31

Cuando Mel abrió los ojos, eran las cinco y media de la mañana. A su lado, desnudo, el comandante dormía plácidamente y, tras despertarlo, ambos se marcharon de la habitación.

Mel cogió un taxi hasta el aeropuerto, donde se encaminó hacia el helicóptero que la esperaba. Una vez comprobó que todo estaba bien, despegó en dirección a Múnich.

Cuando llegó, dejó el helicóptero en el hangar de siempre y tras tomar otro taxi, a las nueve y media de la mañana entraba en su casa. Estaba agotada.

Llamó a Asturias, habló con su madre y le dijo que ya estaba en casa para que se quedara tranquila. Más tarde, cuando hubiera dormido todo lo que necesitaba, la volvería llamar de nuevo. Una vez colgó el teléfono, se tiró en su cama sin desvestirse y se durmió.

Un ruido estridente la despertó. Mel se restregó los ojos y cuando identificó que era el timbre de su casa, se puso la almohada sobre la cabeza y decidió seguir durmiendo. Pero cuando sonó el móvil, saltó de la cama y al ver que se trataba de Judith, lo cogió.

—¿Dónde estás, Mel?

—En casa, en la cama.

—Pues abre. Estoy en tu puerta, llamando.

Como una zombi se levantó y fue a abrir. La sonrisa de su amiga la llenó de alegría. Tras darle dos besos, ésta preguntó:

—¿Duermes vestida?

Mel sonrió al ver que ni siquiera se había quitado la ropa y Judith volvió a preguntar:

—¿Cuándo has llegado?

Mel miró su reloj. Vio que eran las tres de la tarde y respondió:

—Hará unas cinco horas.

Horrorizada, Judith se llevó las manos a la cara y murmuró:

Aisss, cariño… creía que llevabas más tiempo durmiendo. Me voy. Descansa.

Pero Mel, una vez despierta, dijo:

—Ni se te ocurra irte. Dame diez minutos para que me duche, ¿vale?

Ella asintió y, enseñándole unas bolsas con comida, convino:

—De acuerdo. He traído algo de comida.

Diez minutos después, cuando Mel salió ya vestida del baño, se encontró la mesa puesta y cuando se sentó junto a su amiga, exclamó:

—Dios…, estoy muerta de hambre.

—¿Dónde está Sami?

—En Asturias, con mi familia. Mañana iré a recogerla.

Judith asintió y preguntó:

—¿Te quedarás allí unos días?

—Seguramente, aunque el jueves quiero estar ya de vuelta.

Durante la comida, hablaron de todo, hasta que Judith, fijándose en el cuello de Mel, dijo:

—¿Eso es un chupetón?

Ella se tocó donde le indicaba, se levantó y, al mirarse en el espejo y verse aquello, murmuró:

—Maldito comandante.

—¿Comandante? —repitió Judith tras ella.

Al sentirse descubierta, Mel explicó:

—Un amigo.

—Pero ¿un amigo… amigo… o un amigo para temas de sexo?

Sin ganas de mentir, ella contestó:

—Un amigo con el que tengo sexo cuando a ambos nos apetece. Vale, entiendo que pienses que es una locura y seguramente creerás que soy una degenerada, pero quiero que sepas que…

Poniéndole la mano en la boca para callarla, Judith aseveró:

—Ni estás loca ni eres una degenerada. Yo también tenía amigos así antes de casarme con Eric, por lo tanto, no tienes que justificarte.

Ambas se miraron y Judith, deseosa de comentar una cosa con ella, preguntó:

—¿Crees que yo soy una degenerada por lo que me viste haciendo en el Sensations?

La cara de Mel se contrajo y su amiga añadió:

—Sé que vas al Sensations. Sé que me viste allí y quiero que hablemos de ello.

Bloqueada por lo directa que era, Mel respondió:

—Ya se ha ido de la lengua el tonto de tu amigo.

Jud sonrió.

—Creo que para ti es algo más que un amigo, ¿verdad? Y no… no es tonto.

Poniéndose rápidamente a la defensiva, Mel replicó:

—No sé qué te ha contado el bocazas de James Bond, pero…

—Björn me ha contado lo que tú ya sabes. Si hay alguien juicioso en este mundo ése es él y más tarde hablaremos sobre ese asunto. Pero ahora quiero saber por qué no me has dicho que me viste en el local.

Incómoda con la conversación, finalmente Mel respondió:

—Me dio vergüenza.

—¿Por qué?

