Pasaron las Navidades y todo volvió a la normalidad. La pequeña Hannah era una muñequita morena, Judith estaba totalmente repuesta y Eric, como siempre, era el hombre más feliz del universo.
Cuando Mel regresó de Asturias, traía muchas novedades que contar y lo primero que hizo fue ir a ver a su amiga. Emocionadas, ambas miraban a la pequeñina cuando llegaron Eric y Björn. Sami, al verlo, corrió hacia él y tirándose a sus brazos gritó:
—Pínsipeeeeeeeeeeee.
Encantado como siempre que veía a la pequeña, Björn la cogió en brazos y la estrechó contra él. Aquellas Navidades habían sido muy diferentes. Había echado de menos a Sami y a su madre más de lo que hubiera podido imaginar, pero dispuesto a no enredar más las cosas y dejarlas como estaban, no dijo nada. Se limitó a actuar ante sus amigos y a sufrir cuando llegaba a su hogar.
Mel, al ver cómo abrazaba a Sami, se levantó sonriendo y lo saludó con cordialidad. Tras decirles cientos de monadas a los niños, los dos hombres se retiraron al despacho y Judith preguntó:
—¿Cómo llevas lo de Björn?
—Bien. Como dice mi abuela, el tiempo todo lo cura.
—Mi padre usa también eso de que el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Mel sonrió y, colocándole la coronita en la cabeza a Sami, dijo:
—Tengo algo que contarte.
—No me asustes, Mel, que tu expresión no me da buenas vibraciones.
Ella sonrió y, tras respirar hondo, explicó:
—Voy a trasladarme a la base Fort Worth.
—¿Y eso dónde está?
—En Texas.
La cara de Judith se contrajo al oírla y comenzó a llorar. Mel, al verla, se sentó a su lado e, intentando consolarla, murmuró:
—Por favor…, por favor…, no llores.
—¿Cómo no voy a llorar si todas las amigas que me echo aquí se van? Primero Frida a Suiza y ahora tú quieres irte a Texas.
Mel sonrió. Que Judith le tuviera tanto cariño le encantaba y, abrazándola, intentó consolarla:
—Piensa que si me voy, tendrás casa allí también. Podrás venir siempre que quieras y te aseguro que será mucho más bonita y grande que la de aquí.
—¿Y por qué te vas? ¿Es por Björn?
Éste era una parte importante de su decisión. Poner tierra entre ambos era lo más recomendable, pero quitándole importancia, respondió:
—No, él no tiene nada que ver.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
—Entonces, ¿por qué te vas a trasladar?
—Sinceramente, Judith, quedarme en Alemania ahora se me complica.
—¿Por qué?
Sentada junto a ella, explicó:
—Scarlett regresa a casa y mis padres, por muy increíble que parezca, han decidido darse otra oportunidad. De hecho, ahora mismo están las dos en Texas, arreglando sus traslados.
—Eso es magnífico.
—Lo sé —asintió Mel, mirando a su hija.
—Pero no entiendo qué tienes que ver tú en todo eso.
—Si mi hermana y mi madre regresan a Texas, cuando yo tenga viajes largos no podrán quedarse con Sami. Mi abuela es muy mayor para ocuparse de una niña y…
—Pero la puedes dejar aquí. Sabes que Eric y yo la cuidaremos bien mientras tú estés de viaje.
—Lo sé, cielo. Claro que sé que la cuidaríais bien, sólo tengo que ver el cariño que nos dais a ella o a mí cuando estamos con vosotros, pero Sami necesita tener su propia familia y la mía es lo que tiene. Si yo viajo, lo normal es que Sami esté con ellos. No debo ser egoísta y sí pensar en mi pequeña. Ella necesita una familia y la suya estará en Fort Worth. Aquí sólo me tiene a mí y si me pasa algo, necesitará estar cerca de sus parientes. ¿Lo entiendes, verdad?
Judith asintió, ¡claro que lo entendía! se fundieron en un abrazo y a ambas se les saltaron las lágrimas. La puerta de la cocina se abrió y Björn, que entraba por unas cervezas, las miró extrañado y preguntó:
—Pero ¿qué les ocurre a las dos Superwomen?
Judith lo miró con pena, pero cuando fue a hablar, Mel se le adelantó:
—Ya ves, muñequito, hasta las Superwomen tenemos sentimientos.
