a referirse al título de la canción «The Long and Winding Road» («La carretera larga y sinuosa») en sus artículos sobre aquella relación. El conflicto se originó en 1978, cuando Apple Computers, poco después de su creación, recibió una denuncia de Apple Corps por infracción de marca registrada, basándose en el hecho de que el antiguo sello discográfico de los Beatles también se llamaba Apple. La demanda se resolvió tres años más tarde, cuando Apple Computers le pagó 80.000 dólares a Apple Corps. El fallo incluía lo que por aquel entonces parecía una cláusula inocua: los Beatles no podrían crear equipos informáticos y Apple no sacaría al mercado ningún producto musical.
Los Beatles cumplieron con su parte del trato. Ninguno de ellos creó jamás un ordenador. Sin embargo, Apple acabó entrando en el negocio de la música. Así que volvió a recibir una demanda en 2001, cuando se incorporó en el Mac la posibilidad de reproducir archivos de música, y de nuevo en 2003, cuando se presentó la tienda de música iTunes. Un abogado que trabajó mucho tiempo para los Beatles señaló que Jobs tendía a hacer lo que le daba la gana, sin considerar que los acuerdos legales también le afectaban a él. Todos aquellos conflictos judiciales acabaron resolviéndose en 2007, cuando Apple llegó a un acuerdo por el que le pagaba a Apple Corps 500 millones de dólares por todos los derechos mundiales de aquel nombre, para después venderle de nuevo a los Beatles el derecho a utilizar la marca «Apple Corps» para su corporación y su sello discográfico.
Sin embargo, aquello no resolvió el asunto de cómo conseguir que los Beatles estuvieran en iTunes. Para que aquello ocurriera, los Beatles y EMI Music, que poseía los derechos de la mayoría de sus canciones, tenían que negociar sus diferencias personales sobre cómo gestionar los derechos digitales. «Todos los miembros de los Beatles querían estar en iTunes —recordaba Jobs—, pero ellos y EMI eran como una pareja de ancianos casados que se odian mutuamente pero no pueden divorciarse. El hecho de que mi grupo favorito fuera el último bastión de la resistencia de iTunes era algo que esperaba poder resolver en vida». Por lo visto, así fue.
BONO
Bono, el cantante de U2, apreciaba enormemente el poder publicitario de Apple. Su grupo dublinés era el mejor del mundo, pero en 2004 estaba tratando, después de casi treinta años juntos, de darle un nuevo ímpetu a su imagen. Habían creado un increíble nuevo disco con una canción que, según The Edge, el guitarrista de la banda, era «la madre de todas las melodías del rock». Bono sabía que necesitaba encontrar la forma de lograr algo de tirón, así que llamó a Jobs.
«Quería algo muy concreto de Apple —recordaba Bono—. Teníamos una canción titulada “Vertigo” que contaba con un dinámico solo de guitarra que yo sabía que iba a ser contagioso, pero solo si la gente llegaba a escucharla muchas, muchas veces». Le preocupaba que la época de promocionar las canciones mediante su repetición incesante en la radio hubiera llegado a su fin, así que fue a visitar a Jobs a su casa de Palo Alto, dio un paseo con él por el jardín y presentó una propuesta poco común. A lo largo de los años, U2 había rechazado ofertas de hasta 23 millones de dólares por aparecer en publicidad. Ahora quería que Jobs los sacase en un anuncio del iPod completamente gratis, o al menos como parte de un intercambio mutuamente beneficioso. «Nunca habían hecho un anuncio antes —recordaba Jobs posteriormente—, pero estaban viéndose atacados por las descargas gratuitas, les gustaba lo que estábamos haciendo con iTunes y pensaron que podíamos promocionarlos ante un público más joven».
Bono no solo quería que apareciera la canción en el anuncio, sino todo el grupo. Cualquier otro consejero delegado de una compañía habría sido capaz de tirarse de un quinto piso con tal de tener a U2 en un anuncio, pero Jobs se resistió un poco. Apple no incluía a personajes reconocibles en los anuncios del iPod, solo a siluetas (en ese momento el anuncio de Dylan todavía no se había creado). «Ya tienes siluetas de los fans —replicó Bono—, ¿qué tal si la siguiente fase fueran las siluetas de los artistas?». Jobs respondió que reflexionaría sobre aquella idea. Bono le dejó una copia del disco, How to Dismantle an Atomic Bomb, que todavía no había salido a la venta, para que Jobs lo escuchara. «Era la única persona ajena al grupo que tenía uno», afirmó Bono.