—Porque hablamos de sexo, Judith, y reconozco que me sorprendió encontraros allí. Eric y tú parecéis una pareja muy consolidada y…

—Somos una pareja muy consolidada —remarcó ella—. Y nada en lo referente al sexo ocurre sin que el otro esté perfectamente convencido. —Y al ver su expresión, aclaró—: Cuando yo conocí a Eric, no practicaba este tipo de relaciones. Recuerdo que la primera vez que fui a un sitio así, me escandalicé. Pensé que las personas que hacían eso eran unas degeneradas y un sinfín más de tonterías, pero ahora, pasado el tiempo, te aseguro que no me escandalizo ni pienso así. He aprendido a diferenciar lo que es el morbo, el sexo y mi marido. El sexo fuera de mi cama es sólo sexo. Para mí es un juego entre Eric y yo, y lo afrontamos con nuestras propias normas y limitaciones.

Mel la escuchaba y Judith añadió:

—Sé que nos han criado para no hablar abiertamente de sexo. Estoy convencida de que a ti te han criado como a mí. El sexo es tabú y tocarse es malo, ¿verdad? —Mel asintió y ella prosiguió—: Yo no hablo de sexo con cualquiera, y es una pena que mi amiga Frida esté viviendo en Suiza, porque con ella me lo he pasado bomba hablando de estos temas y si tú quieres, tú y yo podemos pasarlo bomba también.

—¿Me estás pidiendo que tú y yo…?

—Noooooooooo, sólo me refiero a poder hablar de ello con normalidad —rió Judith—. A mí las mujeres no me gustan. Pero sí me gusta tener una amiga cercana con la que comentar cómo lo he pasado haciendo tal o pascual.

—Pero yo vi cómo unas mujeres jugaban contigo y tú parecías pasarlo bien.

—Y lo pasaba bien. —Mel se sonrojó y Judith agregó—: Diana y su novia son tremendamente morbosas y, para que me entiendas, a mí las mujeres no me gustan, pero he descubierto que me encanta ser su juguete. Me vuelve loca dejar que sus bocas, sus dedos o cualquier juguetito que incluyan en nuestro juego entre en mí, te aseguro que a Eric le encanta también. Ver su cara cuando yo lo paso bien me provoca un morbo increíble y te garantizo que nuestras relaciones sexuales ¡son la bomba!

Colorada como un tomate, Mel susurró:

—Te vi también con Eric y Björn.

—¿Y?

—¿No os incomoda que un amigo tan amigo como Björn juegue con vosotros?

—Ese comandante que te ha dejado el chupetón, ¿no es tu amigo?

Ella asintió e, intentando explicarle lo que quería decir, respondió:

—Lodwud es mi amigo. Pero me refiero a que Björn, Eric y tú sois amigos en el día a día. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Judith asintió.

—La primera vez que accedí a hacer algo así fue con Björn. En ese momento yo no lo conocía, pero Eric sí y tenía la máxima confianza con él. Con el tiempo, Björn se ha convertido en un buen amigo y no me da ningún apuro practicar sexo con él, porque él, Eric y yo tenemos muy claro todo en nuestras vidas. Por cierto, me parece fatal que fueras sola al Sensations.

—¡Además de bocazas, portera!

Judith soltó una carcajada y sin querer abandonar el tema, dijo:

—Mel, espero que a partir de ahora no te dé vergüenza hablar conmigo de sexo. Es bueno compartir las experiencias y te aseguro que es como todo en esta vida: ¡el saber no ocupa lugar!

—Intentaré que esos tabús desaparezcan.

Judith asintió.

—Esos tabús, al menos entre nosotras, han de acabar. A las dos nos gusta el sexo de una manera que no todo el mundo practica, y me encantaría poder hablar de ello con normalidad contigo. Y, ojito, las mujeres no me van nada de nada, por lo que si me caliento mucho hablando contigo, como mucho, cuando llegue a casa, Eric tendrá una excelente sesión sexual.

Mel sonrió y Jud añadió:

—Entre cuatro paredes y con mi marido me entrego al placer. Adoro que él me posea con otros hombres y me vuelve loca ver a Eric disfrutar cuando una mujer o un hombre está entre nuestras piernas. El sexo que comparto con él y con Björn es fantástico y cuando vamos a alguna fiestecita privada, disfrutamos de todo lo que se nos pueda antojar en el momento. Te aseguro que a mí que tú estés en un reservado no me importa. Sé lo que me gusta y ya te he dicho que las mujeres no son mi fuerte, ¿lo tuyo sí?

—Juego con ellas —contestó Mel—, y me gusta que jueguen conmigo.

Judith asintió y, divertida, preguntó:

—¿Te incomoda que hablemos del tema?

