29

Cuando aterrizaron en Múnich a las once de la mañana, Mel estaba exhausta. Aquel viaje había sido agotador y sólo deseaba llegar a casa para meterse en la cama y dormir… dormir y dormir. Necesitaba descansar un par de días antes de ir a Asturias a recoger a su pequeña.

Mientras descargaban el avión, ella se ocupó del papeleo. No veía el momento de acabarlo para marcharse, sin darse cuenta de que un par de ojos azules y furiosos la observaban desde no muy lejos.

—Buenos días, teniente Parker.

Volviéndose, se encontró con James y, tras saludarse con el típico gesto militar, ella respondió:

—Comandante Lodwud.

Durante un rato, ambos hablaron sobre el papeleo y luego el hombre, al ver que no había nadie a su alrededor, preguntó:

—¿Cenas conmigo esta noche?

—No —respondió ella, mientras caminaban.

—Venga, Mel, lo pasaremos bien, como siempre.

Ella sonrió y, mirándolo, explicó:

—Me voy esta misma tarde para Múnich.

Pero el comandante no se daba por vencido y al llegar a un lateral del avión, insistió:

—Vamos, Mel…, anímate.

—Hoy no, Lodwud.

El comandante aceptó la negativa, se dio la vuelta y se marchó. Al verlo alejarse, Mel continuó a lo suyo. Abrió una pequeña compuerta del avión y, cuando se iba a agachar, unas manos la asieron del brazo; ella, volviéndose, se quejó:

—Lodwud, no seas pesadito, por…

Pero no pudo continuar.

Ante ella estaba Björn, no Lodwud, y por su manera de mirarla no parecía contento. Durante unos instantes, se contemplaron en silencio, hasta que él, paseando sus ojos por la ropa de ella, siseó en un tono nada conciliador:

—¡¿Teniente Parker?!

Mel no supo qué responder y él añadió furioso:

—Eres una jodida militar americana ¿y no me lo habías dicho?

—Björn…

—¿Dijiste azafata?

—Björn…

—¿Lo has pasado bien riéndote de mí? Maldita embustera.

Estaba furioso y, sin dejarla hablar, continuó:

—Nunca imaginé que al indagar en tu vida descubriría que…

—¿Has estado cotilleando en mi vida? —preguntó molesta.

—Joder… estaba preocupado por ti. De pronto, la niña y tú desaparecisteis de la faz de la Tierra, ¿qué querías que hiciera?

Su enfado…

Su tono de voz…

Su mirada ofuscada…

Entendía su enfado. Su inquietud. Y sin querer hacer más preguntas, sólo abrazarlo y pedirle perdón, intentó acercarse a él, lo necesitaba, pero Björn dio un paso atrás.

—¡Ni se te ocurra acercarte a mí nunca más en tu jodida vida, teniente! Ahora sí que no te considero nada mío y doy yo todo el asunto por finalizado.

Sin más, se dio la vuelta y se alejó. Pero Mel no podía dejar las cosas así. Björn se había convertido en su obsesión y corrió tras él. Cuando lo alcanzó, sin importarle quién los pudiera ver, lo agarró del brazo y cuando él se paró y la miró, empezó por disculparse:

—Siento no habértelo dicho, pero…

—Pero ¿qué? —gritó él, descontrolado—. ¿Tan difícil era decir la verdad? ¿Tan difícil era decir «Soy militar y no azafata»? ¿Tan difícil era…?

—Sí… sí era difícil —contestó ella—. Contigo sí. Me dejaste muy claro que no te gustaban los militares. En concreto, me dejaste clarísimo lo que sentías por los militares americanos. ¿Cómo crees que me he sentido yo todo este tiempo? Quería contarte la verdad, pero… pero no puedo obviar lo que soy. ¡Soy militar americana!

—Ahora entiendo de dónde viene esa chulería, ¡teniente! —Y observando a Lodwud, que los miraba, añadió—: También te acuestas con ese tipo, ¿verdad?

—Björn…

—Ni Björn ni nada —voceó descompuesto—. Te he abierto mi casa, mi vida, y… mi… ¿Y tú me lo pagas mintiéndome? ¿Te lo has pasado bien…, nena?