Sorprendido, las miró y, dispuesto a indagar en el tema, cuando regresó al despacho con las dos cervezas supo lo que tenía que hacer para enterarse, así que dejando las botellas sobre la mesa de su amigo, dijo:
—Tu pequeña está llorando a moco tendido en la cocina.
No hizo falta decir más. Eric rápidamente se levantó y se encaminó hacia allá. Björn lo siguió y lo oyó preguntar nada más abrir la puerta:
—¿Qué te ocurre, cariño?
La preocupación de Eric fue el detonante para que Jud comenzara de nuevo a lloriquear. Mel miró a Björn y susurró:
—Menuda portera estás tú hecho.
Él, con una mano en el bolsillo y la cerveza en la otra, se apoyó en el quicio de la puerta mientras veía a su amigo abrazar a su mujer. Cuando a ésta se le pasó el sofoco, Eric, que la conocía bien y sabía que no lloraba si no era por algo importante, la animó a hablar:
—Cuéntame, pequeña, ¿qué te ocurre?
Judith miró a su amiga. Ésta negó con la cabeza, pero sin importarle ese gesto, ella anunció:
—Mel se va a ir a vivir a Fort Worth.
Los dos hombres la miraron sorprendidos y ella dijo divertida:
—Texas, yeah!
Björn sintió tal sacudida ante la noticia que tuvo que sujetarse a la encimera de la cocina. ¿Qué era eso de que Mel se iba? Completamente descolocado por aquello, dejó la cerveza y replicó:
—Estarás de coña, ¿no?
Mel negó cómicamente con la cabeza y respondió:
—No. Hoy es martes y los martes no miento.
—Pero vamos a ver —insistió él—, ¿qué vais a hacer vosotras en Texas?
Camuflando los sentimientos que ese traslado le ocasionaba, Mel contestó:
—Trabajar y vivir, ¿te parece poco?
—¿Y por qué te quieres ir a vivir allí? —volvió a preguntar.
Ella, mirándolo, frunció el cejo y repuso:
—¿Y a ti qué te importa…, nene?
—Serás grosera.
—Oh… hoy no duermo del disgusto. ¡Me has llamado «grosera»! —exclamó, sentándose en una de las banquetas de la cocina.
Judith, al ver que iban a comenzar como antaño, los miró y, levantando la voz, gritó:
—¡Por favor, no discutáis! Bastante disgusto tengo con saber que Mel se va a ir, como para que encima vosotros empecéis de nuevo a llevaros mal.
Sami, al ver a su madre con gesto serio, se acercó a ella mirando a Björn y soltó:
—¡Pínsipe tonto!
Cogiéndola en brazos, Mel la besó y murmuró:
—No, cariño, el príncipe no es tonto, ¡es tontísimo!
Al ver que las dos lo miraban con una sonrisa cómplice, Björn cogió su cerveza y salió de la cocina. Tres minutos después, lo siguió su amigo.
—Muy bien, princesa —dijo Mel levantándose con su hija—. Comencemos a recoger juguetes. Tenemos que marcharnos a casita.
—¿Vendrás el sábado a comer? —quiso saber Judith.
—Claro que sí. ¡No me quiero perder tu cocido madrileño ni muerta!
Media hora después, a través de la ventana, Judith observaba a su amiga salir con su hija en los hombros, cuando Eric entró para ver cómo se encontraba y, abrazándola, preguntó:
—¿Ya se ha pasado el disgusto?
Ella sonrió y Eric inquirió:
—¿Me puedes decir por qué se quiere trasladar?
—Es un tema familiar, Eric —sonrió Jud—. Su hermana y su madre que viven en Asturias regresan a Texas y ella, por el bien de Sami, sabe que debe hacerlo para que siga teniendo una familia que la cuide y la quiera. Aquí, aun teniéndonos a nosotros, está muy sola.
Eric asintió y no preguntó más. Eso sí, luego se lo contó a su amigo.
Esa noche, Mel necesitaba desfogarse. Quería ir al Sensations, pero sabía que si iba, con seguridad se encontraría a Björn, por lo que decidió cambiar de sitio. Iría al Destiny, un nuevo local como el Sensations que estaba un par de calles más arriba.
