32

A partir de ese instante, Mel lo intentó todo.

Lo llamó por teléfono, pero él no se lo cogió.

Le envió mensajes al móvil y a su mail, pero él no respondió.

Cansada de no recibir contestación, pidió una cita en el bufete de abogados. Allí no podría rehuirla.

Vestida con un traje oscuro y tacones, fue a la casa de Björn, con la diferencia de que en esta ocasión entró por la puerta del despacho y no por la de la vivienda. Mientras esperaba en la sala, le temblaban las rodillas y cuando una puerta se abrió y lo vio aparecer con su impoluto traje gris marengo, junto a otros hombres, creyó morir.

Björn la miró sorprendido, ¿qué hacía ella allí? Con diplomacia y saber estar, se despidió de los hombres a los que había atendido y cuando éstos se fueron, su secretaria se levantó y anunció:

—Señor Hoffmann, la señorita Parker tiene cita con usted.

Un ofuscado Björn miró a la joven sentada en una de las sillas y con voz controlada dijo, señalando hacia una puerta:

—Señorita Parker, por favor, pase a mi despacho.

Ella se levantó e, intentando no caerse por los nervios, caminó en la dirección que él señalaba. Una vez entró en el despacho, aquel lugar donde en alguna ocasión habían hecho el amor, vio que Björn se sentaba al otro lado de la mesa; ella también tomó asiento.

Durante unos minutos, él miró su agenda; no se había percatado de que esa cita era la de ella y, tras tacharla, cerró el libro y, mirándola, habló:

—Dígame, señorita Parker, ¿para qué requiere mis servicios?

Con la boca seca, ella lo miró.

—Björn, quiero hablar contigo.

Él levantó su mirada y, clavándola con furia en ella, siseó:

—Usted dirá, señorita Parker.

Retorciéndose las manos, Mel se sentó al borde de la silla y dijo:

—No suelo contarle a nadie cuál es mi trabajo. Cuando comencé contigo, no creí oportuno decirte que era militar y después, cuando…

—Señorita Parker —la cortó él—. Esto es un despacho de abogados. Si su problema no tiene nada que ver con lo que aquí se trata, le ruego por favor que se levante y se marche.

—Björn…, por favor —suplicó.

Se miraron a los ojos durante unos segundos, hasta que él, levantándose, masculló:

—Haga el favor de salir de mi despacho.

Desesperada por aquella frialdad, Mel se levantó también y, apoyando las manos en la cara mesa, insistió:

—Soy una idiota, una imbécil, una descerebrada, pero, por favor, ¡escúchame! Björn, te echo de menos, cariño.

Sus palabras le dolían y replicó:

—No me llames cariño, porque ni soy ni quiero ser nada tuyo.

Consciente de que iba a tener que emplearse al mil por mil, se tragó la furia que sentía por su desprecio y replicó:

—Una vez dijiste que luchabas por mí porque sabías que yo estaba receptiva. Pues bien, ahora la que va a luchar por ti soy yo, para que me perdones y me entiendas, hasta que me quede sin fuerzas y…

—Muy yanquis y peliculeras tus palabras. Pero déjalo, no luches por algo que desde ya te digo que tienes perdido.

—Björn.

Dando un manotazo a la mesa y fulminándola con la mirada, masculló, intentando no gritar ni montar un escándalo en el bufete:

—Señorita Parker, haga el favor de salir de mi despacho inmediatamente. Usted y yo nada tenemos que hablar.

Mordiéndose el labio inferior ante la impotencia que sentía, Mel se levantó y, como pudo, se marchó de allí. Cuando llegó a la calle, respiró y, acalorada, se dirigió a una cafetería que había enfrente del despacho. No pensaba desistir tan fácilmente.

Durante dos horas, permaneció en aquella cafetería sin quitarle la vista de encima al edificio y cuando vio que salían las personas que había visto trabajando allí, se tomó una nueva copa para infundirse valor para lo que quería hacer.

Al entrar en su casa, Björn se quitó la americana y la tiró sobre el sofá. Puso música y se sirvió un whisky. La visita de Mel lo había descentrado y todavía era incapaz de controlar la furia que sentía. Cogió su móvil y tecleó:

«Te espero en mi casa».

Dos segundos después, cuando Agneta respondió encantada, él sonrió y se dirigió a la ducha.

Veinte minutos más tarde, cuando llevaba únicamente un pantalón negro, el timbre de su puerta sonó. Sorprendido, miró el reloj. Agneta se había adelantado e, intentando sonreír, abrió, pero la sonrisa se le congeló cuando vio a Mel delante de él. Su insistencia lo estaba comenzando a agobiar y le preguntó, apoyándose en la puerta:

—¿Qué narices haces aquí?