Su tono despectivo y la manera como la miraba le hicieron saber a Mel que había perdido el combate. Por ello prefirió callar y no responder. Björn estaba furioso y tenía que intentar entenderlo. No enfurecerlo más. Él no se lo merecía.

Durante unos segundos, se miraron a los ojos y entonces a él le sonó el móvil. Al cogerlo, reconoció la voz y, cambiando su tono de voz por otro más apacible, contestó:

—Hola, Agneta.

Mel, sin moverse, lo oyó decir:

—Sí. Lo pasamos bien el otro día. —Y mirándola a ella con desprecio, agregó—: Ponte guapa esta noche. Sí… yo también tengo ganas de verte.

Esa conversación hizo que la rabia de Mel llegara a límites insospechados, de modo que, sin importarle enfurecerlo, siseó:

—Eres un idiota… un capullo… un gilipollas…

—Mejor me callo lo que creo que eres tú —replicó él con indiferencia.

Con ganas de patearle el culo, Mel dio un paso atrás y, dispuesta a no dejarle ver el dolor por aquella llamada y su desprecio, lo animó antes de darse la vuelta:

—Pásalo bien con tu amiguita.

—Tú también pásalo bien.

Al oírlo, Mel se paró. Miró a Lodwud, que los observaba, y con una sonrisa que a Björn no le gustó nada, afirmó:

—No lo dudes…, nene.

Dicho esto y sin volver a mirarlo, se dio la vuelta y caminó hacia la parte delantera del avión. Desde allí, Fraser y Neill habían sido testigos de todo y cuando ella llegó a su altura, el primero preguntó:

—¿Ése no es el tipo que estaba con Sami y contigo en la puerta de tu casa?

Mel no respondió y con un gesto le pidió a su amigo que se callara. Después le quitó los papeles que tenía en la mano y dijo alto y claro:

—Iré a entregarle todo esto al comandante Lodwud. Neill, esta noche me quedaré aquí. Mañana a primera hora saldré para Múnich. ¿Tú qué harás?

Sorprendido por el cambio de planes, su compañero la miró.

—Haces mal. Deberías hablar con Björn. Creo que…

—¡Cállate, Neill! No te he pedido opinión —ordenó furiosa.

El militar al oírla, asintió y, tomando aire, respondió:

—Yo me iré esta noche. Quiero ver a mi mujer.

Mel asintió y se alejó.

Sus amigos la miraron asombrados. Había rabia en sus ojos y ninguno dijo nada. Sólo la vieron alejarse a grandes zancadas en dirección al hangar donde estaba el despacho del comandante. Al entrar en él, oyó:

—Teniente Parker.

Al volverse se encontró con su amigo Robert, que, con el cejo fruncido, preguntó:

—¿Qué ocurre?

—Nada… No ocurre nada.

Robert, que como muchos había presenciado su discusión con un hombre, la cogió del hombro y, llevándola a un lateral, insistió:

—Mel, he visto lo que ha ocurrido. Joder, somos amigos. ¿Qué te pasa?

Desolada pero conteniendo su rabia, contestó:

—He estado saliendo con ese hombre, pero lo hemos dejado porque le he engañado y…

—¿Se ha enterado de lo de Lodwud?

Asombrada porque él supiera lo de ella con el comandante, murmuró:

—¿Y tú cómo sabes lo de Lodwud?

Robert, bajando la voz para que nadie los oyera, respondió:

—No sé qué tienes con él. Lo único que sé es que os vi una vez salir de madrugada de un hotel. Lodwud no es santo de mi devoción, Mel, y no creo que sea un buen hombre para estar a tu lado. Tú necesitas otra cosa.

Ella asintió. Robert sabía menos de lo que Mel temía y él añadió:

—Tampoco sé quién era el tipo con el que discutías en la pista, sólo sé que lo vi en la bolera, en aquella fiesta en la que me besaste el cuello para ponerlo celoso, y hoy aquí. Y reconozco que sin conocerle me cae bien. Enfrentarse a la superteniente Parker no es fácil y él lo ha hecho maravillosamente bien. ¡Me gusta ese tipo! Y ahora, cuéntame en qué le has engañado.