Vestida con una falda de tubo negra y unos tacones, llegó al local. Tras entrar, se encaminó con seguridad hacia la primera barra, donde pidió algo de beber. La relaciones públicas, al verla sola, se presentó y le enseñó el local. Pasearon por las diferentes salas del mismo y a Mel le llamaron la atención unas cabinas plateadas. Una vez acabaron la visita, la mujer le presentó a una pareja y juntos pasaron a la siguiente sala. Allí había unos butacones y decidieron sentarse para continuar charlando.
Tras tomarse un par de Bacardis con Coca-Cola, decidieron ir al jacuzzi. Primero pasaron por las taquillas y al salir alguien la llamó.
—Mel.
Sorprendida, miró y sonrió al encontrarse con Carl.
—¿Qué haces tú por aquí?
Él, tras darle dos besos, respondió:
—He venido con una amiga. —Mel sonrió y el hombre añadió—: Llevaba mucho tiempo sin verte. No vas por el Sensations, ¿dónde te metes?
Mel sonrió y, encogiéndose de hombros, contestó:
—He estado muy liada últimamente. Había oído hablar de este sitio y he decidido venir a conocerlo.
Carl asintió. ¿Qué hacía Mel allí sola, sin Björn? Y antes de despedirse, dijo:
—Pásalo bien, Mel.
Con una sonrisa, ella se alejó sin darse cuenta de que Carl tecleaba algo en su móvil.
Tras reunirse de nuevo con la pareja, fueron hasta una barra lateral cercana al jacuzzi y allí pidieron de nuevo algo de beber. La música era atronadora. Para el gusto de Mel sonaba demasiado fuerte. Cuando estaba sentada esperando su bebida, la pareja se encontró con otra y se los presentaron. Dos segundos después, las dos mujeres se pusieron juguetonas y terminaron en el jacuzzi, mientras Mel y los hombres las observaban. Ninguno la tocó. Ella no había dado permiso para ello y todos la respetaban. Cuando los hombres vieron que no parecía querer jugar, decidieron unirse a sus mujeres y disfrutaron del intercambio de pareja.
Pasado un rato, Mel sintió curiosidad y fue a las cabinas plateadas, donde vio unos carteles muy curiosos colgando de las puertas. Éstos eran explícitos. Indicaban la gente que había dentro y lo que se buscaba. Tres hombres buscaban una mujer. Dos mujeres, un hombre y cuando vio una cabina en la que no ponía nada, supo que estaba vacía y decidió utilizarla ella.
Cuando se metió dentro, miró alrededor. El espacio no era muy grande. Había una mesita con preservativos, agua y toallas limpias, una butaca y, colgado del techo, un columpio sexual.
Con curiosidad, lo tocó y notó que sus correas eran suaves. Miró los carteles que había sobre la mesita. Debía colgar en la puerta que era una mujer e indicar lo que buscaba. Durante un rato, dudó y al final se decidió. Dos hombres. Necesitaba disfrutar de buen sexo. Con seguridad, cogió ambos carteles y los colgó en la puerta.
Se encaminó hacia el potenciómetro de luz y la bajó hasta dejarla tenue. Se sentó en el columpio y recostó la espalda en la cuerda trasera, columpiándose. De pronto, la puerta se abrió y un hombre entró. Mel no pudo verlo hasta que se le acercó. Su cuerpo se estremeció y preguntó con un hilo de voz:
—¿Qué haces aquí, Björn?
Él, con gesto serio y una frialdad increíble, respondió:
—Hago lo mismo que tú. Busco sexo.
Los dos se miraron en silencio, hasta que él preguntó con voz neutra:
—¿Alguna vez has utilizado un columpio?
Mel negó con la cabeza y él dijo:
—Como estás, coloca las piernas en las cuerdas inferiores. Quedarás suspendida y con las piernas abiertas. El placer que proporciona el columpio es increíble. La penetración más profunda y el disfrute para ambos mayor.
Ese tecnicismo y su frialdad llamaron su atención e hizo lo que decía. Pronto quedó suspendida como él había explicado y Björn, que había entrado desnudo, se acercó más. Sin inmutarse, paseó su mano por la vagina de ella e inquirió:
—¿Tienes algún problema en que yo juegue contigo esta noche?
¿Problema?
¡Tenía muchos problemas!
