Múnich… un año después
El espectáculo en la guardería era un momento especial para los padres. Ataviados con disfraces de verduras, los niños cantaban y bailaban, mientras ellos los grababan en vídeo y les hacían infinidad de fotografías.
Sami, vestida de zanahoria, cuando terminó su número corrió a los brazos de Björn, que la cogió encantado. La maestra corrió tras la niña y, agarrándola de la mano, dijo:
—No, Sami… regresa a la fila.
—Quiedoo con mi papáááá.
Mel soltó una carcajada. Sami sentía pura adoración por Björn. Desde que vivían juntos, la niña le había otorgado ese título y él, encantado, lo había aceptado. Emocionado como un tonto, Björn se colgó la cámara de fotos al cuello y cuando fue a hablar, la maestra dijo:
—Samantha…, quítate la corona. Todavía no te la puedes poner.
Él, al ver la cara de su pequeña, miró a la mujer y, con gesto enfado, dijo:
—La función ha terminado. Ella ha estado sin su corona durante el espectáculo. Ha cumplido su promesa y ahora nosotros tenemos que cumplir la nuestra. Le dijimos que se pondría la corona de princesa cuando acabara la función y así ha de ser.
La maestra cruzó una mirada cómplice con Mel y ésta puso los ojos en blanco. Al final, dando su brazo a torcer, la maestra dijo:
—De acuerdo. Pero que regrese a la fila con los demás.
Björn, encantado por haberse salido con la suya, miró a Sami, que, con su corona de princesa, lo observaba, y dijo con convicción:
—Eres la princesa zanahoria más bonita que he visto en mi vida. Pero ahora tienes que volver a la fila. Prometo ir a recogerte a la puerta de la guardería en cinco minutos con mamá, ¿vale?
La niña, tras regalarle una espectacular sonrisa, asintió y corrió junto a sus compañeros. Mel, que había permanecido en un segundo plano, agarró la mano de Björn y, tirando de él, dijo:
—No sé quién es peor. Si tú o la princesa zanahoria.
Björn sonrió y agarrando a Mel, caminó hacia la puerta de la guardería, donde habló con otros padres del maravilloso espectáculo que los niños les habían ofrecido. Era un padrazo orgulloso.
Una vez recogieron a su pequeña, los tres subieron al coche y se fueron a casa de sus amigos. Judith, al ver llegar a la pequeña aplaudió.
—Samiiiiiiiii…, estás preciosaaaaaaa.
La niña, aún con su disfraz de zanahoria, los miró a todos y aclaró:
—Soy la pinsesa zanahodia.
Eric soltó una risotada y Björn exclamó:
—¡Mi princesa es la bomba! Teníais que haberla visto en el escenario. Se ha comido en su número al tomate y a la coliflor.
Mel puso los ojos en blanco. Cualquier cosa que Sami hiciera, para Björn siempre estaba bien. Judith, al oírlo, se acercó a su amiga y cuchicheó:
—Te aseguro que Eric, el día que los peques vayan a la guardería, babeará igual. ¡Menudo es él con sus niños!
Divertidos por el comentario, todos entraron a tomar algo, mientras Mel agarraba a Björn y, besándole, le decía:
—Venga, muñeco…, te mereces una copita.
En el año que llevaban juntos todo había sido estupendo. Maravilloso. Se habían trasladado a vivir con Björn y éste había adaptado su casa a las necesidades de Sami. Fort Worth estaba olvidado.
En repetidas ocasiones, le había pedido a Mel que se casaran, pero ella se hacía de rogar, aunque le había prometido que si un año después seguían juntos, lo harían. Björn finalmente aceptó.
En ese tiempo, él conoció a Neill, a Fraser y a otros militares y nuevamente se dio cuenta de lo equivocado que había estado. Aquellos americanos eran una gran familia y sólo había que ver cómo se cuidaban entre ellos, y cada vez que Mel tenía que pilotar, le prometían que la cuidarían.
Al principio, cada vez que ella se tenía que ir a Afganistán, o Irak o a cualquier otra parte, Björn no dormía y estaba todo el día pegado al noticiero. Cuidaba de Sami con cariño y sólo pensar que algo le pudiera pasar a Mel le quitaba la vida.
Pero el tiempo había pasado y, como ella le prometió, en cuanto el ejército lo permitió pasó a ser una civil. Dormía todas las noches con su hija y con Björn y era completamente feliz. Ahora tenía tiempo para terminar el curso de diseñadora gráfica que un día comenzó y disfrutaba de una tranquila vida. No sabía si a la larga echaría el ejército de menos, pero lo que sí sabía era que por primera vez era completamente feliz y estaba creando su propia familia.
Aquella noche, cuando los pequeños se durmieron, las chicas propusieron ir a la fiesta que unos amigos daban en su casa. Eric y Björn, tras mirarse con complicidad, aceptaron encantados. Simona y Norbert se quedaron con los niños y ellos se marcharon a divertirse.