A continuación tuvo lugar una ronda de reuniones. Jobs se fue a hablar con Jimmy Iovine (cuyo sello discográfico, Interscope Records, distribuía la música de U2) a su casa, situada en la zona de Holmby Hills, en Los Ángeles. Allí se encontraba The Edge, junto con el representante de U2, Paul McGuinness. Otra de las reuniones tuvo lugar en la cocina de Jobs, en la que McGuinness redactó los términos del acuerdo en la parte de atrás de su agenda. U2 aparecería en el anuncio, y Apple haría una gran promoción del disco a través de diferentes canales, desde carteles publicitarios hasta la página web de iTunes. El grupo no iba a recibir ningún pago directo, pero sí el porcentaje de sus derechos de autor por la venta de una edición especial del iPod con la imagen de U2. Bono creía, como Lack, que los músicos debían recibir un tanto por ciento por cada iPod vendido, y aquel era su pequeño intento de defender dicho principio, aunque con carácter limitado, para su grupo. «Bono y yo le pedimos a Steve que preparara un iPod negro —recordaba Iovine—. No solo estábamos hablando de un patrocinio publicitario, estábamos firmando un acuerdo para unir nuestras marcas».
«Queríamos nuestro propio iPod, algo diferente del modelo blanco habitual —recordaba Bono—. Lo queríamos en negro, pero Steve dijo: “Hemos probado con otros colores que no fueran el blanco, y no dan buen resultado”. Sin embargo, en la siguiente ocasión en que nos encontramos nos mostró uno negro y nos pareció estupendo».
El anuncio intercalaba planos muy dinámicos del grupo parcialmente silueteado con la silueta habitual de una mujer que bailaba mientras escuchaba un iPod. Sin embargo, ya durante el rodaje en Londres, el acuerdo con Apple se estaba viniendo abajo. Jobs no se sentía a gusto con la idea del iPod especial en negro, y el sistema de pago de derechos de autor y de inversiones promocionales no había quedado del todo fijado. Llamó a James Vincent, que estaba supervisando el anuncio para la agencia publicitaria, y le pidió que interrumpiera el rodaje por el momento. «No creo que vayamos a hacerlo —anunció Jobs—. Ellos no se dan cuenta de lo mucho que les estamos ofreciendo, así que no va a funcionar. Pensemos en algún otro anuncio que podamos preparar». Vincent, que durante toda su vida había sido un fanático de U2, sabía lo importante que sería aquel anuncio, tanto para el grupo como para Apple, y le rogó que le diera la oportunidad de llamar a Bono y tratar de lograr que la situación volviera a encarrilarse. Jobs le dio el número del móvil de Bono y Vincent se puso en contacto con él cuando este se encontraba en su cocina, en Dublín.
«Creo que esto no va a funcionar —le dijo Bono a Vincent—. El grupo no lo tiene claro». Vincent preguntó cuál era el problema. «Cuando éramos adolescentes en Dublín, prometimos que pasaríamos de cutreces», respondió Bono. Vincent, a pesar de ser inglés y estar familiarizado con la jerga del mundo del rock, contestó que no sabía a qué se refería. «Que no vamos a hacer ninguna chapuza solo por dinero —explicó Bono—. Lo que más nos importa son nuestros seguidores. Salir en un anuncio nos haría sentir como si los estuviéramos decepcionando. No nos parece bien. Lamento haberos hecho perder el tiempo».
Vincent le preguntó qué más podría hacer Apple para que aquello funcionara. «Os estamos entregando lo más importante que os podemos ofrecer, nuestra música —respondió Bono—, ¿y qué nos estáis dando vosotros a cambio? Publicidad, y los fans pensarán que lo hacéis en beneficio propio. Necesitamos algo más». Vincent no sabía cuál era la situación de la edición especial de U2 del iPod o del acuerdo sobre los derechos de autor, así que se lanzó a probar aquella vía. «Eso es lo más valioso que tenemos para ofrecer», señaló Vincent. Bono había estado ejerciendo presión para que aquellas partes del acuerdo se hicieran realidad desde su primera reunión con Jobs, y trató de asegurarse de que así fuera. «Vale, estupendo, pero tienes que garantizarme que se puede hacer».