Excitada por su presencia y lo que en ella provocaba, negó con la cabeza, pero preguntó:
—¿Te ha avisado Carl?
—Sí.
—¿Por qué?
—Como buen amigo que es, me ha dicho que tú estabas aquí. Las últimas veces nos vio juntos en el Sensations y le ha extrañado verte sola aquí. Nada más.
La puerta de la cabina se abrió de nuevo y un hombre entró. Björn lo miró.
—Hemos cambiado de opinión. Lo siento.
Cuando el hombre salió de la cabina, Mel, incrédula por lo que él había hecho, lo miró y siseó:
—Te has pasado. Yo no he cambiado de opinión.
Björn no respondió, se limitó a mirarla. Ella insistió:
—¿Acaso has entrado aquí para jorobarme la diversión?
Ahora eran las palabras de ella las que incomodaban a Björn y éste, con gesto impasible, repuso:
—Busco sexo, Mel. No busco nada que no busque la gente que viene a este local. Pero si te incomoda mi presencia, me iré y buscaré a otros para jugar.
Tentada estuvo de decirle que se marchara, que se alejara de ella, pero no pudo. Su corazón y su ansia de él no la dejaron y, cogiéndolo de la mano, lo retuvo. Encontrarse allí con Björn había sido una agradable sorpresa que no pensaba desaprovechar.
—Tranquilo, capullo. Podemos pasarlo bien.
—No me llames «capullo».
Mel sonrió y con guasa, para ocultar sus sentimientos, añadió:
—Perdón, señor Hoffmann… perdón.
Durante unos segundos, ambos se miraron a los ojos. La tensión sexual estaba servida. Si él era frío, ella podía ser un témpano de hielo. Pero sus cuerpos se calentaban segundo a segundo y, finalmente, Björn, deseoso de ella, dijo mientras se sentaba en el suelo:
—Ábrete para mí.
Mel hizo lo que le pedía mientras en su estómago cientos de maripositas revoloteaban y su vagina comenzaba a palpitar de excitación. Sentado en el suelo, Björn, totalmente atraído por ella, cogió con sus manos la cuerda que le pasaba bajo el trasero para acercarla y tras mirar aquella fresa que tanto le gustaba, posó su boca en el centro de su deseo y ella jadeó.
La joven cerró los ojos. Sentir su boca, su ansiosa boca sobre ella era lo último que pensaba sentir aquella noche. Sin ningún pudor, se entregó a él deseosa de sexo.
Björn, por su parte, le apretaba las nalgas mientras metía aquella húmeda vagina en su boca y la degustaba. La chupaba, la lamía… aquello era maravilloso.
—Agárrate a las cuerdas y échate hacia atrás —pidió.
Agarrada a las cuerdas, Mel se volvió loca. Estar suspenda en el aire mientras el hombre que ocupaba su corazón y su mente le abría las piernas para hacer lo que ella tanto ansiaba, la hizo gemir. Sin piedad, Björn buscó lo que necesitaba y, succionando el clítoris maravilloso de ella, se sintió vibrar. Era un sueño.
Aún atontado por lo que hacía, gimió y como un lobo hambriento la apretó contra su boca. No se podía creer lo que estaba haciendo, pero allí estaba. En cuanto recibió el mensaje de Carl, no lo dudó y fue en busca de la mujer que deseaba.
Los jadeos tomaron la estancia, mientras Mel, enloquecida, se abría para Björn y experimentaba lo que era el sexo en un columpio. Era increíble, ¿cómo no lo había probado antes?
Cada uno desde su posición disfrutaron del momento y cuando él se levantó del suelo, Mel lo miró con los ojos velados por la lujuria. Björn era impresionante y cuando se fue a poner un preservativo, ella lo detuvo:
—No te lo pongas.
Sin hablar y tremendamente confuso, tiró el preservativo al suelo y con impaciencia guió su pene. Agarrándose a las cuerdas superiores del columpio, lenta y pausadamente se introdujo en ella. Una vez se sintió dentro, hizo un movimiento rápido y Mel jadeó.
—Estar suspendida te da mayor placer.
Agarrada a las cuerdas, lo miró. Un seco movimiento de Björn la hizo gritar y él murmuró sin besarla:
—La cabina está insonorizada, podemos gritar cuanto nos plazca.