Entrando en su casa sin ser invitada, ella respondió:

—Tenemos que hablar.

Björn, todavía apoyado en la puerta, la miró y preguntó:

—¿Te he invitado a entrar en mi casa?

—No, pero tras ver cómo me has tratado hoy en tu despacho, imagino que tampoco me vas a invitar a entrar en tu casa, por lo tanto, ¡me acabo de invitar sola!

Alucinado como habitualmente por las contestaciones de ella, levantó las cejas y murmuró:

—En tu línea… como siempre.

Después de un silencio más que significativo, Mel, sin quitarle ojo, musitó:

—Björn, yo…

Dando un portazo que hizo temblar los cimientos del edificio, él le espetó con furia:

—Joder, ¿cuándo me lo pensabas decir? Eres una jodida militar, ¿a qué esperabas para decírmelo?

—Tienes razón… tienes razón.

—Claro que tengo razón —replicó malhumorado.

Tener a Mel ante él le hacía plantearse mil cosas. La deseaba. La necesitaba. La quería, pero ella lo había defraudado. Fue a hablar, pero ella, plantándose ante él, dijo:

—Soy la teniente Melanie Parker Muñiz, hija del mayor Parker.

—Lo sé…, nena…, pero no gracias a ti.

—Trabajo para el ejército de Estados Unidos y desde hace años piloto un Air Force C-17 Globemaster. Me gusta mi trabajo, me gusta el ejército y no creo que todos los americanos seamos lo que tú piensas. Creo que debes entender que gente buena y mala la hay en todos lados y si no te dije antes nada fue porque no quería que pensaras de mí que soy…

—¿Que pensara qué de ti? ¿Y ahora qué crees que pienso?

—Escucha, Björn…, además de militar soy una mujer que…

—No me cuentes gilipolleces… bonita —explotó él—. Me he vuelto loco por primera vez en mi vida por una mujer, ¡por ti!, y loco estaría si volviera a confiar en ti. Pero ¿qué quieres ahora? Me engañas, te ríes de mí, me echas de tu vida diciéndome que yo no soy especial para ti y ahora vuelves. ¿Qué quieres, Mel?

—Te quiero a ti —respondió con un hilo de voz—. Te quiero, Björn, maldita sea. Te quiero como nunca he querido a nadie y necesito que me perdones para poder estar contigo. Eres importante para mí. Eres especial. Sin ti muchas cosas han perdido sentido. Cuando te conocí, era una mujer negada para muchas cosas, pero tú me enseñaste a creer que la felicidad en pareja existe, me besaste, me animaste a bailar, me regalaste flores, enamoraste a mi hija, a mi abuela y yo… yo no me porté bien contigo, pero quiero que sepas que estoy dispuesta a pedirte disculpas todos los días hasta que me perdones. Te quiero y necesito que me quieras.

Escuchar ese «Te quiero y necesito que me quieras» era lo máximo que Björn podía escuchar. Él nunca se había atrevido a decirle esas palabras, pero allí estaba ella, diciéndoselas, mientras con ojos suplicantes le pedía una nueva oportunidad.

Tras un silencio incómodo entre los dos, la miró con una frialdad que a ella le llegó al corazón y dijo:

—Lo siento, señorita Parker, pero ya no existe nada de lo que existió. Fuiste especial para mí, pero eso se acabó. No te necesito, no te quiero y mucho menos quiero que me quieras, ¿entendido?

Mel, dolida, asintió. Se lo merecía, pero el rechazo era doloroso. Lo intentó de nuevo.

—Björn, eres muy especial para mí, créeme.

Terriblemente enfadado porque la situación se le estaba yendo de las manos, gritó:

—Pues tienes una manera muy curiosa de demostrarlo. —Mel se encogió—. Me contaste que el padre de tu hija murió en Afganistán. Me dijiste que era un jodido militar americano. ¿Por qué no me dijiste que tú también lo eras y que tu padre también lo es y me dejaste creer que eras una azafata de Air Europa, cuyo inglés era muy americano por haber trabajado en American Airlines?

—Porque…

—Ya no me interesan tus explicaciones —la cortó.

Desesperada al ver que era incapaz de llegar a él, Mel insistió:

—¿Qué importa la nacionalidad o la profesión que yo tenga, Björn? Yo soy yo… soy Mel, el resto no debería importarte.

—Pues me importa. ¡¿No ves que me importa?! Y tus mentiras me han hecho daño, ¿no lo ves?

