El sábado, tras regresar de su viaje, cuando Mel llegó a casa de Judith, sonrió al ver el coche de Björn allí aparcado. Estaba deseando verlo. Desde su última tarde en casa de él no habían vuelto a coincidir, aunque sí habían hablado por teléfono.
Judith, al ver el utilitario de su amiga, salió a recibirla y, tras darle dos besos, miró a Sami y dijo:
—¿Cómo está mi princesa preferida?
—¡Biennnnnnnnnnnnnn! —gritó la niña.
—Ven, Sami —la llamó Flyn—. Vamos a ver unos gatitos.
La pequeña corrió tras el niño y Judith explicó:
—Nos ha parido una gata en el jardín. Eric está que trina y Susto y Calamar ya los han adoptado. Flyn está como loco con los cachorrines. Por cierto, ¿no querrás uno?
Mel sonrió y contestó:
—No, gracias. En mi casa no cabe ni un alfiler.
El embarazo de Judith ya se comenzaba a notar y Mel, tocándole la barriga, preguntó:
—¿Qué tal te encuentras?
—Fenomenal. Este embarazo está siendo tan diferente del primero que casi no me lo puedo creer. En cinco meses ni vómitos ni nada por el estilo.
—Qué suerte —afirmó Mel—. Porque yo, embarazada de Sami, no paré de vomitar hasta el mismo día del parto. ¡Fue horroroso!
Ambas asintieron y Jud, caminando hacia el interior de la casa, dijo tocándose la barriga:
—Esta vez, conguito se está portando muy bien.
Divertidas, rieron por el nombre que había utilizado.
Al entrar en la casa, Mel no vio a la mujer que siempre la recibía con una grandísima sonrisa:
—¿Dónde está Simona? —preguntó:
—Han operado a su hermana y Norbert y ella se han ido unos días a Stuttgart para ayudarla.
Cuando entraron en el salón, Mel distinguió a Björn. Sus miradas se encontraron, pero él rápidamente disimuló. Vestido con aquellos vaqueros de cintura baja y aquella camiseta blanca estaba sexy no…, ¡lo siguiente!
Deseó ir hacia él, su cuerpo se lo pedía, pero se contuvo. No debía hacerlo. Así pues, saludó a todos los demás y cuando llegó a él, la miró y comentó:
—Vaya…, pero si ha llegado la novia de Thor. —Y antes de que ella soltara alguna de las suyas, añadió—: Haz como si yo no existiera, bonita. Te lo agradeceré.
Mel sonrió y levantando las cejas, siseó:
—Muñequito…, qué mala vejez vas a tener.
Judith, Mel y los que estaban a su alrededor soltaron una carcajada mientras Björn negaba con la cabeza y bebía de su botella de cerveza. No pensaba responderle.
—Ven, Mel —la llamó Judith—, alejémonos de las malas vibraciones.
Mirándola con los ojos entrecerrados, Björn sonrió. Estaba preciosa con aquellos sencillos vaqueros y una camiseta oscura. Minutos después, a ella le sonó el móvil. Un mensaje. Con disimulo, lo miró y rió al leer:
«Me muero por besarte».
Judith, que se estaba percatando de todo, sonrió, aunque más lo hizo al ver a Sami tirarse literalmente sobre Björn. La sonrisa de su amigo al besar a la pequeña le puso la carne de gallina y dijo agarrando a Mel:
—Creo que deberías hacer las paces con Björn.
—Con ese creído, ¿por qué?
Señalando hacia él, que reía por lo que la niña decía, le preguntó:
—¿Has visto cuánto lo quiere Sami?
Mel miró e, intentando no darle importancia, repuso:
—Es una niña y es muy libre de ser simpática con quien quiera. Pero no te preocupes, cuando crezca aprenderá a no acercarse a esa clase de idiotas.
Durante la comida, Judith sentó a Mel entre dos solteros del baloncesto: Efrén y Tyler. Eran los últimos que habían llegado al equipo y, encantados, la agasajaron en todo momento. Judith, sentada entre Björn y su marido, observó con disimulo cómo aquél intentaba estar pendiente de lo que Mel y los dos jóvenes hablaban, y tuvo que contener una carcajada al ver la cara de él cuando Tyler cogió a Sami en brazos y ésta se partió de risa.
—Qué bonita pareja hacen, ¿verdad? —comentó Judith.
Björn sabía a quién se refería, pero haciéndose el despistado, preguntó:
—¿Quiénes?
—Pues Mel y Tyler. Los dos son solteros, guapos y, por lo que veo, a Tyler le gustan los niños. Creo que sería una fantástica pareja para Mel.
