El sábado, tras dejar a Sami con la vecina, Mel llegó al local donde había quedado con su amiga y se sorprendió al ver a Eric allí. Después de saludarla, Jud le presentó a sus amigos y, divertida, vio cómo instantes después Mel ya estaba bailando con Reinaldo.
Cuando Björn llegó, Jud sonrió, pero el gesto se le torció al ver a su lado a Agneta y, acercándose a su marido, preguntó:
—¿Qué hace Foski aquí?
Reprimiendo una sonrisa, Eric, acercó su boca a su oreja y respondió con su acentazo alemán:
—¡Ya tú sabes, mi amol!
Se quedó boquiabierta al oírle decir eso y Eric, soltando una carcajada, explicó:
—Cariño, cuando le propuse que viniera, no le pude decir que viniera solo. Lo conozco y rápidamente hubiera sospechado.
—Joder —murmuró Jud, molesta.
Miró hacia la pista donde Mel seguía bailando con Reinaldo y cuando Björn y su acompañante se acercaron a ellos, Judith los saludó con una forzada sonrisa. Pidieron unos mojitos y cuando los estaban bebiendo, llegó Mel, divertida, junto a Marta, y dijo sin percatarse de los recién llegados:
—Madre mía, Judith, qué bien baila Reinaldo.
—Es una pasada —convino ella.
—Pues espera a bailar con Máximo —comentó Marta—. Entre lo bueno que está y lo bien que baila, te aseguro que no te dejará indiferente.
—¿Queréis algo de beber? —preguntó Eric.
—Hombre, Björn —gritó Marta—, no te había visto. ¿Cuándo has llegado, guapetón?
A Mel se le puso la carne de gallina. ¿Björn? ¿Dónde estaba? Y mirando a su derecha, lo vio tras Eric. Sonriendo a pesar de la desolación que sentía, movió la cabeza a modo de saludo.
A Agneta, al verla allí, le entraron todos los males. Aquella mujer había sido la que había separado a Björn de ella en los últimos meses y, agarrándolo del brazo, marcó su territorio.
Ese gesto no pasó desapercibido para nadie y menos para Mel, que, indiferente, pidió al camarero una bebida:
—Un Bacardi con Coca-Cola.
Durante un buen rato, todos hablaron. Mel y Björn no se dirigieron la palabra, pero sus miradas cargadas de reproches se encontraron en varias ocasiones. Judith, al verlo, intentó mediar entre ellos.
—Björn, no he visto que saludaras a Mel.
—Tengo ojos, no soy idiota —repuso él.
Mel, al oírlo, con toda la mala leche del mundo lo miró y dijo:
—De eso, muñeco, no estoy muy segura.
Sorprendido de que ella volviera al juego de antaño, fue a contestar, pero Mel fue más rápida y se marchó a bailar con Reinaldo.
No pensaba aguantar un segundo más las carantoñas que la rubia idiota que colgaba del brazo de Björn le hacía a éste.
Jud, que se había percatado de todo, cuando vio que Agneta se marchaba al baño, se acercó a su amigo y cuchicheó:
—Eres tonto.
—Gracias, Jud. ¡Tus piropos me encantan!
—Pero ¿no ves que Mel está aquí?
Con gesto incómodo, él la miró y respondió:
—Por mí, como si se la traga la Tierra.
Irritada por su indiferencia, insistió:
—Mel vale mil veces más que Foski, ¿no te das cuenta?
Él sonrió con amargura y sin ganas de entrar en el tema, objetó:
—Agneta me da todo lo que quiero y no miente. Con eso me vale.
—¡Sexo!… vale —replicó Judith—. Pero te conozco y sé que no lo estás pasando bien. Mel te gusta y ella te puede dar sexo y amor. No seas cabezota.
La palabra «amor» le cayó como un jarro de agua fría y, apretando los dientes, clavó una furiosa mirada en Jud y siseó:
—¿Qué tal si no te metes donde no te llaman, queridísima Judith, y por una vez en la vida ¡puedes olvidarte de que existo!?
Esa contestación y cómo la miró, dolieron a Jud. Nunca, en todo el tiempo que se conocían, le había hablado así y, mirando a su cuñada Marta, que conversaba con Eric, dijo:
—Marta, acaba de llegar Máximo.
—¿Dónde está Don Torso Perfecto?
—Allí —respondió Jud, señalando.
Máximo, un argentino guapo y galante hasta rabiar, saludaba a unas chicas de la entrada cuando Marta informó:
—Ha roto con Anita y se siente muy solo. Ayer estuvo en casa con Arthur y conmigo.