Sorprendida, Mel negó con la cabeza y su amiga propuso:

—Ahora que parece que nos hemos lanzado a contarnos intimidades, háblame de qué tipo de sexo has practicado.

—Sexo en grupo —respondió Mel con tranquilidad—. Me gusta que me posean y poseerlos. Cuando tomo yo las riendas, disfruto una barbaridad.

Jud soltó una carcajada e inquirió:

—¿Sexo anal?

—Sí, y cuando vi a tu marido y a Björn hacerlo contigo, reconozco que me puse como una moto. Son dos hombres impresionantes.

Jud soltó una carcajada y comentó:

—Espero que no influya en nuestra amistad que Björn comparta con nosotros algo más que amistad.

—No…, no por favor. Lo vuestro es algo en lo que yo no me voy a meter. No se me ocurriría.

—Mel, lo que los tres compartimos es morbo, sexo y fantasías. Y mi única manera de explicarlo es diciéndote que yo de Eric quiero todo. Quiero verlo disfrutar, quiero que disfrute de mí, quiero besarlo, que me bese, que me comparta, que yo lo comparta, que me abra las piernas, que me folle y disfrute cuando otros u otras lo hacen, y de Björn sólo quiero su juego morboso. Él no es mi pareja, ni mi amor. Él busca por su cuenta su propio disfrute, pero yo de eso no me preocupo. Yo sólo me preocupo de Eric y de mí. Eric es mío y yo soy suya. Eso es lo que marca la diferencia. —Al ver cómo la joven la escuchaba, añadió—: Creo que algo de lo que he dicho lo entiendes, ¿verdad? Es más, si vuestra relación hubiera continuado, estoy segura de que habríamos coincidido alguna vez en un reservado, ¿no crees? —Mel se excitó con tan sólo imaginarlo. Judith prosiguió—: Parece frío lo que digo, pero así lo siento, Mel. Yo amo locamente a mi marido y he aprendido a diferenciar el juego del sexo entre cuatro paredes de la vida real. Ahora bien, si no me caes bien en la vida real, te aseguro que tampoco te quiero en mi juego. Eso me pasa por ejemplo con Foski. ¡No la soporto!

Sonrieron. El sentimiento que ambas tenían por Agneta era mutuo y Mel dijo:

—Foski es insoportable. Yo tampoco podría coincidir con ella en un reservado.

Ambas se miraron. Permanecieron en silencio unos segundos y Judith, deseosa de seguir hablando sobre lo que le rondaba por la cabeza, prosiguió:

—Sé que Björn y tú os habéis estado viendo y también sé que él ha descubierto que no eres azafata, sino militar. Y antes de que digas nada, recuerda que yo te dije que notaba que os atraíais, lo que no sabía era que ya os veíais y, tranquila, no te voy a reprochar que no me lo dijeras, pero sí quiero saber qué es James Bond para ti y por qué ese chupetón no te lo hizo él sino otra persona.

Retirándose el pelo de la cara, Mel respondió:

—Björn vino a verme a la base. Discutimos y me despreció quedando delante de mí con Agneta, tras regodearse de haberlo pasado bien con ella días antes. Yo estaba furiosa, necesitaba sexo y Lodwud siempre me lo da. Y en cuanto a Björn, reconozco que me gustó mientras duró.

—¿Sólo te gustó?

Mel, cerrando los ojos, decidió no seguir mintiendo y, angustiada, musitó:

—Estoy jodida, Judith. Totalmente jodida. Lo he hecho tan mal con él, que me avergüenzo hasta de pensarlo. Björn es el hombre más maravilloso que he conocido en toda mi vida y…

—Guau, chica…, verdaderamente estás jodida.

Ambas sonrieron y Judith agregó:

—Él también está jodido. Como te dije, es un tipo excelente, pero creo que tu engaño le ha hecho mucho daño.

—Lo sé.

—¿Qué tienes pensado hacer?

A Mel le vino a la mente la conversación que había mantenido con su amigo Robert Smith. Él tenía razón: debía enseñarle a Björn que además de militar era mujer y, encogiéndose de hombros, respondió:

—No lo sé. —Y encendiéndose un cigarrillo, añadió—: Me gustaría hablar con él, pero no creo que me dé la oportunidad.

—Si no lo intentas, no lo sabrás. A mí me tienes para ayudarte en todo lo que necesites y creo que Björn merece que lo intentes, ¿no crees?

Por primera vez en varios días, Mel sonrió y, mirando a su amiga, asintió.

—Él lo intentó con anterioridad conmigo y yo lo rechacé; lo mínimo que puedo hacer ahora es intentarlo. Intentar enmendar mi horrible error. Él se lo merece.