Vincent llamó inmediatamente a Jony Ive, otro gran fan de U2 (los había visto en concierto por primera vez en Newcastle en 1983), y le describió la situación. Ive le informó de que ya había estado preparando un iPod negro con una rueda roja, que era lo que Bono había pedido, para que hiciera juego con los colores de la portada del disco How to Dismantle an Atomic Bomb. Vincent llamó a Jobs y le sugirió que enviara a Ive a Dublín para que les mostrara el aspecto que tendría el iPod en negro y rojo. Jobs se mostró de acuerdo. Vincent volvió a llamar a Bono y le preguntó si conocía a Jony Ive, porque no sabía que ya se habían conocido antes y se admiraban mutuamente.
«¿Que si conozco a Jony Ive? —Bono se rio—. Me encanta ese hombre. Es uno de mis ídolos».
«Qué fuerte —replicó Vincent—, pero ¿qué te parecería que él te visitara y te mostrara lo genial que va a ser vuestro iPod?».
«Voy a ir a recogerlo yo mismo en mi Maserati —respondió Bono—. Se quedará en mi casa, lo sacaré de fiesta y lo emborracharé a lo bestia».
Al día siguiente, mientras Ive se dirigía a Dublín, Vincent tuvo que lidiar con Jobs, que estaba volviendo a pensar en echarse atrás. «No sé si estamos haciendo lo correcto —afirmó—. No quiero hacer esto para nadie más». Le preocupaba que aquello sentara un precedente y todos los artistas quisieran recibir una parte de cada iPod vendido. Vincent le aseguró que el acuerdo con U2 sería algo especial.
«Jony llegó a Dublín y lo instalé en la casa de invitados, un lugar muy tranquilo sobre una antigua vía de tren y con vistas al mar —recordaba Bono—. Me enseñó un iPod negro precioso con una rueda de un rojo intenso y yo le dije: “De acuerdo, lo haremos”». Se fueron a un pub cercano, aclararon algunos de los detalles y después llamaron a Jobs a Cupertino para ver si estaba de acuerdo. Jobs discutió un rato por cada uno de los puntos del acuerdo y por el diseño, pero aquello impresionó a Bono. «En realidad, resulta sorprendente que un consejero delegado se preocupe tanto por los detalles», aseguró. Cuando todo quedó resuelto, Ive y Bono se dispusieron a emborracharse con gran disciplina. Ambos se sienten a gusto en los pubs. Tras unas cuantas pintas, decidieron llamar a Vincent a California. No estaba en casa, así que Bono le dejó un mensaje en el contestador, que Vincent se aseguró de no borrar nunca. «Estoy aquí sentado en la bella Dublín con tu amigo Jony —dijo—. Los dos estamos un poco borrachos, y nos encanta este iPod tan maravilloso, tanto que no me lo puedo ni creer, pero lo tengo ahora mismo en la mano. ¡Gracias!».
Jobs alquiló una sala de cine en San José de las de toda la vida para la presentación del anuncio televisivo y del iPod especial. Bono y The Edge se unieron a él en el escenario. El álbum vendió 840.000 copias en su primera semana e irrumpió en el número uno de la lista de los más vendidos. Bono le contó después a la prensa que había grabado el anuncio sin cobrar porque «U2 sacará tantos beneficios de él como Apple». Jimmy Iovine añadió que aquello le permitiría al grupo «llegar a un público más joven».
Lo más curioso fue que asociarse con una empresa de ordenadores y aparatos electrónicos resultó la mejor opción para que una banda de rock le pareciera moderna y atractiva a la juventud. Bono explicó posteriormente que no todos los patrocinios empresariales eran pactos con el diablo. «Analicemos la situación —le dijo a Greg Kot, el crítico musical del Chicago Tribune—. El “diablo”, aquí, es un grupo de gente de mente creativa, mucho más creativa que muchas personas que tocan en grupos de rock. El cantante del grupo es Steve Jobs. Estos hombres han colaborado en el diseño del objeto artístico más hermoso en la cultura musical desde la guitarra eléctrica. Eso es el iPod. El objetivo del arte consiste en hacer desaparecer la fealdad».
