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Un mes después, la teniente Melanie Parker y su equipo tomaron tierra con su C-17 de nuevo en la base de Ramstein, al oeste de Alemania, tras varios viajes que los habían llevado a Líbano, a Kuwait y a Estados Unidos para asistir a los funerales de los compañeros caídos en el avión abatido. Y después de pasar por Bagdad y recoger a varios soldados heridos y a un par de periodistas norteamericanos liberados.

El funeral por Robert fue triste. Desolador. Savannah, abrazada a ella, lloraba inconsolable y Mel no puedo hacer nada salvo abrazarla a su vez y compartir su dolor.

El comandante Lodwud, al saber que el avión de Mel había aterrizado, fue a verla y, cuando estuvo frente a ella, la saludó:

—Teniente Parker. Bienvenida.

—Gracias, señor.

—Estaré en mi despacho esperando los informes.

Mel asintió. Rellenó junto a Fraser y Neill todo el papeleo y se encaminó hacia el hangar. Cuando llegó frente a la puerta, como siempre, llamó. Tras escuchar la voz del comandante, entró y a diferencia de otras veces, no echó el pestillo.

Lodwud fue consciente de ello y, levantándose de la mesa, caminó hacia ella y la abrazó.

—Estaba preocupado por ti. ¿Estás bien?

—Sí.

—Siento lo del teniente Smith y sus hombres. Sé la amistad que os unía.

—Gracias, James.

Separándose de ella, se sentó de nuevo y Mel, que había permanecido de pie ante la mesita, dijo:

—Si me firma los papeles, señor, podré regresar con mis hombres.

—¿Es cierto que te vas a Fort Worth?

—Sí. El mayor Parker se está ocupando de todo.

—¿Por qué te vas?

—Temas familiares.

Lodwud asintió y, sin preguntar nada más, firmó los papeles. Mel, con una sonrisa, lo miró. A su manera, aquel militar siempre había sido un buen amigo y compañero y dijo:

—Espero que algún día superes lo de Daiana, como yo creo haber superado lo de Mike. Te mereces una vida mejor, James, y sé que la vas a tener. Lo sé.

Él la miró y murmuró:

—Ha sido un placer haberte conocido, Mel.

Ella caminó hacia él, se agachó, lo abrazó y respondió:

—Lo mismo digo, James. Gracias por todo, porque a nuestra extraña manera me ayudaste a seguir viviendo. —Ambos sonrieron—. Y espero que si alguna vez vas por Fort Worth nos volvamos a ver, aunque nuestros encuentros ya no sean como los de estos últimos tiempos.

Ambos sabían que aquello era una despedida. Había llegado el momento de olvidar los fantasmas del pasado e intentar retomar sus vidas. Cuando se separaron, Mel cogió los papeles que él había firmado y abandonó el despacho. Cuando salió, el comandante miró la puerta y sonrió por Mel. Era una buena chica.

Aquella tarde, en la base de Ramstein y vestidos aún con la ropa de camuflaje, Neill y Mel se despidieron. Ella cogería un vuelo que la llevaría a Madrid y desde allí otro hasta Asturias. Su hija volaba con su madre y su hermana desde Fort Worth para reunirse con ella allí.

—Fraser a última hora se fue en el pájaro de Thomson. Ha regresado a Kuwait. Por lo visto, su hermano está destacado allí y quería verlo.

Neill asintió y, cansado del viaje, le aconsejó:

—Mel, descansa cuando llegues a Asturias. Lo necesitas.

—Tú también.

Con una triste mirada, el militar la miró y se sinceró:

—Pilotar contigo estos años ha sido estupendo. Espero que en Fort Worth te traten como te mereces.

—Lo mismo digo, Neill. Pero no me vas a perder de vista. Seguro que nos volveremos a encontrar en algún otro conflicto, aunque ya sabes que dentro de diez meses, mi intención es dejar el ejército para dedicarme a otra cosa. Necesito cambiar de aires, por Sami y por mí.

Ambos rieron y Neill comentó:

—Creo que el ejército va a perder un estupendo piloto, pero el mundo algún día va a ganar una estupenda ilustradora.

Se abrazaron con cariño y cuando Neill se marchó y ella se quedó sola en el aeropuerto, se sacó del bolsillo la tirita de princesas que su hija le puso el día que se fue y sonrió. Después se echó el petate a la espalda y caminó en busca del avión que la llevaría hasta España.