—Le he ocultado que era militar.

Sin entender nada, Robert preguntó:

—¡¿Y?!

—Él odia a los militares americanos por un problema que tuvo en el pasado con un jodido comandante. —Y, callándose, se retiró el pelo de la cara y finalizó—: Mira, da igual. Yo… yo no necesito a nadie, Robert. Yo…

—¿Cómo que no necesitas a nadie? Todos necesitamos a alguien.

—Ese hombre, yo creía que era… era especial. Pero él no quiere hablar conmigo. Para él soy un jodido enemigo. Un militar americano ¿Qué quieres que haga?

—Joder, Mel… pues convéncele de que eres mujer antes que militar, si es que él te importa. Haz el favor de olvidarte de una vez de tu pasado y retomar tu vida. Deja de ser la superteniente Parker las veinticuatro horas del día y sé Melanie. Te aseguro, cariño, que la vida te irá mejor, porque todos necesitamos que alguien especial nos quiera.

—Teniente Smith —llamó García, la copiloto de Robert.

Él, tras hacerle una seña con la mano, miró a Mel, que lo observaba, y dijo:

—Esta conversación la tendremos que continuar en otro momento, ¿de acuerdo? Pero ve pensando que esto no puede seguir así. Y si ese tío te gusta, ¡a por él! Tú eres Melanie Parker, la tía con más narices que conozco y que no se rinde ante nada ni ante nadie. Por lo tanto, déjate de tonterías y si ese hombre te interesa intenta hablar con él y demostrarle que eres una mujer, además de una jodida militar americana.

Ella asintió y cuando vio marcharse a Robert, continuó su camino. Pero su furia regresó al recordar que Björn había estado con Agneta. ¿Cómo podía haber hecho algo así?

Al llegar a la puerta del comandante Lodwud, llamó y cuando éste contestó, entró. Él, al verla, inquirió:

—¿Qué desea, teniente Parker?

Olvidando lo que había hablado segundos antes con Robert Smith, cerró con el pestillo y, tirando los papeles en la mesa, respondió:

—Quiero sexo.

Lodwud asintió y al recordar al tipo con el que ella discutía en la pista, preguntó:

—¿Estas enfadada, Mel?

—Sí.

—Te he visto discutir con un hombre. ¿Es él quien te ha puesto furiosa?

Alejando sus pensamientos sobre Björn, contestó mirando al fornido militar que la deseaba:

—Sí.

No hizo falta decir más.

El comandante, sentado en su silla, vio cómo ella se bajaba la cremallera del mono caqui para tentarle y, sin dudarlo, pidió:

—Siéntese sobre mí, teniente.

Mel lo hizo y cuando estuvo frente a frente con él, Lodwud metió con premura una mano en el interior del mono hasta llegar a su vagina y, tras abrirle los labios, introdujo un dedo y preguntó:

—¿Cómo se llama ese hombre?

—Björn.

Moviendo el dedo y profundizando en ella, el comandante susurró:

—Esto te relajará, preciosa. Piensa en Björn.

Con maestría, movió su dedo dentro de ella y la masturbó. Mel cerró los ojos y disfrutó. El militar sabía lo que la excitaba y se lo dio. La conocía. El tiempo había hecho que conocieran sus gustos y sus demandas. Con la mano que le quedaba libre, subió la camiseta verde que llevaba bajo el mono y, tras sacarle un pecho del sujetador, se lo mordió. Le succionó el pezón hasta que ella se apretó contra él y, diciendo el nombre de Björn, suplicó que no parara.

Mordiéndose los labios, Mel se tragó sus jadeos mientras buscaba su propio placer, como siempre que estaba con Lodwud. Cuando alcanzó el clímax y mojó los dedos de él, con frialdad, se levantó y se recompuso. El comandante, sin dejar de mirarla, abrió un cajón, le lanzó una llave y dijo:

—Hotel Sedan. Habitación 367.

—Allí estaré a partir de las ocho.