Björn los miró. Una furia interna lo abrasaba por dentro al ver a aquel hombre hablando con Mel, pero respondió:
—Si tú lo dices…
No quiso decir nada más. Se dio cuenta de que era incapaz de mostrarse alegre y dicharachero como siempre. Ver a otro disfrutando de lo que él quería disfrutar lo tensó. Eso le agobió y apenas pudo probar bocado. En un momento dado, se levantó de la mesa y fue a la cocina. Necesitaba aire o allí ardería Troya.
Abrió la nevera, cogió una cerveza y se la bebió. Instantes después, apareció Mel, seguida de Tyler. Björn, al verlos, frunció el ceño. Una vez dejaron lo que llevaban en las manos, Mel le dio una botella de vino a Tyler y le indicó:
—Ve llevándola. Yo en seguida voy.
Él la miró con una cautivadora sonrisa y murmuró:
—No tardes, encanto.
Cuando desapareció y se quedaron solos, Björn repitió sin acercarse a ella:
—¡¿Encanto?! —Mel sonrió y él insistió con voz ronca—: ¿Lo estás pasando bien, encanto?
—Lo podría pasar mejor —musitó mientras cortaba un poco de pan—. Es más, llevo un par de días pensando en devorar chocolate, ¿por qué crees que puede ser?
Sus miradas hablaron por sí solas y Björn, olvidando su enfado, desde donde estaba susurró:
—Te he echado mucho de menos.
Mel apoyó la cadera en la encimera y repuso:
—Seguro que no tanto como yo a ti.
Eso lo hizo sonreír y despejar todas las dudas que aquella incómoda comida le estaba provocando. Desesperado, dejó la botella de cerveza que tenía en las manos sobre la encimera, caminó con decisión hacia ella y, sin importarle nada, la arrinconó.
—Björn, ¿qué haces?
—Lo que necesito.
Su boca tomó la de ella y con deleite la besó. Devoró sus labios y cuando se separó, atolondrada por aquel impetuoso beso, Mel siseó:
—Alguien nos puede ver…
Mirándola a los ojos embelesado, como nunca había admirado a una mujer, musitó:
—No soporto ver cómo ese imbécil babea sobre ti y creo que…
Pero no pudo continuar. Mel tomó sus labios con ímpetu y Björn, encantado, aceptó. Durante varios segundos, el morbo del momento los hizo olvidarse de dónde estaban. Cogiéndola en sus brazos, la sentó en la encimera y cuando sus labios se separaron, él, con voz ronca, susurró:
—Esta noche. Tú y yo solos en mi casa.
—Vale…, pero tendré que llevar a Sami.
Paseando sus labios por su frente, respondió.
—No hay problema, cielo. Es tan bien recibida como tú. Pero quiero que sepas que ese Tyler me está cabreando. No permitas que se acerque a ti más de la cuenta, ¿entendido?
—¿Celoso?
Björn la miró. Mentir era una tontería y afirmó:
—Sí. Como nunca en mi vida. He estado a punto de cogerlo por el pescuezo y arrancárselo.
—Björn, pero ¿qué dices?
—Lo que oyes…
Unos pasos les advirtieron y rápidamente se separaron. Mel se bajó de la encimera y se puso a cortar pan. La puerta de la cocina se abrió: eran Judith y Eric. Ella, mirándolos, preguntó:
—Pero ¿qué hacéis aquí los dos?
Björn, cogiendo la cerveza, la levantó y contestó:
—Le decía a Ironwoman que no corte tanto pan, ¡se seca!
Mel, mirándolo, suspiró.
—Y yo le decía al asno de Shrek que seco lo voy a dejar a él como no cierre esa bocaza llena de dientes que tiene. Dios, ¡que tío más insoportable!
—Mira, guapa —protestó Björn—, aquí la que está graduada en…
—Eh… eh… eh… —gritó ella, señalándolo con el cuchillo—. ¿Qué tal si te vas y te pierdes un ratito?
Al ver el cuchillo, Eric fue hasta Mel, se lo quitó y lo dejó en la encimera.
—Cuidado, que las armas las carga el diablo —le advirtió.
Judith sonrió. Si Eric supiera…
—Gracias, amigo —aplaudió Björn—. Y ahora, si la sacas de la cocina y la apartas de mi vista, ¡te hago la ola!
—La ola te hago yo si tú te vas, ¡paleto!
—Guau, nena… ¡qué intensidad! Como para todo seas así, ¡no quiero ni pensar!
—¡Serás capullo!
—¡Chulita!
Eric fue a poner paz entre los dos, cuando Judith dijo:
—Dios santo, ¡esto es insoportable! Mirad cómo tengo el cuello de ronchones por vuestra culpa.
Ambos la miraron y ella prosiguió:
—En mi pueblo, lo que os pasa a vosotros se llama ¡tensión sexual no resuelta!
Mel, sin responder, puso los ojos en blanco, cogió la panera y salió de la cocina como alma que lleva el diablo. Björn, al verla, se terminó la cerveza y, antes de salir también él de la cocina, miró a su amiga y murmuró:
—Desde luego, las tonterías que hay que oír.