Eric miró a su mujer y ésta, haciéndole reír, respondió:
—Pero ¿qué me dices? —Y levantando la voz para que Björn la oyera, propuso—: Presentémosle a Mel. Seguro que se caen muy bien.
Las dos mujeres se marcharon. Eric miró a su amigo y, con complicidad, preguntó:
—¿Otra copa?
Björn asintió y cuando el camarero dejó ante ellos la bebida, Eric carraspeó.
—Hablando de mi mujer. ¿Eres consciente de lo que acabas de hacer esta noche?
Al ver que Björn no se había percatado, aclaró:
—Jud está muy, pero que muy molesta contigo con tu contestación. Ya sabes, ¡las hormonas! La conozco y esto traerá consecuencias.
—Joder —murmuró Björn.
—Y la primera consecuencia —continuó Eric— es Don Torso Perfecto.
—¿Quién?
—Máximo, el caprichito de las nenas, ¿no lo conoces?
Bloqueado porque hubiera otro caprichito que no fuera él, se interesó:
—¿Y ése quién es?
Siguiendo la dirección de su mirada, Björn se tensó al ver a Mel dándole dos besos a un guaperas con estilo. Se percató de cómo sonreía él ante la presencia de la joven y le molestó cómo rápidamente la agarró de la cintura y la invitó a bailar.
Eric, divertido por cómo se le abrían las aletas de la nariz, se acercó a él y le informó:
—Ése es Máximo. Y por lo que sé de él, ¡las vuelve locas!
El resto de la noche fue una auténtica tortura para Björn. Mel parecía haber encontrado al hombre que le seguía el juego y no paró de bailar y reír con él.
La vio moverse con él, gritar «¡Azúcar!» con las locas de Judith y Marta y fue testigo de cómo el alcohol comenzaba a hacer mella en ella y en su sensual forma de bailar. Eric, que observaba en silencio todo lo que ocurría, al ver cómo su buen amigo tensaba la mandíbula, murmuró:
—Cuando tú quieras, damos la noche por finalizada.
Björn negó con la cabeza e intentó sonreírle a Agneta. Ésta bailaba insinuándosele, pero no tenía ni de lejos la sensualidad que desprendía Mel.
La música cambió y el disc-jockey comenzó a pinchar a los Orishas, un grupo cubano que por allí gustaba mucho. Cuando sonó la canción Cuba, todo el mundo bailó y cantó y cuando ésta acabó, las chicas se acercaron hasta donde estaba el resto del grupo y pidieron algo de beber. Mel cogió uno de los mojitos y, tras darle un trago que le supo a gloria, oyó decir detrás de ella:
—¿No crees que estás bebiendo demasiado?
Sorprendida, se volvió y, al ver a Björn, levantó las cejas. Mirando a un lado y a otro, preguntó:
—¿Es a mí a quien hablas?
—Sí.
Alucinada sonrió y murmuró:
—Serás capullo.
A Björn le molestó oír esa palabra. Ella sabía que no le gustaba que lo llamara así e, intentando llamar su atención, dijo:
—Ayer me llegó por mensajero tu colgante.
Mel asintió y, tras beber otro trago, replicó:
—No es mi colgante, es tu colgante. Digamos que yo te he devuelto tu fresa con el mismo desprecio con que tú me has devuelto a mí la mía. Ahora estamos en paz, ¿no crees?
Molesto, no respondió y Mel, encogiéndose de hombros, soltó una risotada y siseó:
—Que no te quite nada el sueño, capullo… ya me he dado por enterada que pasas de mí. Por lo tanto, tranquilo, lo superaré. Nadie es indispensable en esta jodida vida.
Bebió otro trago y un golpe de una joven al pasar por su lado la hizo dar un traspié, Björn la sujetó antes de que cayera al suelo.
Al notar sus manos en su cintura desnuda, sintió que el vello se le ponía de punta y cuando él la soltó, sólo pudo murmurar:
—¡Azúcar!
Björn no contestó. El olor a fresas que desprendía se le había metido en las fosas nasales y dándose la vuelta, decidió alejarse cuando oyó decir:
—Como vuelvas a tocarlo, vas a tener un problema.
Sorprendido al escuchar la vocecita de Agneta, se volvió y vio que Mel le advertía:
—Como no me sueltes el brazo, el dentista se va a forrar contigo.
—Agneta, ¿qué haces? —preguntó Björn.
Mel, con una torcida sonrisa, lo miró y le aconsejó:
—Controla a Foski o esta noche sale sin dientes del local ¡Oh… sí!
Dicho esto, se alejó. Continuó bailando y disfrutando de la noche mientras ellos dos discutían.
Una hora más tarde, entró en el baño para refrescarse e instantes después la idiota de Agneta, con ganas de liarla, entró también y gritó:
—¿Quién te has creído que eres?