Mel se calló. Veía el dolor en sus ojos. Durante unos minutos, ninguno habló, hasta que él dijo:

—¿Cómo crees que me quedé cuando, preocupándome por ti, me enteré de quién eras y a qué te dedicabas? Te aseguro que leí al menos cinco veces las cosas porque no me lo podía creer. No podía creer que la mujer que me había robado el corazón, la mujer por la que estaba volviéndome loco fuese una jodida militar, además de una mentirosa.

Ella asintió. No había jugado limpio. Bloqueada por los sentimientos contradictorios que experimentaba en ese momento, fue a responder, cuando él dijo con dureza:

—La diferencia entre tu trabajo y el mío es que yo dialogo y hago tratos con personas en los juzgados y tú vas a las guerras. Allí no se dialoga, Mel, allí las personas disparan armas y se matan por infinidad de desacuerdos. ¿Ves algo por lo que me tenga que preocupar? ¿Ves el peligro en lo que haces? ¿Ves por qué no quiero saber nada de ti?

Ella cerró los ojos, negó con la cabeza y se explicó:

—Intento desvincularme cuando no estoy de misión, y llevar una vida relativamente normal por Sami y por mí. Por eso vivo en Múnich y no en la base de Ramstein. —Al ver que él no contestaba, sólo la miraba con gesto duro, prosiguió—: Te acabo de decir que lo siento, que lo hice mal, que te quiero, que no puedo vivir sin ti, ¿qué más quieres?

—No quiero nada de ti, Melanie, ¿todavía no te has dado cuenta?

Su rotundidad le hizo ver la realidad: él no la quería y no pensaba darle otra oportunidad. Pero no quería perderlo y, sorprendiéndolo, preguntó:

—¿Tampoco podemos ser amigos?

Enfadado, la miró. Quería gritarle, echarla de su casa, pero su mente, su cuerpo y su corazón no lo dejaban; finalmente respondió:

—No.

—¿Por qué?

—Porque yo decido a quién quiero como amigo —aclaró con gesto duro.

Con un conflicto interno terrible, Björn echó a andar hacia la puerta, pero desesperada por hacerle entrar en razón, Mel se le adelantó y, metiéndose entre la puerta y él, lo agarró y, tirando para acercarlo, lo besó.

Fue un beso duro, un beso anhelado, un beso deseado. Ambos lo disfrutaron hasta que, de pronto, sonó el timbre de la puerta y Björn, soltándola, dio un paso atrás y le advirtió:

—No vuelvas a besarme.

—¿Por qué? Me deseas, lo acabo de notar.

Con una sonrisa que a ella no le gustó, Björn le cogió la barbilla y, mirándole el cuello, siseó:

—Bonito chupetón. —La soltó con desprecio y añadió—: Márchate. Tengo una cita.

Sin moverse de la puerta, miró al hombre que adoraba y suplicó, intentando quemar su último cartucho:

—Si no quieres continuar con lo que teníamos porque te he defraudado como pareja, al menos intenta ser mi amigo. No te quiero perder, Björn.

Ser amigos no entraba en sus pensamientos. Necesitaba olvidarla y lo que ella pedía era una locura. Por ello, forzando una sonrisa que sabía que le dolería, respondió:

—Mira, guapa, si lo que quieres es sexo, no me apetece tenerlo contigo, y tú solita sabes muy bien cómo conseguirlo.

Sus palabras cargadas de rabia le dolieron y más cuando abrió la puerta sin importarle que ella estuviera apoyada en ésta y lo viera decir con una espectacular sonrisa:

—Hola, Agneta. Pasa, te estaba esperando.

Mel vio entrar a la siempre sensual presentadora de la CNN, que se quedó parada mirándola. Ambas mujeres se contemplaron y Agneta, agarrando a Björn por la cintura, preguntó:

—¿Qué hace ella aquí?

Él, con gesto impasible, la besó en el cuello.

—Tranquila. Ha sido una visita inesperada. Adiós, Melanie.

Su frialdad, cómo la miraba aquella mujer y el besito íntimo que Björn le había dado en el cuello la hicieron temblar de frustración. La rabia por lo que le estaba haciendo se apoderó de su cuerpo y, saliendo por la puerta, gritó:

—Eres un capullo, ¡un grandísimo capullo!

Una vez ella salió, Björn dio un portazo, miró a Agneta y dándole un azote en el trasero, dijo:

—Prepárame un whisky. Voy a terminar de vestirme y en dos minutos nos vamos.

Cuando su amiga se fue al salón, Björn apoyó una mano en la puerta, mientras con la otra se retiraba el pelo de la cara e intentaba calmarse, quitarse de la cabeza a Mel y su maravilloso olor a fresas.