Al llegar a la fiesta, las chicas, tras saludar a algunos conocidos, se dirigieron a una barra para tomar algo. Una vez pidieron las bebidas, Mel se acercó a su amiga Judith y cuchicheó:
—Vaya… vaya…, acabo de ver a Diana y a su novia.
Judith sonrió. En aquel tiempo se habían encontrado con ellas en el reservado del Sensations más de una vez y cada una a su manera, lo había pasado bien. Divertida, miró a su marido, que hablaba con Björn y dos hombres y le preguntó a Mel:
—¿Qué te parecen los hombres que están con los chicos?
Ella los miró y entendiendo lo que proponía, asintió. Björn, al ver la mirada de su chica, sonrió y le guiñó un ojo.
—Cuatro hombres para nosotras dos. ¡Bien!
Judith sonrió y cuchicheó tras cruzar su mirada con Eric:
—A Iceman, por su gesto también le gusta.
Eric, que como Björn se había percatado del cuchicheo de las mujeres, divertido le comentó algo a su amigo y éste asintió.
Sin necesidad de hablar, los cuatro se entendieron. Ellas, sonriendo, cogieron sus bebidas y se encaminaron hacia un lateral del salón. Segundos después, los hombres caminaron hacia ellas y Björn, abrazando a su mujer la besó en el cuello, abrió una cortina y vieron varias camas con varias personas practicando sexo y unos columpios de techo.
Mel, al ver aquello, asintió. Pegó sus labios a los de él y lo besó. Björn, excitado, respondió a aquel ardoroso beso ofreciéndole su lengua, que ella saboreó.
Sin demora, entraron en la estancia. Allí, Björn y Eric se sentaron en una de las camas y mirando a los hombres que estaban junto a ellas les pidieron que las desnudaran. Una vez estuvieron las dos desnudas, caminaron hacia sus parejas y al llegar a su altura se sentaron a horcajadas sobre ellos. Björn, tras devorar los labios de Mel, dijo:
—Siéntate al revés, mirando a Alfred.
Mel lo hizo. Björn, excitado, le tocó los muslos y susurró en su oído:
—Alfred se muere por saborearte, cariño, y yo deseo que lo haga. ¿Qué te parece?
Ella sonrió. Miró a Judith y a Eric, que se divertían sobre la cama con otro de los hombres, y dijo:
—Me parece una idea excelente.
Björn paseó sus manos por las piernas de su mujer y, abriéndole los muslos, dijo, mirando al hombre que los observaba:
—Juega con su clítoris… eso le gusta.
Alfred sonrió y, poniéndose de rodillas, contestó:
—Voy a jugar con tu clítoris hasta que te corras en mi boca.
Se puso de rodillas y, tras echar agua sobre su vagina y secarla con un paño limpio, acercó la boca y succionó con deleite. Las manos de Björn le abrían los labios internos y, dándole acceso a ella, murmuraba en su oído:
—Así, Mel…, permíteme abrirte para él…
Echando las caderas hacia atrás, ella preguntó:
—¿Así te gusta?
Acalorado por lo que ella le hacía sentir, Björn asintió y murmuró:
—Sí, cariño…, sí… Métete en su boca.
Un chillido escapó de los labios de Mel al sentir cómo aquel hombre cogía con sus labios su clítoris, mientras con la lengua le daba dulces golpecitos.
—Te quiero, preciosa…, chilla…, disfruta.
Las manos de Björn subieron hacia sus pechos y comenzaron a pellizcarle los pezones mientras murmuraba:
—Estoy muy duro, Mel… Córrete para que yo te pueda follar.
El cuerpo de ella tembló y cuando Alfred la cogió de los muslos y se los abrió más, volvió chillar mientras Björn cuchicheaba:
—Sí…, así…, cariño… Para mí. Sólo para mí.
Su voz… las cosas que decía, cómo se entregaba y el morbo era excitante. Escuchar la voz apasionada y caliente de Björn en su oído mientras sus manos le pellizcaban los pezones siempre la volvía loca.
Cuando Mel gritó y al llegar al clímax se convulsionó, Björn dijo:
—Sí…, cariño… sí… Córrete en su boca…
Sin fuerzas, Mel apoyó sus manos en la cabeza de Alfred, apretándolo contra ella, mientras él chupaba y lamía enloquecido su clímax. Así estuvo unos minutos hasta que Björn, deseoso, le indicó que su momento había acabado y que la lavara. Alfred lo hizo, la secó y cuando se levantó, Björn, ansioso, le dio la vuelta a Mel y, mirándola a los ojos, guió con su mano el pene hasta su húmeda vagina y preguntó:
—Dime, Cat Woman, ¿quieres ser mía sobre la cama o sobre un columpio?
Mel, excitada por el hombre que adoraba y que la trataba como a una princesa, lo besó en los labios y, deseosa de recibirlo como él quisiera, murmuró:
—Sorpréndeme…, James Bond.