Eric, cada día más descolocado por ese juego, siseó muy serio:
—A partir de hoy, si invitamos a Björn, Mel no aparece y viceversa, ¿entendido, pequeña?
Judith soltó una carcajada y él preguntó:
—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?
Acercándose a él, le puso los brazos alrededor del cuello y le contestó al oído:
—Lo verás por ti mismo antes de que finalice el día.
Eric asintió. Intuyó lo que su mujer había descubierto y se compadeció de su amigo.
Tras la comida, todos se sentaron en el salón para charlar. Tyler estaba encantado con la presencia de Mel y se le veía en la cara. La agasajaba, la hacía reír y la seguía a todos lados, y ella lo dejaba hacer. Le excitaba ver cómo la miraba Björn.
Aquellas risitas entre los dos a éste cada vez le gustaban menos. En un par de ocasiones, cuando vio que Tyler se acercaba más de la cuenta a Mel, estuvo a punto de saltar sobre él, pero se contuvo. No debía. Eso sí, no paró de enviarle mensajes con el móvil. Ella los leía y sonreía.
Intentaron escabullirse un par de veces para verse a solas en el baño, en la cocina, en el pasillo… pero fue imposible. Tyler no la dejaba ni a sol ni a sombra y el enfado de Björn crecía y crecía.
Sobre las seis de la tarde, los invitados comenzaron a marcharse a sus casas y al final sólo quedaron Björn, Tyler, Mel y los dueños de la casa. Estaban sentados charlando, cuando Sami entró en la cocina y pidió:
—Mami…, agua.
Antes de que nadie se pudiera mover Tyler ya le estaba tendiendo un vaso a la pequeña. Björn y Mel se miraron y ésta le pidió tranquilidad con la mirada. Cuando Sami salió de la cocina en busca de Flyn, Tyler dijo:
—Melanie, ¿cenamos esta noche?
—Imposible —sonrió ella—. Hoy no puedo.
Sin cortarse un pelo, él se le acercó más y susurró:
—Te prometo que lo pasaremos bien.
Mel se apartó de él y, mirándolo, asintió.
—No lo dudo. Pero no puedo.
—¿Y mañana, encanto?
Todos la miraban y ella, al ver que Björn se levantaba, respondió:
—Esta semana me es imposible, Tyler. Lo siento.
Pero él era insistente:
—Me ha dicho Judith que te gusta la comida italiana, ¿es cierto?
—Sí.
—Pues conozco un restaurante precioso que estoy seguro que te encantaría y a la pequeña Sami también. Venga, bonita, dame tu teléfono y otro día te llamo. Te aseguro que te gustará y que adorarás sus postres.
El golpe que dio Björn al cerrar la nevera hizo que todos mirasen hacia él. ¿Qué le ocurría? En ese instante, Eric decidió dar por finalizada la charla y, sin importarle lo que pensaran, dijo levantándose:
—Vamos, Tyler, tienes que marcharte, colega.
Judith, tan sorprendida como el aludido, miró a su marido y éste insistió:
—Vamos, Jud, lo acompañaremos a la puerta.
Sin entender bien qué ocurría allí, Tyler se marchó y cuando Björn y Mel se quedaron solos en la cocina, él, con semblante descompuesto, siseó:
—Si ese tío te vuelve a pedir el teléfono, yo…
—Pero ¿qué te pasa? —preguntó Mel al ver la tensión en su mandíbula.
—¿Cómo que qué me pasa? ¿Acaso no lo ves? ¿Recuerdas cómo te sentiste de furiosa el otro día al ver a Agneta? Pues así me siento yo ahora.
Mel lo entendió y aunque le gustó ver esos sentimientos en él, algo en su interior le dijo que eso traería problemas. Se levantó de la silla, comprobó que no había nadie cerca y, abrazando al hombre que le estaba removiendo el corazón, murmuró:
—Recuerda, tú y yo esta noche… tu casa… tu cama… tu fresa…
Björn, excitado, asintió y, buscando su boca, la arrinconó contra la nevera y la besó. La devoró. Necesitaba aquel contacto. Necesitaba su sabor… Cuando se había olvidado de todo, de pronto oyó:
—Vaya, vaya, no veo que os hagáis la cobra el uno al otro.
Mel y Björn se miraron. Los habían pillado con las manos en la masa y volviéndose hacia Eric y Jud, que no les quitaban ojo, no supieron qué decir, hasta que ésta se volvió hacia su marido y le habló:
—Te he dicho que antes de que terminara el día todo se aclararía. Aquí tienes esa tensión sexual… ya resuelta.
Eric soltó una carcajada. Su mujer era tremenda y, sin poder remediarlo, ante las palabras de su amiga Björn se rió también. Desconcertada, Mel los miraba y Judith, enseñándoles la foto del móvil en la que se los veía en el centro comercial, ironizó:
—¿Jugando a las casitas?