Mel la miró de arriba abajo y, sin moverse del sitio, respondió:
—De momento, la teniente Melanie Parker, y como no saques tu culito de perra en celo ahora mismo de aquí, me voy a enfadar. Y yo cuando me enfado, soy muy… muy malota.
—¿Me estás amenazando?
Mel se miró en el espejo y con una chulería propia de ella, asintió:
—Sí. Definitivamente, sí. Creo que te voy a coger del moño, te voy a arrastrar por el suelo y…
Asustada, la otra se marchó despavorida y Mel soltó una carcajada. Se estaba mojando el pelo cuando la puerta se abrió de nuevo, dejando paso a un furioso Björn.
—James Bond… éste es el baño de mujeres y si vienes a buscar a Foski, me complace decirte que acaba de salir de aquí hace apenas unos segundos.
Sin contestar, él la agarró del brazo y, arrinconándola contra la pared, preguntó:
—¿Qué le has hecho a Agneta?
—¿Yooooooooooo?
—Dice que la has agredido.
Mel sonrió y, consciente de su cercanía, contestó:
—Te aseguro que si yo a ésa la agredo, no le dejo ni la lengua para contártelo.
Björn, molesto al ver que Agneta le había mentido, le advirtió:
—Aléjate de ella y de mí. Tú y yo no tenemos nada que hacer.
Mel, sin querer contener sus impulsos, lo paró, se acercó a él y, poniéndose de puntillas, lo contradijo:
—Oh, sí, nene… Hay un par de cosas que podemos hacer.
Bloqueado, Björn vio cómo acercaba su boca a la suya para besarlo. Reclamó sus labios como sólo ella sabía y él respondió. Sin hablar. Sin apenas mirarse, la cogió entre sus brazos y la apretó contra él. El morbo estaba servido. Durante varios minutos, mientras la gente seguía divirtiéndose fuera, ellos dos se besaron con auténtica pasión. Sin delicadeza, Mel posó su mano sobre su entrepierna y susurró:
—Vamos, muñeco…, dame eso que quiero y tú deseas.
Björn comenzó a perder la razón. ¿Qué estaba haciendo? Su cuerpo parecía moverse solo y al sentir la lengua de ella en su boca, se apretó contra Mel justo en el momento en que la puerta del baño se abría. Eso lo hizo regresar a la realidad.
Como si le quemara los labios, la soltó, la miró y siseó antes de salir:
—No bebas más o terminarás muy mal.
Cuando él se marchó y entró la mujer que había abierto la puerta, Mel respiraba con dificultad. Ansiaba aquellos labios, aquellas grandes manos que le habían recorrido el cuerpo. Lo necesitaba. Pero volviendo a la realidad, como Björn había hecho segundos antes, abrió la puerta y salió a la sala para pasarlo bien.
Máximo, disfrutando de la locura y frescura de la joven, al verla aparecer la agarró para tomar algo con ella. El disc-jockey pinchó de nuevo a los Orishas. Al oír la canción Nací Orishas, Máximo agarró las caderas de Mel y salieron a bailar a la pista mientras cantaban…
Yo nací Orishas en el underground.
Oye si de cayo hueso si tu bare.
Yo nací Orishas en el underground…
Björn, desde la barra, los observó. No podía apartar la vista de ellos. Mel se contoneaba ante aquel joven, mientras él se arrimaba a ella paseando las manos por su cuerpo. Era algo que no quería ver, pero no podía dejar de mirar. Contemplar cómo el tatuaje de su espalda se movía y aquel imbécil lo tocaba lo estaba poniendo enfermo.
Cuando acabó la canción, comenzó otra y ellos continuaron bailando tan felices. El cabreo de Björn fue en aumento. Mel, por su parte, no se volvió a acercar al grupo donde estaban él y su caniche. Se negaba a verlos.
De madrugada, cuando Eric y Björn hablaron de marcharse, Jud asintió. Estaba cansada y, acercándose a su amiga, se despidió de ella. Björn al ver que todos se iban excepto Mel, al salir se paró junto a Jud y le preguntó:
—¿Mel se queda?
—Ajá…
—Pero todos nos vamos…
Sin sorprenderse mucho, Jud miró a su amigo y respondió:
—Se queda en muy buena compañía, imbécil. —Y al intuir que él iba a decir algo más, añadió molesta—: Queridísimo Björn, ¿qué tal si te piras con Fosky a darle su pienso, dejas a Mel tranquila y no te metes donde no te llaman?
Dicho esto, Judith se agarró al brazo de su cuñada y Eric, acercándose a su amigo, cuchicheó:
—Te lo he dicho…, ahí tienes otra consecuencia.