Una nueva embestida los hizo gritar a ambos. Esta vez sin reservas. El placer era intenso y oír la resonancia de sus gritos los excitó:
—El columpio nos da una profundidad extrema. ¿Lo sientes? —preguntó Björn.
—Sí.
—¿Te gusta?
Mel gritó de nuevo y Björn no paró. Una y otra vez entraba y salía de ella con movimientos rítmicos y devastadores. Necesitaba aquel contacto, necesitaba hacerla suya, y lo hizo mientras Mel gritaba de pasión, volviéndolo loco.
El columpio les proporcionaba unas sensaciones diferentes. Sus cuerpos descontrolados chocaban, consiguiendo que ambos jadearan, gimieran, gritaran y cuando Mel echó la cabeza hacia atrás, Björn dio un paso adelante y profundizó aún más.
Chillidos de placer retumbaron en aquella cabina, mientras los dos buscaban su propio deleite. Se deseaban, se necesitaban, pero ninguno lo decía. Sólo experimentaban con sus cuerpos y se dejaban dominar por la lujuria del momento.
Cuando Björn sintió que iba a llegar al clímax, hizo un movimiento para salir de ella, pero Mel, agarrándolo de las manos, no lo dejó y, mirándolo a los ojos, susurró:
—No te salgas. Termina lo que has comenzado. Sabes que tomo la píldora y no hay peligro de que me quede embarazada.
Incapaz de negarle aquello, Björn, agarró de nuevo las cuerdas del columpio y, sin dejar de mirarla, comenzó un infernal bombeo que los llevó al séptimo cielo, y cuando no pudo más, tras un gutural y ronco gemido, se corrió; ella le siguió.
Apenas sin respiración, Mel, al verlo sudando, le enjugó con una mano el sudor de la frente y musitó:
—Como siempre, ha sido genial, Björn.
Él asintió y, sin salir de ella y a escasos centímetros de su boca, preguntó:
—¿Por qué te vas a Texas?
—Por Sami.
—¿Sólo por Sami?
Acalorada por aquella cercanía y por la tentación de tomar aquellos labios que tanto ansiaba, respondió:
—Ella se merece una familia y al estar sola con ella en Múnich se la niego. En Fort Worth tendrá además de una madre, unos abuelos y una tía. Si me quedo aquí, Sami sólo tendrá una madre por temporadas, pero nada más. Estoy sola, Björn, pero Sami no quiero que lo esté.
Él cerró los ojos. Le dolía oír eso y a pesar de que la entendía, dijo egoístamente:
—Aquí podría tener otro tipo de familia. Están Jud, Eric, los niños, tus amigos americanos y estoy yo. Entre todos podríamos…
—No —lo cortó—. He de pensar en ella y en lo que más le conviene y aquí nunca tendrá una familia como la que la niña se merece.
Confuso por sus palabras, asintió. Sin decir nada, se separó de Mel y ésta se bajó del columpio. Al quedar uno frente al otro, la tensión se palpaba en el ambiente y cuando Björn se fue a dar la vuelta para marcharse, ella lo agarró y le pidió:
—No te vayas. —Él la miró y Mel añadió—: Juguemos juntos una última noche.
Oír lo de «última noche» a Björn le hizo aletear el corazón. Sentía por ella tanto que el cuerpo le dolía. Su orgullo como hombre estaba herido y tenerla tan cerca lo confundía a cada instante más. Pero deseoso de continuar la noche a su lado, con un gesto impasible preguntó:
—¿Segura?
—Segurísima —afirmó Mel, a pesar de saber que más tarde se arrepentiría de ello.
Intentando mantener la compostura, Björn asintió. Jugar con ella. Estar con ella era lo que más le apetecía en el mundo y cogiéndola de la mano, convino:
—Muy bien, Mel. Disfrutemos de la noche.
Salieron de la cabina y se dirigieron a unas duchas. Una vez se refrescaron, sin hablar, de la mano, se encaminaron hacia unas camas donde más personas disfrutaban del placer y el contacto. Tríos. Orgías. Intercambios de pareja. Todo aquello eran sus juegos. Unos juegos calientes que disfrutaban con amigos y desconocidos y donde ellos ponían sus propios límites y sus propias reglas.