Bono consiguió llegar a otro acuerdo con Jobs en 2006, en esta ocasión para la campaña «Product Red», que recaudaba fondos y promovía la sensibilización en la lucha contra el sida en África. A Jobs nunca le ha interesado mucho la filantropía, pero accedió a producir un iPod especial en color rojo como parte de la campaña de Bono. No era un compromiso sin reservas, en cualquier caso. Puso pegas, por ejemplo, a la costumbre de aquella campaña de poner el nombre de la compañía entre paréntesis junto a la palabra «RED» en letra volada a continuación, como en «(APPLE)RED». «No quiero que Apple aparezca entre paréntesis», insistió Jobs. Bono replicó: «Pero Steve, así es como mostramos la unidad de nuestra causa». La conversación se fue encendiendo —hasta llegar a la fase de los improperios—, hasta que accedieron a consultarlo con la almohada. Al final, Jobs llegó a una especie de acuerdo. Bono podía hacer lo que quisiera en sus anuncios, pero Jobs no estaba dispuesto a poner el nombre de Apple entre paréntesis en ninguno de sus productos ni en ninguna de sus tiendas. Por tanto, el iPod quedó etiquetado con «(PRODUCT)RED», no como «(APPLE)RED».
«Steve puede ser muy vehemente —recordaba Bono—, pero aquellos momentos nos hicieron entablar una estrecha amistad, porque no hay mucha gente en la vida de uno con la que se puedan mantener discusiones tan sólidas. Tiene unas opiniones muy firmes. Después de nuestros conciertos iba a hablar con él, y siempre tenía algo que decir». Jobs y su familia visitaron alguna vez a Bono, a su esposa y a sus cuatro hijos en su casa junto a Niza, en la Riviera francesa. Durante unas vacaciones, en 2008, Jobs alquiló un barco y lo atracó junto a la casa de Bono. Comieron todos juntos, y Bono les mostró algunos extractos de las canciones que U2 y él estaban preparando para lo que después pasó a ser su disco No Line on the Horizon. Sin embargo, a pesar de su amistad, Jobs seguía siendo un duro negociador. Trataron de pactar la posibilidad de rodar otro anuncio y preparar una presentación especial de la canción «Get On Your Boots», pero no llegaron a ponerse de acuerdo en los detalles. Cuando Bono se lesionó la espalda en 2010 y tuvo que cancelar una gira, Powell, la esposa de Jobs, le envió una cesta de regalo con un DVD del dúo cómico Flight of the Conchords, el libro Mozart’s Brain and the Fighter Pilot, un poco de miel de su jardín y una crema analgésica. Jobs escribió una nota, que adjuntó a este último detalle. En ella se leía: «Crema analgésica: me encanta el invento».
YO-YO MA
Había un intérprete de música clásica al que Jobs admiraba por igual como persona que en su faceta profesional: Yo-Yo Ma, el versátil virtuoso con un carácter tan dulce y profundo como los tonos que creaba en su violonchelo. Se habían conocido en 1981, cuando Jobs se encontraba en la Conferencia de Diseño de Aspen y Yo-Yo Ma asistía al Festival de Música de la misma ciudad. Jobs tendía a sentirse profundamente conmovido por los artistas que mostraban una cierta pureza, y se convirtió en uno de sus seguidores. Invitó a Ma a que tocara en su boda, pero este se encontraba fuera del país en una gira. Acudió a casa de Jobs unos años más tarde, se sentó en el salón, sacó su violonchelo, un Stradivarius de 1733, y tocó algo de Bach. «Esto es lo que habría tocado en vuestra boda», les dijo. Jobs se levantó con lágrimas en los ojos y le dijo: «Tu interpretación es el mejor argumento que he oído nunca en favor de la existencia de Dios, porque no creo que un ser humano pueda por sí solo hacer algo así». En una visita posterior, Ma dejó que Erin, la hija de Jobs, sujetara el instrumento mientras se sentaban en la cocina. Por aquel entonces, Jobs, ya aquejado de cáncer, le hizo a Ma prometerle que tocaría en su funeral.