Björn y Mel, alucinados, miraron lo que les mostraba mientras Judith decía:
—Os vi el otro día. ¿Recordáis cuando os llamé para invitaros a comer? —Ambos asintieron—. Pues yo estaba en una de las tiendas de enfrente de la que estabais vosotros. Por cierto, Mel, ¿compraste muchas chuches para Sami? Y tú, Björn, ¿sigues a tope de trabajo?
Eric, sorprendido, miró la foto y se sorprendió:
—¿Y por qué no me lo habías dicho, pequeña?
—Porque se lo hubieras cascado a tu amiguito y no habría podido pillarlos.
Los dos hombres volvieron a reír a carcajadas. Desde luego, aquella pequeña bruja los conocía muy bien.
Divertido por su agudeza, Björn sonrió y dijo:
—De acuerdo. No más mentiras. Mel y yo estamos juntos.
Eric y Judith sonrieron a su vez y, mirando ésta a su amiga, preguntó:
—¿Y por qué lo mantenéis en secreto?
Björn cogió a Mel por la cintura y respondió feliz:
—Pregúntaselo a ella, que es la del secretismo. No hay manera de que me presente a ninguno de sus amigos.
Judith, al oír eso, miró a Mel y al ver su expresión, rápidamente entendió lo que estaba ocultando. Las dos mujeres cruzaron sus miradas y Mel negó con la cabeza. Judith asintió y dijo:
—Bueno…, pues ahora que ya lo sabemos, se acabaron las mentiras ¿no?
Björn, sin saber nada del tema, sonreía y bromeaba con Eric. Sin embargo, Mel, agobiada, los interrumpió:
—Vamos a ver… vamos a ver, esto no es lo que parece.
Todos la miraron. Eric frunció el cejo, Judith dejó de sonreír y Björn, descolocado, preguntó:
—¿Qué has dicho?
Mel no paraba de tocarse el pelo con el gesto contrariado.
—Ellos creen que tú y yo estamos juntos —explicó—, pero no… no lo estamos. Simplemente nos hemos acostado algunas veces y ya está.
Judith, al ver esa reacción, fue a decir algo, pero Mel, mirándola, le espetó:
—Judith, ¡cállate!
Su amiga negó con la cabeza, disconforme con lo que ocultaba y Björn, alucinado por lo que ella había dicho, gritó:
—¿Cómo que «y ya está»? ¿De qué estás hablando, Mel?
Eric miró a su mujer y cogiéndola de la cintura, murmuró:
—Creo que aquí sobramos, pequeña. —Y mirando luego a su desconcertado amigo, le informó—: Estaremos en el salón.
Cuando se quedaron solos en la cocina, Björn preguntó:
—¿Qué ocurre, Mel? —Ella no respondió y él insistió—: ¿Qué es eso de que «simplemente nos hemos acostado algunas veces y ya está»? Creía que entre tú y yo había algo especial. Tú misma me has dicho que me has echado de menos y…
—Y es verdad —lo cortó ella—. Claro que te he echado de menos, pero esto va muy rápido y creo que nos podemos equivocar.
—¿Equivocar?
—¡Sí, equivocar!
—Tú me gustas, yo te gusto, ¿en qué nos estamos equivocando, me lo puedes decir?
Lo que ocultaba no la dejaba vivir en paz y finalmente contestó:
—Mira, Björn, podemos seguir viéndonos, pero sin presiones. Creo que lo más inteligente es que ambos continuemos con nuestras vidas y…
—Pero ¿qué narices estás diciendo?
Molesta por su tono de voz, Mel apretó los puños y siseó:
—No me grites.
—¿Cómo quieres que no te grite? Acabas de jorobar un momento precioso entre tú y yo. Acabas de tirar por tierra algo que… que… ¿No te das cuenta?
En ese instante, Sami entró corriendo en la cocina y Mel, al verla, encontró la manera de escapar. Cogió a la pequeña en brazos y dijo:
—Me tengo que ir.
Björn le cerró el paso con el brazo. No quería que se fuera. Tenían que hablar y ella, al ver su gesto enfadado, le advirtió:
—Björn, tengo a Sami en brazos, ten cuidado con tu tono de voz y con lo que vas a decir.
Él la entendió a la perfección y se quitó de en medio; ella salió por la puerta y se marchó.
Minutos después, Judith entró y al ver a su amigo, susurró:
—Siento mucho si lo he jorobado todo.
Björn, totalmente descolocado por lo que había ocurrido, contestó:
—Tú no has jorobado nada.
—Pero por mi culpa habéis discutido —insistió ella.
Él miró a su amiga, se encogió de hombros y dijo:
—Tranquila, discutir con Mel no es difícil.