Cuando Mel se sentó en una de las camas junto a aquellas personas, Björn la miró y tras cruzar una significativa mirada con dos hombres y una mujer que los observaban, éstos rápidamente se acercaron.
Con un hombre a cada lado y Björn mirándola, Mel supo lo que ambos deseaban y cogiendo la cabeza de los dos desconocidos, las guió hasta sus pechos. Ellos rápidamente comenzaron a chupar con ímpetu sus pezones y la mujer, sin dudarlo, se metió entre sus piernas y tras Mel abrirlas, la chupó con gusto.
Björn los observaba sin variar de expresión. Se excitaba con lo que veía. Mel era su máxima fuente de placer y una experta jugadora. Jadeos tomaron la habitación mientras todos disfrutaban de lo que les gustaba. Sexo. Morbo. Fantasías.
Durante horas, el placer primó entre ellos, distintas manos los tocaron, distintos cuerpos tomaron los suyos y compartieron el disfrute, pero Mel se dio cuenta de que Björn no la besaba. Ella lo intentó un par de veces, pero al ver que se retiraba, lo asumió y continuó con el juego sin querer pensar en nada más.
A las cuatro de la madrugada, tras una noche plagada de sexo y morbo, ambos salieron del local en busca de sus coches. Con caballerosidad, Björn la acompañó hasta el suyo y, cuando llegaron, ella, con mejor humor que él, dijo:
—Ha sido una buena noche. Me alegro de que Carl te avisara.
Ese buen humor a Björn le llegó al corazón ¿Cómo podía sonreír y él era incapaz? Y con voz dura, le espetó:
—Entre tú y yo no hay nada especial. Simplemente hemos disfrutado del sexo.
Esa aclaración innecesaria a Mel le dolió. Pero dispuesta a disfrutar hasta el último momento de su cercanía, dijo, descolocándolo:
—Sé muy bien lo que ha sido, Björn. No te agobies.
Él asintió. Estaba lleno de contradicciones que ni él mismo entendía y la apremió:
—Vamos, sube al coche y márchate. Es tarde.
Mel asintió. Pero deseosa de algo más, dijo:
—Quiero un beso de despedida.
Descolocado, Björn la miró. Llevaba toda la noche intentando no acercar sus labios a los de ella o sabía que no podría dejar de besarla y se negó.
—No.
Esa negativa tan directa la hizo sonreír y, encogiéndose de hombros, murmuró, acercándose a él:
—Mira, amiguito, me gusta tu boca. Me gustan tus besos y que te pida uno no significa que te esté pidiendo amor eterno, pero si…
No pudo continuar.
Björn tomó las riendas del momento. Acercó su boca y, sin demora, hizo lo que deseaba. Metió su lengua en aquella boca que adoraba y la besó. Pasó sus manos por su cintura y, entregándose al deleite de aquel duro y exigente beso, le dio lo que ella quería y su propio cuerpo le gritaba. Cuando segundos después se separaron, Mel aún estaba con los ojos cerrados, disfrutando del beso, y él murmuró sobre su boca:
—¿Esto es lo que buscabas, Mel?
Abriendo los ojos de golpe, se encontró con la furia en su mirada. Lo que para ella había sido un deseado y anhelado beso, para él parecía haber sido una atormentadora obligación, y resurgiendo como siempre había hecho de las cenizas, se separó de él, sonrió, buscó a la teniente Parker en su interior y, encendiendo un cigarrillo, respondió:
—Oh, sí, capullo… Me he dado cuenta de que adoro besar a los hombres.
Ese comentario tan mordaz, a Björn le tocó la fibra, pero no se lo hizo saber. Él tampoco estaba siendo especialmente amable con ella. Sin decir más, Mel se metió en su coche y, tras guiñarle un ojo con una fingida sonrisa, arrancó y se marchó.
Cuando Björn quedó solo en medio de la calle, la furia le pudo.
¿Qué había hecho? ¿Por qué había ido a aquel local?
Sus sentimientos por Mel lo estaban destrozando. Aún recordaba el día en que ella le dijo que le quería. En su mente seguían las palabras «Te quiero y necesito que me quieras». Varios minutos después, cuando su cuerpo dejó de temblar, decidió marcharse a su casa. Era lo que debía hacer. Entre los dos había quedado todo claro.